Hay argumentos a favor y en contra de la entrada de Turquía en la Unión Europea. Pese a que las negociaciones durarán años, lo cierto es que este paso está dándose sin un debate previo, serio y a fondo, sobre qué es Europa y qué se quiere que sea.

El Consejo Europeo del pasado 17 de diciembre hizo lo que tenía que hacer, lo que todo el mundo esperaba que hiciera después de 41 años de promesas a Ankara, y fijó octubre de 2005 para el inicio de las negociaciones de adhesión a la Unión Europea (UE), dejando de lado otras alternativas y rodeando de cautelas el proceso que ahora comienza. Sin embargo, la decisión no está exenta de polémica.

Quienes están a favor de la entrada de Turquía aducen, sobre todo, razones estratégicas. Piensan que enriquecerá a una Europa cuya grandeza histórica se ha hecho, precisamente, gracias a su carácter abierto e integrador, tanto en lo cultural como en los ámbitos económico y demográfico. Cerrar ahora la puerta sería renegar de esa última esencia y dejar de ser lo que somos. Una cultura es más rica cuanto más bastarda. La adhesión mostrará que es posible que cristianos y musulmanes vivan juntos basándose en los valores de la Ilustración y de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU. Los argumentos más habitualmente utilizados a favor del ingreso de Turquía en la UE son:

Turquía es Europa | Actor principal en la política continental desde mediados del siglo XV, su capital histórica, Estambul, donde vive el 25% de su población, está en Tracia. Turquía formó parte desde 1856 del Concierto europeo y nuestros antepasados del siglo xix se referían al Imperio Otomano como "el hombre enfermo de Europa". Fue derrotada en la Gran Guerra europea junto con los imperios centrales y perdió un extenso imperio colonial que abarcaba desde Líbano hasta el golfo Pérsico y Argelia.

Turquía se convirtió en 1952 en el primer y único país musulmán miembro de la OTAN y tuvo un papel importante en defensa de los intereses occidentales durante toda la guerra fría. Luego entró en muchas otras instituciones y organizaciones europeas como el Consejo de Europa, la OSCE, la OCDE, y el BERD. En 1963 firmó un acuerdo de asociación con la UE y en 1995 un acuerdo de unión aduanera. El Consejo Europeo de Helsinki aceptó su candidatura a la integración y el de Copenhague fijó la fecha para la apertura de negociaciones. Como ha dicho el director de Le Nouvel Observateur y último premio Príncipe de Asturias, Jean Daniel, "los turcos no han dejado nunca de ser cordialmente alentados por los europeos".

Coloso con pies de barro | Turquía está haciendo un esfuerzo enorme para adaptarse a los criterios de Copenhague que imponen a los candidatos a la adhesión el cumplimiento de ciertas condiciones de carácter político, económico y en el campo de los derechos humanos. Así, ha suprimido la pena de muerte y se esfuerza por erradicar la tortura del proceso penal y del sistema carcelario. Ha reformado el código penal para eliminar aquellos aspectos que chocan con los valores europeos como la condena por adulterio o los llamados "crímenes de honor". Ha mejorado las libertades de opinión y de reunión y ha progresado en el tratamiento de las minorías. La conclusión es que la sociedad turca se está modernizando a marchas forzadas y que la perspectiva de entrar en la UE ayuda a este esfuerzo.

Es un gran país | La UE ganará con la presencia turca. Por su dimensión territorial, Turquía es más grande que España o Francia y su demografía sólo cede ante la de la Alemania unificada, si bien la sobrepasará en 2050 cuando los ahora casi setenta millones de turcos se conviertan en cien. Cabe imaginar el aporte de sangre nueva y de vitalidad que esto puede suponer para una Europa envejecida y en desventaja frente a sus rivales planetarios chinos y estadounidenses. Otras aportaciones serán el ingreso en el mercado interior de una economía con altas tasas de crecimiento potencial, el acceso a materias primas y la proximidad a las fuentes de energía.

Fe europea | Ankara está haciendo bien los deberes y está modernizando de manera acelerada y con esfuerzo sus estructuras económicas. Es el país que más crece dentro de la OCDE, entre el 6% y el 8% anual durante los últimos tres años. También la inflación, que estaba en el 54% en 2001, ha caído por debajo del 10%. Su principal reto es convertir este despliegue en crecimiento estable y duradero, lo que exigirá mantener una estricta política presupuestaria, rebajar la deuda del sector público, seguir bajando la tasa de inflación, continuar las privatizaciones, reformar el sistema financiero y la administración fiscal… No son tareas fáciles y para afrontarlas es muy importante el acicate de la Unión Europea.

Democracia islámica | Turquía es oficialmente laica e islámica en el corazón. El 95% de los turcos se afirma musulmán. Atatürk llevó a cabo un denodado esfuerzo por desacralizar el país, por separar el ámbito político de la esfera religiosa, dotando a ambos de independencia recíproca, pero sin interferencias, e instaurando una república laica desde 1922. Ahora, la perspectiva del ingreso en la UE está permitiendo llevar a cabo cambios difíciles de concebir en otros países musulmanes, cambios que se aceptan dentro de lo que se ha llamado la "democracia islámica", basada en un esfuerzo de modernización que no reniega de sus raíces. Su entrada enviaría al mundo musulmán el mensaje de que Europa está abierta al islam tolerante, fomentando actitudes moderadas y contrarias al tan cacareado conflicto de civilizaciones.

La estrella de la cumbre: Erdogan, en Bruselas, en diciembre.
La estrella de la cumbre: Erdogan, en Bruselas, en diciembre.

Ventajas estratégicas | Ligadas al potencial militar turco que reforzaría el papel de Europa en el mundo por la vía del relanzamiento de la Política Exterior de Seguridad y Defensa (PESC). Turquía acerca a Europa zonas sensibles de producción de petróleo y aumenta la influencia europea en Oriente Medio. Sin olvidar que la placa de Anatolia puede ser una plataforma de proyección hacia el corazón de Asia de enorme valor en el gran juego de poder de los próximos decenios.

Grandes esperanzas | Dejar fuera a Turquía después de haberle dado esperanzas tantos años haría perder credibilidad a la UE y reforzaría a los sectores turcos más nacionalistas, opuestos a lo que consideran perniciosas influencias exteriores que alejan al país de su tradición y su cultura, lo que podría desestabilizar al Gobierno de Recep Tayyip Erdogan en detrimento de los intereses occidentales. En otros ámbitos, se podría llegar a interpretar interesadamente este rechazo como una afrenta a 1.300 millones de musulmanes que siguen con mucho interés este proceso.

Pero también hay argumentos en contra de la entrada de Turquía. El principal es que se trata de un país demasiado grande y demasiado diferente como para integrarlo en una Europa culturalmente homogénea, que su ingreso se traduciría en menor cohesión interna y en la conversión de la UE en un proyecto de integración económica y no política, donde la extensión de nuestras fronteras nos implicaría directamente en conflictos que hoy podemos permitirnos seguir desde la butaca. En suma, una dilución del ideal de los padres fundadores y un abandono del objetivo de la unión política al final del proceso.

Culturas diferentes | Durante varios siglos, los turcos se enfrentaron y mantuvieron en jaque a los cristianos, que tuvieron que recurrir a alianzas de diverso tipo para hacerles frente -como la Santa Liga, que venció en Lepanto- hasta que los polacos de Jan Sobieski lograron contener su avance en las mismas puertas de Viena. Como consecuencia, los otomanos fueron durante mucho tiempo percibidos como el otro, el enemigo. El propio Atatürk trasladó la capital a Ankara para disminuir la influencia europea en una nación cuyo origen se sitúa en las grandes cabalgadas por las estepas de Asia central.

Derechos humanos no homologables | Los avances de los últimos años son innegables, pero todavía queda un largo camino por recorrer. La Comisión Europea ha presentado un informe que no deja dudas sobre la necesidad de seguir trabajando en este ámbito tan sensible. Así, han seguido produciéndose casos de tortura, de detenciones e incluso de desapariciones arbitrarias, de "abusos sexuales, bodas prematuras y forzadas, poligamia, tráfico de mujeres o crímenes de honor". Hay todavía leyes que castigan los ataques escritos a "la indivisible unidad del Estado". También la corrupción sigue siendo "un problema muy grave", según este informe. El papel del Ejército en la vida política está reconduciéndose, pero está aún muy por encima de lo que es normal en la UE. Son carencias que recogen los últimos informes sobre Turquía de Human Rights Watch y del Departamento de Estado de EE UU.

Digestión pesada | La UE tendrá que pagar los costes de la entrada de Ankara, con enormes consecuencias para la Política Agrícola Común (PAC) y la Regional, que absorben hoy el 80% del presupuesto comunitario. La Comisaría de Agricultura calcula que el ingreso de Turquía se llevaría unos 11.300 millones de euros al año, más de lo que se les da a los 10 países que acaban de adherirse. Además, la renta turca es el 23% de la media comunitaria y todas sus regiones están por debajo del 75% de la misma media, lo que les da derecho al nivel máximo de ayuda, con un coste estimado en 28.000 millones de euros. No es fácil conciliar esta realidad con la cicatería de algunos países cuando se discute la posibilidad de aumentar los recursos financieros. Por eso, la Comisión recomienda modificar antes de 2014 los criterios para el reparto de las ayudas de la PAC y de los fondos de la Política Regional, para evitar que Ankara se lleve un trozo demasiado grande del pastel en perjuicio de otros perceptores.

¿Una Europa turca? | Turquía es más grande que los 10 países que han entrado en la UE en 2004 y tiene tanta población como todos ellos juntos. En conjunto, la población turca representa algo así como el 15% de la UE tras la última ampliación. Hoy sería el segundo país europeo, pero puede convertirse mañana en el de más peso político en las instituciones comunitarias.

Fronteras difusas | El ingreso de Turquía extenderá nuestras fronteras hasta Irak, Siria, Irán, Armenia y Georgia, aproximando los problemas de estas zonas al corazón de Europa. ¿Es lo que queremos o preferimos mantener con esas regiones una cómoda distancia de seguridad? Además, su entrada animaría otras peticiones de países como Israel, que podría alegar razones de proximidad cultural, o como Marruecos, que nunca ha ocultado sus deseos. Por otra parte, Ankara mantiene abiertas discrepancias con Grecia y Chipre que es imperativo solucionar previamente.

Recelo islamista | El impacto sería inapreciable sobre el mundo árabe, que no tiene una estima especial por los sucesores del Imperio Otomano que les colonizó durante cinco siglos, forzándoles a largas y sangrientas guerras de liberación que Lawrence de Arabia relata en parte en Los siete pilares de la sabiduría. Los musulmanes moderados se alegrarán del ingreso de Ankara, pero los moderados no son antieuropeos. En cuanto a los radicales, su odio hacia los valores occidentales no disminuirá, y aumentará, en cambio, el que sienten contra una Turquía que habrá dado a sus ojos un paso más en el alejamiento de sus raíces islámicas.

¿INVITADOS NO DESEADOS?
Hay, pues, opiniones para todos los gustos y esta cacofonía ha originado un desconcierto notable en la opinión pública, cuya primera consecuencia es que hoy sólo el 30% de los europeos son partidarios del ingreso de Turquía en la UE. El porcentaje es particularmente bajo en Alemania, Francia, Austria y Chipre, mientras que Reino Unido, Italia y España son los más entusiastas. Son actitudes lógicas: Londres concibe Europa como una gran zona de libre cambio y no le preocupa si hay menos integración continental. Italia y España creen que, con la entrada de Turquía, el Mediterráneo y sus problemas estarán más presentes en los foros de Bruselas. En Francia y en Alemania preocupa mucho la inmigración masiva, temor que también comparten belgas y holandeses. En Austria quizá domine el recuerdo de la secular confrontación entre los dos poderosos imperios de otrora, cuyo choque de titanes produjo el mosaico étnico y cultural balcánico que ha descrito el premio Nobel Ivo Andric en su Puente sobre el Drina.

Al margen de lo que dicen o no dicen los países, hay también una división transversal que separa a los partidos de signos políticos diferentes y que provoca disensiones en su mismo seno: así, mientras una comisión independiente, formada por un grupo de prestigiosos ciudadanos de variadas nacionalidades como Emma Bonino, Marcelino Oreja, Michel Rocard, Hans Van den Broek o Martti Ahtisaari se manifiesta a favor de la apertura de negociaciones de adhesión, el Grupo Popular Europeo -la fuerza política dominante en 18 de los 25 miembros de la UE- es más partidario de ofrecer a Turquía tan sólo una relación privilegiada. Por su parte, los Grupos Socialista y Liberal del Parlamento Europeo son, en conjunto, favorables a la adhesión, aunque el socialismo francés haya exteriorizado fuertes divisiones internas.

No es de extrañar que para salir de este galimatías se hayan ofrecido fórmulas intermedias con muchos matices. Algunas tienen un carácter netamente positivo, como la que acaba de adoptar el Consejo Europeo al decidir el inicio de negociaciones, pero rodeando de cautelas este importante paso. Los hay más cautos, pero siempre favorables, que prefieren una política de pequeños pasos -muy en línea con la propia historia comunitaria- con la intención de desdramatizar el proceso, pues, en definitiva, no se sabría con certeza en qué momento se habría cruzado el Rubicón. No son enfoques incompatibles. Otros no quieren a Turquía dentro de Europa pero tampoco desean desairarla ni privarse de los beneficios, sobre todo económicos, de su proximidad. Abogan por una asociación privilegiada, incluso con carácter inmediato, que le otorgue todas las ventajas de la integración pero que no llegue a permitirle participar en los órganos de decisión política de la UE.

No faltan quienes temen que privilegiar la relación con un país se interprete como un abandono o preterición de otros, particularmente en el ámbito mediterráneo, y por ello propugnan un nuevo proyecto dirigido a todos los ribereños de este mar, desde Turquía hasta Marruecos, de manera que el enfoque global no impidiera ofrecerle a cada uno un proyecto a su medida. Así, se ha propuesto una Europa en tres círculos, con el primero compuesto por los socios fundadores y aquellos países con voluntad de caminar hacia la integración política; el segundo círculo se caracterizaría por la integración económica, y el tercero abarcaría en una relación especial a países vecinos y del ámbito mediterráneo. En línea similar, se recuerda ahora que el entoces presidente francés François Mitterrand había avanzado la idea de construir, más allá de la UE, una especie de confederación más amplia que diera cabida no sólo a Turquía sino también a Rusia.

LA UE, VÍCTIMA DE PROPIO ÉXITO
Cabría concluir que la Unión Europea está siendo víctima de su propio éxito. Todavía no ha tenido tiempo de empezar a digerir la última ampliación cuando ya tiene a Croacia, Bulgaria y a Rumanía en el horizonte de 2007. Todo esto ocurre con enorme rapidez y produce una especie de vértigo ante la trascendencia de los pasos que se están dando. Se ha dicho que esta Turquía no cabe en esta Europa, pero que el reto al que nos enfrentamos es lograr que la futura Turquía quepa en la Europa del futuro. Es una idea interesante. No sabemos cómo va a ser el mundo dentro de unos años, aunque cabe intuir que estadounidenses y chinos se reservarán un papel estelar, quizá incluso disputándose el liderazgo mundial, pero queremos que Europa influya en su diseño.

Sin embargo, se ignora cuál será entonces el peso de las religiones y si nos moveremos en un marco regido por un multilateralismo eficaz o donde, por el contrario, impere la ley del más fuerte. Tampoco sabemos si será un mundo de identidades abiertas o cerradas sobre sí mismas, ni conocemos el peso que tendrán los Estados y las etnias. O el impacto del terrorismo, del crimen organizado y de la proliferación de armas de destrucción masiva. Desconocemos si el mundo que viene será más igualitario o más injusto que el actual en términos de distribución de riqueza y de participación en su reparto. Por no hablar del acceso a nuevas o conocidas fuentes de energía y del peso de los grandes grupos económicos transnacionales…

Las incógnitas son numerosas pero, ocurra lo que ocurra, Europa debe trabajar para tener el día de mañana una Unión fuerte, unida, cohesionada y capaz de proyectarse hacia el mundo con una sola voz en política exterior, en defensa de los principios en los que cree y que la han hecho grande, y también para proteger sus intereses económicos. Una Europa con poder blando, que sea también referencia de valores compartidos, solidaria, abierta a otras culturas y que encarne una visión atrayente de un mundo más justo y humano.

Oposición: manifestación antiturca de la Liga Norte en Italia.
Oposición: manifestación antiturca de la Liga Norte en Italia.

Y eso es lo que hoy da miedo. No se sabe con seguridad si el paso que se está dando nos fortalece o nos debilita. Ignoramos si Europa se halla ante un reto de civilización que vale la pena afrontar, si ha emprendido un camino que puede convertirla en una gran potencia a escala planetaria o, por el contrario, "disolver los ideales europeístas de los padres fundadores en un vago proyecto multinacional sin contenido". De ahí el vértigo. Un vértigo que, justo es reconocerlo, no se había planteado en las últimas ampliaciones cuando entraron Grecia, España, Suecia o Polonia.

En este contexto, se alzan voces que reclaman un debate abierto previo a cualquier decisión definitiva en este ámbito. Así, Valéry Giscard d’Estaing ha solicitado "debates públicos, una democracia transparente y una visión clara". Para él, la discusión debe situarse en el Parlamento Europeo porque "se trata de una decisión europea". No le falta razón. Las últimas elecciones europeas han despertado poquísimo interés en el ciudadano, que se ha traducido en una escasa asistencia a las urnas. Es posible que, en parte, este desinterés tenga su origen en la errónea percepción de que los temas comunitarios son abstrusos y lejanos y no afectan a la vida diaria como sucede con los que se debaten en los parlamentos nacionales. El ciudadano se sentiría más cercano y más cómplice de los centros de poder comunitarios si se le involucrara más, dándole ocasión de opinar sobre asuntos que le afecten y que despierten su interés, como ocurre cuando es el futuro de Europa el que está en juego.

El debate está, en opinión de muchos, mal planteado. Dejemos a Turquía al margen por un momento. Si el análisis se limita a sopesar las ventajas e inconvenientes de la admisión de un país en la UE, es probable que los argumentos a favor -sobre todo económicos- sean siempre más y de mayor peso que los argumentos en contra y, por esta vía, la UE se extendería sin interrupción, con el necesario acompañamiento de todo un complejo sistema de salvaguardias y de círculos, concéntricos o no, de geometrías variables y de cooperaciones reforzadas que, de alguna forma, controlen o compensen el progresivo e inevitable debilitamiento de la cohesión interna y de las señas de identidad propias.

Lo grave es que se están tomando decisiones sin un previo debate serio y a fondo sobre qué es Europa y qué se quiere que sea. Sólo si los europeos se definen, no como foto fija sino como proceso, sólo si se ponen de acuerdo y tienen las ideas claras al respecto resolverán el gran problema de las fronteras y si la entrada de cualquier país coincide o no con el proyecto previamente diseñado. Se trata de decisiones que afectan al ser del continente. Uno puede discutir las ventajas e inconvenientes de comprar una casa, pero el análisis estará desenfocado si no se plantea en función de las posibilidades y de las consecuencias que tendrá sobre la economía familiar. Por eso el debate es necesario. El resto es puro escapismo, contribuir a la confusión y no atreverse a afrontar el problema cara a cara, hiriendo, además, innecesariamente, los sentimientos y el orgullo de los turcos al colocarles, sin culpa alguna por su parte, en el centro de nuestras indefiniciones.

¿Algo más?
Numerosos libros intentan responder a una pregunta que es todo un clásico desde el siglo xix y que se ha agudizado tras el de Bruselas a Ankara: ¿Turquía es Europa? En Francia, una de las sociedades que más se opone a su entrada en la UE, destacan Turco-sceptiques: La Turquie et l´ Union Européenne, obra colectiva de varios intelectuales turcos dirigida por Cengiz Aktar (Ed. Actes Sud, París, 2004), y La Turquie aujourd’hui: Un pays européen?, del arabista francés Olivier Roy (Col. Le tour du sujet, París, 2004), en el que se analiza cómo el régimen turco se ha transformado en un espejo deformante de las contradicciones del Viejo Continente. The Turks Today: After Ataturk (Ed. John Murray, Londres, 2004), de Andrew Mango, es uno de los mejores retratos en lengua inglesa de la Turquía moderna junto a Turkey Unveiled, de Nicole y Hugh Pope (Overlook Press, Londres, 2004), del que el prestigioso historiador británico Noel Malcolm ha dicho que "su lectura debería ser obligada para todos los diplomáticos y políticos occidentales". En castellano, la literatura sobre el tema es más escasa, pero interesante: Turquía, un país entre dos mundos, de Adrián Mac Liman y Sara Núñez Pardo (Ed. Flor del Viento, Madrid, 2004). Aunque para entender el alma turca y su personalidad escindida entre Oriente y Occidente nada mejor que las novelas de Orhan Pamuk, eterno aspirante al Premio Nobel: Me llamo rojo (Ed. Alfaguara, Madrid, 2003) o Snow (Ed. Knopf, Nueva York, 2004).

Para comprender la historia turca y su imbricación en Europa son recomendables The Ottoman Empire and Earley Modern Europe, de Daniel Goffmann (Cambridge University Press, Cambridge, 2002), Los señores del horizonte: una historia del Imperio Otomano (Alianza Editorial, Madrid, 2004), de Jason Goodwin, o el ya clásico La caída de Constantinopla, de Steven Runciman (Espasa Calpe, Madrid, 1998). Uno de los grandes arabistas del mundo, Bernard Lewis, muestra cómo el Imperio Otomano y sus conquistas en Europa fueron un episodio más del eterno conflicto entre islam y cristianismo en ¿Qué ha fallado? El impacto de Occidente y la respuesta de Oriente Próximo (Siglo XXI, Madrid, 2002), mientras Los siete pilares de la sabiduría (Ed. Libertarias, Madrid, 2004), de T. E. Lawrence, cobra nueva actualidad tras la guerra de Irak. La documentación sobre la entrada de Turquía en la UE está en inglés en la página web: http://www.europa.eu.int/pol/enlarg/index_es.htm.

 

Hay argumentos a favor y en contra de la entrada de Turquía en la Unión Europea. Pese a que las negociaciones durarán años, lo cierto es que este paso está dándose sin un debate previo, serio y a fondo, sobre qué es Europa y qué se quiere que sea. Jorge Dezcallar

El Consejo Europeo del pasado 17 de diciembre hizo lo que tenía que hacer, lo que todo el mundo esperaba que hiciera después de 41 años de promesas a Ankara, y fijó octubre de 2005 para el inicio de las negociaciones de adhesión a la Unión Europea (UE), dejando de lado otras alternativas y rodeando de cautelas el proceso que ahora comienza. Sin embargo, la decisión no está exenta de polémica.

Quienes están a favor de la entrada de Turquía aducen, sobre todo, razones estratégicas. Piensan que enriquecerá a una Europa cuya grandeza histórica se ha hecho, precisamente, gracias a su carácter abierto e integrador, tanto en lo cultural como en los ámbitos económico y demográfico. Cerrar ahora la puerta sería renegar de esa última esencia y dejar de ser lo que somos. Una cultura es más rica cuanto más bastarda. La adhesión mostrará que es posible que cristianos y musulmanes vivan juntos basándose en los valores de la Ilustración y de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU. Los argumentos más habitualmente utilizados a favor del ingreso de Turquía en la UE son:

Turquía es Europa | Actor principal en la política continental desde mediados del siglo XV, su capital histórica, Estambul, donde vive el 25% de su población, está en Tracia. Turquía formó parte desde 1856 del Concierto europeo y nuestros antepasados del siglo xix se referían al Imperio Otomano como "el hombre enfermo de Europa". Fue derrotada en la Gran Guerra europea junto con los imperios centrales y perdió un extenso imperio colonial que abarcaba desde Líbano hasta el golfo Pérsico y Argelia.

Turquía se convirtió en 1952 en el primer y único país musulmán miembro de la OTAN y tuvo un papel importante en defensa de los intereses occidentales durante toda la guerra fría. Luego entró en muchas otras instituciones y organizaciones europeas como el Consejo de Europa, la OSCE, la OCDE, y el BERD. En 1963 firmó un acuerdo de asociación con la UE y en 1995 un acuerdo de unión aduanera. El Consejo Europeo de Helsinki aceptó su candidatura a la integración y el de Copenhague fijó la fecha para la apertura de negociaciones. Como ha dicho el director de Le Nouvel Observateur y último premio Príncipe de Asturias, Jean Daniel, "los turcos no han dejado nunca de ser cordialmente alentados por los europeos".

Coloso con pies de barro | Turquía está haciendo un esfuerzo enorme para adaptarse a los criterios de Copenhague que imponen a los candidatos a la adhesión el cumplimiento de ciertas condiciones de carácter político, económico y en el campo de los derechos humanos. Así, ha suprimido la pena de muerte y se esfuerza por erradicar la tortura del proceso penal y del sistema carcelario. Ha reformado el código penal para eliminar aquellos aspectos que chocan con los valores europeos como la condena por adulterio o los llamados "crímenes de honor". Ha mejorado las libertades de opinión y de reunión y ha progresado en el tratamiento de las minorías. La conclusión es que la sociedad turca se está modernizando a marchas forzadas y que la perspectiva de entrar en la UE ayuda a este esfuerzo.

Es un gran país | La UE ganará con la presencia turca. Por su dimensión territorial, Turquía es más grande que España o Francia y su demografía sólo cede ante la de la Alemania unificada, si bien la sobrepasará en 2050 cuando los ahora casi setenta millones de turcos se conviertan en cien. Cabe imaginar el aporte de sangre nueva y de vitalidad que esto puede suponer para una Europa envejecida y en desventaja frente a sus rivales planetarios chinos y estadounidenses. Otras aportaciones serán el ingreso en el mercado interior de una economía con altas tasas de crecimiento potencial, el acceso a materias primas y la proximidad a las fuentes de energía.

Fe europea | Ankara está haciendo bien los deberes y está modernizando de manera acelerada y con esfuerzo sus estructuras económicas. Es el país que más crece dentro de la OCDE, entre el 6% y el 8% anual durante los últimos tres años. También la inflación, que estaba en el 54% en 2001, ha caído por debajo del 10%. Su principal reto es convertir este despliegue en crecimiento estable y duradero, lo que exigirá mantener una estricta política presupuestaria, rebajar la deuda del sector público, seguir bajando la tasa de inflación, continuar las privatizaciones, reformar el sistema financiero y la administración fiscal… No son tareas fáciles y para afrontarlas es muy importante el acicate de la Unión Europea.

Democracia islámica | Turquía es oficialmente laica e islámica en el corazón. El 95% de los turcos se afirma musulmán. Atatürk llevó a cabo un denodado esfuerzo por desacralizar el país, por separar el ámbito político de la esfera religiosa, dotando a ambos de independencia recíproca, pero sin interferencias, e instaurando una república laica desde 1922. Ahora, la perspectiva del ingreso en la UE está permitiendo llevar a cabo cambios difíciles de concebir en otros países musulmanes, cambios que se aceptan dentro de lo que se ha llamado la "democracia islámica", basada en un esfuerzo de modernización que no reniega de sus raíces. Su entrada enviaría al mundo musulmán el mensaje de que Europa está abierta al islam tolerante, fomentando actitudes moderadas y contrarias al tan cacareado conflicto de civilizaciones.

La estrella de la cumbre: Erdogan, en Bruselas, en diciembre.
La estrella de la cumbre: Erdogan, en Bruselas, en diciembre.

Ventajas estratégicas | Ligadas al potencial militar turco que reforzaría el papel de Europa en el mundo por la vía del relanzamiento de la Política Exterior de Seguridad y Defensa (PESC). Turquía acerca a Europa zonas sensibles de producción de petróleo y aumenta la influencia europea en Oriente Medio. Sin olvidar que la placa de Anatolia puede ser una plataforma de proyección hacia el corazón de Asia de enorme valor en el gran juego de poder de los próximos decenios.

Grandes esperanzas | Dejar fuera a Turquía después de haberle dado esperanzas tantos años haría perder credibilidad a la UE y reforzaría a los sectores turcos más nacionalistas, opuestos a lo que consideran perniciosas influencias exteriores que alejan al país de su tradición y su cultura, lo que podría desestabilizar al Gobierno de Recep Tayyip Erdogan en detrimento de los intereses occidentales. En otros ámbitos, se podría llegar a interpretar interesadamente este rechazo como una afrenta a 1.300 millones de musulmanes que siguen con mucho interés este proceso.

Pero también hay argumentos en contra de la entrada de Turquía. El principal es que se trata de un país demasiado grande y demasiado diferente como para integrarlo en una Europa culturalmente homogénea, que su ingreso se traduciría en menor cohesión interna y en la conversión de la UE en un proyecto de integración económica y no política, donde la extensión de nuestras fronteras nos implicaría directamente en conflictos que hoy podemos permitirnos seguir desde la butaca. En suma, una dilución del ideal de los padres fundadores y un abandono del objetivo de la unión política al final del proceso.

Culturas diferentes | Durante varios siglos, los turcos se enfrentaron y mantuvieron en jaque a los cristianos, que tuvieron que recurrir a alianzas de diverso tipo para hacerles frente -como la Santa Liga, que venció en Lepanto- hasta que los polacos de Jan Sobieski lograron contener su avance en las mismas puertas de Viena. Como consecuencia, los otomanos fueron durante mucho tiempo percibidos como el otro, el enemigo. El propio Atatürk trasladó la capital a Ankara para disminuir la influencia europea en una nación cuyo origen se sitúa en las grandes cabalgadas por las estepas de Asia central.

Derechos humanos no homologables | Los avances de los últimos años son innegables, pero todavía queda un largo camino por recorrer. La Comisión Europea ha presentado un informe que no deja dudas sobre la necesidad de seguir trabajando en este ámbito tan sensible. Así, han seguido produciéndose casos de tortura, de detenciones e incluso de desapariciones arbitrarias, de "abusos sexuales, bodas prematuras y forzadas, poligamia, tráfico de mujeres o crímenes de honor". Hay todavía leyes que castigan los ataques escritos a "la indivisible unidad del Estado". También la corrupción sigue siendo "un problema muy grave", según este informe. El papel del Ejército en la vida política está reconduciéndose, pero está aún muy por encima de lo que es normal en la UE. Son carencias que recogen los últimos informes sobre Turquía de Human Rights Watch y del Departamento de Estado de EE UU.

Digestión pesada | La UE tendrá que pagar los costes de la entrada de Ankara, con enormes consecuencias para la Política Agrícola Común (PAC) y la Regional, que absorben hoy el 80% del presupuesto comunitario. La Comisaría de Agricultura calcula que el ingreso de Turquía se llevaría unos 11.300 millones de euros al año, más de lo que se les da a los 10 países que acaban de adherirse. Además, la renta turca es el 23% de la media comunitaria y todas sus regiones están por debajo del 75% de la misma media, lo que les da derecho al nivel máximo de ayuda, con un coste estimado en 28.000 millones de euros. No es fácil conciliar esta realidad con la cicatería de algunos países cuando se discute la posibilidad de aumentar los recursos financieros. Por eso, la Comisión recomienda modificar antes de 2014 los criterios para el reparto de las ayudas de la PAC y de los fondos de la Política Regional, para evitar que Ankara se lleve un trozo demasiado grande del pastel en perjuicio de otros perceptores.

¿Una Europa turca? | Turquía es más grande que los 10 países que han entrado en la UE en 2004 y tiene tanta población como todos ellos juntos. En conjunto, la población turca representa algo así como el 15% de la UE tras la última ampliación. Hoy sería el segundo país europeo, pero puede convertirse mañana en el de más peso político en las instituciones comunitarias.

Fronteras difusas | El ingreso de Turquía extenderá nuestras fronteras hasta Irak, Siria, Irán, Armenia y Georgia, aproximando los problemas de estas zonas al corazón de Europa. ¿Es lo que queremos o preferimos mantener con esas regiones una cómoda distancia de seguridad? Además, su entrada animaría otras peticiones de países como Israel, que podría alegar razones de proximidad cultural, o como Marruecos, que nunca ha ocultado sus deseos. Por otra parte, Ankara mantiene abiertas discrepancias con Grecia y Chipre que es imperativo solucionar previamente.

Recelo islamista | El impacto sería inapreciable sobre el mundo árabe, que no tiene una estima especial por los sucesores del Imperio Otomano que les colonizó durante cinco siglos, forzándoles a largas y sangrientas guerras de liberación que Lawrence de Arabia relata en parte en Los siete pilares de la sabiduría. Los musulmanes moderados se alegrarán del ingreso de Ankara, pero los moderados no son antieuropeos. En cuanto a los radicales, su odio hacia los valores occidentales no disminuirá, y aumentará, en cambio, el que sienten contra una Turquía que habrá dado a sus ojos un paso más en el alejamiento de sus raíces islámicas.

¿INVITADOS NO DESEADOS?
Hay, pues, opiniones para todos los gustos y esta cacofonía ha originado un desconcierto notable en la opinión pública, cuya primera consecuencia es que hoy sólo el 30% de los europeos son partidarios del ingreso de Turquía en la UE. El porcentaje es particularmente bajo en Alemania, Francia, Austria y Chipre, mientras que Reino Unido, Italia y España son los más entusiastas. Son actitudes lógicas: Londres concibe Europa como una gran zona de libre cambio y no le preocupa si hay menos integración continental. Italia y España creen que, con la entrada de Turquía, el Mediterráneo y sus problemas estarán más presentes en los foros de Bruselas. En Francia y en Alemania preocupa mucho la inmigración masiva, temor que también comparten belgas y holandeses. En Austria quizá domine el recuerdo de la secular confrontación entre los dos poderosos imperios de otrora, cuyo choque de titanes produjo el mosaico étnico y cultural balcánico que ha descrito el premio Nobel Ivo Andric en su Puente sobre el Drina.

Al margen de lo que dicen o no dicen los países, hay también una división transversal que separa a los partidos de signos políticos diferentes y que provoca disensiones en su mismo seno: así, mientras una comisión independiente, formada por un grupo de prestigiosos ciudadanos de variadas nacionalidades como Emma Bonino, Marcelino Oreja, Michel Rocard, Hans Van den Broek o Martti Ahtisaari se manifiesta a favor de la apertura de negociaciones de adhesión, el Grupo Popular Europeo -la fuerza política dominante en 18 de los 25 miembros de la UE- es más partidario de ofrecer a Turquía tan sólo una relación privilegiada. Por su parte, los Grupos Socialista y Liberal del Parlamento Europeo son, en conjunto, favorables a la adhesión, aunque el socialismo francés haya exteriorizado fuertes divisiones internas.

No es de extrañar que para salir de este galimatías se hayan ofrecido fórmulas intermedias con muchos matices. Algunas tienen un carácter netamente positivo, como la que acaba de adoptar el Consejo Europeo al decidir el inicio de negociaciones, pero rodeando de cautelas este importante paso. Los hay más cautos, pero siempre favorables, que prefieren una política de pequeños pasos -muy en línea con la propia historia comunitaria- con la intención de desdramatizar el proceso, pues, en definitiva, no se sabría con certeza en qué momento se habría cruzado el Rubicón. No son enfoques incompatibles. Otros no quieren a Turquía dentro de Europa pero tampoco desean desairarla ni privarse de los beneficios, sobre todo económicos, de su proximidad. Abogan por una asociación privilegiada, incluso con carácter inmediato, que le otorgue todas las ventajas de la integración pero que no llegue a permitirle participar en los órganos de decisión política de la UE.

No faltan quienes temen que privilegiar la relación con un país se interprete como un abandono o preterición de otros, particularmente en el ámbito mediterráneo, y por ello propugnan un nuevo proyecto dirigido a todos los ribereños de este mar, desde Turquía hasta Marruecos, de manera que el enfoque global no impidiera ofrecerle a cada uno un proyecto a su medida. Así, se ha propuesto una Europa en tres círculos, con el primero compuesto por los socios fundadores y aquellos países con voluntad de caminar hacia la integración política; el segundo círculo se caracterizaría por la integración económica, y el tercero abarcaría en una relación especial a países vecinos y del ámbito mediterráneo. En línea similar, se recuerda ahora que el entoces presidente francés François Mitterrand había avanzado la idea de construir, más allá de la UE, una especie de confederación más amplia que diera cabida no sólo a Turquía sino también a Rusia.

LA UE, VÍCTIMA DE PROPIO ÉXITO
Cabría concluir que la Unión Europea está siendo víctima de su propio éxito. Todavía no ha tenido tiempo de empezar a digerir la última ampliación cuando ya tiene a Croacia, Bulgaria y a Rumanía en el horizonte de 2007. Todo esto ocurre con enorme rapidez y produce una especie de vértigo ante la trascendencia de los pasos que se están dando. Se ha dicho que esta Turquía no cabe en esta Europa, pero que el reto al que nos enfrentamos es lograr que la futura Turquía quepa en la Europa del futuro. Es una idea interesante. No sabemos cómo va a ser el mundo dentro de unos años, aunque cabe intuir que estadounidenses y chinos se reservarán un papel estelar, quizá incluso disputándose el liderazgo mundial, pero queremos que Europa influya en su diseño.

Sin embargo, se ignora cuál será entonces el peso de las religiones y si nos moveremos en un marco regido por un multilateralismo eficaz o donde, por el contrario, impere la ley del más fuerte. Tampoco sabemos si será un mundo de identidades abiertas o cerradas sobre sí mismas, ni conocemos el peso que tendrán los Estados y las etnias. O el impacto del terrorismo, del crimen organizado y de la proliferación de armas de destrucción masiva. Desconocemos si el mundo que viene será más igualitario o más injusto que el actual en términos de distribución de riqueza y de participación en su reparto. Por no hablar del acceso a nuevas o conocidas fuentes de energía y del peso de los grandes grupos económicos transnacionales…

Las incógnitas son numerosas pero, ocurra lo que ocurra, Europa debe trabajar para tener el día de mañana una Unión fuerte, unida, cohesionada y capaz de proyectarse hacia el mundo con una sola voz en política exterior, en defensa de los principios en los que cree y que la han hecho grande, y también para proteger sus intereses económicos. Una Europa con poder blando, que sea también referencia de valores compartidos, solidaria, abierta a otras culturas y que encarne una visión atrayente de un mundo más justo y humano.

Oposición: manifestación antiturca de la Liga Norte en Italia.
Oposición: manifestación antiturca de la Liga Norte en Italia.

Y eso es lo que hoy da miedo. No se sabe con seguridad si el paso que se está dando nos fortalece o nos debilita. Ignoramos si Europa se halla ante un reto de civilización que vale la pena afrontar, si ha emprendido un camino que puede convertirla en una gran potencia a escala planetaria o, por el contrario, "disolver los ideales europeístas de los padres fundadores en un vago proyecto multinacional sin contenido". De ahí el vértigo. Un vértigo que, justo es reconocerlo, no se había planteado en las últimas ampliaciones cuando entraron Grecia, España, Suecia o Polonia.

En este contexto, se alzan voces que reclaman un debate abierto previo a cualquier decisión definitiva en este ámbito. Así, Valéry Giscard d’Estaing ha solicitado "debates públicos, una democracia transparente y una visión clara". Para él, la discusión debe situarse en el Parlamento Europeo porque "se trata de una decisión europea". No le falta razón. Las últimas elecciones europeas han despertado poquísimo interés en el ciudadano, que se ha traducido en una escasa asistencia a las urnas. Es posible que, en parte, este desinterés tenga su origen en la errónea percepción de que los temas comunitarios son abstrusos y lejanos y no afectan a la vida diaria como sucede con los que se debaten en los parlamentos nacionales. El ciudadano se sentiría más cercano y más cómplice de los centros de poder comunitarios si se le involucrara más, dándole ocasión de opinar sobre asuntos que le afecten y que despierten su interés, como ocurre cuando es el futuro de Europa el que está en juego.

El debate está, en opinión de muchos, mal planteado. Dejemos a Turquía al margen por un momento. Si el análisis se limita a sopesar las ventajas e inconvenientes de la admisión de un país en la UE, es probable que los argumentos a favor -sobre todo económicos- sean siempre más y de mayor peso que los argumentos en contra y, por esta vía, la UE se extendería sin interrupción, con el necesario acompañamiento de todo un complejo sistema de salvaguardias y de círculos, concéntricos o no, de geometrías variables y de cooperaciones reforzadas que, de alguna forma, controlen o compensen el progresivo e inevitable debilitamiento de la cohesión interna y de las señas de identidad propias.

Lo grave es que se están tomando decisiones sin un previo debate serio y a fondo sobre qué es Europa y qué se quiere que sea. Sólo si los europeos se definen, no como foto fija sino como proceso, sólo si se ponen de acuerdo y tienen las ideas claras al respecto resolverán el gran problema de las fronteras y si la entrada de cualquier país coincide o no con el proyecto previamente diseñado. Se trata de decisiones que afectan al ser del continente. Uno puede discutir las ventajas e inconvenientes de comprar una casa, pero el análisis estará desenfocado si no se plantea en función de las posibilidades y de las consecuencias que tendrá sobre la economía familiar. Por eso el debate es necesario. El resto es puro escapismo, contribuir a la confusión y no atreverse a afrontar el problema cara a cara, hiriendo, además, innecesariamente, los sentimientos y el orgullo de los turcos al colocarles, sin culpa alguna por su parte, en el centro de nuestras indefiniciones.

¿Algo más?
Numerosos libros intentan responder a una pregunta que es todo un clásico desde el siglo xix y que se ha agudizado tras el de Bruselas a Ankara: ¿Turquía es Europa? En Francia, una de las sociedades que más se opone a su entrada en la UE, destacan Turco-sceptiques: La Turquie et l´ Union Européenne, obra colectiva de varios intelectuales turcos dirigida por Cengiz Aktar (Ed. Actes Sud, París, 2004), y La Turquie aujourd’hui: Un pays européen?, del arabista francés Olivier Roy (Col. Le tour du sujet, París, 2004), en el que se analiza cómo el régimen turco se ha transformado en un espejo deformante de las contradicciones del Viejo Continente. The Turks Today: After Ataturk (Ed. John Murray, Londres, 2004), de Andrew Mango, es uno de los mejores retratos en lengua inglesa de la Turquía moderna junto a Turkey Unveiled, de Nicole y Hugh Pope (Overlook Press, Londres, 2004), del que el prestigioso historiador británico Noel Malcolm ha dicho que "su lectura debería ser obligada para todos los diplomáticos y políticos occidentales". En castellano, la literatura sobre el tema es más escasa, pero interesante: Turquía, un país entre dos mundos, de Adrián Mac Liman y Sara Núñez Pardo (Ed. Flor del Viento, Madrid, 2004). Aunque para entender el alma turca y su personalidad escindida entre Oriente y Occidente nada mejor que las novelas de Orhan Pamuk, eterno aspirante al Premio Nobel: Me llamo rojo (Ed. Alfaguara, Madrid, 2003) o Snow (Ed. Knopf, Nueva York, 2004).

Para comprender la historia turca y su imbricación en Europa son recomendables The Ottoman Empire and Earley Modern Europe, de Daniel Goffmann (Cambridge University Press, Cambridge, 2002), Los señores del horizonte: una historia del Imperio Otomano (Alianza Editorial, Madrid, 2004), de Jason Goodwin, o el ya clásico La caída de Constantinopla, de Steven Runciman (Espasa Calpe, Madrid, 1998). Uno de los grandes arabistas del mundo, Bernard Lewis, muestra cómo el Imperio Otomano y sus conquistas en Europa fueron un episodio más del eterno conflicto entre islam y cristianismo en ¿Qué ha fallado? El impacto de Occidente y la respuesta de Oriente Próximo (Siglo XXI, Madrid, 2002), mientras Los siete pilares de la sabiduría (Ed. Libertarias, Madrid, 2004), de T. E. Lawrence, cobra nueva actualidad tras la guerra de Irak. La documentación sobre la entrada de Turquía en la UE está en inglés en la página web: http://www.europa.eu.int/pol/enlarg/index_es.htm.

 


Jorge Dezcallar es embajador de España ante la Santa Sede y ha sido director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI).