• The Axis of Evil Cookbook (El libro de cocina del Eje del Mal)
    Gill Partington 232 págs., Saqi Books,
    Londres (Reino Unido), 2007

He aquí un libro que, aunque aparentemente concebido para anglosajones contrarios a las guerras y amantes de las gastronomías y los tejidos étnicos, no dejará de tentar a los europeos continentales más escépticos, incluidos aquellos que, por más viajados, se precien de frecuentar la cocina exótica y atesoren ya en sus estanterías algunos tomos especializados. Cierto, un buen plato de lengua de juez a la iraquí resulta mucho más apetecible si imaginamos al magistrado con peluca, lo cual es privilegio de los británicos. ¿Mas no puede atraernos también a los españoles prepararlo –y, sobre todo, saborearlo: sólo necesitamos una lengua de vaca como principal componente– el día en que nuestro juez estrella favorito se haya ido de la sinhueso más que nunca? Por no hablar del secreto deseo, casi shakespeariano, que nos invade, no importan la nacionalidad ni la corrección política, cada vez que el can de la vecina aúlla escandalosamente; de esas ganas irresistibles de zampárnoslo, estofado a la coreana (una hora de cocción, si es pequeñito), acompañado por arroz, a ser posible.

Más de sesenta recetas, los platos favoritos de los dictadores, chismes políticos, perfiles de países, análisis… Todo ello promete y cumple este Libro de cocina del Eje del Mal, editado por Saqi (London- San Francisco-Beirut: editorial que predica el conocimiento trasversal del mundo) y pergeñado por Gill Partington, profesora de Literatura Inglesa a la par que vegeta vegetariana. Una dama que jamás ha puesto un pie ni en los países que forman el Eje originario denunciado por George W. Bush en su discurso de 2002 (Irak, Irán y Corea del Norte) ni en los otros, llamados menos controlables (rogue states), como Cuba, Siria y Libia, cuyos fogones también evoca, aunque en los dos últimos casos sus fuentes de información sean más generales, del Mashrek y del Magreb, con fuerte saqueo de la cocina libanesa presentándola como siria (en todo caso, el Líbano actual formó parte de la Gran Siria hasta el final de la Segunda Guerra Mundial).

A la señora Partington le bastó con realizar unas batidas por los restaurantes exóticos de Londres para hacerse con la producción básica, aunque para conseguir recetas coreanas –en realidad, de Corea del Sur: difieren poco de las de su hermanastra del Norte, ya que ambos países participan de un mismo amor por los perritos– tuvo que pedir ayuda por Internet. No se echa en falta mayor dominio del terreno, pues es la sencillez culinaria de este libro lo más atractivo para quienes sólo busquen en él la felicidad que pasa por el estómago. De hecho, casi produce escalofríos vaticinar la alegría con la que los aficionados, después de leerlo, se lanzarán a elaborar condumios étnicos para sus invitados, proporcionándoles inolvidables veladas dignas de Alfred Hitchcock (ver Frenesí, o la tortura del inspector de policía masticando codornices con cabeza).

El aspecto gastronómico es sólo la excusa, la etiqueta, el gancho. Son los textos políticos, así como las descripciones de los personajes, todo ello obra de Partington, los verdaderos ingredientes que amasan este volumen, guindado por numerosas e impagables ilustraciones de Richard Henso y Richo Eyes, autor éste último también del diseño. Algo así como los experimentos del profesor Choron (Charlie Hebdo de los buenos tiempos) pasados por la estética sopa Campbell y resumidos en el uso irreverente de los iconos del poder. En cuanto a los textos, pongamos que a Noam Chomsky le hubieran crecido pechos y que poseyera la chispa de Anita Loos. Militancia progresista más una incontenible apreciación satírica del desorden de los hombres, y la necesidad de realizar la selección de la estética al tiempo que se rastrea la ética: ello arroja un balance bastante igualitario en el reparto de ironías y mamporros. Es un libro sembrado de momentos hilarantes, que no alberga piedad alguna para el diablo, se llame Sadam o Bush Jr., sea éste quien se atragante con un simple pretzel, o sea el primero quien apenas deje cardamomo para sus súbditos, en su empeño de alimentar exclusivamente con dicha especia a las gacelas que constituyen su plato favorito.

Éste es también un libro de modas y de pelos. De costumbres corporales, temporales o perdurables, a cargo de los más acreditados barbudos (Fidel, Ahmadineyad), bigotudos (el mencionado Husein, Bachar al Asad), atortillados (el tupé de Kim Jong Il) y melenudos (Gaddafi). De sus pasiones humanas: la higiene corporal, el método Pilates, las clínicas de mantenimiento de línea, las colecciones de túnicas o sombreros, los flirteos, la obsesión de construir lo más alto y lo más hortera. Constituye, también, una colección de definiciones brillantes. De George W. Bush (el hombre que nunca permite que la falta de evidencia le amargue la realidad) a Ahmadineyad (a quien nadie confiaría la conducción de un vehículo familiar con tres puertas, ¿cómo permitirle dirigir un país?), del taconudo dictador de Corea del Norte al pulcro oftalmólogo que gobierna en Siria hereditariamente…

Imaginen que, en otras épocas, el Gobierno de Estados Unidos no hubiera amparado e incluso promocionado a dictadores que coincidieron en el tiempo y en el fascismo anticomunista como bandera –Salazar, Franco, Pinochet–, sino que hubiera denunciado a Portugal, España y Chile como países miembros de un Eje del Mal. Supongamos también que a alguien se le hubiera ocurrido averiguar qué hacían los desdichados súbditos de tales tiranos en sus ratos libres –o mientras eran liberados mediante bombardeo–, por ejemplo, qué comían, si es que podían hacerlo.

Recetas de cocina, reflexiones políticas. Al fondo, el destino de los pueblos, confinados a sus fogones del Mal, a sus tiranos o sus salvadores, huérfanos de revuelta o privados de alimentos.

Se ríe uno, sí. Pero las risas que este libro provoca dejan un poso de pena, un agrio aroma a cilantro y yogur pisoteados.