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Contendor chino procedente de Europa atracado en el puerto de Qingdao. STR/AFP/Getty Images.

La mayor presencia de Pekín en Europa central y oriental, especialmente a través del foro 16+1, ha generado nuevos lazos económicos y preocupación en Bruselas.

Aunque Rusia ha sido la principal potencia externa a la que las élites de la Unión Europea han apuntado como interesada en dividir Europa o crear una deriva populista en ella, un nuevo actor ha empezado a recibir acusaciones parecidas: China. Por poner un ejemplo, el exministro de Exteriores alemán, Sigmar Gabriel, acusó a Pekín de querer romper la unidad de la UE e intentar promover un sistema de valores autoritario mediante la Nueva Ruta de la Seda.

Siguiendo este discurso, China estaría entrando en el continente a través de los países de Europa oriental y central. Concretamente, a través del foro 16+1, un encuentro anual en el que Pekín se reúne con dieciséis países de esta zona geográfica —de Europa oriental y central, incluyendo los Balcanes— para discutir sobre inversiones y construcciones de infraestructuras, en especial mediante negociaciones bilaterales con cada uno de estos Estados.

Los países incluidos en el 16+1 no están al margen de las grandes instituciones occidentales europeas: once de ellos son miembros de la Unión Europea y trece de la OTAN. Que China pueda tener cercanía con estas naciones ha generado reacciones que acusan a Pekín de intentar romper Europa plantando su “caballo de Troya” en los países de la mitad oriental europea, más débiles económicamente y con un notable auge de los populismos —en contra del establishment de la UE— en ellos.

Pero, ¿realmente es del interés de China romper la Unión Europea? ¿Cuáles son sus principales motivaciones para fomentar el foro 16+1 y aumentar sus relaciones económicas con Europa oriental y central? ¿Por qué estos mercados tienen interés en recibir inversiones chinas? ¿Qué peso tiene Pekín en comparación con la UE? ¿Por qué Bruselas recela de esta presencia china en la parte oriental del continente?

“El objetivo de China no es romper la UE: una Europa integrada es una ventaja para los intereses chinos. China [ha fomentado el 16+1], principalmente, por motivos económicos”, asegura Justyna Szczudlik, analista del Instituto Polaco de Asuntos Internacionales. Szczudlik explica que, desde el fin de la guerra fría, Pekín se enfocó primordialmente en los países de Europa Occidental, dejando de lado a los que habían estado al otro lado del Telón de Acero. Pero la crisis de 2008, con la que los países de Europa central y oriental lidiaron bastante bien, en comparación con la parte occidental, hizo que China se planteara buscar en esta región un nuevo lugar para sus inversiones y  exportaciones, y así diversificar sus socios económicos en el continente.

Por su parte, los países de Europa central y oriental también encontraron en China una oportunidad con la que depender menos de la economía de Europa occidental, gravemente sacudida por la crisis económica.

Dragan Pavlićević, profesor de la Universidad Xi’an Jiaotong – Liverpool, tampoco cree que el objetivo de crear el foro 16+1 sea romper la Unión Europea. “China valora mucho su relación con la UE y no se arriesgará a ponerla en peligro a cambio de tener mejores relaciones con 16 países de Europa central y oriental. Pekín ve la relación China-UE y el 16+1 como complementarias, no en competición la una con la otra”, asegura Pavlićević.

Por su parte, Martin Hála, sinólogo checo y director del Proyecto Sinopsis, considera que “más que romper, la República Popular de China usa el 16+1 para dividir la Unión Europea y presionarla. El Partido Comunista está más interesado en cooptar las estructuras existentes que en destruirlas”. Hála cree que Pekín está aprovechando las tensiones y disputas internas de la UE para hacer avanzar sus propios intereses, como la extensión de la Nueva Ruta de la Seda a territorio europeo o la creación del frente común entre Europa y China contra Estados Unidos, fruto de la actual guerra comercial entre ambas superpotencias.

Sea cual sea el objetivo principal de China, el peso económico que tiene Europa occidental para ella es mucho mayor que en el caso de Europa central y oriental. Según datos de Bloomberg, los países europeos en los que más invirtió China entre 2008 y 2018 fueron el Reino Unido y Alemania, respectivamente. A estos les seguían otros países de Europa occidental como Italia, Francia y los Países Bajos. Los Estados pertenecientes al 16+1 se mantenían a mucha distancia, con Hungría, Polonia y la República Checa en cabeza.

Pero, ¿por qué estas naciones están buscando la inversión china? ¿Qué supone este cambio en su relación económica con la Unión Europea?

“La austeridad y los menores flujos de capitales entre la Unión Europea y Europa occidental y Europa central y oriental después de la crisis económica global han hecho más atractivas las relaciones económicas con China”, apunta Dragan Pavlićević.

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El primer ministro chino, Li Keqiang, junto a su homólogo búlgaro, Boyko Borisov, durante una conferencia tras la reunión de China y los países del foro 16+1, en 2018. NIKOLAY DOYCHINOV/AFP/Getty Images.

Aunque esto no significa, puntualiza este profesor, que los países del 16+1 ya no tengan en cuenta las políticas o las opiniones de la Unión Europea: “el alcance y la profundidad de esta relación [con China] es todavía minúscula en comparación con la que existe con la UE. Los países de Europa central y oriental priorizarán la relación con la UE por delante de la que tienen con China”.

Países como Hungría, Polonia o la República Checa (a pesar de ser los líderes en inversión china del 16+1) aún tienen, por ejemplo, un intercambio comercial mucho menor con Pekín que con otros miembros de la UE. Alrededor del 80% de las exportaciones de estos tres Estados van a países de la Unión Europea. En el caso de las importaciones, las que provienen de China representan alrededor de un 6-8% en los tres, mientras que las de la UE van del 72 al 79%.

En un artículo en China Daily, uno de los periódicos oficiales de China, se defendía —seguramente en línea con el discurso gubernamental— que la existencia del foro 16+1 no debía verse como un juego de suma cero entre China y la UE, además de insistir en que este ayudaría a una mayor integración en la esfera europea.

“No se trata de que esos dieciséis países usen o prefieran el 16+1 en vez de la UE, o viceversa. Primero, porque no todos son miembros de la UE. Segundo, porque los once que sí lo son usan ambos canales: el 16+1 es tratado como un canal adicional a la Unión Europea”, explica Justyna Szczudlik.

Esta analista cree que el 16+1 está sufriendo un proceso de europeización, ya que la agenda de cooperación que se aprueba en cada reunión anual es “convergente con las leyes y principios de la UE”. También recuerda que estas líneas generales que se adoptan son previamente supervisadas por Bruselas —que envía observadores al foro— para que no hayan contenidos que violen reglamentos de la UE.

Esta aproximación a China lleva asociados cambios no sólo económicos, sino de valores políticos, opina Martin Hála. Este sinólogo cree que la visión a favor de la Unión Europea que existía en Europa central y oriental ha sufrido un duro golpe a causa de la crisis financiera y de la migratoria de 2015. “Eso ha debilitado la confianza en el orden democrático liberal”, asegura Hála, que establece una relación entre la aparición de populismos en esta región y la mayor presencia de China.

Al margen de si este apoyo a China está condicionado o no, es cierto que varios de los gobernantes conservadores y euroescépticos de esta región han alabado a Pekín comparándolo con las prácticas de la Unión Europea. El primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, dijo —precisamente en un foro 16+1— que la Nueva Ruta de la Seda era “una nueva forma de globalización que no divide al mundo en maestros y estudiantes, sino que se basa en el respeto común y las ventajas comunes”. Otro ejemplo, ha sido el presidente de la República Checa, Milos Zeman, que catalogó de “acto de independencia nacional” las relaciones más próximas que su país había establecido con Pekín, en contraste con la “actitud sumisa” hacia la UE y Estados Unidos de los previos gobiernos de su país.

“La Unión Europea no es una gran fan del 16+1. En Bruselas preocupa que uno o más países, de esos once que pertenecen a la UE, acuerden o firmen algo que viole las competencias de la Unión Europea”, apunta Justyna Szczudlik.

Esta analista también cree que las crecientes relaciones con Pekín hacen que algunos Estados no den apoyo a según qué declaraciones o políticas adversas a Pekín promovidas por la Unión Europea. En 2016, por ejemplo, Hungría se negó a apoyar un comunicado de la UE en contra de China, en relación a la disputa territorial que esta mantiene por diversas islas del Mar del Sur de China. Esto también ha preocupado a Bruselas, por miedo a no conseguir un frente unido en materias que afecten al gigante asiático, especialmente en asuntos económicos, como el veto a inversiones chinas en sectores estratégicos.

Esta influencia china en Europa central y oriental debe ponerse en perspectiva, apunta Dragan Pavlićević: “Muchos oficiales de la UE están alertando a los países de esta región sobre desarrollar lazos con el gigante asiático, argumentando que este quiere usar su dinero para comprar influencia en Europa. Irónicamente, es Alemania, en concreto, la que tiene mayores relaciones desarrolladas con China. La economía alemana es mucho más dependiente de Pekín que la de ningún país de Europa central y oriental”, señala este profesor.

Sea como sea, el papel que China tiene en la mitad oriental de Europa todavía es incipiente. Que crezca en mayor o menor medida dependerá más de la situación interna de la Unión Europea que del propio poder chino. Y, vista la imprevisible situación actual del continente, no hay pronóstico inamovible que valga.