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Hace algunos años publicamos en este medio un artículo de un prestigioso autor estadounidense que definía al nacionalismo como la ideología más poderosa del mundo. La crisis económica, decía, había exacerbado los sentimientos nacionales fuera y dentro de la Unión Europea. Todo un desafío para un proyecto que había surgido, precisamente, para mitigarlos.

Hoy España y la UE –reducir la crisis catalana a una cuestión interna es una simplificación que Europa no se puede permitir– se encuentran de nuevo ante un importante desafío marcado por un movimiento nacionalista.

La buena noticia es que la democracia, amparada en el Estado de derecho, hace posible canalizar todo tipo de ideologías en la representación y el debate políticos. La mala es que la deriva del proceso secesionista de Cataluña, con la convocatoria de un referéndum para el próximo domingo día 1 de octubre, vulnera dicho Estado de derecho. Lo vulnera en cuanto a que los procedimientos seguidos para la promulgación de la “ley de desconexión” no se ajustan a los cauces institucionales y legales, y en cuanto a que, pese haber sido suspendida por el Tribunal Constitucional, las autoridades catalanas han decidido seguir adelante con dicho referéndum.

La banalización de la vulneración de la ley por el movimiento independentista en aras de un fin mayor, “el derecho a decidir”, sienta un peligroso precedente. La pretensión de estar organizando una fiesta democrática, una revolución pacífica, sin contemplar los derechos de los partidos de la oposición e ignorando a la mitad de los ciudadanos de Cataluña, deja en manos de los dirigentes la decisión de cuáles leyes están para ser cumplidas y cuáles no.

Es hora de defender, pues, el Estado de derecho, como base de la convivencia democrática de todos los españoles. Es frustrante, en ese sentido, contemplar cómo las fuerzas políticas utilizan también este asunto para su propio rédito político, cuando lo que está en juego va mucho más allá de la batalla electoral.

Es hora también de rebajar la tensión que se ha elevado en los últimos días y de restablecer los cauces de diálogo. De momento, todas las llamadas a recuperar un mínimo de conversación están siendo ignoradas, pero no por ello hay que dejar de enviarlas.

La Unión Europea, por su parte, no puede contemplar esta situación desde la barrera. En pleno proceso anímico de “refundación”, cuando se están apuntando las ideas sobre las que el proyecto común podría basarse en el futuro, pero cuando los retos internos siguen siendo enormes, es importante defender los valores fundacionales. España es uno de los países más grandes de la Unión y Europa necesita una España fuerte y comprometida. La ausencia del presidente del Gobierno en la reunión del Consejo en Tallin, estos días, indican claramente que las prioridades están en otra parte.

En un momento de gran incertidumbre sobre el futuro global, que va desde la inestabilidad en las fronteras europeas hasta las posibles y desconocidas consecuencias de la transformación tecnológica, el futuro de España pasa ahora por reconducir la relación de Cataluña con el resto del país.