Las relaciones entre Washington y Pekín parecen más tensas que nunca. FP presenta una guía para distinguir qué disputas son importantes, y cuáles probablemente se disipen con rapidez.

 

¿Cuáles de los problemas entre Estados Unidos y China son insolubles y cuáles se pueden resolver más fácilmente? Dividámoslos en tres categorías básicas. Los desacuerdos fundamentales son aquellos en los que el Partido Comunista Chino (PCCh) ve amenazada su propia existencia; en este caso no hay que esperar renuncias. Los graves surgen de los temas que podrían frustrar el ascenso del gigante asiático en la región. Y las disputas manejables son las que meramente podrían dañar la reputación de China o algunos de sus intereses económicos menores. Así es como se reparten las más importantes riñas de Pekín y Washington:

 

Desacuerdos fundamentales

Cambio climático: La Administración Obama ve el cambio climático como una oportunidad para demostrar su liderazgo moral. Pero para lograr apoyo político en su país, el presidente de EE UU necesita que China acceda a recortes vinculantes en sus emisiones. Pekín ve las cosas de otra manera: la reducción de carbono es un sacrificio económico que tardará décadas en tener recompensa, si es que siquiera la tiene. Y el Partido Comunista, que cree que debe mantener en un 8% el crecimiento anual del PIB para prevenir la agitación social, simplemente no puede justificarlo. Cualquier descenso del crecimiento es considerado como una amenaza a la estabilidad, de modo que las promesas de Pekín respecto al cambio climático inevitablemente se romperán —nótese la decidida negativa de China en la cumbre de Copenhague a dejar que terceras partes verifiquen su reducción de emisiones.

Tibet y Xinjiang: Estados Unidos ha apoyado desde hace mucho tiempo la libertad de religión y expresión para los miembros de la etnia tibetana y uigur en China. Pero la insistencia de Pekín en que su tratamiento de las minorías étnicas es una “cuestión interna” es absoluta. Una combinación de recientes humillaciones históricas a manos de las potencias extranjeras y la sospecha habitual hacia el exterior han convencido a Pekín de que EE UU y sus aliados están decididos, en última instancia, a “dividir y repartirse China” con el fin de debilitarla. El apoyo a tibetanos y uigures bajo la bandera de los derechos humanos es considerado otra estrategia occidental de divide y vencerás. Las reuniones estadounidenses con el Dalai Lama, por ejemplo, tienen garantizado el producir chispas en Pekín. Porque aunque haya sólo 4,5 millones de tibetanos y 10 millones de uigures, las tierras que ocupan son ricas en recursos y estratégicamente importantes.

 

Desacuerdos graves  

Taiwan: Apodado el “portaaviones insumergible” de Estados Unidos por el general Douglas MacArthur, la isla continúa recibiendo el apoyo estadounidense —más recientemente en forma de cargamentos de armas— y sigue siendo un componente vital del escudo protector que bloquea el ascenso geopolítico de China en el Pacífico. Es improbable que Washington se desentienda de la isla autónoma, que actualmente es una democracia que funciona bien. Y tampoco es probable que Pekín ceda lo que considera su territorio, y un doloroso recuerdo de la pasada impotencia y humillación del gigante asiático a manos de las potencias coloniales. La isla se separó de China cuando los nacionalistas derrotados escaparon del continente en 1949. Desde entonces, la continuada existencia independiente de Taiwan ha dejado abierta la cuestión de si es ella o la del continente la verdadera China.

Pekín normalmente gana ese concurso, y resuelve la actual situación con la fórmula “un país [China], dos sistemas [democracia y comunismo]”. Si Washington desafiara alguna vez ese statu quo, la disputa escalaría hasta alcanzar la categoría de los desacuerdos fundamentales. Por ahora, sin embargo, Pekín acepta a regañadientes las relaciones de Washington con la isla, siempre que reconozca a la parte continental como la verdadera China. La condena a la reciente venta de armas de Washington por valor de 6.400 billones de dólares a la isla constituye la típica bravata y poco más, dado que la entrega no alterará en lo fundamental el equilibrio militar que ahora se inclina decididamente a favor de China.

Estados canallas: China tiene la mala costumbre de apoyar a los parias internacionales, y a Washington le gustaría mucho que parara. No obstante, el respaldo de Pekín a Corea del Norte, Myanmar (antigua Birmania), Irán y semejantes dice mucho de las vulnerabilidades estratégicas del país. En lo que respecta a Pekín, la dictadura de Pyongyang está evitando el surgimiento de una Corea unificada que vea con simpatía los intereses de Estados Unidos. Además, el caos que se produciría en caso de que el Norte se desmoronara se acabaría extendiendo a China. En el caso de Birmania, los líderes del Partido Comunista han echado el ojo con avidez a una ruta de transporte desde el Océano Índico que podría desarrollarse a través de ese país, rico en recursos, liberando al gigante asiático de su dependencia del Estrecho de Malaca, patrullado por Estados Unidos. Irán, por su parte, sigue siendo un leal suministrador de recursos a una China ávida de energía (lo que constituye también la base del actual interés de Pekín en África). Y en lo que respecta al Imperio del Centro, muchos de los calificados Estados canallas por EE UU son simplemente aquellos que se niegan a aceptar un orden liderado por Washington —un terreno fértil que China puede explotar.

 

Desacuerdos manejables  

Competitividad militar: Es fácil entender por qué el Ejército chino parece desconcertante visto desde Washington, especialmente dado el reciente aumento de sus fuerzas. Sin embargo mientras EE UU acepte que China ofrece una competencia estratégica, esta rivalidad militar es parte integral de los mecanismos del poder. Esto no quiere decir que las disputas militares, como el acoso a un navío de supervisión de la Marina estadounidense por barcos chinos en el Mar de la China Meridional en marzo de 2009, no sean potencialmente desestabilizadores o que Washington debería mostrarse complaciente. Pero este tipo de rivalidad no es inusual entre una superpotencia y un competidor en ascenso desesperado por proteger sus florecientes intereses.

Disputas económicas: Buenas noticias: la mayoría de las riñas recientes se han producido a propósito de temas económicos y tienen mayores oportunidades de resolverse. A Estados Unidos le gustaría que China apreciara su moneda, permitiendo que los precios de sus exportaciones suban. Pekín está irritado porque varias pujas  recientes por parte de sus empresas de propiedad estatal para comprar participaciones mayoritarias en compañías estadounidenses como Unocal, una parte de Chevron, tuvieron que retirarse debido a la intensa oposición política. Los aranceles estadounidenses a las tuberías de acero y neumáticos chinos han enfurecido al gigante asiático. Pero esto es peccata minuta y únicamente ejemplos del normal toma y daca de cualquier relación comercial compleja. China, por su parte, todavía contempla el comercio y la globalización como un juego de suma cero diseñado para realzar el poder y la riqueza del Estado chino. Nótense, por ejemplo, sus actuales intentos para controlar la oferta global de metales de tierras raras, que son esenciales para muchas tecnologías verdes como las turbinas eólicas y los láseres. Las cuotas de estos metales para las  compañías extranjeras están disminuyendo rápidamente, dando la ventaja a las propias empresas chinas de propiedad estatal. Mientras tanto, provocaciones de Estados Unidos como los aranceles de los neumáticos son en parte el resultado de un sentimiento proteccionista inducido por la recesión; no son evidencia de un cambio duradero.

Pero las disputas económicas —incluyendo las repercusiones políticas de la situación con Google y el posible desprestigio de China— pueden contenerse. Ambos lados saben que en última instancia ganan mucho más de la interacción económica de lo que se arriesgan a perder.
La única excepción puede ser el reciente ultimátum de Google de que podría retirarse del mercado chino si tiene que seguir censurando sus resultados del motor de búsqueda. La relación económica con el gigante asiático no es sólo un buen negocio para las empresas estadounidenses; es un medio para acelerar la llegada de un sistema más libre, abierto e incluso democrático al Imperio del Centro. Hasta ahora, sin embargo, el PCCh y sus corporaciones públicas han sido los beneficiarios fundamentales. Hasta que eso cambie, al menos algunas cosas de la relación entre Estados Unidos y China nunca lo harán.

 

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