¿Llegarán a enfrentarse China y Estados Unidos por el control del continente?

En un viaje realizado en febrero, el presidente chino, Hu Jintao, recorrió
ocho países del continente africano: en cada parada firmó acuerdos comerciales
y de inversiones, perdonó deudas y ofreció préstamos libres de intereses, valorados
en cientos de millones de dólares. Una semana después, George W. Bush anunció
la creación de un nuevo mando de combate en África (Africom), que comenzará
sus operaciones en septiembre de 2008.

 

El nuevo organismo llenará un hueco importante en los intereses estratégicos
de Washington en África. Esta decisión refleja la preocupación sobre los posibles
peligros que representan los puntos más débiles de esa zona, como los Estados
fallidos
y el aumento de la militancia islamista.

 

El hecho de que la visita de Hu y el anuncio de la creación del Africom coincidieran
fue, seguramente, una casualidad. El Pentágono lleva años planeando este mando,
y el interés de China por África no es nuevo. No obstante, es evidente que ambas
potencias están dedicando más esfuerzos a esta zona del mundo en un momento
de creciente inestabilidad y mayor competencia en la búsqueda de recursos. Los
motivos para ocuparse de África quizá sean distintos, pero es posible que acaben
chocando en el lugar menos pensado. Los intereses chinos son, sobre todo, económicos.
Atrás quedan los tiempos en los que su objetivo principal era asegurarse de
que los países africanos no establecieran relaciones diplomáticas con Taiwan.
Para una China siempre sedienta de recursos naturales, el petróleo y los depósitos
minerales de África son muy atractivos, y este continente ofrece además un mercado
cada vez mayor para los artículos textiles baratos que exporta Pekín. El comercio
entre ambas economías aumentó de 10.600 millones de dólares en 2000 (unos 8.000
millones de euros) a unos 55.000 millones en 2006, y el primer ministro chino,
Wen Jiabao, dice que su país tiene intención de incrementarlo hasta alcanzar
los 100.000 millones en el horizonte de 2010. Buena parte de este comercio tiene
relación con el petróleo africano. El gigante asiático representa nada
menos que el 40% del crecimiento total de la demanda mundial de crudo en los
últimos cuatro años y ha superado a Japón como segundo consumidor mundial, después
de EE UU. El pasado enero, la compañía energética china CNOOC anunció planes
para comprar el 45% de un yacimiento marino frente a las costas de Nigeria por
2.270 millones de dólares.

En el caso de Estados Unidos, las razones para
involucrarse más son muy diferentes. Durante
los últimos seis años, mientras la atención del mundo
estaba centrada en Irak, Afganistán y Pakistán,
el Cuerno y el norte del continente africano han
visto cómo aumentaban de forma alarmante los
conflictos entre Estados. También hay que tener
en cuenta el resurgimiento del argelino Grupo Salafista
de Predicación y Combate (GSPC), que ha
cambiado su nombre por el de Al Qaeda del Magreb.
La tarea de Africom consistirá en vigilar estos
movimientos y conflictos, entrenar a militares
nativos para que
hagan frente a las
amenazas terroristas
y dar respuesta
militar –como este
invierno en Somalia–
cuando la situación
lo exija.
Todo ello se suma
a las misiones humanitarias
que lleva
a cabo regularmente
el Pentágono
en países como
Liberia. Washington
cree que las amenazas que pueden surgir de
África justifican la existencia de una estructura de
mando regional única y coherente, en lugar del sistema
anterior, compuesto por varios mandos que
compartían la responsabilidad y, en ocasiones, podían
tener intereses contrapuestos.

 

Pero no parece que estas motivaciones vayan a
desembocar en las formas más peligrosas de
conflictos e inestabilidad entre EE UU y China a
corto ni a largo plazo. Si llegan a chocar en un futuro
próximo, será seguramente en el terreno
diplomático y en el del desarrollo. Aunque no parece
probable que se produzca un enfrentamiento
geoestratégico por el petróleo en África, lo que sí
preocupa más, según sostiene Alex de Waal –miembro
de la Iniciativa para la Equidad Global en la
Universidad de Harvard–, es el hecho de que “Pekín
ha puesto en peligro los planes de paz, seguridad
y democracia con su intervención masiva e
incondicional en apoyo de Sudán, Zimbabue y Angola”.
Desde hace años, China ofrece préstamos,
construcción de infraestructuras esenciales, y asesoramiento
y materiales militares y de ingeniería a
diversos regímenes africanos, sin obtener a cambio
ninguna promesa de mejora en su historial de derechos
humanos. Este apoyo incondicional le permite
tener abiertas las puertas diplomáticas, a diferencia
de lo que ocurre con la estrategia occidental
de condicionar la ayuda al respeto a los derechos
fundamentales y a la forma de gobernar, que muchos
dirigentes africanos se niegan a cumplir o cumplen
con gran lentitud. En otras palabras, un agricultor
africano prefiere que los chinos le construyan
ya una carretera que vaya de su pueblo al mercado
que esperar a que lo hagan los estadounidenses
o el Banco Mundial,
que sólo la comenzarán
cuando el Gobierno
emprenda las
reformas exigidas.

 

De producirse
esa lucha entre las
dos potencias, se diría
que la ayuda
incondicional de
China saldría ganando.
Pero no tiene
por qué ser necesariamente
así. De
hecho,“en lugares
como Suráfrica y Nigeria, la llegada de productos
textiles ha desplazado a mucha gente que trabajaba
en el sector”, dice Jennifer Cooke, codirectora
del Programa de África en el Centro de Estudios
Estratégicos e Internacionales, con sede en Washington.
“Y, a medida que estén más involucrados,
los chinos se verán obligados a ocuparse de asuntos
como las condiciones de trabajo, las cuotas de
empleo y la responsabilidad social de las empresas,
aspectos que las compañías estadounidenses tuvieron
que abordar en los 70 y 80”.

 

La desigual trayectoria de la Casa Blanca en la guerra contra el terrorismo
no inspira mucha confianza, pero el hecho de que África deje de estar repartida
entre varios mandos militares ofrece motivos de esperanza. No obstante, está
por ver si los regímenes africanos prefieren las rápidas inversiones que ofrece
Pekín o la salud y la estabilidad, menos tangibles y a largo plazo, que promete
EE UU.