
“Uno se forma siempre ideas exageradas de lo que no conoce”, declara Meursault, el protagonista de la novela El extranjero de Camus, un argelino que se muestra insensible ante todo lo que sucede en su país. Un lugar que durante años ha conseguido evitar que sus vecinos y socios occidentales interfieran en sus asuntos y opinen sobre cómo sus autoridades se han enfrentado a diferentes amenazas. He aquí los principales motivos de esta conquista.
Haber superado ya su propia primavera y tomar buen provecho del fantasma de la guerra civil.
Una de las tendencias que más éxito tuvieron durante la primavera árabe consistía en elucubrar acerca del efecto que este movimiento tendría en otros países árabes. En 2011, no fueron pocos los analistas y periodistas que con voz tímida hablaban de una primavera argelina, a pesar de que Argelia ya tuvo una propia más de veinte años atrás. Un levantamiento de enorme calado que desembocó en una de las guerras más cruentas en la historia reciente de Oriente Medio. Precisamente, y al igual que en Líbano, un derramamiento de sangre demasiado reciente impide una mayor polarización en el seno de la sociedad.
Si la población toma las calles, mantener la calma y la moderación. Una de cal y otra de arena.
Los signos de malestar han ido brotando a lo largo y ancho del país durante años. El régimen adoptó una actitud mesurada, gracias, sobre todo, al manejo de numerosos medios de comunicación, y comenzó por levantar en 2011 el Estado de emergencia. El Gobierno consiguió comprar el silencio de numerosos ciudadanos insatisfechos por medio de subidas salariales generalizadas y de inversiones cuantiosas en planes de acción contra el desempleo juvenil. Las autoridades argelinas recurrieron a su vez a la cooptación: después de los levantamientos de 2011, se autorizó la creación de nuevos partidos políticos, a los que se permitió participar en las elecciones de verano de 2012, aunque no por ello a jugar ningún tipo de papel significativo. Los gobernantes han recurrido, en no pocas ocasiones, incluso a la apertura de negociaciones con líderes de la oposición, aderezadas sin embargo con concesiones menores. En contraposición, el régimen argelino se ha sentido impelido a adoptar una postura cuanto menos estricta frente a ciertas fuentes de malestar, en particular frente a manifestaciones que en el pasado se han tornado violentas o protestas de organizaciones de la sociedad civil. Las autoridades han decidido también, por otra parte, desestabilizar en numerosas ocasiones a la oposición, cuando éstos se han convertido en elementos demasiado peligrosos.
Dejar claro que ya estás en transición, aunque ni tú mismo sepas hacia dónde.
Tras meses de incertidumbre, el presidente Bouteflika declaró que se presentaría a una reelección de cuyo resultado nadie dudaba. No es sólo él quien tendrá que ser sustituido, sino también otras autoridades clave de alto nivel: el jefe del Estado Mayor y el director de la poderosa Agencia de Inteligencia. Pero, ¿quién arbitrará este proceso? El mismo dilema surgió hace veinte años ...
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