Águila y dragón sobre fondo de banderas de EEUU y China, respectivamente. (Getty Images)

Washington y Pekín ya se han enfrentado en el pasado en diversos momentos decisivos para cada país. ¿Hay alguna diferencia ahora?

¿Es inminente una guerra entre EE UU y China? Solo el paso del tiempo confirmará o desmentirá los malos augurios. Si se mira a la Historia, en diversos momentos en los dos siglos anteriores se produjeron diversos enfrentamientos armados entre estas dos naciones, muy marcados por el contexto geopolítico de cada época. 

En estos cincos enfrentamientos, se pueden ver determinados paralelismos con la situación actual. Por ejemplo, la cuestión de la guerra comercial estuvo presente desde un principio en las relaciones entre Pekín y Washington (aunque con unos posicionamientos de las partes muy distintos) o el enfrentamiento directo con el régimen comunista ha estado sobre la mesa en diversos momentos de la historia más actual. 

La segunda guerra del opio (1856-1860) y la agenda propia de Washington 

En la primera mitad del siglo XIX, los occidentales se aprovecharon de la debilidad que la China de la dinastía Qing exhibió en la primera guerra del opio (1839-1842) para obtener beneficiosos acuerdos comerciales. EE UU no se había quedado a la zaga y, en 1844, había firmado el Tratado de Wanghia —el primer gran pacto diplomático entre Pekín y Washington—, por el que los estadounidenses obtenían importantes privilegios económicos y políticos. 

A lo largo de la década de los 50, Gran Bretaña se amparó en las cláusulas de su propio tratado para renegociarlo y obtener más beneficios. Francia, EE UU y Rusia se sumaron a estas demandas. La dinastía Qing trató de resistirse, pero Londres aprovechó un incidente con un mercante con su bandera para declarar la guerra a China y ofreció al resto de occidentales unirse a las operaciones militares, solo París aceptó. 

EE UU no quería hostilidades abiertas con la dinastía Qing y prefirió mantener las negociaciones diplomáticas, aunque sí que envió barcos y marines para proteger sus intereses en los enclaves donde tenía presencia. En uno de estos puertos, Cantón (actual Guangzhou), y tras una batalla entre chinos y británicos, desembarcaron 150 marines para proteger ciudadanos y propiedades estadounidenses.

Cuando estos marines se dispusieron a retirarse, fueron atacados por los cañones de las fortificaciones que protegían el puerto de Cantón. Como represalia a esta agresión, el 16 de noviembre de 1856 tres barcos de la US Navy —la fragata USS Jacinto y los balandros USS Levant y USS Portsmouth—atacaron estas baterías artilleras durante cuatro días. 

En estos combates, conocidos como la batalla de los fuertes del río de las Perlas, murieron 7 estadounidenses y entre 250 y 500 chinos según las cifras que ofrece el historiador Edwin Howard Simmons en su libro The United States Marines. A History (Naval Institute Press, 1974). 

Tal y como había sucedido ya con los británicos en la primera guerra del opio, este enfrentamiento armado volvió a certificar la superioridad militar de las armas occidentales. A partir de estos conflictos con las grandes potencias occidentales, los diversos ejércitos chinos cayeron en una más que patente inferioridad tecnológica que llegó hasta bien entrada la siguiente centuria. De hecho, esta desventaja no se ha superado hasta la relativamente reciente modernización militar de la República Popular.

Vista aérea de buques de carga atracados en una nueva terminal de contenedores automatizada del puerto de Nansha, en Guangzhou, China. (Liu Wei/VCG/Getty Images)

La implicación de EE UU no fue a más, al menos de manera oficial (uno de sus militares navales intervino por su cuenta en favor de los británicos durante la batalla de los fuertes de Taku en 1859), pero sí que se implicaron en las negociaciones diplomáticas que le proporcionaron la apertura de más puertos al comercio. 

Este interés por la apertura de puertos para el comercio era el eje de las guerras comerciales que también vivía Asia en el siglo XIX. Por entonces, Gran Bretaña y EE UU eran las potencias abanderadas del librecambismo, aprovechándose de sus pujantes industrias para vender productos fuera de sus fronteras.

Esto llevó a las potencias occidentales a abrir mercados —ya fuera con acuerdos diplomáticos o por la fuerza, como en el caso de China—. En el caso concreto de Washington, en Asia, no solo presionaron a la dinastía Qing, Corea y Japón también sufrieron intimidaciones.

La expedición a Taiwán en 1867 o los cambios de contexto histórico

La siguiente intervención armada estadounidense en territorio de la dinastía Qing se produjo en Taiwán hacia 1867. El 12 de marzo de ese año, el mercante norteamericano Rover naufragó en las costas de Formosa, entonces era habitual referirse a la isla con su antiguo nombre portugués. La tripulación fue masacrada por nativos paiwan. A las pocas semanas, un barco británico descubrió el destino de estos marineros. 

El Escuadrón de las Indias Orientales de la US Navy decidió realizar una acción de represalia contra esta tribu. La dinastía Qing se desentendió del incidente ya que, por entonces, solo controlaba determinados puntos de la costa taiwanesa. Desembarcó un contingente de 181 marineros e infantes de marina, pero pronto fueron hostigados por los paiwan que se mostraron muy hábiles con las tácticas guerrilleras. 

El líder del contingente norteamericano, el comandante Alexander MacKenzie, fue la única baja mortal de los incursores, pero fue suficiente para que el contingente de EE UU se retirase. Los propios marines reconocieron que no habían causado bajas entre los paiwan. 

La solución que encontraron los estadounidenses puede resultar curiosa si se compara con la tensión actual que protagonizan Washington y Pekín por Taiwán. Tras la fallida expedición de 1867, los oficiales de la US Navy escribieron informes que aseguraban que, la mejor manera de evitar más incidentes como el del Rover, era, indispensablemente, que China afianzara su control sobre Formosa. 

Esta idea no se quedó solo en palabras. Charles le Gendre, un diplomático y militar estadounidense, dirigió de facto a las tropas chinas del gobernador de Fujian que desembarcaron en la isla el 25 de julio de 1867. En el siglo XIX, era habitual que oficiales occidentales comandaran contingentes de otros países en calidad de comandantes y asesores. 

Con la exhibición de fuerza, Le Gendre logró negociar un acuerdo con los paiwan y otros pueblos nativos de Taiwán para que no atacaran a los náufragos de los mercantes estadounidenses y europeos. El pacto se respetó, aunque los nativos taiwaneses continuaron atacando a marineros japoneses, lo que llevó a Tokio a enviar expediciones de castigo. 

La rebelión de los boxers, 55 días para llegar a Pekín 

En las décadas que siguieron a las guerras del opio, los países occidentales fueron estableciendo zonas de influencia en China, cuando no lograron el control directo de algunos territorios. EE UU quería mantener las apariencias con su habitual discurso anticolonial y su postura diplomática era la de defender sus intereses comerciales con la política de puertas abiertas en los territorios de los Qing. 

La influencia económica y política de los occidentales (y japoneses) despertó un fuerte resentimiento en diversos estamentos de la sociedad china. Este malestar cristalizó en la formación de la sociedad de Los Puños Justos y Armoniosos que comenzó a atacar a extranjeros. Su popularidad fue en aumento y se ganó el apoyo de miembros destacados de la corte de la emperatriz Ci Xi. 

Los extranjeros llamaron boxers a los miembros de esta sociedad porque practicaban artes marciales y, en la época, estas técnicas de lucha se conocían en Occidente como boxeo chino. Los ataques fueron en aumento y las embajadas reclamaron al gobierno chino que garantizara su seguridad, así como que permitiera el despliegue de tropas. 

El 5 de junio de 1900, los boxers cortaron el ferrocarril que unía Pekín con el puerto de Tianjin (posible punto de llegada de tropas extranjeras). Dos semanas después, los insurgentes, apoyados por tropas de la dinastía Qing, comenzaron los ataques directos contra el barrio diplomático de la capital que estaba protegido por unos 400 soldados occidentales, de los cuales unos 61 eran estadounidenses. 

Para ayudar a las embajadas se formó la entonces conocida como Alianza de las Ocho Naciones (que incluía a Gran Bretaña, Francia, Alemania, Rusia, Austria-Hungría, Japón, Italia y EE UU). Estos países reunieron un contingente de unos 18.000 soldados de los cuales 2.500 eran estadounidenses. Esta fuerza tuvo que abrirse paso combatiendo desde el puerto de Tianjin hasta la capital china. 

Desde el puerto de Tianjin tardaron 55 días en alcanzar Pekín y tuvieron que avanzar a lo largo de casi 130 kilómetros combatiendo contra los boxers y las tropas Qing. Al final, el contingente de la Alianza de las Ocho Naciones asaltó la capital china, con un papel destacado de las fuerzas estadounidenses con su asalto a las murallas de la Ciudad Imperial. 

La emperatriz Ci Xi aceptó las condiciones que les impusieron las potencias como el pago de una indemnización equivalente a 61.000 millones de dólares actuales. La conocida como rebelión de los boxers fue la herida de muerte de la dinastía Qing. Apareció un fuerte sentimiento nacionalista que vio el sistema imperial como fuente de la decadencia del país y que, a la larga, propiciaría la aparición de los dos grandes partidos políticos que marcarían la historia de China en el siglo XX: el Kuomintang y el Partido Comunista. 

Ambas formaciones incorporaron a su discurso el concepto del “siglo de la humillación” para referirse a todas las agresiones extranjeras que sufrió el país desde la primera guerra del opio hasta el enfrentamiento con Japón en los 30 y 40. 

Hoy en día, Pekín aún rescata esta dialéctica. En marzo de 2021, con motivo de una serie de sanciones contra cargos del régimen comunista por la represión de los uigures en Xinjiang, Hua Chunying, directora de Información del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Popular China, declaró que “ya han pasado los días en que las potencias extranjeras podían obligar a China a abrir sus puertas a cañonazos”.

El origen de la rivalidad, guerrilleros contra marines

En las primeras décadas del siglo XX, EE UU apoyó a la República de China (proclamada en 1911) para contener las ambiciones japonesas. Washington veía a Tokio como su principal rival geopolítico en el Pacífico y prestó ayuda al Kuomintang de Chiang Kai-shek cuando las tropas niponas atacaron al antiguo Reino del Centro en 1937. 

La colaboración fue a más durante la Segunda Guerra Mundial con el envío de abundante material militar y asesores estadounidenses para ayudar a las tropas chinas en la lucha contra Japón. 

En 1945, con la capitulación del Imperio del Sol Naciente, los marines de EE UU desembarcaron en China para supervisar el desarme y repatriación de las 63.000 tropas japonesas que habían quedado al norte del país tras el final de las hostilidades. Además, las fuerzas estadounidenses debían permanecer en las regiones septentrionales hasta que las del Kuomintang se pudiesen desplegar allí. 

La derrota japonesa implicó que el Kuomintang y los comunistas de Mao Zedong retomaran la guerra civil, que habían dejado en “suspenso” después de verse obligados a aliarse en 1937 con la invasión nipona. 

Los comunistas trataron de aprovecharse de la situación y ocupar los territorios que habían estado en manos japonesas. Poco a poco comenzaron las escaramuzas entre los guerrilleros de Mao y los marines con víctimas en ambos bandos. Washington no quiso verse implicado en la guerra civil y buscó la retirada de sus tropas. 

Pese a las reticencias estadounidenses, las escaramuzas entre marines y guerrilleros no tardaron en producirse. De este modo, comenzaron los recelos entre EE UU y el Partido Comunista de China (aunque por entonces, aún no se había hecho con el control de todo el país) y que marcó las primeras décadas de la Guerra Fría y ha vuelto a surgir con fuerza en el siglo XXI. 

El incidente más grave se produjo el 4 de abril de 1947, cuando guerrilleros comunistas atacaron un depósito de municiones y mataron a cinco marines e hirieron a otros 16. La Casa Blanca evitó una escalada y ordenó a sus tropas que se replegaran a sus bases hasta completar la retirada. En 1949, el último año de la guerra civil en China, ya no quedaban fuerzas de EE UU en el país.

Corea, el gran enfrentamiento en una guerra olvidada

Un soldado surcoreano y otro estadounidense montan guardia en la aldea fronteriza de Panmunjom entre las dos Coreas durante una ceremonia para conmemorar el 66 aniversario del armisticio de la Guerra de Corea el 27 de julio de 2019 en Panmunjom, Corea del Sur. (Chung Sung-Jun/Getty Images)

Los enfrentamientos entre guerrilleros y marines solo fueron una pequeña antesala de lo que vendría. EE UU no reconoció al régimen comunista cuando se hizo con la victoria en la guerra civil china el 1 de octubre de 1949. Para Washington, el gobierno legítimo seguía siendo el de Chiang Kai-sek que se había establecido en Taiwán. En junio de 1950, la atención estadounidense pareció centrarse en la guerra de Corea, en la Casa Blanca y el Pentágono pronto surgió el debate sobre si Mao Zedong acudiría en ayuda de los norcoreanos. 

La postura de Pekín parecía clara. Zhou Enlai, ministro de Asuntos Exteriores de la República Popular, advirtió públicamente de las consecuencias de un avance de EE UU y sus aliados en la península coreana, pero nadie pareció tomárselo muy en serio en el bando estadounidense. 

El general Douglas MacArthur, comandante en jefe de las fuerzas de Naciones Unidas en Corea, creía que la intervención de los comunistas chinos sería puntual, y no tomó excesivas precauciones cuando sus tropas cruzaron el paralelo 38 y avanzaron sobre Corea del Norte. El 19 de octubre de 1950, las tropas estadounidenses y sus aliados ocuparon Pyongyang, Mao consideró que había llegado el momento de actuar. 

Desde la perspectiva de Pekín, la presencia de tropas estadounidenses en la frontera con Corea del Norte ponía en peligro la seguridad nacional china. MacArthur desestimó los primeros informes de escaramuzas con las fuerzas de Mao, al considerar que era una intervención testimonial. Pero, a finales de 1950, 250.000 soldados de la República Popular lanzaron una gran ofensiva en las cercanías del río Yalu que obligó a las tropas de la ONU a retroceder hacia el paralelo 38. 

Mao no declaró la guerra oficialmente a EE UU y sus aliados, sino que sus tropas operaron bajo la designación de Ejército Popular de Voluntarios. La intervención china trajo alguna de las grandes batallas de esta guerra como la del embalse de Chosin (donde los marines tuvieron que retirarse para evitar verse rodeados) o las tres batallas de Seúl, cuando la capital surcoreana fue cambiando de manos entre enero y abril de 1951. O el choque en Hoengsong entre el 11 y el 15 de febrero de 1951, donde las fuerzas estadounidenses sufrieron una de sus peores derrotas en el conflicto con 726 muertos y 1.200 heridos. 

La guerra de Corea marcó dos décadas de relación hostil entre Washington y Pekín. El paralelo 38 quedó como un foco de tensión, pero pronto se fue más allá y ambos países rivalizaron en varios puntos de Asia. En primer lugar, y como sucede hoy en día, el pulso se centró en el Estrecho de Taiwán con dos crisis (en 1954-55 y 1958). En ellas, EE UU no dudó en exhibir músculo militar, incluido el nuclear, para intimidar a la República Popular y lograr que así relajara la presión sobre Taipei. 

Vietnam también sería el escenario de esta rivalidad. Pekín y Washington ayudaron respectivamente a comunistas vietnamitas y franceses. Cuando EE UU intervino en el país del Sudeste Asiático, Mao envió miles de asesores y armamento antiaéreo para ayudar en la defensa de Hanoi frente a los bombardeos estadounidenses. 

Esta hostilidad entre EE UU y la República Popular terminó a principios de los 70 cuando ambos países vieron más beneficios en colaborar en sus respectivas pugnas con la Unión Soviética. Una disuasión que comenzó a romperse en la segunda mitad de los 90 con la tercera crisis en el Estrecho de Taiwán (1996) y la rivalidad que ha despertado el auge de China desde comienzos del siglo actual.