Las nuevas tecnologías enfatizan la importancia de la geografía en las relaciones internacionales.

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Disfruto con los mapas, los atlas y otros instrumentos clásicos de la geografía. Los mapas explican los hechos históricos, dan sentido a las decisiones militares, contribuyen a entender el auge y la caída de las naciones. Además, la geografía sirve para medir las dimensiones de un imperio. Recuerdo aquella cita atribuida a Fernand Braudel sobre el Mediterráneo en tiempos de Felipe II: "el mar Mediterráneo medía 40 días de extensión". Algo de eso sigue vivo en la medida que la cartografía representa la atribución de competencias, la asignación de unos territorios y una suerte de soberanía, una forma de entender el mundo. Y nada de esto ha cambiado en el entorno digital en el que las tecnologías han subrayado el valor de los mapas.

China acaba de publicar un nuevo mapa oficial, que refleja su geografía real y la aspiracional. Puede verse en la web de People’s Daily, uno de los diarios oficiales del Partido Comunista Chino. Básicamente, se atribuye territorios en disputa en el mar meridional, fronterizo con Malasia, Vietnam y Filipinas y otros vecinos. La argumentación china es bien conocida: la nueva visualización permite ver el mapa entero del país y no troceado. Según Lee Yunglung, profesor de Xiamen University, el nuevo mapa cumple dos funciones. Por un lado, promueve una nueva visión de cómo ven los chinos la soberanía en el sureste asiático. La orientación vertical facilita una visión a escala. Por otro, se crea una narrativa que justifica las reclamaciones históricas del país sobre aquellas aguas. Se arguye que los mapas de los otros países también ocupan las aguas en disputa. Con el nuevo mapa, tenemos entonces un instrumento de autoconsumo y un arma de negociación internacional. ¿Les suena? Sí, es la geografía de toda la vida.

En 2010, tropas militares nicaragüenses izaron una bandera en territorio de Costa Rica por una mala interpretación en Google Maps de la ubicación del río San Juan. La disputa no llegó a más, pero revela la capacidad de influencia de la tecnología en asuntos internacionales. Más aún, ¿qué geografía debe promover una corporación tecnológica global? ¿Debe incluir la incorporación de la península de Crimea a Rusia? ¿Quién decide que una anexión es legal o no? Google ha optado por una vía intermedia que probablemente no satisface a ninguna de las partes. La representación geográfica es flexible: en función del punto de conexión, el internauta tiene acceso a unos mapas u otros. La compañía ya optó por esta solución en el conflicto entre China e India por la delimitación fronteriza de la región tibetana Arunachal Pradesh. Algo parecido sucede cuando tecleamos "Palestina". Confiere rango de país reconocido a lo que de momento eran únicamente "Territorios Palestinos", en terminología de la ONU. El Ministerio de Exteriores israelí ha mostrado su disgusto y promueve una vuelta a la anterior denominación. Terminada la controversia entre Chile y Perú por la delimitación marítima, habrá que ver cómo se refleja en los mapas, en los GPS y en las nuevas visualizaciones del océano Pacífico.

 En otro orden, el mapa mental de naciones se amplía en las redes sociales. En particular, en Facebook, ese país imaginario que cuenta con 1.190 millones de usuarios. Uno puede registrarse como nacional de entidades políticas cuyo estatus no está claro. Recientemente, me contaba un diplomático cómo un político kosovar de alto nivel presumía de que la red social sí reconocía a Kosovo como país independiente. Poco le interesaba la posición española al respecto. El refuerzo identitario procede también de la arena digital. La red social ha tolerado o cerrado grupos de expresión política que pueden entrar en conflicto con la postura oficial de un país. ¿Cuánta libertad de expresión podemos dejar en manos de operadores privados?

Vivimos un tiempo apasionante para los estudios internacionales. La capacidad de influencia es ahora más compleja. La definición de la frontera se diluye, se adapta al gusto local. Los ciudadanos participan y promueven una determinada representación en los nuevos medios. Las corporaciones predeterminan la geoestrategia digital con sus acciones y omisiones. Los diplomáticos se ven ante el dilema de enviar cables a sus gobiernos o conectar con la sociedad. Y los gobernantes persiguen que la realpolitik mande en la agenda.

Entonces, ¿a quién importan los mapas?