El Presidente francés, Emmanuel Macron, y la Canciller alemana, Angela Merkel, en Berlín. John Macdougall/AFP/Getty Images.

¿Serán capaces Angela Merkel y Emmanuel Macron de diseñar una nueva hoja de ruta para la UE? He aquí un repaso a los principales riesgos, oportunidades y expectativas sobre el futuro del proyecto europeo.

“La Unión Europea está en crisis”. Estas eran las palabras con las que solía comenzar cualquier análisis sobre la situación comunitaria desde que comenzara la Gran Recesión en 2008. Casi diez años después del estallido de la misma, a principios de 2017, el horizonte seguía sin ser bueno: a los efectos de la crisis económica se venían a sumar la crisis de refugiados, la hostilidad de Rusia en el vecindario oriental, el ascenso de los populismos euroescépticos en el continente o la victoria de los partidarios del Brexit en el referéndum británico, por citar algunas de las mayores preocupaciones europeas.

Había, por tanto, pánico por lo que podía suceder en las numerosas elecciones que iban a tener lugar desde enero: candidatos como Geert Wilders o Marine Le Pen parecían bien posicionados para lograr la victoria en Países Bajos y Francia, respectivamente. Por su parte, Alternativa por Alemania (AfD) se consolidaba en tercera posición en las encuestas, aumentando su proyección de voto al hilo de un mensaje xenófobo. Pues bien, lo cierto es que la tendencia negativa se ha detenido, al menos por el momento. De hecho, con las victorias de Mark Rutte, la de Emmanuel Macron (en presidenciales y legislativas) y la presumible de Angela Merkel en los comicios alemanas de septiembre (junto al descenso en apoyo popular de AfD), nos encontramos en estos momentos con exactamente lo opuesto: una ola de euroentusiasmo.

Las élites europeas rebosan optimismo tras esos resultados electorales. Ya ni siquiera el Brexit es algo negativo, dicen; habría servido para lograr una mayor cohesión entre los Estados miembros. Al mismo tiempo, los datos arrojados por los últimos eurobarómetros reflejan una recuperación de la confianza por parte de la ciudadanía, que además y por vez primera ha llevado a cabo manifestaciones públicas de apoyo al proyecto europeo en numerosas ciudades, bajo el nombre de “March for Europe”.

No obstante, conviene no autoengañarse. Esta confianza renovada puede ser un mero espejismo si no se ponen cimientos más sólidos en el proyecto comunitario, al tiempo que se da respuesta a los retos que más preocupan a los ciudadanos. Por el momento existen fundadas sospechas de que los avances van a ser limitados, a pesar de declaraciones como la de Macron al asumir la Presidencia de la República, cuando hablaba de que Europa sería “refundada y relanzada”. No parece haber consenso para la reforma de los tratados, pero sí respecto a aprovechar la oportunidad para ir lo más lejos que se pueda con las herramientas que proporciona Lisboa. Muy particularmente, a la hora de reforzar tres áreas clave para el futuro de la Unión: euro, fronteras y seguridad y defensa.

 

La cuestión de la confianza

El Presidente francés, Emmanuel Macron, y la Canciller alemana, Angela Merkel, hablan durante la reunión del G20, junio 2017. Photo by Steffi Loos-Pool/Getty Images

La locomotora franco-alemana hace tiempo que no funciona como debería. Desde el inicio de la crisis económica hemos sido testigos de cómo Francia ha perdido el sitio que históricamente ha tenido en el proceso de integración. Ello ha dejado a Alemania no solo siendo el motor de Europa, sino ocupando también el volante y dirigiendo en gran medida (aunque no siempre con voluntad para ello) los destinos de sus socios europeos.

Es difícil que Francia recupere su posición, pero al tiempo que complicado, es necesario para que el proyecto europeo funcione como debería. No obstante, hay un problema de base: los alemanes no se terminan de fiar de los franceses. Durante mucho tiempo, desde París se han hecho promesas de reformas internas que sin embargo no han tenido finalmente lugar. ¿Por qué iba a ser distinto en esta ocasión? ¿Hay motivos para confiar en Macron?

El Presidente galo ha entendido de forma muy rápida que desde Alemania se le juzgaría severamente si no ponía en práctica sus promesas. Así, ya prácticamente desde el primer minuto, los alemanes empezaron a preguntarse si la victoria del líder centrista no acabaría costándoles demasiado. Macron, por tanto, decidió no perder el tiempo y emprender la vía de la reforma interna. De esa forma, conseguiría recuperar la confianza de Berlín, con el objetivo de que los germanos cedan y se comprometan a avanzar en la integración europea, particularmente en el ámbito económico.

Existen en estos momentos, no obstante, al menos tres riesgos fundamentales que podrían dificultar enormemente la consecución de avances reales:

La opinión pública francesa. La luna de miel con la ciudadanía se ha terminado en los primeros 100 días de presidencia macroniana. Más del 50% de los franceses ya desconfía de su presidente, unos datos por encima de aquellos recibidos por Nicolas Sarkozy y François Hollande a estas alturas de sus respectivos mandatos. Sin embargo, esto no resulta del todo extraño, dado que la victoria de Macron no se debe tanto a su programa reformista como a haberse constituido como la opción diametralmente opuesta a Marine Le Pen. Así pues, los primeros pasos respecto a las reformas internas (especialmente la reforma laboral), tan necesarios para convencer a Alemania de la seriedad de su proyecto, son al mismo tiempo lo que provoca el descontento de gran parte de la ciudadanía.

Las elecciones alemanas. Lo más preocupante para el proyecto europeo parece haber pasado, una vez la extrema derecha de Alternativa por Alemania se ha desinflado en las encuestas tras mantenerse durante todo un año por encima del 10% de intención de voto. Una nueva y contundente victoria de Angela Merkel y su partido parece hoy inevitable. Así, la cuestión fundamental a dirimir sería quién actuará como compañero de coalición en el Gobierno alemán. El escenario más favorable para el proceso de integración es una repetición de la coalición con los socialdemócratas del SPD, liderados por Martin Schulz, ex Presidente del Parlamento Europeo. Existen otras combinaciones, pero de las realmente posibles resultaría preocupante que se diera una coalición con los liberales del FDP, dada su posición de más dureza a la hora de llegar a compromisos en materia económica con los socios comunitarios.

La sensación de imposición. La victoria de Macron ha sido celebrada enormemente por los europeístas a lo largo y ancho del continente. La posible reedición del liderazgo franco-alemán es una buena noticia, aunque harían bien Merkel y Macron en entender que si bien es necesario que Francia y Alemania piensen en cómo se articulará el futuro europeo, no es suficiente con ellos dos, sino que van a necesitar al resto de socios comunitarios. El proceso de reflexión abierto el año pasado por parte del Consejo Europeo y al que se han sumado con ímpetu la totalidad de los Estados miembros, el Parlamento Europeo y la Comisión deben  dar como resultado un horizonte compartido, sin que provoque la sensación de que en realidad la vuelta de Francia implica dejar de lado al resto de socios europeos.

 

Cuidado con las expectativas

De todas formas, conviene no poner las expectativas demasiado altas, con ánimo de rebajar las posibles decepciones posteriores. La “refundación de Europa” (lo que sea que eso signifique) anunciada por Macron no va a tener lugar, al menos no a corto plazo. La tendencia de los gobiernos es la de no llevar a cabo excesivos cambios si la situación no lo exige y si bien es cierto que a partir de octubre, tras las elecciones alemanas, seremos testigos de la intensificación de las conversaciones entre los socios europeos, pensar que de lo que de ahí salga veremos una reforma de los tratados no parece a día de hoy muy realista.

No se ha de ser ingenuo tampoco respecto al europeísmo de Macron. Aunque es verdad que ha roto muchos tabúes en Francia al ser elegido bajo un programa reformista, liberal y europeísta, no lo es menos que su visión favorable de la Unión tiene también un marcado componente gaullista, con el objetivo de recuperar la grandeur francesa. Así lo ha demostrado recientemente al dejar de lado a sus socios italianos con motivo del alto el fuego en Libia o con la nacionalización de los astilleros STX de Saint Nazaire. En el mismo sentido se pueden analizar sus movimientos en su relación con Donald Trump. Macron, en un primer momento, parecía decidido a enfrentarse al Presidente estadounidense, quien ha manifestado una gran ignorancia respecto a los procedimientos comunitarios.

Así, trascendió enormemente la firmeza del mandatario francés al estrechar las manos (una de las maniobras preferidas de Trump) y su enérgico rechazo a la salida estadounidense del Acuerdo de París (con su célebre “Make our Planet great again”). Esos primeros pasos poco tienen que ver con la tibieza mostrada posteriormente, en el marco de las celebraciones del 14 de julio a las que Trump fue invitado. Aunque en realidad, este movimiento no estaría enfocado tanto para conseguir un acercamiento al Presidente estadounidense como más bien en lograr su objetivo principal: el reequilibrio citado respecto a Alemania, a la que Trump muestra continuamente su hostilidad. Posicionándose como honest broker, Macron intenta elevar la posición de su país.

En cualquier caso, que no se deban poner las expectativas demasiado altas o que haya que ser cauto respecto al nuevo europeísmo francés no significa que el proceso en el que nos encontramos vaya a ser del todo infructuoso. La llegada del nuevo presidente galo y su buena sintonía con la canciller Merkel ha proporcionado un nuevo optimismo al proceso de integración. Ambos líderes han de aprovechar este momento para promover avances en una hoja de ruta que incluya, al menos, las áreas ya citadas anteriormente: euro, fronteras y seguridad y defensa. Si ello acaba suponiendo la consecución final de la unión bancaria, un presupuesto para la zona euro, una verdadera política migratoria compartida o la puesta en marcha de la cooperación estructurada permanente (por citar simplemente algunos ejemplos), podremos concluir que si bien Merkron no supuso una revolución, al menos aprovechó su oportunidad.