The Black Swan. The Impact of the Highly Improbable
(El Cisne Negro. El impacto de lo altamente improbable)

Nassim Nicholas Taleb
Random House Publishing Group, Nueva York (EE UU),
Allen Lane, Londres (Reino Unido), 2007 (en inglés)

Durante siglos, el Levante mediterráneo fue un modelo de convivencia. Cristianos, musulmanes y algunos judíos compartían territorio, progreso económico y un elevado grado de tolerancia. Cuando, tras la caída del Imperio Otomano, se formó el Líbano actual, era lo más cercano a un paraíso. Sin embargo, de repente, estalló una guerra civil entre cristianos y musulmanes que duró más de una década y media y cuyas heridas siguen supurando hoy. Fue lo que Nassim Nicholas Taleb llama, con mayúsculas, un “Cisne Negro”: un acontecimiento imprevisible, raro, con un tremendo impacto y que, después de ocurrir, nos parece en realidad menos aleatorio e impredecible.

La historia, según Taleb, avanza a grandes saltos, los provocados por los cisnes negros. Ejemplos son el auge de Internet, el triunfo de Harry Potter, el 11 de septiembre o la crisis bursátil de 1987, entre otros. Su impacto se ve reforzado por su carácter imprevisible.

Nuestra incapacidad para prever y anticiparnos tiene su raíz en cómo observamos y conocemos el mundo. Hasta el descubrimiento de Australia, los europeos estaban convencidos de que sólo existían los cisnes blancos, una creencia que parecía respaldada por la evidencia empírica. La contemplación del primer cisne negro demuestra, según Taleb, que una simple observación puede dar al traste con siglos de confirmación científica.

Nuestro problema es que no sabemos pensar. El ser humano necesita encontrar explicaciones y causas para todo; necesita crear categorías –todo empezó con Platón–, lo que reduce nuestra capacidad para abarcar la auténtica complejidad. No tenemos la mente abierta a lo improbable e impredecible.

Los cisnes negros ocurren en “el extraño país de Extremistán”, mientras que el resto de la existencia fluye en “la utópica provincia de Mediocristán”. La ley suprema de ésta es que ninguna observación individual cambia significativamente el resultado total. Un ejemplo: se reúne una muestra de mil personas y se le añade una que pesa tres veces la media. Aún con su diferencia, este individuo representará una pequeña fracción del peso total. Incluso si se añadiera la persona más pesada del planeta, el incremento de la media sería insignificante. Por muy pesado que sea, el cuerpo humano tiene unos límites.
No es así en Extremistán, donde las diferencias de una observación individual afectan al conjunto desproporcionadamente. La riqueza, por ejemplo. Si a esa muestra de mil personas le añadimos alguien como Bill Gates, éste podría representar por sí solo el 99% del dinero que el grupo pudiera reunir. Casi todas las cuestiones sociales se mueven en Extremistán.
La herramienta favorita para medir los acontecimientos en Mediocristán es la campana de Gaus, a la que Taleb ha declarado enemigo público número 1, “ese gran fraude intelectual”. Su problema es que se centra en lo común y deja al margen las excepciones. Expulsa el azar y lo desconocido de cualquier análisis. “¡Nos gusta porque nos ofrece certezas!”, asegura el autor. Y, sin embargo, lo que él pretende es que entendamos el valor de la incertidumbre.


Un ‘cisne negro’ es un acontecimiento imprevisible, raro, con un tremendo impacto y que, después de ocurrir, nos parece menos aleatorio e impredecible


La pasión por la incertidumbre le viene a Nassim Nicholas Taleb de lejos. Nacido en aquel paradisiaco Líbano, salió del país con su familia durante la guerra para asentarse en Estados Unidos. Ensayista, filósofo, investigador y matemático, ha desarro­llado parte de su carrera en importantes grupos financieros de todo el mundo, y en Wall Street, dedicado a aplicar complejos modelos matemáticos a sofisticados productos financieros y de riesgo. En 2001 publicó Fooled by Randomness (¿Existe la suerte? Engañados por el azar, Thomson Paraninfo, 2006), sobre la fragilidad del conocimiento humano al prescindir del azar, que se convirtió en libro de culto en el distrito financiero. Hoy ostenta la cátedra de Ciencias de la Incertidumbre en la Universidad de Massachusetts, Amherst (EE UU).

Taleb repasa la historia del pensamiento (filosófico, económico y social), con una división clara. El equipo A está formado por aquellos que han sabido pensar y actuar –el escepticismo y el empirismo son dos de sus armas favoritas– y que, con una mente abierta, han reconocido la incapacidad humana para asir el mundo: Sexto Empírico, Michel de Montaigne, Karl Popper, el matemático Henri Poincaré, Benoît Mandelbrot (creador de la teoría de los fractales y a quien está dedicado el libro) o el economista Friedrich Hayek son algunos de sus escasos héroes. A ellos se suman un par de escuelas relativamente recientes de psicólogos em­píricos y científicos del conocimiento. Curiosamente, Sócrates, uno de los primeros que abordó estos temas –“Sólo sé que no sé nada”–, no se menciona en toda la obra.

El otro equipo está formado por el resto, incluidos casi todos los premios Nobel de Economía. Filósofos, historiadores o economistas han sido y son hoy culpables de cerrar nuestras mentes, de ser incapaces de reconocer su ignorancia y de aplicar modelos que perpetúan el saber establecido y que nos impiden incorporar el azar y lo imprevisible a nuestras vidas.
Taleb escribe de una manera cercana, partiendo siempre de su experiencia personal, con un tono desenfadado, ameno y provocador, a menudo irónico, en ocasiones rayando el insulto. Lo más bonito que dice de los que se dedican a las finanzas es que los “entrenan para ser grises”, y de una buena mayoría de economistas y matemáticos opina que les “han lavado el cerebro” y que son, más o menos, una panda de idiotas.

En la última parte del libro hace una presentación más técnica, con algunos ejercicios estadísticos. ¿No está aplicando el mismo sistema que aquellos a quienes ataca, con otras fórmulas? En cualquier caso, ofrece unas cuantas ideas para la reflexión y para constatar que, realmente, no sabemos nada.