El país balcánico tendrá dificultades para formar una coalición tras unos comicios marcados por la Unión Europea, Turquía y Rusia. A pesar de la estabilidad, la decepción frente a las promesas de la UE y una clase política corrupta es un denominador común entre los ciudadanos

Un poster electoral con el candidato del partido de centro derecha GERB, Boyko Borisov en Sofia, Bulgaria. (Nikolay Doychinov/AFP/Getty Images)

Las elecciones búlgaras de este fin de semana han tenido un claro ganador: el ex bombero, ex guardaespaldas, ex jefe de policía y ex alcalde de Sofía, Boyko Borisov, devenido ahora en un deseado primer ministro unificador del país eslavo, vuelve a ser el más votado. Y es que por cuarta vez consecutiva los conservadores de su “Ciudadanos por el Desarrollo Europeo de Bulgaria” (GERB) son el partido líder.

Eso sí, en unos comicios marcados por la baja participación (apenas un 50%), muy lejos del despertar de la conciencia democrática en Holanda con más del 80% de participación en las urnas para frenar el populismo antieuropeo (algo que se reflejaba bien los días previos a la cita electoral con el desinterés al que se enfrentaban los repartidores de octavillas a las salidas del metro en Sofía).

De este modo, Borisov tiene ante sí su tercera oportunidad, puesto que ya dos veces con anterioridad tuvo que echar la toalla antes de tiempo. En todo caso, el GERB y sobre todo su líder populista de 57 años Borisov tiene las llaves para una posible coalición, aunque lo más probable es que vuelva a deseárselas para hallar una en condiciones, ya que descartó compartir el poder antes de los comicios. Pero el que fuera guardaespaldas tanto del ex dirigente comunista Todor Zhivkov como del ex rey (y luego ex primer ministro) Simeón Saxe-Coburg-Gotha, tiene demasiada veteranía política como para no saber que lo que se dice antes de unas elecciones vale bien de poco después.

Sus primeras palabras tras la victoria: “Espero que podamos asegurar de forma rápida una formación de gobierno que se ocupe de las necesidades de la gente y la difícil situación mundial”.

Y una de las principales necesidades, según el programa de GERB, es velar por una mejora en el sistema educativo. “Nuestra principal prioridad es la educación, queremos mejorar los salarios de los educadores escolares porque ahora mismo no se trata de una profesión atractiva y debemos atraer a más gente joven hacia ella, porque invertir en la juventud es invertir en el futuro”, apremia a esglobal Vasil Mihov, con 28 años uno de los diputados más jóvenes del GERB. “De esta manera se sumarán incentivos para que la gente joven se quede aquí al mismo tiempo que se atraen inversores extranjeros”, concluye el, aparte de político, experto antifraude Mihov.

A pesar de su entusiasmo proselitista, el común denominador de los entrevistados —gente común, no mandatarios— en el centro de Sofía antes del voto era la desilusión frente a las promesas de la Unión Europea, equiparar la clase política con una estructuralmente corrupta (más allá de la ideología de cada uno) y ganas de salir del país si las oportunidades de mejora se dan en otro.

En todo caso, los sondeos a pie de urna en esta ocasión dieron en el clavo y las predicciones se cumplieron: el partido GERB se alzó con un tercio (32,6%) de los votos escrutados. En segundo lugar queda la formación política con trasfondo soviético: los socialistas liderados por Kornelia Ninova (27,1%), que se deseaba alternativa al GERB, pero que llegó a asustar a mucho votante medio con su decidido curso prorruso.

Queda ahora lo más difícil: encontrar los suficientes acuerdos para formar una coalición que permita un gobierno estable en un país balcánico con una población que cuenta con unos siete millones de habitantes y una cifra similar de posibles votantes debido a la fuerza del voto por correo desde las diferentes diásporas. Lo más viable parece una unión de partidos de la derecha conservadora con los nacionalistas de “Patriotas Unidos” (OP, 9,1%)  y con l formación populista Wolja (Voluntad, 4,2%), liderado por un hombre de negocios, Veselin Mareshki, que tiene a gala que se le tome por un Donald Trump a lo búlgaro.

 

Protagonismo de Rusia y Turquía

En todo caso, particular protagonismo en estos comicios del país más pobre de la Unión Europea lo han tenido dos potencias que se disputan una mayor influencia en su territorio: Rusia y Turquía.

Mientras que la campaña electoral ha estado dominada por temas relacionados con la Unión Europea —en especial la economía y el futuro del Club de los 28—, la retórica en busca del voto no ha podido ocultar que, a pesar de que Bulgaria pertenece desde 2004 a la OTAN y desde 2007 a la UE, se trata del país europeo que mira con mayor simpatía hacia Rusia. Reflejo de ello es que varios partidos han pedido en los mítines la suspensión de las sanciones económicas de la Unión a Rusia (debido a la anexión de Crimea).

No solo raíces eslavas, la común religión ortodoxa y un alfabeto cirílico unen a Sofía y Moscú: Bulgaria, de hecho, era bien conocida durante la época soviética por ser el país que más fielmente seguía los designios del Politburó.

Gracias a ello, por ejemplo, la República socialista de Bulgaria vio como se convertía en pionera en el desarrollo de computadores en los 80, llegando a producir un 40% de los ordenadores utilizados en el COMECON.

De aquella especialización en la entonces nueva tecnología todavía tiene su eco en la floreciente emergencia de start-ups como sector de enorme empuje económico en la nueva Bulgaria.

“Existe una relación [entre ambos fenómenos], pero no una con la industria per se, sino en mucha mayor medida con los catedráticos, los empresarios y las personas que fueron educadas en esa época y que podían transmitir mucho de ese conocimiento y comprensión en una nueva industria”, puntualiza para esglobal el ministro de Educación y Ciencia, Nikolay Denkov.

Además, bien presente en la memoria del pequeño país permanece el hecho de que la independencia como Estado y la liberación de 500 años de yugo otomano solo pudo ser posible gracias a Rusia.

Pero no solo se trata de reminiscencias nostálgicas del pasado: actualmente, Moscú controla al menos un cuarto de la economía búlgara y el país balcánico fue el que tuvo una transición más pacífica desde las infraestructuras comunistas hasta las actuales. Nada que ver, sin ir más lejos, con la experiencia histórica de Rumanía, país vecino.

 

Dos partidos turcos, dos visiones

Miembros del partido nacionalista durante una manifestación contra el voto de la etnia turca con pasaporte búlgaro en Kapitan Andreevo frontera entre Bulgaria y Turquía. (Dimitar Dilkoff/AFP/Getty Images)

Y la presión de otro país es también significativa —incluso en regiones de este ex territorio otomano, decisiva. De hecho, hasta un millón de ciudadanos búlgaros cuentan con raíces turcas o son musulmanes. En términos de voto, hasta un 9%.

Por ello —y a pesar de que partidos con simples reivindicaciones étnicas (así como raciales y religiosas) estén prohibidos en la Constitución búlgara— dos partidos con reivindicaciones turcas han formado parte de los comicios y con suerte desigual.

Al ya tradicional Hak ve Özgürlükler Hareketi (HÖH), en búlgaro ДПС/ DPS o Movimiento por los Derechos y las Libertades —fundado poco después de la caída del Muro de Berlín, en 1990— se ha unido desde el año pasado el DOST (amigo íntimo, en turco), cuyas siglas responden a "Demócratas por la Unidad, Solidaridad y Tolerancia". El DPS ha llegado en los presentes comicios como cuarto partido a un cómodo 8,99% del voto escrutado, mientras el DOST, con un magro 2,9%, no tendrá presencia parlamentaria.

Habrá quién se preguntará a qué se debe la existencia no ya solo de un partido turco sino de dos. Pero quién conozca bien a Turquía, sabrá también que es una sociedad polarizada. Con el referéndum —previsto para el 16 de abril— el presidente turco, Recep T. Erdogan, ha conseguido dividir al país en casi dos mitades iguales: los que promulgan un “sí” a su reforma constitucional que expandiría aún más sus poderes como jefe de Estado y los que, por el contrario, se oponen a ella.

Pues bien: la misma división se halla como base en las reivindicaciones de los dos partidos turcos en Bulgaria. Mientras el DPS está marcado en los últimos años por su simpatía hacia Moscú y distanciamiento de las políticas esgrimidas por Erdogan, el DOST es el preferido por el régimen en Ankara y, promovido de forma oficial desde la capital turca, por el que deberían haber votado los turcos con doble nacionalidad (unos 200.000).

El contencioso turco —sobre todo las interferencias de Erdogan y sus acólitos en el también miembro de la OTAN— llegó a tener tanta relevancia en las elecciones búlgaras que, a pocos días de la cita electoral, nacionalistas búlgaros cercanos a los “Patriotas Unidos” intentaron bloquear la frontera con Turquía (algunos de ellos al grito de “¡¡Bulgaria no es una provincia de Turquía!!”) para impedir la llegada de autobuses cargados de votantes con doble nacionalidad procedentes del país vecino que al final y en gran parte tuvieron que cruzarla a pie.

Como mejor ejemplo de la importancia del voto con reivindicaciones turcas, la localidad de Kardzhali, pegada a la frontera con Turquía. Aquí el voto de connotaciones étnicas tuvo una mayoría aplastante: 44,92% para el MRS y 21,59% para el DOST, contando el GERB tan solo con el 16,32%.

 

Estabilidad a pesar de los baches y los nubarrones

La entrada en la UE no ha sido para Bulgaria tan satisfactoria como se deseaba: el único país europeo que no ha cambiado su nombre desde su fundación como Estado (681 DC) ha conocido con decepción que no levanta tanto la cabeza como se esperaba —a pesar de que la economía búlgara se expandiera el año pasado un 3,4% (Rumanía, 4,8%), el sueldo medio está en unos 500 euros mensuales después incluso de 10 años en el seno de la UE— y se hunde incluso en materias como la libertad de expresión.

Otros contenciosos de permanente quebradero de cabeza en el país como la ineficacia de los servicios públicos —existen auténticos catálogos de los baches de las calzadas—, la forzada diáspora de una gran parte de la juventud bien preparada y la lucha sin fin contra la corrupción siguen de plena actualidad —antes y después de las elecciones.

Y a pesar de ello, la singladura política búlgara puede apuntar a una renovada estabilidad después del enorme bache de las protestas populares de 2013. Algo de vital importancia de cara a la presidencia rotativa de seis meses en la Unión Europea a partir de enero de 2018.