A: Enrique Iglesias, secretario general permanente de las Cumbres Iberoamericanas

CC: Jefes de Estado y
de Gobierno en la Cumbre de Salamanca (14 y 15 de octubre)

DE: José Juan Ruiz

RE: Sacar a Iberoamérica de su pesimismo

MEMORÁNDUM FP. URGENTE: Crear una identidad iberoamericana. El nuevo secretario general tiene una difícil doble misión: ser la imagen de Iberoamérica y enviar al mundo el mensaje de que el continente existe y tiene futuro

La puesta en marcha de la Secretaría General de las Cumbres Iberoamericanas
y tu nombramiento al frente de la misma son las dos mejores noticias que
la comunidad iberoamericana ha sido capaz de generar en los últimos
meses. Que hayas sido elegido por unanimidad –en contraste con el espectáculo
que dimos en la Organización de Estados Americanos– no es prueba
de fatiga democrática, sino el reconocimiento sincero del respeto
político e intelectual que despiertas en la región.

Por otra parte, que tu designación haya sido interpretada como un
imaginativo intento para avanzar en la institucionalización de la
comunidad iberoamericana confirma mi idea de que los tuyos siempre te encomendaremos
las tareas más difíciles. Ya lo dice el bolero: “A eso
nos acostumbraste”. En los sucesivos cargos que has ocupado nos has
habituado a esperar siempre lo mejor. Lo que más falta nos hacía:
en la Comisión Económica para América Latina y el Caribe
(CEPAL), el afianzamiento de un suave pero imprescindible viraje hacia la
sensatez en la estrategia regional de crecimiento; en el Banco Interamericano
de Desarrollo (BID), el acceso a unos entonces escasísimos recursos
financieros; ahora, en la Secretaría General Iberoamericana, la determinación
y la voluntad de crear una identidad iberoamericana compartida que tenga
contenido político, cultural y, ciertamente, económico en la
era de la globalización.

No debe extrañarte que te hagan estos encargos. Al fin y al cabo,
como hace poco te dijo en Sevilla Francisco Luzón, director general
de la división para América del Banco Santander Central Hispano,
para muchos de nuestra generación representas sentas la imagen del
triunfo social: un intelectual solvente, honrado y entregado a la difícil
tarea, para muchos utópica, de facilitar el progreso de Iberoamérica.
Aunque ninguna de tus muchas cualidades y capacidades van a estorbarte, la única
que realmente te será imprescindible es tu optimismo. Tu optimismo
racional. Y ello porque, como ya habrás podido advertir, una vez más
los iberoamericanos de uno y otro lado del Atlántico estamos a punto
de sufrir uno de nuestros seculares ataques de desconfianza en nosotros mismos.
Los viejos fantasmas –a este lado, “el ser o no ser de España” o
la desesperanza portuguesa; en el de allí, la corrupción y
el populismo– parecen aprestarse a crispar nuestras sociedades y a
amargar el porvenir de unas cuantas generaciones más. Aunque ni siquiera
tu entusiasmo y energía serán capaces de ahorrarnos plenamente
este nuevo embate de pesimismo, somos algunos los que esperamos encontrar
en el progreso de Iberoamérica el antídoto a la desesperanza
que localmente se nos viene encima.

Lo interesante es que, en esta ocasión, el sentimiento de identidad
que algunos tenemos no es sólo producto de la historia y de la cultura
compartidas. Por supuesto que, a algunos, el iberoamericanismo les sigue
naciendo de la necesidad de preservar sus raíces en un mundo crecientemente
globalizado y convergente. Pero a muchos lo que les motiva son los intereses
políticos y económicos que se han ido entrelazando en nuestra
comunidad a lo largo de las primeras décadas de la globalización.
Y especialmente la intuición de que, si se progresa en una mayor integración
supranacional y de los mercados de la sociedad iberoamericana, será más
probable coincidir en mejores prácticas.

La ‘maldición’ de América
Latina

Sea cual sea la razón o mezcla de razones, lo importante es que somos
muchos los que hacemos fuerza para que te vaya bien en tu nuevo trabajo.
Además de casi todos los motivos anteriores, a mí lo que me
mueve es una agridulce combinación de amistad e ira. La primera no
requiere más explicación, y, en cuanto a la segunda, se produce
ante la resignación con la que algunos –muchos, demasiados– aceptan
la existencia de una maldición latinoamericana que eternamente nos
condena a ser menos libres, a convivir con instituciones más débiles
e impredecibles y a ser menos prósperos que el resto de la humanidad.

Son los defensores del “no hay nada que hacer. Nuestra región
es así y seguirá siempre siéndolo”. Los que están
tan convencidos de la existencia de esa maldición llevan mucho tiempo
sin molestarse en comprobar si sus prejuicios se ajustan a la realidad y
prefieren utilizar frases prefabricadas (ya sabes: “Latinoamérica
no crece”, “el neoliberalismo de los años 90 ha hecho
aumentar la pobreza y la desigualdad en la región”, “la
corrupción es generalizada y disminuye el apoyo a la democracia”)
antes que hacer el esfuerzo de consultar los datos y constatar que hay países
que están progresando y otros retrocediendo. Historias de éxitos
y de fracasos. Sociedades más libres, justas y prósperas, y
sociedades rigurosamente vigiladas y empobrecidas. Para nuestra desgracia,
mientras que el milagro económico de algunas economías asiáticas
se ha convertido en el éxito sin matices de toda una zona, en Iberoamérica,
las recaídas y crisis recurrentes de algunos se asimilan con el fracaso
de toda la región. Con el fiasco iberoamericano. Con nuestra condena
a ser permanentemente un continente de futuro.

Por eso, la secretaría debería ser capaz de devolvernos la
esperanza de que, pese a lo que ocurre en algunos países, esta vez
sí es posible. Que en esta ocasión, apoyándonos en lo
que, sin duda, son las mejores condiciones políticas, económicas
y financieras de las últimas cuatro décadas, la zona va a trabajar
para llegar a los bicentenarios de la Constitución de 1812 y de las
independencias en buena forma. Que vamos a ser capaces de honrar las expectativas
de libertad, democracia, justicia y prosperidad que comenzamos a albergar
hace 200 años, cuando decidimos adentrarnos en la contemporaneidad.
Frente a la parálisis que en algunos produce el miedo a tener éxito,
quienes creemos en la región tenemos que parar los golpes, templar
los ánimos y mandar a la sociedad civil latinoamericana ese mensaje
de esperanza.

Probablemente, es la misión más clara y necesaria que habría
que encomendarle a tu secretaría. Ser la imagen de Iberoamérica
más allá de las cumbres. Mandarle a la sociedad global el mensaje
de que el continente existe y que tiene presente y futuro. No somos los únicos
que hemos pensado en esto. Si la historia y las lenguas son las que dan sentido
a Iberoamérica, en el caso de las Américas es la no menos inmutable
geografía la que se lo otorga. Sería un tremendo error táctico
y estratégico que quienes creemos en las alianzas transnacionales
nos empeñáramos en oponer la una a la otra, en lugar de buscar
las complementariedades y posibilidades de colaboración.

Sin duda, ello te exigirá un delicado trabajo político con
los que a este lado del Atlántico todavía sueñan con
hegemonías y puentes exclusivos hacia Europa –¡y ahora
también a China!–, y con los que en la otra orilla replican
la simpleza fundamentalista de la filosofía de los ejes
del mal,
y
culpan de sus fracasos a los vecinos más ricos.

Averiguar cómo los países latinoamericanos son capaces de
potenciar los efectos positivos de sus alianzas complementarias con la península
Ibérica y el norte de América será una de las tareas
más estimulantes y decisivas de tu trabajo.

Si fallamos en eso, fallaremos en el resto. Porque si Iberoamérica
y las Américas no encuentran un espacio de colaboración, lo
que pasará, sencillamente, es que se romperá la pretendida
unidad latinoamericana. No será un fracaso de España, Portugal,
Canadá o EE UU –¡que también!–, sino un fracaso
de los países grandes, medianos y pequeños del continente,
que volverán a demostrar que una Latinoamérica unida e integrada
sigue siendo el sueño que sólo hay que sacar a pasear el día
del prócer de la patria. Hablando de Estados Unidos, supongo que habrás
visto que algunos de tus antiguos colegas de Washington, organizados en una
potente task-force, han decidido que el trabajo de presidente del Banco Mundial
merece el calificativo de más “difícil” del mundo.
Tan en serio se lo han tomado que le han asignado cinco tareas cruciales –entre
ellas, aumentar el protagonismo del banco en China e India–, y le han
proporcionado cuatro principios operativos, entre los que, inevitablemente,
aparecen el crecimiento sostenible y la mejora de la gobernanza. Aunque no
hay duda de que el trabajo de Paul Wolfowitz es tan importante como complicado,
quizás a tus colegas se les haya ido la mano de la arrogancia a la
hora de calificarlo. Se me ocurren –y supongo que a ti también– algunos
en nuestra región que serían muy buenos competidores para el
título.

En cualquier caso, más que por atribuirse dificultades homéricas,
el documento sorprende por la precisión con la que se señalan
las metas y los objetivos instrumentales. Poco que ver con nuestra tradición
burocrática. El reglamento de tu secretaría te atribuye ni
más ni menos que 15 competencias, al tiempo que detalla con minuciosidad
tus atribuciones y las de tus colaboradores, la sede, el presupuesto, el
régimen sucesorio y los idiomas oficiales de la nueva institución.
Pero no te asustes. Acostumbrado a leer entre líneas la prosa administrativa,
mi conclusión es que realmente eres muy afortunado.

No más diagnósticos
Más allá de la obligación de contribuir a preparar las
cumbres y de colaborar para que sus acuerdos se apliquen, tienes las manos
libres para fijar la agenda de trabajo de la institución, y para definir
los criterios por los que se va a medir si tu labor y la de tus colaboradores
aportan valor o no a la comunidad iberoamericana. Eres –creo que siempre
lo has sido– mucho más libre que Wolfowitz. De hecho, hasta
que se den cuenta, tu único límite es el que te impongan tu
imaginación y tu capacidad de atraer aliados al proyecto. Y en ambos
terrenos tienes un enorme recorrido.

Precisamente, aprovechando tu inveterada capacidad de convocatoria, someto
a tu consideración cuatro o cinco ideas prácticas que espero
te puedan resultar útiles. La primera es muy simple. En Iberoamérica,
tener imaginación es más una cuestión de encontrar soluciones
que de buscar problemas. O dicho más llanamente, te rogaría
que la secretaría no se convirtiese en otro servicio de estudios.
Tu función es primordialmente política, no académica.

No nos hacen falta más diagnósticos solemnes sobre los problemas
de Iberoamérica. No gastes un solo día de trabajo en esa tarea.
Adopta en tu cargo el principio de subsidiariedad intelectual. Recopila y
aprovecha lo que otros –gobiernos, organismos multilaterales, universidades,
empresarios, investigadores y resto de la sociedad civil– han elaborado
a lo largo de los años. Convierte la página web de la secretaría
en una de las puertas de entrada, segura, acreditada y confiable al estudio
de nuestra región. Haz que sea el Google y la Wilkipedia de Iberoamérica.

Pero, por favor, no más diagnósticos. Desde hace tiempo sabemos
lo que nos ocurre. Ahora hay que pasar a la siguiente fase: tratar de resolver
los problemas. Y quizás el primer paso en esa dirección debería
ser la sustitución en nuestros discursos de los adjetivos por números.
Por datos objetivos, producidos de forma independiente y con fiabilidad contrastada.

Los problemas de nuestras sociedades son graves per se y han demostrado
tal persistencia que no hay por qué adornarlos con fatalismo y medias
verdades. Necesitamos precisión a la hora de evaluar nuestros éxitos
y fracasos. Datos fiables sobre los que fundamentar nuestros debates y hacerlos
operativos. Tenemos que contar con un grupo muy concreto de objetivos, y
conseguir que estén formulados y cuantificados de forma precisa.

No te propongo que la secretaría se dedique a confeccionar estadísticas.
Ya hay otras instituciones que lo hacen con gran profesionalidad. Lo que
propugno es que, tras el oportuno debate, se identifiquen cuáles son
los cinco o seis objetivos que Iberoamérica, y cada uno de los países
que la forman, debería perseguir en los próximos 10 años
si realmente quieren estar en condiciones de despegar.

Objetivos del Milenio para Iberoamérica
En cierta forma, lo que te propongo es que tratemos de elaborar la versión
iberoamericana de los Objetivos del Milenio de Naciones Unidas. Contar con
ese modelo daría mucha claridad a la discusión sobre el rumbo
a tomar. Por encima de la palabrería y los buenos deseos, tendríamos
el cuadro de preferencias reveladas que como comunidad somos capaces de acordar.
Y, por supuesto, no sólo enunciar compromisos, sino medir anualmente
el grado de cumplimiento de las metas autoimpuestas. Un examen periódico
que daría constancia de quién avanza y quién no. Un
informe que la secretaría debería regularmente trasladar al
plenario de la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno.

Mi tercera recomendación es que no cargues toda la responsabilidad
en los gobiernos. No les devuelvas la libertad que te han dado para elegir
tus objetivos. Aprovéchala y convoca a las universidades, a los organismos
provinciales y locales, a los partidos políticos, a las empresas y
los empresarios, a los sindicatos y consumidores a sumarse al esfuerzo. Iberoamérica
son ellos, aunque sean los otros quienes fallan los goles.

Pero no hagas de esta apertura a la sociedad civil un acto meramente protocolario
y unidireccional. Exígeles que para participar vengan con un proyecto
concreto bajo el brazo. Y adviérteles de que el objetivo no es la
grandiosidad, sino la eficacia. Hacer cosas mejor que vender expectativas.
Y que todos tenemos urgencia histórica. Que nuestra legitimidad y
la de nuestras instituciones depende tanto de la calidad de nuestra gobernanza
como de los resultados que podamos ofrecer a los representados y a la sociedad
en general.

Finalmente, y ya sé que es mucho pedir, procura convencer a nuestra
clase política de que haga todo lo posible por no despilfarrar su
legitimidad. Aunque sólo sea porque su capacidad para preservar su
capital está fuertemente correlacionada con la credibilidad internacional
del continente. Que sean éticos, si no por convencimiento, al menos
por precaución. Aunque nadie parece escarmentar en cabeza ajena, tenemos
experiencia acumulada suficiente para saber que los tejemanejes siempre salen
a la luz, y cada vez más pronto que tarde.

Confianza en los políticos
Y que para que la política importe es imprescindible que los políticos
valgan, sean respetados. Y que hoy eso no ocurre. Que algo tendrán
que hacer. Y rápido.

Y si te quedan energías, convénceles para que abandonen toda
tentación redentorista. El mundo no ha comenzado con ninguno de ellos
ni acabará –previsiblemente– cuando concluyan sus mandatos.
En la política, como en la vida, hay que descartar la idea adolescente
de que se puede empezar de nuevo cada mañana. No es verdad. El pasado
nos condiciona –para bien y para mal–, pero, siendo sinceros,
buena parte de nuestros problemas derivan de los recurrentes intentos que,
individual y colectivamente, hemos hecho para hacer tabla rasa de todo lo
anterior, aun al precio de violentar la ley, el Estado de Derecho o los más
profundos consensos nacionales. Nos ha ido muy mal con esa estrategia, y
a quienes persisten en ella, les sigue yendo mal. Hazles ver que el respeto
a la democracia, a la seguridad jurídica y a la economía de
mercado, probablemente, sea el camino más rápido y ensayado
para que el continente deje atrás sus frustraciones de dos siglos
y pueda celebrar como es debido sus bicentenarios. El bicentenario de su
libertad… esta vez hermanada con su prosperidad.

A: Enrique Iglesias, secretario general permanente de las Cumbres Iberoamericanas

CC: Jefes de Estado y
de Gobierno en la Cumbre de Salamanca (14 y 15 de octubre)

DE: José Juan Ruiz

RE: Sacar a Iberoamérica de su pesimismo

MEMORÁNDUM FP. URGENTE: Crear una identidad iberoamericana. El nuevo secretario general tiene una difícil doble misión: ser la imagen de Iberoamérica y enviar al mundo el mensaje de que el continente existe y tiene futuro

La puesta en marcha de la Secretaría General de las Cumbres Iberoamericanas
y tu nombramiento al frente de la misma son las dos mejores noticias que
la comunidad iberoamericana ha sido capaz de generar en los últimos
meses. Que hayas sido elegido por unanimidad –en contraste con el espectáculo
que dimos en la Organización de Estados Americanos– no es prueba
de fatiga democrática, sino el reconocimiento sincero del respeto
político e intelectual que despiertas en la región.

Por otra parte, que tu designación haya sido interpretada como un
imaginativo intento para avanzar en la institucionalización de la
comunidad iberoamericana confirma mi idea de que los tuyos siempre te encomendaremos
las tareas más difíciles. Ya lo dice el bolero: “A eso
nos acostumbraste”. En los sucesivos cargos que has ocupado nos has
habituado a esperar siempre lo mejor. Lo que más falta nos hacía:
en la Comisión Económica para América Latina y el Caribe
(CEPAL), el afianzamiento de un suave pero imprescindible viraje hacia la
sensatez en la estrategia regional de crecimiento; en el Banco Interamericano
de Desarrollo (BID), el acceso a unos entonces escasísimos recursos
financieros; ahora, en la Secretaría General Iberoamericana, la determinación
y la voluntad de crear una identidad iberoamericana compartida que tenga
contenido político, cultural y, ciertamente, económico en la
era de la globalización.

No debe extrañarte que te hagan estos encargos. Al fin y al cabo,
como hace poco te dijo en Sevilla Francisco Luzón, director general
de la división para América del Banco Santander Central Hispano,
para muchos de nuestra generación representas sentas la imagen del
triunfo social: un intelectual solvente, honrado y entregado a la difícil
tarea, para muchos utópica, de facilitar el progreso de Iberoamérica.
Aunque ninguna de tus muchas cualidades y capacidades van a estorbarte, la única
que realmente te será imprescindible es tu optimismo. Tu optimismo
racional. Y ello porque, como ya habrás podido advertir, una vez más
los iberoamericanos de uno y otro lado del Atlántico estamos a punto
de sufrir uno de nuestros seculares ataques de desconfianza en nosotros mismos.
Los viejos fantasmas –a este lado, “el ser o no ser de España” o
la desesperanza portuguesa; en el de allí, la corrupción y
el populismo– parecen aprestarse a crispar nuestras sociedades y a
amargar el porvenir de unas cuantas generaciones más. Aunque ni siquiera
tu entusiasmo y energía serán capaces de ahorrarnos plenamente
este nuevo embate de pesimismo, somos algunos los que esperamos encontrar
en el progreso de Iberoamérica el antídoto a la desesperanza
que localmente se nos viene encima.

Lo interesante es que, en esta ocasión, el sentimiento de identidad
que algunos tenemos no es sólo producto de la historia y de la cultura
compartidas. Por supuesto que, a algunos, el iberoamericanismo les sigue
naciendo de la necesidad de preservar sus raíces en un mundo crecientemente
globalizado y convergente. Pero a muchos lo que les motiva son los intereses
políticos y económicos que se han ido entrelazando en nuestra
comunidad a lo largo de las primeras décadas de la globalización.
Y especialmente la intuición de que, si se progresa en una mayor integración
supranacional y de los mercados de la sociedad iberoamericana, será más
probable coincidir en mejores prácticas.

La ‘maldición’ de América
Latina

Sea cual sea la razón o mezcla de razones, lo importante es que somos
muchos los que hacemos fuerza para que te vaya bien en tu nuevo trabajo.
Además de casi todos los motivos anteriores, a mí lo que me
mueve es una agridulce combinación de amistad e ira. La primera no
requiere más explicación, y, en cuanto a la segunda, se produce
ante la resignación con la que algunos –muchos, demasiados– aceptan
la existencia de una maldición latinoamericana que eternamente nos
condena a ser menos libres, a convivir con instituciones más débiles
e impredecibles y a ser menos prósperos que el resto de la humanidad.

Son los defensores del “no hay nada que hacer. Nuestra región
es así y seguirá siempre siéndolo”. Los que están
tan convencidos de la existencia de esa maldición llevan mucho tiempo
sin molestarse en comprobar si sus prejuicios se ajustan a la realidad y
prefieren utilizar frases prefabricadas (ya sabes: “Latinoamérica
no crece”, “el neoliberalismo de los años 90 ha hecho
aumentar la pobreza y la desigualdad en la región”, “la
corrupción es generalizada y disminuye el apoyo a la democracia”)
antes que hacer el esfuerzo de consultar los datos y constatar que hay países
que están progresando y otros retrocediendo. Historias de éxitos
y de fracasos. Sociedades más libres, justas y prósperas, y
sociedades rigurosamente vigiladas y empobrecidas. Para nuestra desgracia,
mientras que el milagro económico de algunas economías asiáticas
se ha convertido en el éxito sin matices de toda una zona, en Iberoamérica,
las recaídas y crisis recurrentes de algunos se asimilan con el fracaso
de toda la región. Con el fiasco iberoamericano. Con nuestra condena
a ser permanentemente un continente de futuro.

Por eso, la secretaría debería ser capaz de devolvernos la
esperanza de que, pese a lo que ocurre en algunos países, esta vez
sí es posible. Que en esta ocasión, apoyándonos en lo
que, sin duda, son las mejores condiciones políticas, económicas
y financieras de las últimas cuatro décadas, la zona va a trabajar
para llegar a los bicentenarios de la Constitución de 1812 y de las
independencias en buena forma. Que vamos a ser capaces de honrar las expectativas
de libertad, democracia, justicia y prosperidad que comenzamos a albergar
hace 200 años, cuando decidimos adentrarnos en la contemporaneidad.
Frente a la parálisis que en algunos produce el miedo a tener éxito,
quienes creemos en la región tenemos que parar los golpes, templar
los ánimos y mandar a la sociedad civil latinoamericana ese mensaje
de esperanza.

Probablemente, es la misión más clara y necesaria que habría
que encomendarle a tu secretaría. Ser la imagen de Iberoamérica
más allá de las cumbres. Mandarle a la sociedad global el mensaje
de que el continente existe y que tiene presente y futuro. No somos los únicos
que hemos pensado en esto. Si la historia y las lenguas son las que dan sentido
a Iberoamérica, en el caso de las Américas es la no menos inmutable
geografía la que se lo otorga. Sería un tremendo error táctico
y estratégico que quienes creemos en las alianzas transnacionales
nos empeñáramos en oponer la una a la otra, en lugar de buscar
las complementariedades y posibilidades de colaboración.

Sin duda, ello te exigirá un delicado trabajo político con
los que a este lado del Atlántico todavía sueñan con
hegemonías y puentes exclusivos hacia Europa –¡y ahora
también a China!–, y con los que en la otra orilla replican
la simpleza fundamentalista de la filosofía de los ejes
del mal,
y
culpan de sus fracasos a los vecinos más ricos.

Averiguar cómo los países latinoamericanos son capaces de
potenciar los efectos positivos de sus alianzas complementarias con la península
Ibérica y el norte de América será una de las tareas
más estimulantes y decisivas de tu trabajo.

Si fallamos en eso, fallaremos en el resto. Porque si Iberoamérica
y las Américas no encuentran un espacio de colaboración, lo
que pasará, sencillamente, es que se romperá la pretendida
unidad latinoamericana. No será un fracaso de España, Portugal,
Canadá o EE UU –¡que también!–, sino un fracaso
de los países grandes, medianos y pequeños del continente,
que volverán a demostrar que una Latinoamérica unida e integrada
sigue siendo el sueño que sólo hay que sacar a pasear el día
del prócer de la patria. Hablando de Estados Unidos, supongo que habrás
visto que algunos de tus antiguos colegas de Washington, organizados en una
potente task-force, han decidido que el trabajo de presidente del Banco Mundial
merece el calificativo de más “difícil” del mundo.
Tan en serio se lo han tomado que le han asignado cinco tareas cruciales –entre
ellas, aumentar el protagonismo del banco en China e India–, y le han
proporcionado cuatro principios operativos, entre los que, inevitablemente,
aparecen el crecimiento sostenible y la mejora de la gobernanza. Aunque no
hay duda de que el trabajo de Paul Wolfowitz es tan importante como complicado,
quizás a tus colegas se les haya ido la mano de la arrogancia a la
hora de calificarlo. Se me ocurren –y supongo que a ti también– algunos
en nuestra región que serían muy buenos competidores para el
título.

En cualquier caso, más que por atribuirse dificultades homéricas,
el documento sorprende por la precisión con la que se señalan
las metas y los objetivos instrumentales. Poco que ver con nuestra tradición
burocrática. El reglamento de tu secretaría te atribuye ni
más ni menos que 15 competencias, al tiempo que detalla con minuciosidad
tus atribuciones y las de tus colaboradores, la sede, el presupuesto, el
régimen sucesorio y los idiomas oficiales de la nueva institución.
Pero no te asustes. Acostumbrado a leer entre líneas la prosa administrativa,
mi conclusión es que realmente eres muy afortunado.

No más diagnósticos
Más allá de la obligación de contribuir a preparar las
cumbres y de colaborar para que sus acuerdos se apliquen, tienes las manos
libres para fijar la agenda de trabajo de la institución, y para definir
los criterios por los que se va a medir si tu labor y la de tus colaboradores
aportan valor o no a la comunidad iberoamericana. Eres –creo que siempre
lo has sido– mucho más libre que Wolfowitz. De hecho, hasta
que se den cuenta, tu único límite es el que te impongan tu
imaginación y tu capacidad de atraer aliados al proyecto. Y en ambos
terrenos tienes un enorme recorrido.

Precisamente, aprovechando tu inveterada capacidad de convocatoria, someto
a tu consideración cuatro o cinco ideas prácticas que espero
te puedan resultar útiles. La primera es muy simple. En Iberoamérica,
tener imaginación es más una cuestión de encontrar soluciones
que de buscar problemas. O dicho más llanamente, te rogaría
que la secretaría no se convirtiese en otro servicio de estudios.
Tu función es primordialmente política, no académica.

No nos hacen falta más diagnósticos solemnes sobre los problemas
de Iberoamérica. No gastes un solo día de trabajo en esa tarea.
Adopta en tu cargo el principio de subsidiariedad intelectual. Recopila y
aprovecha lo que otros –gobiernos, organismos multilaterales, universidades,
empresarios, investigadores y resto de la sociedad civil– han elaborado
a lo largo de los años. Convierte la página web de la secretaría
en una de las puertas de entrada, segura, acreditada y confiable al estudio
de nuestra región. Haz que sea el Google y la Wilkipedia de Iberoamérica.

Pero, por favor, no más diagnósticos. Desde hace tiempo sabemos
lo que nos ocurre. Ahora hay que pasar a la siguiente fase: tratar de resolver
los problemas. Y quizás el primer paso en esa dirección debería
ser la sustitución en nuestros discursos de los adjetivos por números.
Por datos objetivos, producidos de forma independiente y con fiabilidad contrastada.

Los problemas de nuestras sociedades son graves per se y han demostrado
tal persistencia que no hay por qué adornarlos con fatalismo y medias
verdades. Necesitamos precisión a la hora de evaluar nuestros éxitos
y fracasos. Datos fiables sobre los que fundamentar nuestros debates y hacerlos
operativos. Tenemos que contar con un grupo muy concreto de objetivos, y
conseguir que estén formulados y cuantificados de forma precisa.

No te propongo que la secretaría se dedique a confeccionar estadísticas.
Ya hay otras instituciones que lo hacen con gran profesionalidad. Lo que
propugno es que, tras el oportuno debate, se identifiquen cuáles son
los cinco o seis objetivos que Iberoamérica, y cada uno de los países
que la forman, debería perseguir en los próximos 10 años
si realmente quieren estar en condiciones de despegar.

Objetivos del Milenio para Iberoamérica
En cierta forma, lo que te propongo es que tratemos de elaborar la versión
iberoamericana de los Objetivos del Milenio de Naciones Unidas. Contar con
ese modelo daría mucha claridad a la discusión sobre el rumbo
a tomar. Por encima de la palabrería y los buenos deseos, tendríamos
el cuadro de preferencias reveladas que como comunidad somos capaces de acordar.
Y, por supuesto, no sólo enunciar compromisos, sino medir anualmente
el grado de cumplimiento de las metas autoimpuestas. Un examen periódico
que daría constancia de quién avanza y quién no. Un
informe que la secretaría debería regularmente trasladar al
plenario de la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno.

Mi tercera recomendación es que no cargues toda la responsabilidad
en los gobiernos. No les devuelvas la libertad que te han dado para elegir
tus objetivos. Aprovéchala y convoca a las universidades, a los organismos
provinciales y locales, a los partidos políticos, a las empresas y
los empresarios, a los sindicatos y consumidores a sumarse al esfuerzo. Iberoamérica
son ellos, aunque sean los otros quienes fallan los goles.

Pero no hagas de esta apertura a la sociedad civil un acto meramente protocolario
y unidireccional. Exígeles que para participar vengan con un proyecto
concreto bajo el brazo. Y adviérteles de que el objetivo no es la
grandiosidad, sino la eficacia. Hacer cosas mejor que vender expectativas.
Y que todos tenemos urgencia histórica. Que nuestra legitimidad y
la de nuestras instituciones depende tanto de la calidad de nuestra gobernanza
como de los resultados que podamos ofrecer a los representados y a la sociedad
en general.

Finalmente, y ya sé que es mucho pedir, procura convencer a nuestra
clase política de que haga todo lo posible por no despilfarrar su
legitimidad. Aunque sólo sea porque su capacidad para preservar su
capital está fuertemente correlacionada con la credibilidad internacional
del continente. Que sean éticos, si no por convencimiento, al menos
por precaución. Aunque nadie parece escarmentar en cabeza ajena, tenemos
experiencia acumulada suficiente para saber que los tejemanejes siempre salen
a la luz, y cada vez más pronto que tarde.

Confianza en los políticos
Y que para que la política importe es imprescindible que los políticos
valgan, sean respetados. Y que hoy eso no ocurre. Que algo tendrán
que hacer. Y rápido.

Y si te quedan energías, convénceles para que abandonen toda
tentación redentorista. El mundo no ha comenzado con ninguno de ellos
ni acabará –previsiblemente– cuando concluyan sus mandatos.
En la política, como en la vida, hay que descartar la idea adolescente
de que se puede empezar de nuevo cada mañana. No es verdad. El pasado
nos condiciona –para bien y para mal–, pero, siendo sinceros,
buena parte de nuestros problemas derivan de los recurrentes intentos que,
individual y colectivamente, hemos hecho para hacer tabla rasa de todo lo
anterior, aun al precio de violentar la ley, el Estado de Derecho o los más
profundos consensos nacionales. Nos ha ido muy mal con esa estrategia, y
a quienes persisten en ella, les sigue yendo mal. Hazles ver que el respeto
a la democracia, a la seguridad jurídica y a la economía de
mercado, probablemente, sea el camino más rápido y ensayado
para que el continente deje atrás sus frustraciones de dos siglos
y pueda celebrar como es debido sus bicentenarios. El bicentenario de su
libertad… esta vez hermanada con su prosperidad.

José Juan Ruiz es técnico
comercial, economista del Estado y miembro del Consejo Editorial de FP EDICIÓN
ESPAÑOLA.