Aupado en su riqueza energética, el líder turcomano
Niyázov
detenta un poder absoluto.

Según el historiador romano Suetonio, cuando Tiberio sucedió en
el poder a Augusto representó en el Senado algunas escenas no exentas
de comicidad. A pesar de apoderarse del mando, rodearse de la Guardia Pretoriana
y ejercer las potestades imperiales, Tiberio desistía de los honores
y poderes que se le otorgaban de manera oficial, aduciendo su edad o la pesada
tarea que el cargo suponía. Exasperó de tal modo a los senadores
que uno de ellos llegó a decirle que era costumbre aguardar largo
tiempo para hacer lo prometido, pero que él empleaba largo tiempo para
prometer lo que había hecho. Al final aceptó,
no sin señalar: "Esperaré el momento en que juzguéis
de justicia conceder algún descanso a mi vejez". Tenía
entonces 56 años y gobernó Roma hasta su muerte, más de
dos décadas después.

En un guiño a la historia, el presidente de Turkmenistán, Saparmurat
Niyázov, protagonizó hace poco una escena sorprendentemente parecida.
En octubre pasado presentó ante el Parlamento una ley en la que proponía
dejar el poder y celebrar elecciones en 2009. Los 2.500 diputados, que interpretan
estas iniciativas de su líder como un examen de fidelidad, votaron en
contra de forma unánime y se pronunciaron a favor de que el cargo fuera
vitalicio, una cuestión que ya fue aprobada por la Cámara en
1999. Niyázov ha presentado en varias ocasiones propuestas similares
e insiste en público en que los comicios deberían celebrarse
antes de su 70 cumpleaños (ahora tiene 65 años). Sin embargo,
en el caso improbable de que se retirase de la política, es casi seguro
que designará un sucesor, se asegurará la inmunidad para toda
su familia y seguirá ejerciendo una gran influencia. Sus declaraciones
resultan poco creíbles, si se tiene en cuenta su poder absoluto, el
más indiscutible en una región poco caracterizada por las libertades
democráticas. Su Gobierno dirige la vida económica y social del
país, inspirándose en el Movimiento Nacional del Renacimiento
Turcomano, cuyo libro fundamental, escrito por el propio Niyázov, se
enseña en las escuelas. La marginación de la población
foránea o que no profesa la fe musulmana le ha ganado la enemistad de
Rusia, que, en general, se muestra receptiva hacia los regímenes autoritarios
del área enfrentados con Occidente, pero que, en este caso, se siente
agraviada por el trato dispensado a los ciudadanos de origen ruso.

El culto a la personalidad de Niyázov no es una mera anécdota,
sino que muestra la represión de la oposición política
y ejemplifica lo que la falta de atención internacional está permitiendo
en la región. El impredecible comportamiento de este personaje juega,
además, un papel relevante en el complicado tablero de ajedrez centroasiático,
que pasa casi inadvertido. China, Rusia y Estados Unidos se disputan el control
de los recursos minerales y energéticos que atesoran las ex repúblicas
soviéticas de la zona. Washington extiende hasta estas tierras su política
de diversificar las fuentes de petróleo y su presencia militar dirigida
a combatir el terrorismo islámico. Pekín intenta saciar la enorme
sed de energía y materias primas que su fuerte crecimiento económico
le impone. Moscú, por su parte, sigue considerando la región
como su área natural de influencia y observa con recelo cualquier intromisión.

Muy a pesar de Niyázov, la Federación de Rusia es el principal
comprador de gas turcomano, cuyas reservas son las cuartas del mundo. Controla,
además, la distribución de hidrocarburos en la región,
lo que hace que Turkmenistán, igual que otros países limítrofes,
necesite conservar buenas relaciones con Moscú, pero busque al mismo
tiempo alternativas. EE UU ha sido el principal promotor de estos proyectos
para mitigar su dependencia del crudo saudí y, de paso, romper el dominio
ruso. El ejemplo más evidente es el oleoducto Bakú-Tbilisi-Ceyhan,
inaugurado en mayo pasado y que permite transportar a diario un millón
de barriles de crudo desde la capital azerí, en el Caspio, hasta las
costas turcas del Mediterráneo. Turkmenistán abandonó este
proyecto hace años debido a sus malas relaciones con Azerbaiyán,
por lo que, a falta del anhelado gaseoducto transafgano, la única vía
alternativa es Irán, el enemigo de la Casa Blanca.

Niyázov promueve un culto a su personalidad desmedido
Niyázov promueve un culto a su personalidad
desmedido

Turkmenistán es un dudoso aliado de la causa estadounidense. Mantuvo
estrechas relaciones con el régimen talibán y durante la campaña
de Washington en Afganistán no cedió su territorio para uso militar.
Sin embargo, EE UU ve con agrado la represión del islamismo radical
que practica Niyázov, y es el único país occidental con
alguna influencia en Ashjaba. La visita en agosto pasado del general estadounidense
John Abizaid ha desatado los rumores sobre el interés de Washington
en establecer una base militar en suelo turcomano. Aunque el Departamento de
Estado ha desmentido la noticia, resulta evidente que EE UU está ansioso
por conservar su influencia en la región tras el cierre de su base en
Uzbekistán el pasado verano.

La expansión económica china corre paralela al aumento de su
peso político en el ámbito internacional. En ningún lugar
es tan evidente este proceso como en Asia central. China cuenta ya con una
notable presencia en Kazajistán, desde donde pretende acceder a las
reservas del Caspio, y extiende rápidamente su influencia. Turkmenistán
no ha escapado al ojo del gigante asiático. En mayo pasado, el presidente
Hu Jintao visitó la capital turcomana para estrechar lazos bilaterales
y estudiar la posibilidad de colaborar en la explotación de sus recursos.

Este cóctel de intereses es una fuente potencial de conflictos y facilita
la supervivencia de este tipo de regímenes, que reciben escasas críticas
internacionales y ninguna medida de presión. Mientras la batalla global
por los recursos continúe, Niyázov podrá seguir emulando
a Tiberio con toda tranquilidad. En ciertos aspectos, incluso supera su poder.
Cuando el Senado propuso a Tiberio cambiar el nombre del mes de septiembre
por el suyo, tal y como se había hecho con Julio César y Augusto,
rechazó este honor, preguntando a los senadores si también pretendían
crear un mes adicional cuando nombrasen al decimotercer emperador. Niyázov
ha resuelto este problema cambiando los 12 meses de golpe. Así, por
ejemplo, enero ha pasado a llamarse Turkmenbashi, su segundo nombre, y abril
se denomina ahora Gurbansoltan Edzhe, en honor a su madre.

Aupado en su riqueza energética, el líder turcomano
Niyázov
detenta un poder absoluto.
Rafael Loring Rubio

Según el historiador romano Suetonio, cuando Tiberio sucedió en
el poder a Augusto representó en el Senado algunas escenas no exentas
de comicidad. A pesar de apoderarse del mando, rodearse de la Guardia Pretoriana
y ejercer las potestades imperiales, Tiberio desistía de los honores
y poderes que se le otorgaban de manera oficial, aduciendo su edad o la pesada
tarea que el cargo suponía. Exasperó de tal modo a los senadores
que uno de ellos llegó a decirle que era costumbre aguardar largo
tiempo para hacer lo prometido, pero que él empleaba largo tiempo para
prometer lo que había hecho. Al final aceptó,
no sin señalar: "Esperaré el momento en que juzguéis
de justicia conceder algún descanso a mi vejez". Tenía
entonces 56 años y gobernó Roma hasta su muerte, más de
dos décadas después.

En un guiño a la historia, el presidente de Turkmenistán, Saparmurat
Niyázov, protagonizó hace poco una escena sorprendentemente parecida.
En octubre pasado presentó ante el Parlamento una ley en la que proponía
dejar el poder y celebrar elecciones en 2009. Los 2.500 diputados, que interpretan
estas iniciativas de su líder como un examen de fidelidad, votaron en
contra de forma unánime y se pronunciaron a favor de que el cargo fuera
vitalicio, una cuestión que ya fue aprobada por la Cámara en
1999. Niyázov ha presentado en varias ocasiones propuestas similares
e insiste en público en que los comicios deberían celebrarse
antes de su 70 cumpleaños (ahora tiene 65 años). Sin embargo,
en el caso improbable de que se retirase de la política, es casi seguro
que designará un sucesor, se asegurará la inmunidad para toda
su familia y seguirá ejerciendo una gran influencia. Sus declaraciones
resultan poco creíbles, si se tiene en cuenta su poder absoluto, el
más indiscutible en una región poco caracterizada por las libertades
democráticas. Su Gobierno dirige la vida económica y social del
país, inspirándose en el Movimiento Nacional del Renacimiento
Turcomano, cuyo libro fundamental, escrito por el propio Niyázov, se
enseña en las escuelas. La marginación de la población
foránea o que no profesa la fe musulmana le ha ganado la enemistad de
Rusia, que, en general, se muestra receptiva hacia los regímenes autoritarios
del área enfrentados con Occidente, pero que, en este caso, se siente
agraviada por el trato dispensado a los ciudadanos de origen ruso.

El culto a la personalidad de Niyázov no es una mera anécdota,
sino que muestra la represión de la oposición política
y ejemplifica lo que la falta de atención internacional está permitiendo
en la región. El impredecible comportamiento de este personaje juega,
además, un papel relevante en el complicado tablero de ajedrez centroasiático,
que pasa casi inadvertido. China, Rusia y Estados Unidos se disputan el control
de los recursos minerales y energéticos que atesoran las ex repúblicas
soviéticas de la zona. Washington extiende hasta estas tierras su política
de diversificar las fuentes de petróleo y su presencia militar dirigida
a combatir el terrorismo islámico. Pekín intenta saciar la enorme
sed de energía y materias primas que su fuerte crecimiento económico
le impone. Moscú, por su parte, sigue considerando la región
como su área natural de influencia y observa con recelo cualquier intromisión.

Muy a pesar de Niyázov, la Federación de Rusia es el principal
comprador de gas turcomano, cuyas reservas son las cuartas del mundo. Controla,
además, la distribución de hidrocarburos en la región,
lo que hace que Turkmenistán, igual que otros países limítrofes,
necesite conservar buenas relaciones con Moscú, pero busque al mismo
tiempo alternativas. EE UU ha sido el principal promotor de estos proyectos
para mitigar su dependencia del crudo saudí y, de paso, romper el dominio
ruso. El ejemplo más evidente es el oleoducto Bakú-Tbilisi-Ceyhan,
inaugurado en mayo pasado y que permite transportar a diario un millón
de barriles de crudo desde la capital azerí, en el Caspio, hasta las
costas turcas del Mediterráneo. Turkmenistán abandonó este
proyecto hace años debido a sus malas relaciones con Azerbaiyán,
por lo que, a falta del anhelado gaseoducto transafgano, la única vía
alternativa es Irán, el enemigo de la Casa Blanca.

Niyázov promueve un culto a su personalidad desmedido
Niyázov promueve un culto a su personalidad
desmedido

Turkmenistán es un dudoso aliado de la causa estadounidense. Mantuvo
estrechas relaciones con el régimen talibán y durante la campaña
de Washington en Afganistán no cedió su territorio para uso militar.
Sin embargo, EE UU ve con agrado la represión del islamismo radical
que practica Niyázov, y es el único país occidental con
alguna influencia en Ashjaba. La visita en agosto pasado del general estadounidense
John Abizaid ha desatado los rumores sobre el interés de Washington
en establecer una base militar en suelo turcomano. Aunque el Departamento de
Estado ha desmentido la noticia, resulta evidente que EE UU está ansioso
por conservar su influencia en la región tras el cierre de su base en
Uzbekistán el pasado verano.

La expansión económica china corre paralela al aumento de su
peso político en el ámbito internacional. En ningún lugar
es tan evidente este proceso como en Asia central. China cuenta ya con una
notable presencia en Kazajistán, desde donde pretende acceder a las
reservas del Caspio, y extiende rápidamente su influencia. Turkmenistán
no ha escapado al ojo del gigante asiático. En mayo pasado, el presidente
Hu Jintao visitó la capital turcomana para estrechar lazos bilaterales
y estudiar la posibilidad de colaborar en la explotación de sus recursos.

Este cóctel de intereses es una fuente potencial de conflictos y facilita
la supervivencia de este tipo de regímenes, que reciben escasas críticas
internacionales y ninguna medida de presión. Mientras la batalla global
por los recursos continúe, Niyázov podrá seguir emulando
a Tiberio con toda tranquilidad. En ciertos aspectos, incluso supera su poder.
Cuando el Senado propuso a Tiberio cambiar el nombre del mes de septiembre
por el suyo, tal y como se había hecho con Julio César y Augusto,
rechazó este honor, preguntando a los senadores si también pretendían
crear un mes adicional cuando nombrasen al decimotercer emperador. Niyázov
ha resuelto este problema cambiando los 12 meses de golpe. Así, por
ejemplo, enero ha pasado a llamarse Turkmenbashi, su segundo nombre, y abril
se denomina ahora Gurbansoltan Edzhe, en honor a su madre.

Rafael Loring Rubio es analista de
riesgo-país para Europa del Este y las ex repúblicas soviéticas
en el Departamento de Estudios y Relaciones Internacionales del CESCE.