Mientras que en China se impusieron grandes cuarentenas físicas, en Corea del Sur o Singapur se apuesta por el cibercontrol de los individuos. Ambas estrategias han funcionado, pero ninguna sale gratis y ambas requieren sacrificios sociales.

Europa es ya el nuevo epicentro del coronavirus a escala mundial. Con los números de infectados aumentando dramáticamente en países como Italia o España, el continente europeo está sustituyendo a Asia como el lugar donde el COVID-19 está generando más daños humanos. En este momento crítico, quizás sería bueno observar y aprender de la estrategia exitosa que han seguido varios países de Asia Oriental para combatir la epidemia.

coronavirus_Singapur
Una pareja pasa al lado de unas pantallas que registran las temperaturas de las personas a causa de la pandemia del coronavirus, en el aeropuerto de Singapur. ROSLAN RAHMAN/AFP via Getty Images

El caso de China es el de más magnitud, ya que ha conseguido limitar los nuevos casos de infectados de manera drástica, pese a ser el país que acumulaba más afectados y fallecidos de lejos. Pero también es significativo el caso de Corea del Sur, donde la epidemia empezó con mucha fuerza en los primeros días, pero se detuvo y disminuyó la curva de infectados gracias a medidas efectivas. O los ejemplos de Singapur, Hong Kong, Vietnam o Taiwán, donde, pese a la proximidad con China continental, se ha mantenido un número de infectados muy bajo. Todos estos ejemplos ofrecen la esperanza de que el virus pueda no sólo ser contenido y su impacto espaciado en el tiempo, sino eliminado de manera completa —al menos a nivel nacional—.

El caso chino se ha contrastado con los demás por ser el que ha apostado más drásticamente por restricciones del movimiento y la actividad, con enormes cuarentenas y confinamientos. Pero, pese a que países como Corea del Sur o Singapur no han cerrado a todos sus ciudadanos en casa, sí que han impuesto estrictas medidas de control social y de cibervigilancia, que —antes de la epidemia— muchos en Occidente habrían calificado de “distópicas”.

¿Cómo han luchado contra el coronavirus esta variedad de países asiáticos? ¿Cuáles han sido sus medidas más efectivas?

El ejemplo de éxito más conocido —pero también más polémico— ha sido el de China. Allí, el Partido Comunista impuso una cuarentena a la provincia de Hubei, donde estalló el primer foco de contagio del coronavirus, y ordenó el confinamiento de la gente en sus hogares en todo el país, paralizando la economía china y, por tanto, realizando un gran sacrificio social. Inicialmente, buena parte de la prensa internacional calificó esta medidas como “draconianas” e incluso exageradas —lo que, en parte, explica cómo el virus ha cogido tan desprevenido a Occidente—. Pero después muchas de estas mismas cabeceras han reconocido el éxito de la estrategia china e incluso países occidentales como Italia la han copiado.

Quizás el aval más importante recibido por Pekín ha sido el de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que en su informe de la situación en China calificó esta estrategia como “posiblemente el esfuerzo de contención de una enfermedad más ambicioso, ágil y agresivo de la historia”. También afirmaba que este sacrificio social y económico había “evitado, o al menos retrasado, centenares de miles de casos de COVID-19 en el país” y, por extensión, en el resto del mundo.

La dura respuesta de China continental se ha comparado con la de otros territorios como Corea del Sur, Hong Kong o Singapur, donde las restricciones a la actividad o al movimiento no han sido tan estrictas. En este sentido, algunos consideran que el modelo de estos lugares vecinos sería más razonable. Pero, antes de analizar estas respuestas —que también tienen sus costes sociales— es importante destacar dos factores. En primer lugar, que China continental fue la primera en tener que lidiar con esta crisis, por lo que su margen de reacción era escaso y el número de casos que ya acumulaba cuando empezó a actuar era alto —culpa de la lenta y criticada reacción de las autoridades de Hubei, donde estalló el brote de coronavirus—. En segundo lugar, hay que tener en cuenta que, al tratarse del país más poblado del mundo, es probable que estrategias menos contundentes pudieran haber tenido muchas más posibilidades de error, con peligrosas consecuencias para el país y el resto del mundo.

Entonces, ¿en qué se diferencia la actuación de los territorios vecinos de China a la estrategia seguida por Pekín?

Una característica común que comparten estos lugares —Corea del Sur, Hong Kong, Taiwán, Singapur o Vietnam— es que todos ellos experimentaron la epidemia del SARS de 2003. Eso hizo que los gobiernos de todos estos territorios se preparan logística y estratégicamente ante una eventual nueva epidemia. El SARS también hizo que la ciudadanía se concienciara fuertemente sobre los peligros de este tipo de epidemia, cosa que ha permitido un grado muy alto de coordinación social con las autoridades y sus medidas de contención —como, por ejemplo, el confinamiento voluntario en casa o la ausencia voluntaria de vida social—.

Aunque los gobiernos de estos lugares no han impuesto cuarentenas o confinamientos generales, sí que han ejercido un grado de control social muy alto, especialmente en los casos de personas infectadas. Mediante el uso de tecnología, análisis de datos, rastreo de teléfonos móviles o cibercontrol se ha vigilado a los infectados en cuarentena —y sancionado drásticamente a los que se la saltaban—. También esa indagación en los datos privados ha permitido trazar los recorridos que han hecho los infectados en los días previos a su diagnóstico, cosa que permite avisar a los otros ciudadanos que han pasado por esos lugares o crear mapas de infección que se divulgan públicamente. Aunque estos modelos suelen calificarse como más “democráticos” que el chino, hay que destacar que el nivel de control, invasividad digital y de exposición pública de datos privados habrían hecho saltar las alarmas de Occidente hace pocos meses —percepción sobre la tecnología que quizás cambia a raíz de esta pandemia—.

Otro factor común en estos territorios es que, en algún momento u otro, restringieron los vuelos de ciertas zonas o ciudades de China, u otros lugares con gran número de infectados —contraviniendo así las instrucciones de la OMS—. También impusieron, en algunos casos, cuarentenas obligatorias de dos semanas a los llegados de zonas consideradas de riesgo, incluidos los asintomáticos.

El caso más comentado —y puesto como contraste al modelo chino— es el de Corea del Sur. Allí la epidemia empezó con fuerza e hizo saltar las alarmas, pero en la actualidad los casos han conseguido reducirse fuertemente. Una de las claves del modelo surcoreano ha sido la cantidad masiva de tests que se hacen en el país, unos 15.000 al día, incluso a gente sin síntomas pero con riesgos de haberse contagiado —cosa que contrasta con algunos países occidentales donde no hay kits de testeo incluso para los casos sintomáticos—. Gracias a este control masivo es más fácil localizar los focos de contagio y poder detener y prevenir de manera efectiva la epidemia. Después de la crisis y muertes que Corea del Sur sufrió por otro virus más peligroso, el MERS, se llevaron a cabo cambios legislativos para una aprobación rápida de la fabricación de kits para hacer pruebas de nuevos virus.

El Gobierno surcoreano también ha resaltado como clave en la contención de la epidemia su sistema público de salud —algo que comparte con otros de los ejemplos citados—, donde los ciudadanos pueden acudir a hacerse los test de infección o ir al médico sin miedo a los costes económicos derivados.

La mayoría de ciudadanos de estos países —por un lado, a causa del recuerdo del SARS y, por otro, debido a ciertos valores culturales de disciplina, pensamiento comunitario y precaución social— han sido claves en la contención de esta epidemia. Un caso ejemplar es el de Vietnam, país en desarrollo que no tiene un sistema de salud o tecnología al nivel de sus vecinos más avanzados, pero que con una extrema precaución de las distancias sociales y medidas de higiene ha podido limitar fuertemente los casos de infectados. En todos estos lugares son omnipresentes los chequeos constantes de temperatura —desde edificios públicos hasta restaurantes—, pero también el uso de mascarillas que ayudan a evitar la extensión del virus.

Como puede verse, modelos como los de Corea del Sur o Singapur pueden ser menos drásticos que el de China, pero implican una fuerte vigilancia social mediante la tecnología, necesitan de una fuerte capacidad de despliegue e imposición, y un compromiso y coordinación social muy alto por parte de la población. Sea como sea, en la batalla global que supone el coronavirus, todos los ejemplos e ideas que puedan ayudar son una suma indispensable para detener la pandemia. El entendimiento entre Occidente y Asia es más importante que nunca.