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Una familia romaní en Plemetina, kosovo, 2017. ARMEND NIMANI/AFP via Getty Images

La discriminación que esta comunidad sufre en todo el mundo se reproduce también en Kosovo, pero aquí, en una tierra disputada por albaneses y serbios, además se eleva una causa étnica que divide a los romaníes.

Dai, trabajador en una ONG y traductor, conduce su Volkswagen Bora verde por la autovía que conecta Pristina y Mitrovicë, una urbe famosa por la segregación extrema plasmada desde su nacimiento geográfico, el río Ibar: los serbios ocupan la franja norte; los albaneses la sur. En este escenario colgado de un conflicto congelado, actúan también los ashkalíes y los egipcios, que para Dai son gitanos que protagonizan un cisma auspiciado por la comunidad internacional y la mayoría albanokosovar. En 40 minutos, lo que se tarda en alcanzar el barrio Mahalla de Mitrovicë, Dai eleva los problemas de la comunidad romaní: a la extendida discriminación global por sus hábitos de vida se une una causa étnica específica de Kosovo que divide, y por tanto merma, a esta hermética comunidad.

La Carta Magna kosovar, redactada por la comunidad internacional, recoge las diferencias entre estos tres grupos étnicos que se disputan su pasado. Según el censo, siempre conflictivo en Kosovo debido a la injerencia serbia, residen 11.524 (0,7%) egipcios, 15.436 (0,9%) ashkalíes y 8.824 (0,5%) romaníes. Pero ¿quiénes son egipcios y ashkalíes? ¿Cómo sustentan esa diferencia identitaria apenas reconocida en los Balcanes?

La versión más sólida por tradición académica es la romaní: llegaron desde India a partir del siglo XIII, puede que incluso antes, y consideran parte de su grupo étnico a las otras dos comunidades. Los egipcios, con importante presencia en Gjakovë, se ven como descendientes de los migrantes llegados de la tierra de los faraones. Tienen una teoría más o menos unificada para explicar su migración. Los escritos de Rubin Zemon, presidente de la Unión de Egipcios Balcánicos en 1998, remarcan que llegaron entre los siglos V a. C. y el IV d. C. Sustenta su tesis en las referencias de Heródoto a los pueblos llegados de Egipto, las muestras arqueológicas y los textos escritos. A diferencia de los ashkalíes, que para los egipcios protagonizan una escisión en su propia comunidad desencadenada por intereses albaneses, son reconocidos en Macedonia del Norte y Albania, lo que dota a su discurso de mayor legitimidad.

“Ahskalí era la forma despectiva con la que los gitanos llamaban a estos grupos. No tenían presencia hasta la independencia de Kosovo, cuando fueron reconocidos. Entonces aparecieron partidos como la rama ashkalí del grupo del presidente Hashim Thaçi, pero la mayoría de los actuales líderes ashkalíes se consideraban antes egipcios”, explica Dzavit Berisha, miembro de la comunidad egipcia que, desde su atalaya del European Roma Rights Centre, en Budapest, lucha por esclarecer las rutas pasadas de los egipcios en los Balcanes. Su visión, compartida entre la mayoría de su comunidad, desliza que los ashkalíes son en realidad egipcios.

Y los ashkalíes, cuya aparición es más reciente y por tanto está más cuestionada, tienen más versiones para explicar su migración. Una nos lleva a la antigua Persia, al Imperio parto de la dinastía arsácida, y a las migraciones que desde allí comenzaron en el siglo IV. Otra leyenda nos acerca a Palestina, a la ciudad de Ascalón –“Ashkelon” en hebreo–. Y otra hasta Alejandro Magno, siempre presente en cada historia que intenta ratificar el derecho histórico de un pueblo sobre los Balcanes.

En esta lucha por el reconocimiento, cada una de las tesis aún carece de sustento académico: los romaníes siguen pensando que ashkalíes y egipcios no son más que castas y linajes de su pueblo, que la diferencia más importante, el idioma, porque egipcios y ashkalíes hablan albanés, no es una prueba concluyente. “Si somos lo mismo, ¿por qué unos romaníes olvidaron su lengua y otros no?”, se pregunta Bajram Ilazi, ashkalí de 26 años interesado en esta causa. “Lo que sabemos es que no somos romaníes ni albaneses, pero creo que egipcios y ashkalíes son lo mismo, aunque en el documento kosovar seamos diferentes. Pero los políticos evitarán nuestra unión. Necesitamos más estudios teóricos, tener acceso a los archivos del Imperio otomano. Todo lo que he leído no hace más que crearme nuevas dudas”, continúa.

“La identidad no es algo eterno, congelado en el tiempo, y puede cambiar. Es como los españoles que se asentaron en América Latina y desarrollaron identidades en Argentina, Chile… Cada comunidad tiene su teoría, y la falta de investigación académica se ha sustituido por una decisión política (el reconocimiento de las tres comunidades). No tendría que ser muy complejo investigar las rutas pasadas, pero muchas naciones han desarrollado su identidad de esta manera (desde el reconocimiento de un Estado). Lo que fascina en la actualidad, en el caso de ashkalíes y egipcios, es que somos testigos de este proceso identitario”, apunta en una respuesta por correo electrónico Elena Marushiakova, reconocida experta en la historia de los romaníes en los Balcanes.

 

En medio de la tensión étnica

Para entender el presente de estas comunidades, hay que rebobinar hacia atrás. Durante la guerra de 1998-1999, los gitanos apoyaron a los serbios en Kosovo. Algunos convencidos, otros obligados. Dai, que entonces atravesaba su juventud, recuerda que los paramilitares serbios casi matan a un vecino suyo de Plemetina. Y eso que era gitano. A sus 36 años no desmiente la connivencia, pero insiste en la coyuntura: “¿Qué habrías hecho tú?”.

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Un niño romaní en un campo de refugiados en Zitkovac en el norte de Mitrovica, 2007. DIMITAR DILKOFF/AFP via Getty Images

La victoria albanesa en la contienda tuvo consecuencias. Una de las primeras represalias fue contra los romaníes del barrio Mahalla del sur de Mitrovicë. Turbas albanesas destruyeron sus casas y los afectados terminaron siendo desplazados a los campos contaminados de la UNMIK (Misión de Administración Interina de la ONU en Kosovo), que gobernó el país entre 1999 y 2008. Hoy 600 de ellos sufren problemas de salud por haber sido envenenados con plomo y otros metales tóxicos durante una década. La ONU, que prefirió la estabilidad étnica a la salud de los romaníes, no permitió que las fuerzas internacionales estuvieran expuestas largos periodos porque conocían la contaminación provocada por el complejo minero Trepça.

Aunque ya hubo partidas durante la guerra, las represalias posteriores forzaron a miles de gitanos a abandonar Kosovo para siempre. Los que se quedaron, lamenta Dai, cargan con el estigma de ser colaboracionistas de Belgrado. Dai pone ejemplos del día a día: “A veces tenemos problemas para entrar en bares y discotecas y ciertas miradas nos incomodan en ciertos restaurantes”. Esta situación, además, aleja cualquier posible entendimiento entre gitanos y ashkalíes y egipcios, que utilizan como lengua vehicular el albanés y buscan alejarse de los estigmas que persiguen a los gitanos.

Esta realidad, cebada con rencor y desconfianza, impera pese a las progresistas leyes. Porque a nivel teórico, Kosovo es el paraíso de las minorías: supera en libertades y cuotas de representación a muchos de los textos jurídicos de las grandes democracias del mundo. Como ejemplo, de los 120 asientos del Parlamento, 10 están reservados a la comunidad serbia, cuatro a romaníes, ashkalíes y egipcios, tres a bosniacos, dos a turcos y uno a goranis. Además, la representación de las comunidades en la Administración, tanto central como municipal, se ha situado cerca del 10% que recoge la Constitución.

El problema, como siempre ocurre en Kosovo, es la implementación, que es asimétrica, como demuestran romaníes, ashkalíes y egipcios: un informe de 2017 de la OSCE matiza que estos grupos ocupan los puestos administrativos más bajos. Además, los romaníes solo están proporcionalmente representados en dos de las 10 municipalidades en las que residen. Ashkalíes y egipcios, en ninguna. El informe ejemplifica esta situación con el distrito de Füshe Kosovë, donde los ashkalíes alcanzan el 9% de la población, pero apenas suman el 2% del funcionariado. “Los políticos de estas comunidades no inician procesos legales contra esta ilegalidad. Por tanto, la falta de representación es culpa de los líderes comunitarios”, considera Berisha.

 

Discriminación

La progresista Constitución kosovar es legado de una comunidad internacional que tuvo una decisiva participación en la guerra y posterior independencia (2008) de Kosovo. Sin embargo, además de las rencillas pasadas, existe un condicionante clave: Serbia y sus estructuras paralelas, que no son más que los servicios básicos entregados por Belgrado. Los gitanos, buscando una mejor vida, se aprovechan, pero como contraprestación, se alejan de la mayoría albanesa, de ashkalíes y egipcios, y por tanto de la integración.

A la cabeza de las estructuras paralelas están los servicios en educación y salud de las municipalidades de mayoría serbia, que en muchos casos coinciden con asentamientos gitanos. Los niños y niñas romaníes, dice Dai, van a esas escuelas en las que se enseña en serbio. Como resultado, no aprenderán albanés y, llegada la juventud, sentirán vergüenza al acudir a las tiendas y los restaurantes de Kosovo.

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El romaní Ramis Kurta posa para esta foto en Plemetina, kosovo, 2019. ARMEND NIMANI/AFP via Getty Images

En Mitrovicë, es habitual ver a niños y niñas romaníes cruzar el puente sobre el río Ibar para regresar al sur, de mayoría albanesa, tras terminar el colegio. “La ayuda de asistencia social serbia ronda los 100 euros, aunque no tengas hijos. Si ya tienes cuatro o cinco, aunque no los mandes al colegio serbio, son como 200 euros. Y luego, si los envías a los colegios serbios se podrían juntar unos 300 euros en asistencia social. Kosovo entrega más de 80 euros por tener al cargo hijos menores de cinco años: una amiga tiene dos hijos y cobra 120”, desgrana Dai, quien reconoce que sus sobrinas van a una escuela serbia y que “hay gitanos que tienen los dos documentos (serbio y kosovar) para conseguir varias ayudas”. Carentes de ese rencor nacionalista que enturbia los Balcanes, los romaníes no tienen grandes problemas en reconocer la soberanía albanesa en Kosovo, sobre todo si con ese simple trámite consiguen dos ayudas que casi suman el sueldo que cobrarían por un empelo de 50 horas semanales. “Mi hermano estuvo trabajando sin descanso limpiando autobuses. La diferencia son 40 euros que se pueden conseguir con algunos trabajillos en negro”, ejemplifica. “Y yo pregunto: ¿qué opción tomarías?”.

Un estudio del Banco Mundial sobre los romaníes de los Balcanes occidentales destaca que solo el 13% de esta comunidad trabaja oficialmente en Kosovo: “es [una cifra] mucho más pequeña que la media que corresponde a las comunidades no romaníes y medias nacionales [de los Balcanes], que son mucho menores que la media de la UE”. En consonancia con las palabras de Dai, el trabajo informal supone el 70% del empleo de estas comunidades. Lo curioso del informe es que, pese a marcar las diferencias entre romaníes, ashkalíes y egipcios, los agrupa dentro de su estudio sobre romaníes en los Balcanes occidentales. Esta unión, comúnmente conocida bajo las siglas RAE (romaníes, ashkalíes y egipcios), contradice esas diferencias reconocidas por la comunidad internacional en Kosovo.

Más allá de los informes institucionales y leyes, la forma de vida de estas tres comunidades parece sustentar la teoría de los gitanos: sufren los mismos problemas y tienen parecidas soluciones. Además, viven en barriadas en los extrarradios de las ciudades. Las diferencias pasan desapercibidas para los extraños, aunque no para ellos. Pese a ser más cercanos a la mayoría albanesa, ashkalíes y egipcios se sienten tan discriminados como los gitanos. Para más inri, salvo en la Constitución, son considerados gitanos que hablan albanés. Ante esta situación, Berisha insiste en dejar a un lado las diferencias. Reclama la conjura de los más desfavorecidos. “Los ashkalíes han sido reconocidos en Kosovo. Entonces, somos diferentes. Pero nos une la discriminación que sufrimos. Tenemos que enfocarnos en esto para juntarnos y reclamar nuestros derechos. Luego, con el tiempo, ya veremos qué somos”, insiste Bersiha, quien lleva años recopilando información sobre la comunidad egipcia, concretamente las cuatro últimas generaciones de su familia, originaria de Elbasan, en Albania.

La noche es lluviosa en Plemetina. Después de disfrutar con la familia de una amiga serbia de la infancia, Dai conduce el Volkswagen Bora camino de Pristina. Frente a la central térmica Kosovo A, reduce la velocidad y suelta su conclusión de la noche, aderezada con conversaciones sobre política e historia en Kosovo. “Antes de la guerra no existían tres comunidades. Había romaníes, una comunidad, y nadie se quejaba. La comunidad internacional vino en 1999. Ellos decían que cada uno podía ser independiente, y jugaron con la gente. Ahora, todos estamos más divididos que nunca”.