Cómo hacer de la UE nuestra polis.

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Hemos asistido a un debate sin precedentes en la historia de la construcción europea: el que tuvo lugar entre los candidatos de los diferentes grupos del Parlamento Europeo a las elecciones a éste el próximo 25 de mayo. Una candidatura que, tras la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, por primera vez comporta la candidatura a presidir la Comisión Europea –cuestión sobre la que, por encima de las discrepancias, se afirmó como común línea roja en el debate–. Por el hecho en sí y por esa posibilidad que comporta, es un debate si precedentes. Por ello, sobre todo, puede ser un precedente, momento y símbolo que tal vez un día contemplaremos, en perspectiva histórica, como el de una nueva era de la construcción europea, el inicio del salto cualitativo de su metamorfosis hacia su conformación en las elecciones decisivas para la vida colectiva de los europeos. Hacia la conformación, también, de un verdadero sistema político europeo, de un espacio público europeo y de un nivel de gobernanza europeo asumido como propio por los ciudadanos de la Unión con la misma naturalidad que el del Estado miembro del que son ciudadanos.

¿De qué depende que ese puede ser sea y que esa potencialidad llegue a ser realidad? Depende, entre otras cuestiones y en buena medida, de que sepamos llenar en ellas la vacuidad del espacio público europeo, hacer de ellas cilindro de Trotsky, ocasión para ejercer nuestra ciudadanía europea, optar para la construcción europea por universales abiertos y, al tiempo, sentir Europa. Depende de que entre todos sepamos hacer de estos comicios la elección de Europa.

Llenar la vacuidad, pues toda construcción de una polis necesita de legitimidad, eficacia y un espacio público común. Es el espacio público europeo como el de la Caverna de Platón, en el que se reflejan las sombras, los focos, los haces de luz que difunden hacia y sobre Europa los diferentes espacios públicos nacionales. Necesariamente parcial e incompleto; deja en la oscuridad parte esencial del espacio común, que así, de alguna manera, deja de serlo. Y sobre todo deja de ser uno. Comparte el sujeto colectivo que avanza en la Historia, o la hace, un imaginario colectivo que se realiza y representa en un espacio público común. Necesita la construcción europea de símbolos, de relato cosmogónico, de alma; y de espacio para realizarse, para ser. Necesita el espacio público europeo para serlo del todo de una luz en el techo que lo ilumine todo, en su conjunto. O tal vez, simplemente, que lo miremos o aprendamos a observarlo desde arriba, en gran angular; a sentir y vivir ese espacio como el de un nosotros más amplio que convive con aquellos otros que vivimos como los naturales y propios de la comunidad política de nuestra identidad colectiva. Más amplio, pero igualmente nuestro, del mismo modo vital: identidad múltiple, ciudadanía múltiple, espacios múltiples. Y entre ellos un espacio común. Necesita, en fin, llenarse. Pues es el espacio público europeo un espacio vacío. Y es esa vacuidad lo que más definitivamente lo define.

España en Europa, Europa en España. Nosotros en Europa, Europa en nosotros. En, que implica, significa, estar. Y el reto no es estar en Europa o que Europa esté en nosotros, sino ser, ser Europa. Por y para ello Europa equivale a nosotros. Asumir que somos Europa, que Europa somos nosotros; y es el suyo el espacio en que somos nosotros. En que somos.

Decía León Trotsky que sin el vapor del descontento popular, el partido bolchevique sería como el vapor no encerrado en un cilindro. Entre el vapor de las demandas populares y el poder político, el régimen o las instituciones que realizan las políticas públicas, se necesitan cilindros que trasladen esas demandas y las conviertan en éstas. La olla europea, en la medida en que exista, carece de suficiente vapor; y el sistema europeo no tiene cilindros de Trotsky que trasladen el vapor del demos europeo al poder europeo. De partidos políticos o estructuras de intermediación que piensen en europeo, creados paneuropeamente, conformados en su dirección y militancia paneuropeamente, y que no constituyan simplemente asociaciones de partidos nacionales o estatales. El vapor del demos europeo precisa no solo de cilindros de Trotsky, sino también de olla, de un espacio público compartido. El barco europeo necesita de un motor de dos cilindros, el de los Estados y el de las estructuras de intermediación europeas.

Todo proceso electoral constituye una ocasión para captar el vapor de las demandas populares y dirigirlas hacia la máquina del poder. ¿Cómo hacer de estos comicios europeos, instancia decisiva de la conformación del poder y del interés general, cilindro de Trotsky captador del vapor que mueva el barco europeo del ser en Europa hacia el ser Europa?

Europa es hoy un espacio común de Justicia e Interior, donde todos los ciudadanos tenemos garantizado el respeto a unos derechos y libertades fundamentales comunes, no solo frente al Estado del que somos nacionales según establezca su Constitución, sino también en cualquier Estado de la Unión. . Y somos así ciudadanos en todo el espacio común, en todo él tenemos garantizados esos derechos y libertades fundamentales. En ello se realiza y se cumple nuestra ciudadanía europea. Y no cabe duda de que esto constituye un logro, la realización de una idea y acaso de un sueño.

Mas precisamente la plenitud muestra el vacío. Y al mostrarlo despierta la conciencia de él, el deseo de llenarlo. El sueño de completar la ciudadanía europea, de realizarla del todo. De no conformarnos con ese lado pasivo de la ciudadanía, y querer pasar al activo. Con la ciudadanía otorgada, y querer la otorgante. Con el respeto y garantía de los derechos y libertades fundamentales por parte del poder político, y querer constituirnos de él en origen, elegirlo y pedirle cuentas.

La elección directa del poder europeo por los ciudadanos lleva implícita la ciudadanía europea en su lógica última y la legitimidad de origen y la rendición de cuentasque ello conlleva. Comicios europeos de los que emane no sólo el poder Legislativo, sino, también y sobre todo, el poder Ejecutivo, que al ejecutar afecta, ordena y dirige la vida colectiva europea, y garantiza y promueve el respeto y la realización de los derechos y libertades fundamentales que conlleva la ciudadanía. ¿Podría acaso de otro modo superar la construcción europea el déficit de legitimidad democrática del que sistemáticamente se le acusa? ¿Podría de otra manera el poder europeo ser del todo poder frente y junto al de sus Estados miembros; ser igualmente poder, no solo en cuanto a poder, sino en cuanto a igualmente legítimo? ¿Podría ser la europea del todo ciudadanía frente y junto a la nacional de cada uno de los Estados miembros, en cada uno de ellos? ¿Podría acaso de otro modo ser Europa nuestra polis?

Mas es hoy por hoy Europa una polis en construcción. Por los políticos, y por los ciudadanos. De ahí el dilema y la opción que afrontamos unos y otros. Dilema entre conseguir la aceptación y alentar las demandas de las opiniones y los espacios públicos nacionales, o promover y proponer las del espacio público europeo; entre hacer de las elecciones cilindro de Trotsky de nuestro Estado, nuestro particular nosotros en Europa, o de la construcción y la Unión Europea; entre hacer de ellas ocasión para el ejercicio de la ciudadanía de nuestro Estado miembro, o de nuestra ciudadanía europea.

Todo dilema implica una opción. Para los políticos y para los ciudadanos. Dilema, opción, reto: el de elegir Europa para construirla, hacer que los comicios del 25 de mayo sean al tiempo las de la elección de Europa. De ti depende. De todos y cada uno.

 

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