Cómo los esquistos cambian la economía y geoestrategia mundial.

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Intencionadamente o no, el auge de la producción de gas y petróleo de esquistos está reaganizando la seguridad energética de Estados Unidos, catalizando una paulatina pero muy profunda restructuración de la economía y de la geoestrategia global. Ha pasado de ser una promesa a un catalizador del ímpetu geopolítico y económico del país, que ante todo busca reequilibrar su papel en un mundo multipolar.

La producción de esquistos solo es parte de la historia. Varias políticas han contribuido a que en cuestión de años EE UU pasara de ver su hegemonía y economía amenazada por su enorme dependencia a las importaciones energéticas a precios insostenibles a darse el lujo de forzar un reacomodamiento estratégico de los productores de petróleo, desde Rusia hasta Irán, pasando por el Golfo Pérsico.

Es una versión moderna y más modesta de la estrategia que el ex presidente estadounidense Ronald Reagan utilizó para derrotar a los soviéticos en la Guerra Fría. Pero ya ha permitido a EE UU sacar pecho económico, militar y diplomático, y cada vez lo hará más.

La demanda de petróleo estadounidense se contrae, mientras que aumenta vertiginosamente su producción de gas y petróleo. Acompañado por una gradual sustitución del crudo por el gas natural, la economía del país está fortaleciéndose en una década clave para el reacomodamiento mundial, mientras que la de sus competidores dependientes del ingreso petrolero se enfrentan a un panorama más incierto.

El hecho de que la empresa privada sea la que ha impulsado esta transformación solo consolida la tendencia, pero hay consenso político en EE UU para apoyar a la industria petrolera local. Además, el auge de esquistos está expandiéndose mundialmente, a medida que el éxito estadounidense se consolida, lo cual presionara los precios aún más.
Y aunque hay riesgos implícitos a la reaganización de la seguridad energética, sobre todo en relación a la política interna de EE UU y el cambio climático, es más que probable que se profundice antes que ralentizarse, dado que los beneficios geopolíticos y económicos pesan más.

Los grandes productores de crudo solo pueden ser presionados a través de su ingreso petrolero, una realidad preponderante en los cálculos estratégicos de EEUU, particularmente en relación a Irán, Venezuela y Rusia. Pero la lección se aprendió solo después de varias décadas difíciles.

 

Echando la vista atrás

Ronald Reagan impulsó las políticas heredades por su antecesor Jimmy Carter después de que los países árabes impusieran un embargo petrolero que expuso una debilidad fundamental de EE UU. Liberalizó los mercados de oro negro, bajó impuestos e incrementó las ganancias de las petroleras, logrando aumentar la producción de crudo. Eso a su vez aumentó la exploración petrolera y mejoró las técnicas de recuperación.

El precio del oro negro cayó a menos de 10 dólares el barril, aún mientras absorbían una gran interrupción en el suministro a raíz de la Guerra entre Irán e Irak. La política petrolera cambió para siempre con Carter y Reagan.

La prioridad de Carter fue dejar claro que EE UU puede ser debilitada, pero no vencida por su dependencia del petróleo. Reagan se benefició de las políticas de Carter, pero su prioridad no era la energía, era la Unión Soviética.

Reagan gastó miles de millones de dólares en armamento nuclear y militar, obligando a los soviéticos a hacer lo mismo. Esa estrategia solo podía funcionar si los precios del crudo se mantenían bajos. La URSS sobrevivía gracias a sus exportaciones petroleras. Lo contrario le ocurrió a EE UU. Mientras más bajaban los precios, más se beneficiaba su economía.

La nueva realidad

De ahí lo que puede entenderse como la nueva como reaganizacion. Los grandes productores se enfrentan a un suministro global inesperadamente mejor de lo que se esperaba hace solo dos años, que supera por primera vez en mucho tiempo el aumento en la demanda global. Es decir, los países que dependen de su ingreso petrolero ya no podrán contar con la bonanza de los últimos años, y lo que es peor, ya no habrá década de precios altos. Y mientras, los precios más bajos simultáneamente permiten afianzar la economía de EE UU, que históricamente ha dependido de precios bajos de oro negro.

La producción de crudo de Estados Unidos aumentó un 20% en un año hasta casi los 7,3 millones de barriles por día, el nivel más alto desde 1992. Paralelamente, el consumo de petróleo en el país se ha reducido significativamente a raíz de un mayor consumo de gas; de la crisis económica, que además cambió los hábitos de consumo, y finalmente de requerimientos de eficiencia energética cada vez más estrictos.

De hecho, el país ha logrado desde el comienzo de la crisis disminuir el peso de las importaciones netas de petróleo y subproductos del 60% en 2005 hasta el 40% en 2012, y un impresionante 13% menos desde 2011.

La Administración de Información Energética del Gobierno estadounidense espera 2,4 millones bpd de producción de petrolero de esquistos, conocido como tight oil en ingles, para 2020. Eso es similar a la producción noruega y venezolana, y hoy en día a las exportaciones de Irán.

De hecho, EE UU llegará a ser exportador neto de gas natural y posiblemente de petróleo para 2020, lo cual pinta un escenario muy distinto para los productores, porque aunque los países emergentes absorberán mucho de ese crudo y gas, lo harán pagando menos de lo que se esperaba.

Eso no quiere decir que los precios caerán súbitamente. De hecho, la mayoría de pronósticos ahora anticipan precios en torno a los 90 dólares el barril hacia finales de la década. La razón es que tanto las obligaciones fiscales de países como Arabia Saudí, así como los costos de producción de los esquistos y nuevos fronteras de desarrollo en aguas profundas o de reservas ultrapesadas como las de Canadá y Venezuela requieren de un suelo de unos 70 dólares por barril.

Pero esos 10-30 dólares de diferencia por barril cambian la ecuación geopolítica por completo, eso sin mencionar la diferencia de 60 dólares por barril respecto a 2007 cuando los precios rozaron los 150 dólares. Ese dinero, que para EE UU equivalen a un ahorro de casi 3.000 millones de dólares al año por cada dólar que bajen los precios internacionales, es fuente de trabajo y de crecimiento económico para el país. Sin embargo, el resultado es inversamente proporcional para los productores, en el caso de Rusia de 3.500 millones dólares menos por año por cada dólar que baja el precio.

Hay riesgos, sin duda. Hay un intenso debate dentro de EE UU sobre el cambio climático, aunque la seguridad energética y económica son prioritarias. De hecho, los esquistos son la principal amenaza a los proyectos de desarrollo de Canadá, dado que es incierto si Estados Unidos necesite aumentar las importaciones de sus vecinos. Ya está disminuyéndolas de México y de Venezuela, y más oleoductos que conecten con la producción de Canadá están en entredicho, no solamente por razones ambientales, sino económicas.

Ese es la nueva realidad que han impuesto los esquistos. Washington se da el lujo de escoger de quien compra y sus tradicionales vendedores tienen que buscarse la vida.

 

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