Le Requin et la Mouette (El tiburón y la gaviota)
Dominique de Villepin
260 págs., Plon, París, 2004 (en francés)


Difícilmente podía haber escogido un momento más oportuno Dominique de Villepin para aparecer en el escenario mundial. La crisis diplomática de Irak en 2002 le convirtió en el primer ministro francés de Exteriores al que el mundo se tomó en serio desde Robert Schumann o, incluso, desde Talleyrand. Al encabezar la oposición a la guerra de EE UU contra Sadam Husein, Francia dio imagen de gran potencia que hablaba en nombre de algo muy superior a ella.

En una teatral rueda de prensa celebrada el 20 de enero de 2002, Villepin conmocionó a EE UU y sus aliados al declarar que "la intervención militar [en Irak] sería la peor solución". Su homólogo en Washington, Colin Powell, dijo que el comentario había sido "una emboscada"; y era cierto. La víspera, ambos cenaron juntos en privado y pulieron el borrador de la enésima resolución de Naciones Unidas sobre Irak, que autorizaría la opción militar. O eso creía Powell. De pronto, se formó un nuevo frente de batalla en la ONU. Rusia, China y Alemania se adhirieron a la causa francesa, y Villepin emprendió una frenética gira mundial para obtener el apoyo de países más pequeños. En cierto modo, fue uno de esos momentos espléndidos y poco frecuentes en los que los lilliputienses consiguen atar a Gulliver. Hizo de Villepin, atractivo, encantador y elocuente, una estrella. Pero Villepin, como corresponde a la admirable tradición francesa, siente que necesita mejorar sus credenciales intelectuales para estar a la altura, y en estos cuatro últimos años ha publicado cinco libros.


En El grito de la gárgola (2002) lamentaba el letargo actual de la grande nation y revelaba una sensibilidad romántica al insinuar que "nuestro país sólo avanza a través de crisis y en la tragedia". En 2003 publicó un estudio sobre poesía de 600 páginas, en el que el poeta es el hombre como mito y comparte la audacia y el sufrimiento de Prometeo (Elogio de los ladrones de fuego), y luego una versión actualizada de su relato sobre el breve regreso de Napoleón antes de su derrota definitiva en Waterloo. En Un mundo nuevo fue más editor que autor, recopilando ideas de intelectuales que coincidían en que "hay dos visiones del mundo enfrentadas": la de EE UU, basada en el capitalismo salvaje y la supervivencia del fuerte, y la francesa, que nace de la solidaridad social.

En septiembre pasado publicó Le Requin et la Mouette. Su tiburón es "un símbolo de poder, fuerza y el rechazo a dejarse detener por la complejidad del mundo". Su gaviota, en cambio, es una criatura elegante y casi femenina. Mientras el tiburón domina su entorno y es dueño de su destino, la gaviota "observa, vuela, se aproxima, se eleva y desciende de pronto. Su rumbo no suele ser una línea recta. Escucha lo que dice el mundo". La interpretación más corriente es que el tiburón es EE UU, una máquina de matar que vive en el submundo, y Francia es la gaviota que sobrevuela tierra y mar. Otra versión es que Nicolas Sarkozy, ex ministro de Interior y principal rival de Villepin para suceder a Chirac, es el tiburón, y Villepin la gaviota, un espíritu libre, elegante y poético. Un veterano diplomático británico, que no suele pecar de irreverente, dijo que la gaviota tenía que ser Villepin porque "no para de chillar, hace mucho ruido y deja sus excrementos malolientes por todas partes".

El tiburón y la gaviota es un trabajo esquizofrénico que empieza y termina con laberínticas y grandiosas meditaciones sobre la historia, la civilización, el destino humano y la misión inmortal de Francia. En una prosa tan grandilocuente, Villepin afirma que su excepcional nación debe impedir un choque de civilizaciones y "el avance de una globalización sin alma". Para el autor, "en todas partes resuena el coro de un mundo desprovisto de alma y espíritu, aplastado bajo el pesado rodillo del liberalismo económico". Encontrar el camino para librarse de esta tiranía supone no sólo una política diferente, sino "un nuevo mito, una palabra fértil, un gesto grandioso que defina el futuro".

Como si fuera un oficial francés en Verdún, Villepin exhorta a sus lectores a aprovechar cada momento. "De niños, todos hemos soñado con vivir en otra época. La de los grandes descubrimientos (…) o la de la Revolución. ¿Pero acaso hay una época más apasionada, más transformadora que la nuestra? En ella, el hombre puede imaginarse que vuelve a ser dueño de su destino, que puede escoger su vida. En ella, todos los pueblos del mundo desean crear en esa utopía hecha realidad: fraternité". Para Villepin, éste puede ser el amanecer de la gran era de Francia y sus ideales.

El primer y último capítulo del libro son vertiginosos por su ambición e implacables en su argumentación de que el tiburón norteamericano es el problema y la gaviota francesa la solución. Pero el resto es distinto. Emplea un lenguaje conciso cuando relata el enfrentamiento con EE UU en la ONU. La discrepancia, insiste, iba mucho más allá de unas lecturas diferentes de las pruebas sobre armas y vínculos terroristas. "Frente a Francia, heredera del pragmatismo del cardenal Richelieu, partidaria de un sistema de relaciones interestatales basado en la tradición, en la transacción y el aprovechamiento de los intereses nacionales, Washington reafirmó su poder y se negó a compartirlo". Sólo negoció, insinúa, para crear más datos sobre el terreno. Asegura que, en respuesta, presenció el nacimiento del "mundo multipolar que Francia reclamaba desde los días del general De Gaulle".

Hace falta escribir un libro sobre la crisis de la ONU, pero no es éste: no hay suficiente detalle ni análisis de las posiciones de otros miembros del Consejo de Seguridad. También hace falta un ensayo sobre las tendencias autodestructivas de la Administración Bush y las dificultades crecientes de sus aspiraciones casi imperiales. Es muy posible que el instante unipolar de EE UU ya haya pasado. Europa es un rival económico y tecnológico, China e India crecen a toda velocidad y Rusia reactiva sus ambiciones. La lucha por la hegemonía asiática se decidirá seguramente entre Tokio, Nueva Delhi y Pekín, al margen de Washington. Tarde o temprano, la hiperpotencia se verá reducida a ser la primera entre iguales y entrar en el juego de naciones de siempre con la Unión Europea, Japón, China, Rusia, India y, tal vez, Brasil.

En esta consideración se apoya la gran estrategia de Francia, y Villepin podía haber investigado el futuro realineamiento y sus repercusiones. En cambio, nos encontramos con su retórica y la inquietante sensación de que, si ese mundo multipolar va a tener un fuerte sabor a Villepin, más vale que los demás busquemos alternativas. Su torrente de prosa patriótica hace sospechar que su vanidad no conoce límites. Claro que hace ya mucho que el ministro francés del Interior se considera parte de una tradición francesa de heroísmo. Con semejante heredero en mente, Chirac haría bien en comprobar la lealtad de la Guardia Republicana en el Elíseo. Los árabes que tanto se entusiasman con sus críticas a los estadounidenses deberían recordar que su héroe invadió de forma despiadada Egipto en 1798 y asesinó a los presos en Acre.

Por suerte, muchos franceses tienen los pies en el suelo. Cuando Villepin apareció en un programa de la televisión francesa para promocionar su libro, le preguntaron sobre la disparidad de poder entre los dos animales del título. Él respondió: "Ah, pero el tiburón nunca atrapa a la gaviota". El actor Gérard Depardieu le interrumpió: "¿Pero gaviotas? ¿Por qué gaviotas? Son unas aves cabronas y estúpidas".

Air France. Martin Walker


Le Requin et la Mouette (El tiburón y la gaviota)
Dominique de Villepin
260 págs., Plon, París, 2004 (en francés)


Difícilmente podía haber escogido un momento más oportuno Dominique de Villepin para aparecer en el escenario mundial. La crisis diplomática de Irak en 2002 le convirtió en el primer ministro francés de Exteriores al que el mundo se tomó en serio desde Robert Schumann o, incluso, desde Talleyrand. Al encabezar la oposición a la guerra de EE UU contra Sadam Husein, Francia dio imagen de gran potencia que hablaba en nombre de algo muy superior a ella.

En una teatral rueda de prensa celebrada el 20 de enero de 2002, Villepin conmocionó a EE UU y sus aliados al declarar que "la intervención militar [en Irak] sería la peor solución". Su homólogo en Washington, Colin Powell, dijo que el comentario había sido "una emboscada"; y era cierto. La víspera, ambos cenaron juntos en privado y pulieron el borrador de la enésima resolución de Naciones Unidas sobre Irak, que autorizaría la opción militar. O eso creía Powell. De pronto, se formó un nuevo frente de batalla en la ONU. Rusia, China y Alemania se adhirieron a la causa francesa, y Villepin emprendió una frenética gira mundial para obtener el apoyo de países más pequeños. En cierto modo, fue uno de esos momentos espléndidos y poco frecuentes en los que los lilliputienses consiguen atar a Gulliver. Hizo de Villepin, atractivo, encantador y elocuente, una estrella. Pero Villepin, como corresponde a la admirable tradición francesa, siente que necesita mejorar sus credenciales intelectuales para estar a la altura, y en estos cuatro últimos años ha publicado cinco libros.

En El grito de la gárgola (2002) lamentaba el letargo actual de la grande nation y revelaba una sensibilidad romántica al insinuar que "nuestro país sólo avanza a través de crisis y en la tragedia". En 2003 publicó un estudio sobre poesía de 600 páginas, en el que el poeta es el hombre como mito y comparte la audacia y el sufrimiento de Prometeo (Elogio de los ladrones de fuego), y luego una versión actualizada de su relato sobre el breve regreso de Napoleón antes de su derrota definitiva en Waterloo. En Un mundo nuevo fue más editor que autor, recopilando ideas de intelectuales que coincidían en que "hay dos visiones del mundo enfrentadas": la de EE UU, basada en el capitalismo salvaje y la supervivencia del fuerte, y la francesa, que nace de la solidaridad social.

En septiembre pasado publicó Le Requin et la Mouette. Su tiburón es "un símbolo de poder, fuerza y el rechazo a dejarse detener por la complejidad del mundo". Su gaviota, en cambio, es una criatura elegante y casi femenina. Mientras el tiburón domina su entorno y es dueño de su destino, la gaviota "observa, vuela, se aproxima, se eleva y desciende de pronto. Su rumbo no suele ser una línea recta. Escucha lo que dice el mundo". La interpretación más corriente es que el tiburón es EE UU, una máquina de matar que vive en el submundo, y Francia es la gaviota que sobrevuela tierra y mar. Otra versión es que Nicolas Sarkozy, ex ministro de Interior y principal rival de Villepin para suceder a Chirac, es el tiburón, y Villepin la gaviota, un espíritu libre, elegante y poético. Un veterano diplomático británico, que no suele pecar de irreverente, dijo que la gaviota tenía que ser Villepin porque "no para de chillar, hace mucho ruido y deja sus excrementos malolientes por todas partes".

El tiburón y la gaviota es un trabajo esquizofrénico que empieza y termina con laberínticas y grandiosas meditaciones sobre la historia, la civilización, el destino humano y la misión inmortal de Francia. En una prosa tan grandilocuente, Villepin afirma que su excepcional nación debe impedir un choque de civilizaciones y "el avance de una globalización sin alma". Para el autor, "en todas partes resuena el coro de un mundo desprovisto de alma y espíritu, aplastado bajo el pesado rodillo del liberalismo económico". Encontrar el camino para librarse de esta tiranía supone no sólo una política diferente, sino "un nuevo mito, una palabra fértil, un gesto grandioso que defina el futuro".

Como si fuera un oficial francés en Verdún, Villepin exhorta a sus lectores a aprovechar cada momento. "De niños, todos hemos soñado con vivir en otra época. La de los grandes descubrimientos (…) o la de la Revolución. ¿Pero acaso hay una época más apasionada, más transformadora que la nuestra? En ella, el hombre puede imaginarse que vuelve a ser dueño de su destino, que puede escoger su vida. En ella, todos los pueblos del mundo desean crear en esa utopía hecha realidad: fraternité". Para Villepin, éste puede ser el amanecer de la gran era de Francia y sus ideales.

El primer y último capítulo del libro son vertiginosos por su ambición e implacables en su argumentación de que el tiburón norteamericano es el problema y la gaviota francesa la solución. Pero el resto es distinto. Emplea un lenguaje conciso cuando relata el enfrentamiento con EE UU en la ONU. La discrepancia, insiste, iba mucho más allá de unas lecturas diferentes de las pruebas sobre armas y vínculos terroristas. "Frente a Francia, heredera del pragmatismo del cardenal Richelieu, partidaria de un sistema de relaciones interestatales basado en la tradición, en la transacción y el aprovechamiento de los intereses nacionales, Washington reafirmó su poder y se negó a compartirlo". Sólo negoció, insinúa, para crear más datos sobre el terreno. Asegura que, en respuesta, presenció el nacimiento del "mundo multipolar que Francia reclamaba desde los días del general De Gaulle".

Hace falta escribir un libro sobre la crisis de la ONU, pero no es éste: no hay suficiente detalle ni análisis de las posiciones de otros miembros del Consejo de Seguridad. También hace falta un ensayo sobre las tendencias autodestructivas de la Administración Bush y las dificultades crecientes de sus aspiraciones casi imperiales. Es muy posible que el instante unipolar de EE UU ya haya pasado. Europa es un rival económico y tecnológico, China e India crecen a toda velocidad y Rusia reactiva sus ambiciones. La lucha por la hegemonía asiática se decidirá seguramente entre Tokio, Nueva Delhi y Pekín, al margen de Washington. Tarde o temprano, la hiperpotencia se verá reducida a ser la primera entre iguales y entrar en el juego de naciones de siempre con la Unión Europea, Japón, China, Rusia, India y, tal vez, Brasil.

En esta consideración se apoya la gran estrategia de Francia, y Villepin podía haber investigado el futuro realineamiento y sus repercusiones. En cambio, nos encontramos con su retórica y la inquietante sensación de que, si ese mundo multipolar va a tener un fuerte sabor a Villepin, más vale que los demás busquemos alternativas. Su torrente de prosa patriótica hace sospechar que su vanidad no conoce límites. Claro que hace ya mucho que el ministro francés del Interior se considera parte de una tradición francesa de heroísmo. Con semejante heredero en mente, Chirac haría bien en comprobar la lealtad de la Guardia Republicana en el Elíseo. Los árabes que tanto se entusiasman con sus críticas a los estadounidenses deberían recordar que su héroe invadió de forma despiadada Egipto en 1798 y asesinó a los presos en Acre.

Por suerte, muchos franceses tienen los pies en el suelo. Cuando Villepin apareció en un programa de la televisión francesa para promocionar su libro, le preguntaron sobre la disparidad de poder entre los dos animales del título. Él respondió: "Ah, pero el tiburón nunca atrapa a la gaviota". El actor Gérard Depardieu le interrumpió: "¿Pero gaviotas? ¿Por qué gaviotas? Son unas aves cabronas y estúpidas".

Martin Walker es director de operaciones en inglés de United Press International.