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Descendentes de armenios conmemoran el aniversario del genocido en las calles de Hollywood en California, EE UU, 2019.Mario Tama/Getty Images

¿Cómo estas comunidades se hacen su hueco como actores políticos, económicos y sociales en el mundo de hoy?

Antes de poner a examen el papel que juegan las diásporas en las políticas domésticas e internacionales hay que plantearse una cuestión sencilla de respuesta difícil: ¿qué entendemos por diáspora? Si algo caracteriza la naturaleza de estas comunidades es su complejidad y heterogeneidad interna. Aunque su definición no está exenta de un acalorado debate académico, lo primero que nos viene a la cabeza son aquellas poblaciones obligadas a huir o exiliarse de manera forzosa de su país de origen, como fue el caso de los pueblos judío y armenio, es decir, la diáspora vinculada a un acontecimiento traumático y violento. Sin embargo, con el tiempo el concepto se ha ido ampliando y la Organización Internacional de la Migraciones (OIM) se refiere  hoy a estos grupos como “los migrantes o descendientes de migrantes, cuya identidad y sentido de pertenencia ha sido moldeada por su experiencia migratoria y por sus orígenes. Mantienen vínculos con sus países de origen, y entre sí, basados en un sentido compartido de historia, identidad o experiencias mutuas en el país de destino".

Desde la academia se ha hecho también un intento de tipificar las diásporas, una tarea nada fácil. Algunos autores las clasifican basándose en el elemento aglutinador alrededor del cual esa comunidad se construye, es decir, si es de tipo empresarial (diáspora china, india…), religioso (armenios, judíos…), político (palestinos) o racial-cultural (diáspora negra). Otros expertos utilizan criterios centrados en la razón que impulsó la migración: factores socioeconómicos, agrupación familiar, un conflicto armado… Sin embargo, la realidad está lejos de adaptarse a clasificaciones sencillas, ya que entre los miembros de una misma diáspora existe una gran pluralidad según clase social, niveles de educación, grupo étnico, afiliación política, etcétera, así como también diversas motivaciones tras la migración, desde factores políticos e ideológicos hasta de naturaleza económica y laboral, entre otros.

Asumiendo entonces que en el estudio de las diásporas la homogeneidad es una quimera, surgen preguntas importantes: ¿son hoy actores políticos más potentes que en el pasado? ¿Cómo y por qué se movilizan?¿Cuál es su relación con las nuevas tecnologías de la información? ¿Y con los Estados de origen y de residencia?

 

“Las diásporas cada vez ganan más relevancia política”

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Kurdos se manifestan en París por la defensa de la ciudad de Kobane en su lucha contra Daesh, 2014. NurPhoto/NurPhoto via Getty Images

Sí, gracias a la globalización y a una mayor conectividad. En las dinámicas de movilización de estas comunidades, los contextos de temporalidad y espacialidad, así como los vínculos entre diásporas que residen en distintos países, moldean en gran medida su activismo, según defiende estudios que investigan en este terreno. Y es que las diásporas son transformadas por el lugar y el momento en las que se encuentran y, al mismo tiempo, su activismo también repercute en las políticas domésticas e internacionales de los países de origen y residencia. Además esa movilización no es de naturaleza estática, ya que puede evolucionar a corto y largo plazo. De hecho, un evento concreto en el país de origen puede llegar activar a individuos de una diáspora que hasta el momento se habían mostrado más pasivos respecto a su sentimiento de pertenencia y activismo. Este fue el caso de las movilizaciones de segundas y terceras generaciones  de población de origen árabe en Europa, EE UU y América Latina durante la Primavera Árabe, a pesar de que muchos de ellos no hubiesen vivido nunca en los países de la región MENA. Episodios de protesta pueden tener resonancia en las sociedades de acogida, por ejemplo, la revuelta de Gezi Park en Turquía, en 2013, también desató las manifestaciones entre las comunidades asentadas en Suecia, Holanda, Francia y Alemania. Así fue también con el asedio yihadista a la ciudad siria de Kobane, en 2014, que movilizó de manera masiva a la diáspora kurda. Por otra parte, existen las transformaciones, en relación a la movilización, la identidad, etcétera, que se producen de manera más paulatina, cocinadas a fuego lento, con el paso de una generación a otra.

En cuanto a la importancia hoy de de las diásporas como actores políticos, vemos que su relevancia en los países de origen y acogida no es nueva, ya que se registran ejemplos desde el siglo XIX, aunque fue a lo largo del siglo XX cuando estos grupos se volvieron más visibles. Sin embargo, lo que sí ha cambiado es el contexto en el que vivimos y la intersección de las diásporas con dos elementos fundamentales: por un lado, la globalización, con ese rostro humano que son las migraciones de personas, y por otro, el incremento de la interconectividad de la mano de Internet y las redes sociales. En un mundo con cerca de 272 millones de migrantes internacionales, cada vez más tecnológicamente conectados, las diásporas son, sin lugar a dudas, actores no estatales crecientemente importantes en las políticas transnacionales. De esta manera, los Estados, las organizamos internacionales, ONG y empresas ya han tomado nota de ello y cada vez es más habitual que tengan en cuenta en sus políticas, proyectos y estrategias las oportunidades y los desafíos asociados a estas comunidades.

 

"Se mueven como pez en el agua en el ciberespacio"

Así es, multiplicando su potencial. Internet, redes sociales, aplicaciones móviles… han cambiado para siempre la experiencia de la migración. Hoy las nuevas tecnologías de la información son vitales para la comunicación con el país de origen y entre diásporas, en la construcción de identidades y narrativas y, por supuesto, en las dinámicas de movilización y activismo de estos grupos.

Las herramientas tecnológicas se han convertido en aliados cotidianos, accesibles y baratos en manos de los migrantes a la hora de crear y mantener redes transnacionales, tanto de carácter formal como informal, en el mundo real y virtual, permitiendo así el flujo de información y conocimiento, además de facilitar la interacción en cuestiones económicas, culturales, ideológicas, etcétera. Por un lado, la rapidez de la comunicación vía Internet y redes sociales logra dotar de proximidad e inmediatez a todo aquello que acontece en el geográficamente distante país de origen, por otro, están proliferando también las aplicaciones móviles que comparten información en tiempo real o pueden ser útiles para migrar de manera más segura como, por ejemplo, MigApp, lanzada por la OIM, o los servicios móviles para envío de remesas una vez ya establecidos en el lugar de destino. El próximo gran salto podría ser el uso de blockchain en el sector de las remesas, que promete transformar estos flujos internacionales de capital ofreciendo un servicio más barato, rápido y transparente.

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Aaron Berhane, un refugiado eritreo instalado en Canadá, junto a un ordenador que muestra un periódico digital destinado a eritreos viviendo fuera del país africano. Colin McConnell/Toronto Star via Getty Images

Al mismo tiempo, en el ciberespacio (páginas de redes sociales, medios digitales publicados por las diásporas…) también se articulan las identidades y las narrativas de estos grupos. Son espacios virtuales en los que se genera sentimiento de colectividad y se logra una mayor alcance a la hora de hacer llegar la voz (o voces) y experiencias de estas comunidades a las audiencias globales. Un reciente estudio sobre la diáspora online ruandesa en EE UU y Europa señala cómo esta comunidad "utilizó ampliamente Facebook y Twitter para conectarse con compatriotas y expresar una variedad de narrativas de identidad con fuertes conexiones históricas y culturales". Por otra parte, las tecnologías de la información podrían estar también ayudando a las nuevas generaciones a cuestionar algunas de las narrativas fundacionales como concluye este análisis sobre los jóvenes de la diáspora armenia respecto al genocidio y el conflicto de Nagorno Karabaj.

Por último, estos grupos están claramente sacando partido a las plataformas digitales para empoderarse y movilizar a sus miembros. En la mayoría de las ocasiones para promover el activismo político, el tipo de acción más habitual. Por ejemplo, una reciente investigación sobre la diáspora eritrea revela que los tres principales usos que hace de Internet esta comunidad son "de tipo socio-cultural, el consumo de noticias y el activismo contra el Gobierno del país". Las redes sociales también están jugando en algunas ocasiones una labor crucial en la movilización de ayuda humanitaria, este fue el caso de la diáspora ucrania, que las utilizó para facilitar ayuda de emergencia, saltándose los canales institucionales, a las comunidades afectadas por el conflicto desatado en el este de Ucrania en 2013. En contextos donde el país de origen sufre un conflicto, el ciberespacio se convierte habitualmente en el terrero perfecto para multiplicar el alcance de la propaganda y recaudar fondos para la causa, porque Internet es identificado por los expertos "como uno de los principales lugares donde conflictos y diásporas se encuentran". Por último, el ciberespacio podría ofrecer nuevas oportunidades en terrenos menos explorados hasta el momento, como es la participación digital de la diáspora en actividades de justicia transnacional en aquellos lugares de origen que atraviesan un conflicto o sufren represión: bien llevando a cabo "movilizaciones transnacionales vía redes sociales" como lanzando un "llamamiento  masivo a la aportación de documentación que evidencie la violación de derechos humanos", como aboga este estudio sobre la diáspora siria, configurada por 8,2 millones de personas, según la ONU.

En definitiva, la naturaleza transnacional y la propia estructura en red de las diásporas  las dotas de unas características únicas para desenvolverse de manera muy cómoda en ese espacio político desterritorializado que representa el ciberespacio.

 

“Exacerban los conflictos en sus países de origen”

No caigamos en etiquetas. Uno de los grandes temas de discusión sobre las diásporas es el papel que desarrollan en los conflictos en los Estados de origen. A comienzos de este siglo y en el contexto posterior a los atentados del 11 de septiembre, se impuso una visión securizada de las diásporas (especialmente aquellas provenientes de países musulmanes) y el rol que podían jugar exacerbando conflictos ya existentes, financiándolos desde el exterior e incluso importarlos a sus países de residencia. Autores como el profesor británico Paul Collier, que ha investigado las causas económicas de los conflictos armados, señalaba que las grandes diásporas que viven en Estados ricos, junto a otros factores económicos como la dependencia de materias primas y bajos niveles de crecimiento, pueden considerarse como "poderosos vaticinadores de guerras civiles" en un país determinado. Posteriormente, en un intento por salir de este prisma donde estos grupos eran observados como actores sospechosos de perpetuar conflictos, florecieron las investigaciones académicas sobre el potencial de estas comunidades en los procesos de paz: desde su voluntad y capacidad a la hora de participar en negociaciones de acuerdos de paz como terceras partes hasta su inversión y apoyo al desarrollo durante la etapa de post-conflicto, pasando por su participación en los procesos de justicia transicional y reconciliación.

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Bandera de los Tigres Tamiles en una protesta contra el Gobierno de Sri Lanka en Canadá, 2018. Creative Touch Imaging Ltd./NurPhoto via Getty Images

Pero entonces, ¿las diásporas boicotean o promueven de la paz? Ninguna de las dos cosas y ambas al mismo tiempo. Al intentar etiquetarlas de una manera u otra estamos simplificando su propia complejidad, cayendo en una dicotomía que se aleja de la realidad: las diásporas pueden ser radicales o moderadas, defender la tolerancia o un etnonacionalismo excluyente, albergar intereses o motivaciones para apoyar la guerra o la paz, contar con capacidad y mecanismos (o no tenerlos) para jugar un rol en una dirección u otra, incluso su agenda política en el país de origen puede cambiar con el paso del tiempo. Por ejemplo, la diáspora tamil de Sri Lanka podría haber jugado un papel crucial tanto promoviendo el conflicto en etapas iniciales como, posteriormente, en el proceso de paz y en el periodo de reconstrucción tras casi 30 años de guerra civil, según este estudio. En resumida cuentas, cualquier acción de la diáspora en su país de origen, digamos, el envío de dinero, puede ser utilizado de una manera positiva, ayudando a la reconstrucción el país y aliviando la pobreza, como dañina, financiando actividades violentas. Igualmente, una acción filantrópica puede servir para abordar una necesidad humanitaria o esconder una agenda política etno-sectaria que discrimina a parte de la población. Por lo que antes de etiquetar a las diásporas como aliadas o enemigas de la paz es conveniente analizar de manera específica el contexto del conflicto, la composición de la diáspora (y sus posibles divisiones internas), sus intereses (diversos y cambiantes), así como su legitimidad y capacidad de acción.

 

"Los Estados buscan seducir a las diásporas a toda costa"

Suelen cortejarlas, pero a veces también las reprimen. La relación entre los Estados de origen y sus diásporas puede oscilar entre percibir a estas comunidades como actores afines y complementarios con la estrategia del país o, por el contrario, como una amenaza al interés nacional. La diáspora, o un subgrupo de esta, pueden ser vista por la elite gobernante como una herramienta útil de diplomacia pública y del que pueden lograr apoyo político y financiero. Uno de los ejemplos más actuales es el esfuerzo del Gobierno indio de Narendra Modi de estrechar los lazos con su enorme diáspora, la más grande del mundo con 17,5 millones de personas (aunque se estima que pueda alcanzar los 31 millones si se amplían los criterios, según cálculos gubernamentales indios), para ponerla al servicio del país, ya sea para atraer inversiones, mejorar las relaciones con otros Estados o proyectar la imagen global de India. En definitiva, integrarla en su estrategia diplomática. Famosos son los mítines multitudinarios donde Modi seduce a su diáspora, uno de los más recientes fue en Houston, Estados Unidos, el país desde el que se mandan más remesas del mundo, un total de 68.000 millones de dólares al año.

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Indio-americanos celebran la presencia del presidente Narendra Modi en Houston, EE UU, 2019. Sergio Flores/Getty Images

Otro caso interesante es el de China, con la tercera diáspora más grande del planeta, según la ONU (10,7 millones de personas, pero que puede llegar a alcanzar alrededor de 45 millones si se amplía a segundas generaciones y otras poblaciones asentadas en el extranjero desde hace mucho tiempo). Bajo el liderazgo de Xi Jinping, con su visión política de "rejuvenecer la nación" y hacer realidad "el sueño chino", el PCCh hizo un llamamiento a su diáspora en el XIX Congreso del Partido y, según algunos estudios, estaría valiéndose de "sofisticados mecanismos institucionales a nivel central y local" para atraer capital, tecnología y talento chino en el extranjero. Eso sí, al mismo tiempo, aplica también tácticas para cooptar, y en otros casos marginalizar, a medios de comunicación de la diáspora china con el fin de suprimir cualquier tipo de cobertura crítica, denuncia la ONG Freedom House. De esta manera Pekín utiliza una estrategia en la que intenta maximizar los beneficios que le puede ofrecer una mayor vinculación con su diáspora mientras que acalla las voces disidentes.

Por último, existen casos en que los nacionales en el extranjero son percibidos como una amenaza a la seguridad, bien porque llevan a cabo protestas contra el Gobierno, apoyan a la sociedad civil para que se produzcan cambios político y sociales en el Estado de origen o porque esa diáspora representa directamente la oposición en el exilio. En estos contextos los Estados de origen pueden incluso llevar a cabo medidas represivas extraterritoriales para suprimirlos. El asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi en Turquía o los envenenamientos de rusos en Reino Unido son ejemplos extremos de acciones represivas hacia miembros críticos de las diásporas.

¿Y cómo son las dinámicas entre estas comunidades y los Estados donde residen? En realidad la capacidad de influencia como actor político que tengan tanto en el país de origen como el de acogida tiene mucho que ver con la libertad y el espacio del que gocen estos grupos para movilizarse y defender sus agendas en los lugares en los que habitan. En la medida que los Estados de residencia, las organismos internacionales y ONG comenzaron a ser más conscientes del potencial papel que pueden jugar las diásporas, han empezado a tenerlas más en cuenta en políticas destinadas a promover el desarrollo o la resolución de conflictos. Además estas comunidades también son activos de valor en las relaciones entre naciones de origen y residencia. De hecho, las segundas generaciones, más formadas e integradas, podrían estar especialmente capacitadas para acceder a los círculos de decisión política en ambos países. En este ámbito trabaja el Consejo de Europa que lleva a cabo cursos de formación en procesos de tomas de decisiones para miembros jóvenes de las diásporas, reconociéndolas como "actores relevantes a la hora de construir sociedades pacíficas e inclusivas en un contexto de flujos migratorios crecientes". Las empresas tampoco parecen quedarse atrás y están teniendo en mente a estos grupos en sus estrategias de negocio, considerándolos "importantes recursos de material social para los inversores extranjeros".

 

"Son activos valiosos para el desarrollo y la innovación"

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Una mujer mexicana besa el justificante de envío de dinero que ha realizado su hijo desde California, EE UU. Don Bartletti/Los Angeles Times via Getty Images

Sí, pero se necesitan políticas que las respalden. Sin lugar a dudas las diásporas representan una oportunidad para las economías de los países en desarrollo: las remesas, la redes de negocio y la transferencia de conocimiento son las tres grandes vías. El impacto de las remesas en el desarrollo y la reducción de la pobreza en los países de origen está sobradamente demostrada, así es, por ejemplo, para México, el Estado con la segunda mayor diáspora del mundo, según la ONU, con 11, 8 millones de personas viviendo fuera y cuyo flujo de remesas representa alrededor del 2,9% del PIB de la economía mexicana. El rol que juegan los migrantes en impulsar el comercio, la inversión y las redes de negocio entre los países de origen y de residencia también está muy bien documentado: desde reducir las barreras y costes de las actividades comerciales, hasta invertir en sus lugares de origen o asistir a empresas en esta actividad, valiéndose de ventajas como conocer los marcos regulatorios de ambos Estados o solventar las obstáculos lingüísticos y comunicativos. Por otro lado, las economías de los países de origen también pueden verse muy beneficiadas de las transferencia de conocimiento, habilidades y tecnología, impactando en la productividad y, por ende, en el crecimiento. Ni que decir tiene la labor que puede llevar a cabo la diáspora en la reconstrucción de lugares asolados por la violencia. Recientemente, las autoridades somalíes pedían a su diáspora, alrededor de 2 millones de personas que contribuyen con sus remesas al 40% del PIB del país, que "apoyen proyectos de reconstrucción" y que les ayuden a "normalizar los lazos con el mundo". Sin embargo, para sacar el máximo partido al capital  de estas comunidades se necesitan políticas que canalicen este potencial, lo que requiere mapear las diásporas, marcar objetivos, abrir vías de comunicación con ellas, implementar políticas que facilite su actividad, diseñar instrumentos financieros, entre otras medidas.

En cuanto a las contribuciones económicas de estos grupos a las sociedades de acogida también son variadas y extensas, desde su papel como trabajadores, pagadores de impuestos, consumidores, ahorradores, etcétera, hasta su valor como fuerzas impulsoras de la innovación y el emprendimiento. En Estados Unidos, donde los migrantes representan alrededor del 14% de la población, son responsables del 30% de la innovación del país, según este estudio de la Universidad de Stanford. Similares hallazgos recogen informes centrados en Europa, pero de la misma manera que los países en desarrollo necesitan de políticas que respalden el potencial de esta comunidades, las economías más avanzadas también precisan de marcos de acción que faciliten el emprendimiento entre los migrantes, ayudándolos a solventar obstáculos legales, culturales y lingüísticos, así como apoyarlos en el ámbito de la mentoría, formación y microcréditos.

En resumen, el potencial político, económico y cultural de las diásporas es real, pero la complejidad y diversidad intrínseca de estas comunidades, unida a los específicos contextos de los países de origen y residencia, hace que sea necesario analizar las ventajas y desafíos que ofrecen de manera cuidadosa, diseñar políticas al respecto y evaluar su impacto.