En unos años, el primer país anglófono, por delante de Estados Unidos, va a ser India, lo que puede conferir al subcontinente una gran ventaja en la globalización. El inglés es lengua oficial, e incluso la emplean para hablar entre sí muchos indios que no saben o no quieren saber hindi y tienen idiomas diferentes. Pero aún dista de ser dominado por todos los ciudadanos de este enorme Estado. Sólo entre un 8% y un 10% de la población controla realmente (otra cosa es entenderlo y chapurrearlo) el inglés, obligatorio en primaria en las escuelas privadas, pero que va entrando también en la pública. El día que lo domine un 30% de sus ciudadanos, India se convertirá en el mayor país de habla inglesa. Con un efecto que algunos van anunciando: los indios reclaman el reconocimiento de su inglés, de su forma de hablarlo y escribirlo. El Indian English.

Los billetes de rupias vienen en hindi y en la lengua de Shakespeare. Y llevan unas anotaciones en 15 idiomas, aunque hay hasta 24 reconocidas en este Estado que más que verse a sí mismo como pasado, se ve como futuro. Puede que en algunas cosas India quiera ser como Europa, pero, en el fondo —dicen algunos de sus ciudadanos, orgullosos de su diversidad cultural y religiosa, de su sistema federal y de su secularismo (en una sociedad llena de religión y de religiones, incluido el islam)—, Europa va a convertirse en una India. Y, efectivamente, hay mucho que aprender.

En 1974, en lo que describió como una "explosión pacífica", India entró en el club nuclear. La razón principal no era sólo su rivalidad con China, sino que buscaba ser —y que la reconocieran como— una gran potencia. Se negaba a que el Tratado de No Proliferación impusiera una línea de separación permanente entre los que tenían la bomba y los que no. "India se hizo nuclear, pues no podía permitirse no serlo", como señaló Talmiz Ahmad, director del Consejo Indio de Asuntos Mundiales (ICWA, en sus siglas en inglés), en la reciente Tribuna India-España en Nueva Delhi. Pero cuando el subcontinente realmente cruzó el Rubicón (título de un libro del analista político indio Rajá Mohan) fue al convertirse abiertamente en potencia nuclear con sus pruebas atómicas en 1998, seguidas de las de Pakistán. También una cuestión esencialmente de poder.

Sus mapas explican mucho. Se ve el mundo de otra manera. Naturalmente, el subcontinente indio está en el centro. España queda en el extremo superior izquierdo, a modo de apéndice de Eurasia. Parece como si a India le pesaran ahora sobre sus hombros Rusia y China. Hacia la izquierda está Asia occidental (Oriente Medio, para nosotros), donde los indios tienen intereses, pero sólo ven inestabilidad, inseguridad y violencia.

Aunque crece y pronto tendrá una clase media de habla inglesa de unos 400 millones, India no muestra ‘efecto Shanghai’. ¿Puede haber más crecimiento y estabilidad con 800 millones de pobres?

India es un país paradójico en el hecho de no tener aliados. Tuvo uno, aunque no demasiado íntimo, la Unión Soviética, y su derrumbe en 1991 traumatizó la política exterior de Nueva Delhi. Ahora se ha acercado a Estados Unidos, en un movimiento de aproximación que empezó con el anterior Gobierno nacionalista y continúa bajo el Ejecutivo del Partido del Congreso y del primer ministro Manmohan Singh. EE UU es muy popular allí ahora. Las críticas al neoconservadurismo, a la guerra de Irak o al unilateralismo americano son mucho menores que en otras partes. Además, ha establecido relaciones estratégicas con Israel. Pareciera que se ha hecho neocon. ¿Por qué? Porque Bush ha sido de los primeros en reconocer el papel de esta potencia emergente en el mundo. "No es un premio, sino un reconocimiento", afirma Mohan ante el controvertido acuerdo de colaboración de Washington con Nueva Delhi en materia de energía nuclear civil, firmado pese a ser India un Estado que ha transgredido el TNP, que nunca firmó. Es, a la vez, un país que aboga por la multipolaridad y reconoce el papel preponderante de Estados Unidos.

Sin embargo, pese a su rivalidad con China, Nueva Delhi sabe que al final tendrá que entenderse con Pekín. El ascenso conjunto de ambas —algunos hablan de Chindia— va a suponer un cambio estructural mundial, y habrá que acomodar las reglas del juego a estas dos nuevas potencias (o viejas, según se vea, pues en otros tiempos dominaron su zona). "India no va a participar en la contención de China", afirma muy tajantemente Maroof Raza, de la Universidad de Middlesex (Londres). India busca una "arquitectura de seguridad" (se usan categorías muy occidentales) en Asia por primera vez desde el colonialismo, no basada en relaciones exclusivistas. Y con una visión que tuvo el poeta Tagore: el Oriente de India es… América Latina. Es otra perspectiva, y con otro mensaje: ¿Se volverá América Latina adicta a China, o seguirá a India?

En la mayor democracia del mundo no se observa ningún efecto Shanghai: grandes construcciones, cambios de las ciudades de año a año… De hecho, va muy retrasada en cuanto a infraestructuras, siguiendo un plan que acaba de comenzar y que no se notará hasta dentro de unos años. Hay crecimiento, pero falta aún transformación. Parece claro que, en unos años, su clase media puede alcanzar una cifra entre trescientos y quinientos millones de personas, y todas ellas hablarán inglés como primera lengua, junto al hindi. Pero ¿puede haber más crecimiento y estabilidad sobre una multitud de 800 millones de pobres? Ése es el enorme reto de India.

Como siempre, estamos abiertos a sus comentarios.

En unos años, el primer país anglófono, por delante de Estados Unidos, va a ser India, lo que puede conferir al subcontinente una gran ventaja en la globalización. El inglés es lengua oficial, e incluso la emplean para hablar entre sí muchos indios que no saben o no quieren saber hindi y tienen idiomas diferentes. Pero aún dista de ser dominado por todos los ciudadanos de este enorme Estado. Sólo entre un 8% y un 10% de la población controla realmente (otra cosa es entenderlo y chapurrearlo) el inglés, obligatorio en primaria en las escuelas privadas, pero que va entrando también en la pública. El día que lo domine un 30% de sus ciudadanos, India se convertirá en el mayor país de habla inglesa. Con un efecto que algunos van anunciando: los indios reclaman el reconocimiento de su inglés, de su forma de hablarlo y escribirlo. El Indian English.

Los billetes de rupias vienen en hindi y en la lengua de Shakespeare. Y llevan unas anotaciones en 15 idiomas, aunque hay hasta 24 reconocidas en este Estado que más que verse a sí mismo como pasado, se ve como futuro. Puede que en algunas cosas India quiera ser como Europa, pero, en el fondo —dicen algunos de sus ciudadanos, orgullosos de su diversidad cultural y religiosa, de su sistema federal y de su secularismo (en una sociedad llena de religión y de religiones, incluido el islam)—, Europa va a convertirse en una India. Y, efectivamente, hay mucho que aprender.

En 1974, en lo que describió como una "explosión pacífica", India entró en el club nuclear. La razón principal no era sólo su rivalidad con China, sino que buscaba ser —y que la reconocieran como— una gran potencia. Se negaba a que el Tratado de No Proliferación impusiera una línea de separación permanente entre los que tenían la bomba y los que no. "India se hizo nuclear, pues no podía permitirse no serlo", como señaló Talmiz Ahmad, director del Consejo Indio de Asuntos Mundiales (ICWA, en sus siglas en inglés), en la reciente Tribuna India-España en Nueva Delhi. Pero cuando el subcontinente realmente cruzó el Rubicón (título de un libro del analista político indio Rajá Mohan) fue al convertirse abiertamente en potencia nuclear con sus pruebas atómicas en 1998, seguidas de las de Pakistán. También una cuestión esencialmente de poder.

Sus mapas explican mucho. Se ve el mundo de otra manera. Naturalmente, el subcontinente indio está en el centro. España queda en el extremo superior izquierdo, a modo de apéndice de Eurasia. Parece como si a India le pesaran ahora sobre sus hombros Rusia y China. Hacia la izquierda está Asia occidental (Oriente Medio, para nosotros), donde los indios tienen intereses, pero sólo ven inestabilidad, inseguridad y violencia.

Aunque crece y pronto tendrá una clase media de habla inglesa de unos 400 millones, India no muestra ‘efecto Shanghai’. ¿Puede haber más crecimiento y estabilidad con 800 millones de pobres?

India es un país paradójico en el hecho de no tener aliados. Tuvo uno, aunque no demasiado íntimo, la Unión Soviética, y su derrumbe en 1991 traumatizó la política exterior de Nueva Delhi. Ahora se ha acercado a Estados Unidos, en un movimiento de aproximación que empezó con el anterior Gobierno nacionalista y continúa bajo el Ejecutivo del Partido del Congreso y del primer ministro Manmohan Singh. EE UU es muy popular allí ahora. Las críticas al neoconservadurismo, a la guerra de Irak o al unilateralismo americano son mucho menores que en otras partes. Además, ha establecido relaciones estratégicas con Israel. Pareciera que se ha hecho neocon. ¿Por qué? Porque Bush ha sido de los primeros en reconocer el papel de esta potencia emergente en el mundo. "No es un premio, sino un reconocimiento", afirma Mohan ante el controvertido acuerdo de colaboración de Washington con Nueva Delhi en materia de energía nuclear civil, firmado pese a ser India un Estado que ha transgredido el TNP, que nunca firmó. Es, a la vez, un país que aboga por la multipolaridad y reconoce el papel preponderante de Estados Unidos.

Sin embargo, pese a su rivalidad con China, Nueva Delhi sabe que al final tendrá que entenderse con Pekín. El ascenso conjunto de ambas —algunos hablan de Chindia— va a suponer un cambio estructural mundial, y habrá que acomodar las reglas del juego a estas dos nuevas potencias (o viejas, según se vea, pues en otros tiempos dominaron su zona). "India no va a participar en la contención de China", afirma muy tajantemente Maroof Raza, de la Universidad de Middlesex (Londres). India busca una "arquitectura de seguridad" (se usan categorías muy occidentales) en Asia por primera vez desde el colonialismo, no basada en relaciones exclusivistas. Y con una visión que tuvo el poeta Tagore: el Oriente de India es… América Latina. Es otra perspectiva, y con otro mensaje: ¿Se volverá América Latina adicta a China, o seguirá a India?

En la mayor democracia del mundo no se observa ningún efecto Shanghai: grandes construcciones, cambios de las ciudades de año a año… De hecho, va muy retrasada en cuanto a infraestructuras, siguiendo un plan que acaba de comenzar y que no se notará hasta dentro de unos años. Hay crecimiento, pero falta aún transformación. Parece claro que, en unos años, su clase media puede alcanzar una cifra entre trescientos y quinientos millones de personas, y todas ellas hablarán inglés como primera lengua, junto al hindi. Pero ¿puede haber más crecimiento y estabilidad sobre una multitud de 800 millones de pobres? Ése es el enorme reto de India.

Como siempre, estamos abiertos a sus comentarios. Andrés Ortega