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Una chica viste una máscara en un supermercado de Wuhan, epicentro de la epidemia de coronavirus, febrero 2020. China/Barcroft Media via Getty Images

Aunque el debate suele dividirse entre partidarios del individualismo democrático o de un colectivismo autoritario, el análisis debe ir más allá e incluir factores materiales como el sistema sanitario, la tecnología, la geopolítica o el desarrollo económico.

La epidemia del coronavirus -COVID-19- que mantiene en vilo a la provincia china de Hubei ha puesto sobre la mesa un debate que siempre reaparece cuando China afronta un grave problema interno: ¿es el modelo del Partido Comunista el adecuado para afrontar este tipo de crisis, o la gestionaría mucho mejor un sistema liberal-democrático occidental? O incluso de manera más incisiva: ¿son catástrofes como la del coronavirus una consecuencia intrínseca del modelo chino? ¿Habría llegado la situación a los niveles actuales si hubiera sucedido en Occidente?

El problema de este tipo de debates es que reducen las causas y análisis de un complejo problema a un sólo factor: la ideología. Parecería que si en China hubiera un cambio de sistema político, casi todos sus problemas se marcharían por arte de magia. Pero este país es mucho más que el Partido Comunista: hay una serie de valores culturales, condiciones materiales, circunstancias geopolíticas o tendencias tecnológicas que forman la identidad china más allá de la pura política. Todas ellas, en este sentido, inciden en la respuesta a una crisis como la del COVID-19. Estos son algunos de los parámetros claves:

El sistema político. Como ya hemos comentado, diversos medios occidentales han realizado una crítica sistémica hacia el modelo autoritario chino, ya que consideran que estructuralmente estaría peor preparado para responder a este tipo de desafíos. También se ha criticado la “supuesta meritocracia” de su sistema: si el modelo autoritario es aceptado a cambio de una buena gestión, ¿por qué ha habido importantes problemas, especialmente al inicio de la epidemia? ¿El “eficiente” modelo tecnócrata chino no debería haber impedido todo esto? Estas críticas, en parte, están basadas en cómo uno percibe la respuesta gubernamental a esta crisis -es decir, si ha sido buena, o no-. La valoración no es unánime. Desde el exterior ha habido críticas al Gobierno chino, pero también las ha habido desde parte de sus propios ciudadanos -otros, en cambio, están satisfechos con la gestión-. Organismos como la Organización Mundial de la Salud, por otro lado, han elogiado en términos generales la respuesta de Pekín.

Pero, como explica el académico de Yale Taisu Zhang en este artículo, hay un factor clave en el caso de las críticas chinas hacia la respuesta de las autoridades: su punto de mira no está tanto en el sistema o el gobierno central, sino en las autoridades locales. De hecho, los grandes blancos de las críticas de los internautas han sido las autoridades de Wuhan y las de la provincia de Hubei. En muchos países occidentales, los ciudadanos suelen confiar más en sus representantes locales que en los nacionales: en China suele pasar lo contrario. La percepción de corrupción y de mala gestión se amplifica cuanto más local es.

Eso no quiere decir que catástrofes como la del coronavirus no reduzcan la confianza ciudadana respecto la supuesta “superior” meritocracia china. Si en un sistema democrático occidental la mala gestión de una crisis se puede atribuir a haber escogido un “mal gobernante” en las elecciones, en el caso de un sistema meritocrático-autoritario es más difícil echar la culpa a una sola persona, ya que aparece la siguiente pregunta: ¿cómo el sistema ha permitido que una persona incapacitada llegue a esta posición de poder? El Gobierno del país, en este sentido, se ha puesto manos a la obra para “remediar” el daño a su imagen. Ha criticado desde medios del oficialismo, de manera cruda y directa, a las autoridades de Wuhan y Hubei -recientemente cesadas y sustituidas por el Partido-. También ha generado una movilización de masas para insuflar ánimo a la población, ya sea construyendo mega-hospitales en 10 días, movilizando a voluntarios o poniendo ejemplos de “médicos heroicos” -con una mentalidad a veces poco racional y casi maoísta-.

Los valores culturales. Un factor en el que también se ha incidido es el “colectivismo” de la cultura china y asiática, en contraposición con el individualismo occidental. Este punto de vista se defiende que el modelo de liderazgo de arriba a abajo del Partido Comunista ha podido aplicar sus políticas más estrictas, como las cuarentenas o restricciones de movimiento, gracias a una predisposición de la sociedad china para sacrificarse en aras de un objetivo colectivo. Y es que, a pesar de las críticas que ha habido por las redes sociales chinas, la inmensa mayoría de la población ha seguido las instrucciones del Gobierno de quedarse en casa y de seguir ciertas medidas médicas. También ha habido voluntarios que se han dedicado a vigilar y reprender a los vecinos que veían incumpliendo las normas.

En este sentido, no sólo hay que tener en cuenta lo que ha pasado, sino también lo que -por suerte- no ha sucedido. No ha habido, por ejemplo, saqueos de supermercados o destrucción de mobiliario urbano fruto de la ira, cosa que sí habría pasado en otros países. Tampoco situaciones de alta tensión respecto a la libertad de movimiento limitada. En relación con esto, el parámetro de los valores culturales nos demuestra que el eje democracia/autoritarismo quizás no es tan importante a la hora de analizar la respuesta dada: un Estado asiático pero democrático como Japón, durante sus catástrofes naturales o humanas como la de Fukushima, también ha tenido una respuesta obediente y coordinada de su población.

La tecnología. La predisposición frente a ciertas nuevas tecnologías médicas o de control social también trazan una línea entre Occidente y China, entre una visión generalmente distópica del futuro y una tecnofílica-ilustrada, respectivamente. La respuesta a graves epidemias como la actual requiere -y especialmente requerirá- el uso de tecnologías ya existentes como los datos y algoritmos o las cámaras de reconocimiento facial, o algunas más futuristas -como los biosensores individuales-. En las redes sociales chinas han circulado innovaciones tecnológicas fruto de esta crisis, como drones que pueden medir la temperatura de la gente sin que esta tenga que salir de casa.

La aceptación del poder del Estado y del sistema médico en cuanto al control de los datos sanitarios, por un lado, y del movimiento y contactos de los individuos, por el otro, pueden ser factores claves en el freno o prevención de este tipo de epidemias. Esto, eso sí, chocará con visiones distintas de la privacidad o de la responsabilidad colectiva. ¿Estará un ciudadano occidental dispuesto al mismo nivel de control médico o de movimiento que un ciudadano chino? Al ser las epidemias un fenómeno global, las decisiones de una de las partes no sólo afectarán a ella misma, sino que pueden acabar beneficiando o perjudicando al conjunto del planeta.

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Un retrato del doctor Li Wenliang, el primero que alertó de la epidemia, y flores en su memoria tras fallecer a causa del virus, Wuhan, China. STR/AFP via Getty Images

Los medios de comunicación y las redes sociales. En la actual crisis del coronavirus se ha podido observar el sistema de censura flexible del Gobierno chino, a veces más restrictivo y a veces menos, dependiendo de las circunstancias. Actualmente, el nivel de permisividad hacia periodistas e internautas está siendo mucho más amplio de lo esperado. Como explica la académica María Repnikova, cabeceras del periodismo crítico chino como Caixin han investigado e informado en detalle sobre los errores de las autoridades locales. De hecho, el Gobierno central tienen incentivos para favorecer este periodismo crítico, para poder identificar a tiempo los casos de corrupción o malas prácticas que pueden generar más enfado entre la población.

En las redes sociales chinas ha habido una explosión de críticas después de un evento trascendental: la muerte del joven doctor Li Wenliang, que alertó del inicio de la enfermedad pero fue reprendido por la policía acusado de “extender rumores”. El día de su muerte las redes sociales del país se llenaron de mensajes de pésame y enfado, muchos de ellos de gente poco politizada e incluso de miembros del Partido Comunista. Aunque los mensajes más extremos fueron censurados, el Gobierno dejó la mayoría de ellos, no intentó esconder el tema e incluso elogió al doctor Li en la televisión y medios estatales.

Acompañado de estos casos donde la mayor transparencia habría beneficiado a la población y a las autoridades, también están los centenares de rumores, remedios falsos y teorías de la conspiración sobre el virus que están circulando por las redes chinas. A eso se suman las noticias falsas que extienden el pánico, los mensajes racistas antichinos o las proclamas discriminatorias contra los nativos de Wuhan y Hubei. Casos como estos demuestran las ventajas e inconvenientes entre sistemas que pueden aplicar censura o limitar ciertos contenidos fácilmente, y los que no.

El sistema de salud. A pesar de ser la segunda potencia a escala global, el Health Care Index situaba a China en el puesto 47 en ránking de sistemas sanitarios en el mundo. Este tipo de condiciones materiales a veces se olvidan al comparar el caso chino con el de Estados occidentales. China, a pesar de su crecimiento, sigue siendo un país en desarrollo: su PIB per cápita es parecido al de México o Kazajistán. El sistema sanitario se ha modernizado y ampliado mucho en los últimos años, pero hay que recordar que en el país aún pervive una fuerte desigualdad entre las provincias de la costa y las de interior. Si en Pekín o Shanghái se puede esperar un sistema sanitario de un nivel parecido al que tenemos en Europa, en las provincias más pobres estas condiciones caen. En el caso de Wuhan y Hubei, se trata de una provincia de desarrollo medio, por lo que el sistema sanitario es relativamente decente, pero no pionero como el de las ciudades más grandes. A pesar de los grandes esfuerzos del personal médico, se han producido problemas como una falta de equipamiento o de los test de comprobación del virus -lo que, recientemente, ha llevado a incluir métodos de diagnóstico más laxos, que han supuesto una escalada en los casos de supuestos enfermos de COVID-19-.

Otro factor relacionado con el campo de la salud, especialmente la prevención, es el de los mercados de venta de animales salvajes, algo todavía extendido en el país, y donde se sospecha que el coronavirus se podría haber contagiado por primer vez. En China todavía pervive la costumbre de comer animales exóticos para mostrar lujo, o usar partes de ellos para la medicina tradicional. Como explicaba el experto Yanzhong Huang en este podcast, la eliminación de estos mercados ilegales llevará tiempo, ya que junto a la mano dura actual de las autoridades debe crearse en cambio de mentalidad en la parte de la población -especialmente la rural- que sigue comprando estos productos salvajes.

La economía. La paralización de las cadenas de valor globales que han supuesto las cuarentenas en China ha demostrado, por un lado, la centralidad de esta economía y los problemas que puede generar si se detiene y, por el otro, el sacrificio que población, empresas y autoridades chinas han hecho para contener el virus, en un momento en el que la economía nacional no pasaba por su mejor fase, después de la desgastante guerra comercial con Estados Unidos.

Las renuncias que debe hacer Pekín para detener esta crisis, en este sentido, son más duras que las que debería hacer Occidente: China es un país en pleno desarrollo al que catástrofes como esta pueden impactar mucho más que a una economía avanzada. Por otro lado, está en pleno proceso de intentar sortear la llamada “trampa de los ingresos medios”, con el objetivo de convertir su economía en una al nivel de los países desarrollados occidentales. Obstáculos como el coronavirus sólo hacen más difícil este camino, que en Europa y EE UU ya ha sido transitado hace décadas.

La periferia. Por último, cabe indicar que las cuarentenas y restricciones aplicadas en China no sólo tienen efecto en el interior del país, sino en el resto del globo. En el mundo interconectado actual, con un movimiento de personas constante, los límites aplicados por Pekín pueden haber contenido una epidemia que podía haber sido mucho más extensa. Eso es especialmente importante si tenemos en cuenta la situación geográfica china Mientras que Estados Unidos y Europa tienen buena parte de su frontera de cara al mar o en contacto con otros países desarrollados, China tiene a muchos países pobres o en desarrollo en su periferia, como Laos, Birmania, Rusia, Mongolia, las repúblicas de Asia Central o India. En muchos de ellos, la respuesta sanitaria y gubernamental hacia una epidemia extendida sería bastante más débil que en el caso chino, tal y como advierte constantemente la OMS. Las políticas de Pekín, en este sentido, pueden marcar el destino de buena parte de la región asiática -y son una prueba de su capacidad de liderazgo y responsabilidad de cara al mundo-.