Todo el mundo quiere un pedazo del lejano y descongelado Norte. Pero eso no significa que la anarquía reinará en el polo superior del planeta.

Incorrecto. En agosto de 2007, un pequeño submarino en el que viajaba Artur Chilingarov, un parlamentario ruso y veterano explorador, se sumergió en el mar por debajo de la capa de hielo del Polo Norte, extendió su brazo robótico y clavó una bandera rusa en el lecho marino. La reacción del mundo fue inmediata y, en algunos casos, furiosa. “No estamos en el siglo XV”, espetó Peter MacKay, el entonces ministro de Asuntos Exteriores de Canadá. “No se puede ir por el mundo plantando banderas sin más y diciendo: ‘Reclamamos este territorio’”.
Tal vez no, pero muchos países miran hoy al océano Ártico con ojos nuevos. Debido al cambio climático, la capa de hielo en verano tiene ahora la mitad de espesor que hace cincuenta años. En los últimos tiempos, las fuerzas armadas de Alemania y Canadá han realizado ejercicios al estilo de la guerra fría en el lejano norte y, en verano de 2009, un par de buques mercantes llevaron a cabo travesías a través de las aguas relativamente desheladas del Paso del Nordeste, la tan soñada ruta comercial de Europa a Asia. Y quizá lo único que se esté calentando más deprisa que el océano Ártico es la hipérbole sobre lo que subyace a este fenómeno. Según escribió el académico Scott Borgerson en Foreign Affairs en 2008: “Sin el liderazgo de Estados Unidos para ayudar a desarrollar soluciones diplomáticas a las reclamaciones en pugna y los conflictos potenciales, podría desatarse en la región una carrera armamentística frenética por sus recursos”.
Podría ocurrir pero no sucederá. La anarquía no reina en el polo superior del planeta; en realidad, la manera en que se gobierna la región no difiere de la del resto del mundo. Sus fronteras terrestres -compartidas por Canadá, Dinamarca (que controla Groenlandia), Finlandia, Noruega, Rusia, Suecia y Estados Unidos- están todas fijadas y no se cuestionan. Sí que siguen siendo objeto de disputa varias fronteras marítimas, sobre todo las que se sitúan entre Canadá y EE UU en el Mar de Beaufort, y entre Canadá y Dinamarca en la Bahía de Baffin. Pero recientemente se han hecho avances para resolver incluso los desencuentros más peliagudos: en abril, tras cuarenta años de negociaciones, Noruega y Rusia han sido capaces de forjar un acuerdo equitativo para establecer una nueva frontera en el Mar de Barents, un área de plataforma continental rica en pesca y reservas de petróleo y gas.
¿Qué pasa con la parte del Ártico donde sigue sin resolverse la cuestión de la soberanía: el lecho marino que Chilingarov intentó reclamar? A pesar de estar cubierto de hielo la mayor parte del año, el Ártico se gobierna de manera muy parecida al resto de los océanos del mundo: mediante un tratado marítimo que ha sido ...
“El Ártico está experimentando una fiebre del oro en el siglo XXI”

Incorrecto. En agosto de 2007, un pequeño submarino en el que viajaba Artur Chilingarov, un parlamentario ruso y veterano explorador, se sumergió en el mar por debajo de la capa de hielo del Polo Norte, extendió su brazo robótico y clavó una bandera rusa en el lecho marino. La reacción del mundo fue inmediata y, en algunos casos, furiosa. “No estamos en el siglo XV”, espetó Peter MacKay, el entonces ministro de Asuntos Exteriores de Canadá. “No se puede ir por el mundo plantando banderas sin más y diciendo: ‘Reclamamos este territorio’”.
Tal vez no, pero muchos países miran hoy al océano Ártico con ojos nuevos. Debido al cambio climático, la capa de hielo en verano tiene ahora la mitad de espesor que hace cincuenta años. En los últimos tiempos, las fuerzas armadas de Alemania y Canadá han realizado ejercicios al estilo de la guerra fría en el lejano norte y, en verano de 2009, un par de buques mercantes llevaron a cabo travesías a través de las aguas relativamente desheladas del Paso del Nordeste, la tan soñada ruta comercial de Europa a Asia. Y quizá lo único que se esté calentando más deprisa que el océano Ártico es la hipérbole sobre lo que subyace a este fenómeno. Según escribió el académico Scott Borgerson en Foreign Affairs en 2008: “Sin el liderazgo de Estados Unidos para ayudar a desarrollar soluciones diplomáticas a las reclamaciones en pugna y los conflictos potenciales, podría desatarse en la región una carrera armamentística frenética por sus recursos”.
Podría ocurrir pero no sucederá. La anarquía no reina en el polo superior del planeta; en realidad, la manera en que se gobierna la región no difiere de la del resto del mundo. Sus fronteras terrestres -compartidas por Canadá, Dinamarca (que controla Groenlandia), Finlandia, Noruega, Rusia, Suecia y Estados Unidos- están todas fijadas y no se cuestionan. Sí que siguen siendo objeto de disputa varias fronteras marítimas, sobre todo las que se sitúan entre Canadá y EE UU en el Mar de Beaufort, y entre Canadá y Dinamarca en la Bahía de Baffin. Pero recientemente se han hecho avances para resolver incluso los desencuentros más peliagudos: en abril, tras cuarenta años de negociaciones, Noruega y Rusia han sido capaces de forjar un acuerdo equitativo para establecer una nueva frontera en el Mar de Barents, un área de plataforma continental rica en pesca y reservas de petróleo y gas.
¿Qué pasa con la parte del Ártico donde sigue sin resolverse la cuestión de la soberanía: el lecho marino que Chilingarov intentó reclamar? A pesar de estar cubierto de hielo la mayor parte del año, el Ártico se gobierna de manera muy parecida al resto de los océanos del mundo: mediante un tratado marítimo que ha sido ...
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