La fallida invasión de Irak, el paulatino descenso a los infiernos de Pakistán y Afganistán, el fin del petróleo barato, la guerra en Georgia y los nuevos intereses de China y Rusia han redefinido la geopolítica de Asia Central, y por ende el tablero de los intereses del mundo. Este nuevo Gran Juego quizá obligue a Estados Unidos –y a Europa– a postergar viejas rencillas y buscar otros aliados.

 







Desde que el pasado verano comenzara a deslizarse la cuenta atrás de la aciaga era George W. Bush, la escena internacional se ha plagado de especulaciones que aventuran un giro copernicano en la política exterior estadounidense en Asia Central, y en especial en lo que se refiere al enquistado conflicto con el régimen de los ayatolás en Irán. Un aparente cambio de dirección alentado, en primer lugar, por la sorpresiva decisión de Washington de enviar un alto representante –el subsecretario de Estado William Burns– a las negociaciones entre el grupo de seis países comandado por la UE e Irán sobre el polémico programa nuclear iraní, y el inesperado permiso otorgado en octubre por una de las oficinas de control del Tesoro estadounidense a la ONG Consejo Americano-Iraní, dependiente de la Universidad de Princeton, para abrir una oficina y operar en territorio persa. Y reforzado, después, por los insistentes rumores que apuntan a la posibilidad de que la Casa Blanca autorice la apertura de una oficina de intereses en Teherán, incluso antes de que el presidente más nefasto de la historia estadounidense abandone el Despacho Oval. En julio, The New York Times afirmaba que Condoleezza Rice cabildeaba entre bambalinas para que Bush diera su visto bueno a semejante trompo político tras años de férrea beligerancia. El pasado 23 de octubre, en un artículo que mereció amplio eco en la prensa estadounidense, el periodista Warren Strobel insistía que el viraje se produciría antes de que la actual Administración entregara las carteras y revelaba que ya se había remitido un mensaje oficial “y secreto” a Teherán, mientras en los pasillos se barajaban nombres de prestigio para tan conflictiva misión. El objetivo, según Strobel, que citaba fuentes anónimas, sería similar al que en principio persigue el Consejo Americano-Iraní: proveer a la diplomacia estadounidense de recursos adecuados para conocer de primera mano la compleja realidad iraní, fomentar el intercambio cultural y la comprensión mutua y, sottovoce, levantar los andamios para o bien aislar al régimen o bien provocar un cambio de actitud con garantías que permita redefinir las relaciones con un enemigo, hasta la fecha, acérrimo.

Al tiempo que el runrún sobre una primavera diplomática proliferaba en despachos y redacciones, las opciones de una solución bélica al pulso nuclear con Irán, tan en boga en los primeros años del segundo mandato de Bush, perdieron fuelle con celeridad, incluso entre algunos de los promotores más beligerantes. El 23 de septiembre, The Washington Post publicaba un largo artículo en el que mantenía la tesis ...