Clero-nacionalistas serbios montenegrinos pintan una cruz con el signo de la Iglesia Ortodoxa Serbia sobre una bandera de la Unión Europea el 29 de marzo de 2023 en Berane, Montenegro. (Pierre Crom/Getty Images)

Con un gobierno en minoría, la capacidad de transformarse se reduce, aunque no desaparece.

Preguntado el ex presidente montenegrino Milo Đukanović, antes de las elecciones parlamentarias del domingo, si entraría en una coalición con el Đukanović de 1992, aquel que con 29 años era el primer ministro del Gobierno montenegrino en la Federación yugoslava, dijo que sí. Él mismo declaró: “Desde el momento en que quedó claro que Montenegro sería independiente, no hay duda de que el país, bajo el liderazgo de la política que yo personifiqué, fue sin reservas europeísta”.

Desde que optó por la vía soberanista, tras la victoria en las elecciones presidenciales de 1997, cuando el mandatario ratificó su oposición a Slobodan Milošević, Milo Đukanović fue ondeando una bandera tan europeísta como atlantista, pero con una estrategia maniobrera: un nacionalismo montenegrino integrador (el único de la región), enfrentado en el discurso con Belgrado, pero también galvanizado por el partido político que dirigía: el DPS (Partido Democrático de los Socialistas de Montenegro). La estrategia venía a decir que quien se opusiera a su partido, se estaba oponiendo a Montenegro. Aspirar a la UE y a la OTAN era el barniz democrático que necesitaba para legitimarse en los pasillos occidentales, mientras los indicadores de democratización y libertad de prensa durante su liderazgo eran definitorios de un régimen híbrido, parcialmente libre, por muchos brochazos de europeísmo internacionalista que aplicara al paisaje político.

Con las movilizaciones contra el Gobierno de 2015-2016, se produjo el despertar social, por el cual los costes de la transición, la crisis de 2008 y la amenaza de la injerencia de Belgrado no eran suficiente argumentario para apaciguar a una sociedad civil que se sentía presa del elevado perfil internacional de su líder, pero que cada vez era más consciente de los mecanismos de poder del mandatario montenegrino: redes clientelares, control de los medios de comunicación, instrumentalización de la identidad montenegrina y captura del Estado, tanto como también del estancamiento o descenso de su calidad de vida, el motor del descontento general. La amenaza exterior flotaba en el ambiente en alegaciones de un golpe de Estado (2016) antes del ingreso en la OTAN (2017), inversiones rusas no fraudulentas y fraudulentas, privatizaciones exprés y acusaciones de negocios turbios y cuentas offshore.

La sociedad civil montenegrina llegó a la madurez política sobre la base de la institucionalización del nacionalismo serbio en una alianza de partidos políticos (Frente Democrático), con capacidad de comulgar con partidos políticos conservadores, y a la conformación de partidos liberales emancipados de las claves del nacionalismo montenegrino (DEMOS o URA), sin alergia al unionismo serbo-montenegrino. Ambos procesos eran síntomas de un proceso de cohesión social y de consolidación democrática tras la independencia, pero también de asentamiento de la soberanía montenegrina, siempre con la interrogante de la influencia de Belgrado sobre la población serbo-montenegrina. Fue así como la ley religiosa que el DPS intentó aprobar a finales de 2019, con el objetivo de retirar las propiedades de la Iglesia Ortodoxa Serbia y reducir su influencia en el país, activó la movilización del nacionalismo serbio y finalmente el cambio de gobierno en 2020, después de tres décadas de hegemonía de Đukanović. 

Paralelamente, el barniz europeísta del presidente Đukanović sirvió para no darle importancia al acuerdo que el gobierno firmó en 2014 con el banco chino Importación-Exportación, por valor de 900 millones de euros, lo que corresponde a un tercio del presupuesto anual del país, para la financiación de una carretera que va desde la ciudad costera de Bar hasta la vecina Serbia, en concreto a la localidad de Boljare. El acuerdo estaba al margen del escrutinio público, de las leyes de competencia o de controles económicos independientes. Inversiones sin condicionantes políticos, tan tentadoras, como al margen de los filtros de la Comisión Europea. Podgorica, superada por la deuda, logró con el nuevo gobierno en 2021 refinanciar la operación gracias a dos bancos estadounidenses y uno francés, reduciendo el interés del 2% al 0,88%. De momento, se han construido 41 kilómetros, aunque debía de haberse terminado en 2019, y todavía falten 122 más.

Jakov Milatovic hace una declaración en el exterior de un colegio electoral durante la segunda vuelta de las elecciones presidenciales el 2 de abril de 2023 en Podgorica, Montenegro. (Pierre Crom/Getty Images)

El nuevo presidente electo, Jakov Milatović, miembro del partido recién fundado Europa Ahora, ya había destacado con el nuevo Gobierno como ministro de Economía al haber subido el salario mínimo de los 240 euros a 460 euros y promover una agenda centrada en las reformas económicas. La alternancia del poder ha sido moderadamente exitosa, porque a pesar de las tensiones étnicas y la polarización social, entre el nacionalismo montenegrino y el serbio, se han impuesto las instituciones y la tradicional convivencia multiétnica con albaneses o bosníacos, donde los vínculos serbo-montenegrinos son estrechos y las fronteras son borrosas en muchas familias. A pesar de que un 30% de la población es serbia, lo cierto es que no hay tal divisoria étnica entre serbios y montenegrinos cuando cerca de un 50% declaran hablar serbio, en lugar de montenegrino, y más del 70% mantiene su afiliación a la Iglesia Ortodoxa Serbia. 

En las elecciones parlamentarias del pasado domingo la coalición de Europa Ahora logró el 25,6%, mientras que la coalición del DPS obtuvo 23,7%. La participación disminuyó alrededor del 12% respecto a las presidenciales de marzo y un 20% respecto a las últimas elecciones parlamentarias en 2020. Ambos partidos aspiran a conformar gobierno en una combinación de posibles acuerdos que llevará meses de negociaciones, en la línea de las dificultades anteriores para conformar gobierno en 2022, cuando hubo dos mociones de censura que llevaron a estas parlamentarias extraordinarias. Sin embargo, ambos partidos líderes reivindican la vía europeísta como la única posible. Los tambores de guerra que sonaron hace unos meses cuando Jakov Milatović era considerado por la oposición como un infiltrado de Belgrado y Moscú quedaron silenciados cuando el presidente reafirmó su compromiso con la OTAN y la UE después de ganar las elecciones, condenó el genocidio de Srebrenica y el 1 de junio, cuando se encontró con el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski​, le trasladó su apoyo y solidaridad en la guerra contra Rusia. 

En el contexto de la guerra en Ucrania, tras el acercamiento gradual de Serbia a EE UU y la OTAN, lo previsible es que Montenegro forme parte de un eje de colaboración serbio que mantenga el status quo en la región. Afirmará los espacios de soberanía política que ha reivindicado Podgorica desde la existencia del Reino de Montenegro en 1910, como es tradicional en la elite local, pero evitando cualquier enfrentamiento con Belgrado, al mismo tiempo que cohabita con un nacionalismo montenegrino no beligerante, políticamente limitado y con una capacidad de aunar voluntades multiétnicas muy reducidas desde el desgaste que produjo Đukanović con su sobreuso. 

La aspiración de Montenegro de integrarse en la UE, siendo el candidato más avanzado, pero sin un horizonte de ampliación claro, se transmutará en un compromiso con la arquitectura de defensa europea y la conectividad regional. Podgorica seguirá con la vía europeísta: soportar el impacto de la guerra con sus aliados euroatlánticos, seguir con la agenda de la UE (reforma del Estado de derecho, Agenda Verde, digitalización, transición energética…), pero con un gobierno en minoría, lo que, paradójicamente, también tendrá sus ventajas para la transformación política dentro de la presumible inestabilidad. En una encuesta de 2020 de BIEPAG, se reveló que el 80% de los montenegrinos creían que era posible cambiar el poder mediante las elecciones (43% en Serbia y Bosnia y Herzegovina y 38% en Albania). Desde 2020, la sociedad montenegrina sabe que los gobiernos se alternan y que las políticas de la identidad no son suficiente para permanecer en el poder, que hace falta algo más, algo que, por ejemplo, tenga que ver también con el bolsillo y la paz social.