La economía iraní entre sanciones internacionales y recortes internos.

MAJID SAEEDI/Gettyimages

La ola de cambio en el mundo islámico ha llegado en el peor momento para Irán. El aislamiento internacional que sufre el país por su programa nuclear ha golpeado significativamente a todo su sistema económico. Así, con un humor social poco proclive al Gobierno, con una oposición agazapada y una economía en crisis, los iraníes han visto lo sucedido en Túnez y en Egipto: la receta para la tormenta perfecta.

En cuanto a las sanciones internacionales impuestas por Naciones Unidas, desde Teherán afirman que las mismas no han generado ningún impacto significativo pero la realidad indica que la economía del país no pasa por buenos momentos. El Banco Central de Irán no publica desde 2008 el índice de crecimiento económico, sin duda porque tales datos mostrarían que la situación se separa de las auspiciosas estimaciones oficiales. Para el Banco Mundial, el volumen de la inversión externa ha caído hasta 2,9 billones de dólares en 2010 (unos 2000 millones de euros) y se espera que alcance 1,2 en 2011. Sin inversión y sin tecnología, disminuyen las posibilidades de explotar las inmensas riquezas de gas y petróleo que constituyen el 80% de los ingresos de Irán. El National Intelligence Estimate que se ha actualizado para el Congreso de EE UU en esta semana, afirma que incluso en el seno del régimen iraní hay divisiones acerca del futuro del programa nuclear debido al impacto de las sanciones internacionales.

La solución, para el Gobierno de Mahmud Ahmadineyad, ha sido la de eliminar de forma escalonada el amplio programa de subsidios estatales para ahorrar los 100 billones de dólares anuales que cuestan al Estado (un cuarto del PIB del país). Esta medida, impopular políticamente hablando, aunque necesaria para su economía, fue aprobada en enero de 2010, pero su puesta en práctica fue atrasándose primero para el nuevo año iraní (comenzaba el 21 de marzo del año pasado), luego para después del verano, para iniciarse al final el 22 de diciembre.

En los próximos cinco años, 16 productos y servicios (como gasolina, gasoil, queroseno, gas, electricidad, pan, agua, arroz, aceite, leche, trigo, servicios de correo y pasajes aéreos) tendrán precios de mercado, a medida que se retiran las ayudas del Estado. Para compensar a los ciudadanos, se deposita desde octubre de 2010, 40 dólares mensuales en las cuentas personales de 60 millones de iraníes (casi el 80% de la población) lo que suma un total mensual de 2,4 billones de dólares. Los economistas opinan que esto es contraproducente ya que una mayor liquidez interna genera irremediablemente inflación. En los últimos dos años la masa monetaria iraní ha crecido un 50%.

El producto de mayor importancia en perder los subsidios ha sido la gasolina. En Irán existe una diferenciación entre la que está subsidiada (limitada a 60 litros mensuales por vehículo) y la que no. A partir del 21 de enero, la primera cuesta 4000 riales (equivalente a 0,40 euros) casi un 400% más que su precio anterior. La no subsidiada tiene un valor de 7000 riales el litro. Desde que comenzaron a aplicarse los recortes en el combustible a comienzos del pasado mes de diciembre, su consumo ha caído un 20% sin que pueda saberse cuanto ha aumentado el descontento de los iraníes acostumbrados a que ésta sea barata y casi sin restricciones.

Con el intento de evitar un proceso inflacionario el Gobierno ha prohibido el aumento de los precios y ha utilizado a la milicia Basiji para controlar a quienes no cumplan esta medida. Recurrir a la fuerza muestra el temor que tiene el Estado ante el creciente descontento popular. Este grupo fue el encargado de chocar con los manifestantes después de las protestas derivadas de las elecciones presidenciales de junio de 2009 y su incorporación orgánica a los Pasdaranes (Guardianes de la Revolución) los convierte en los sostenedores del orden interno, la policía ideológica al mando del Ejecutivo.

Sin embargo, el aumento de los precios del petróleo podría ser la buena noticia y la salvación a corto plazo de la economía del país, ya que le permitirá mayores ingresos. De aquí que los niveles de crispación retórica hacia el exterior se mantengan altos y el tono sea desafiante. En la medida que el coste del crudo se mantenga alto, disminuirá también la posibilidad de una solución al problema del programa militar iraní.

Ese es el contexto económico y social iraní cuando comenzaron a llegar las noticias de lo sucedido en Túnez y Egipto.  El régimen ha aprendido las lecciones de las protestas de 2009 y mantiene un control estrechísimo sobre la población y sobre los líderes de los movimientos opositores. Sin embargo, los enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad y los manifestantes demuestran que el descontento es mayor que el control. La oposición política ve lo sucedido en el mundo árabe como una oportunidad más para expresar el malestar existente en el país.

Las palabras de apoyo del líder supremo y del presidente Ahmadineyad con lo sucedido en El Cairo tuvieron por objeto aprovechar la oportunidad política que le brindaba la debilidad de un viejo enemigo, el Gobierno de Mubarak. Pero hasta allí el apoyo al ejercicio del derecho de expresión popular, ya que casi al mismo tiempo se prohibía cualquier reunión en las calles iraníes. Un ejemplo claro de la política de doble rasero tan criticable por los gobernantes de la región.

Para concluir, la situación iraní actual combina un velado enfrentamiento dentro de la misma elite gobernante de Irán, una callada pero existente oposición al régimen y una mala situación económica con todas las consecuencias sociales que eso significa, en un contexto de aislamiento internacional.

La sociedad iraní ha cambiado drásticamente en los últimos treinta años. Ahora, es mucho más educada y joven que la que hizo la revolución contra el Sha. Es por ello que las reformas son imprescindibles y constituyen una demanda legítima. El Gobierno no debería malinterpretar la realidad y pensar que solo existen razones exógenas para el descontento.

 

 

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