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Un hombre pasa al lado de las banderas de Albania, la UE y Macedonia del Norte en un mercado de Skopje, 2020. Robert Atanasovski/AFP via Getty Images.

Por qué la UE está perdiendo influencia en la región, a pesar de los avances, y cómo la crisis del coronavirus pone de manifiesto los riesgos de una fractura ideológica “oeste-este” y ofrece una oportunidad para reaccionar.

Las crisis pueden ser un buen momento para la reflexión, sobre todo para los más privilegiados, tanto como las épocas de bonanza lo son para las reformas y las transformaciones para los que no lo son tanto. Los expertos llevan años analizando si la Unión Europea debe aspirar a ser un imperio, una entidad supranacional con un centro político empoderado, o si es una unitas multiplex, una unión de estados en la diversidad con sus diferentes intereses nacionales representados. En realidad, no es ni una cosa ni la otra, pero los Balcanes occidentales, son una zona débil de su ecosistema, y hay un principio en la geopolítica que determina que la fortaleza de un imperio se mide también por la robustez de su periferia.

Los últimos años de desinterés estratégico por la zona han corroborado la tesis de que, principalmente, los Balcanes occidentales son un espacio instrumental para las potencias internacionales. La UE sigue lidiando con las crisis y dificultades que inauguraron la última década, y sigue consumiendo grandes cantidades de energía y tiempo en ello (el Brexit, la crisis del euro, la guerra en Ucrania, la crisis de gestión de los refugiados…). En estos momentos, todas ellas quedan en un segundo plano con la crisis sanitaria y el impacto que está teniendo y tendrá en la vida de muchos europeos.

Tampoco los Balcanes occidentales son territorio de nadie. Todos los países de la región son aspirantes a entrar en el club europeo, la UE es su principal socio económico y la OTAN no tiene realmente un enemigo que amenace su hegemonía en la región, aunque Serbia y la Republika Srpska (entidad de Bosnia y Herzegovina) insistan en una aparente, más que real, neutralidad militar. La integración de Montenegro y la ratificación de Macedonia del Norte confirman que los Balcanes occidentales están controlados por la Alianza Atlántica, y que Rusia no pretende ofrecer resistencia más allá de querer ser un actor regional influyente. De hecho, la gran alternativa regional es China, no solo por sus inversiones en infraestructuras, sino porque en esta fase y en adelante ofrecerá una tentadora salida económica a los líderes locales, sin el estricto monitoreo de la UE, que está y estará neutralizando los efectos negativos de la crisis económica que se avecina.  

La UE está articulada bajo un modelo basado en la integración económica, y esta es una hoja de ruta que permite calibrar el éxito de sus políticas. Sin embargo, en política no son todo matemáticas. Los modelos basados en el mero populismo no superan los cálculos de una hoja de Excel, pero tienen su efecto y lo seguirán teniendo si no hay un rumbo político cohesionado. La credibilidad, el prestigio o la legitimidad son atributos fundamentales en la acción exterior, pero la coherencia y la consistencia en el desempeño interno también lo son. Estamos viendo cómo la crisis del coronavirus está dañando el principio de solidaridad “norte-sur”, el mismo que había sido dañado durante la crisis económica de 2008, como también estamos viendo los riesgos de una fractura ideológica “oeste-este”, cada vez más acuciante. La UE no es la principal culpable de esta coyuntura ni de la gestión actual: la política sanitaria se maneja a escala nacional, pero la crisis sanitaria pone en evidencia su debilidad estructural. Básicamente, actúa con las herramientas que sus competencias le permiten: fondos estructurales, iniciativas consensuadas y flexibilización fiscal. 

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El presidente de Serbia, Aleksandar Vucic, el primer ministro de Albania, Edi Rama, el primer ministro de Macedonia del Norte, Zoran Zaev, y el presidente de Montenegro, Milo Djukanovic, en una cumbre regional en Tirana, 2019. Gent Shkullaku/AFP via Getty Images.

El comisario de la UE, Olivér Várhelyi, adujó en una de sus últimas intervenciones que en los Balcanes occidentales el Estado de derecho sería una cuestión central observada por la Comisión Europea. Este escenario es reconocido por los informes de progreso de los últimos años, hasta el punto de que desde 2014 los indicadores de calidad democrática, por lo general, de los Balcanes occidentales, han ido sensiblemente a peor: corrupción, clientelismo o autoritarismo se han convertido en algunas de las inercias más extendidas. 

¿Dónde reside la contradicción? La UE tiene tres activos principales: su defensa de la democracia, de los derechos humanos y una vocación de justicia social que se traduce a través de sus Estados de derecho y de bienestar, imperfectos, pero referenciales a nivel internacional, si los comparamos con otros países, y que atraen a un gran capital económico, tecnológico e intelectual. La UE no solo es una potencia comercial, sino también es una vanguardia regulatoria. Si hemos visto, principalmente, que un orden liberal y global estaba lejos de hacerse realidad y, que, en los casos de Polonia y Hungría, o con la gestión de los refugiados, se transige con dinámicas xenófobas y autocráticas que no respetaban estas claves, los Balcanes occidentales desnudan igualmente las contradicciones de la UE.

Lejos de cuestionar a los líderes de los Balcanes occidentales, estos se han ido convirtiendo paso a paso en una suerte de aliados indispensables para Bruselas, garantizando la estabilidad regional: el mantra hacia la región desde la congelación de la ampliación en 2014. No obstante, un análisis a vuela pluma nos muestra que Milo Đukanović lleva gobernando Montenegro desde hace tres décadas; Aleksandar Vučić rige Serbia sin oposición a pesar de todos los informes que reflejan el autoritarismo creciente; Edi Rama afronta una crisis de legitimidad en Albania tras el boicot de la oposición de las pasadas elecciones parlamentarias y con el presidente, Ilir Meta, investigado por una comisión parlamentaria, y que en febrero pasado llamaba a la calle a derrocar al Gobierno. Bosnia y Herzegovina sigue encadenada por los nacionalismos étnicos de Dragan Čović, Bakir Izetbegović y Milorad Dodik, y Macedonia del Norte o Kosovo, pese a la mejora en indicadores importantes, siguen sometidos a graves incertidumbres. La región continúa con dinámicas más próximas a paisajes políticos protagonizados por Viktor Orbán o Recep Tayyip Erdoğan, que a lo que Bruselas debería exigir para el futuro del proyecto europeo.

La última etapa ha mostrado que no se confronta a los responsables balcánicos, pese a su condición de países candidatos o potenciales candidatos. Más bien, desde Bruselas, se envían señales contradictorias, un lenguaje hueco que, con el paso del tiempo, solo expresa una querencia por controlar los resortes políticos de cada Estado sin que haya los avances democráticos esperados que repercutan positivamente en el conjunto de la sociedad. En este caso, los Balcanes occidentales no son una región aislada y no son un caso excepcional respecto a lo que está pasando en varios países del Este europeo. Y el predicamento de la UE cada vez tendrá menos ascendencia en las sociedades balcánicas si no se ponen en cuestión los crecientes abusos de poder, los que se han dado, los que están llevándose a cabo estos días con la crisis sanitaria y los que puedan seguir produciéndose.

El establecimiento de una nueva metodología para la ampliación, después del veto del Presidente francés, Emmanuel Macron, a la apertura de negociaciones con Macedonia del Norte y Albania, rectificado a finales de marzo, condescendió con la posición de Francia, pero también ha establecido dos medidas comprometidas: el cambio de la metodología de ampliación —el modelo anterior ya no estaba dando resultados por no ser transformativo— y la intervención de los Estados miembros en el proceso de evaluación para una posible reversión del proceso si el candidato no avanza positivamente. La legitimidad de Bruselas queda cuestionada de nuevo en favor de los intereses intergubernamentales y de los riesgos de arbitrariedades políticas derivadas de las percepciones nacionales (electoralistas), precisamente aquello que golpea el eje de flotación del proyecto europeo y la credibilidad de la UE.

Ciertamente, en un mundo que retorna a las políticas de poder e influencia unilateralista, el “Imperio europeo” escasea de suficiente integración política como para funcionar con una sola voz, y la predicción cae por su propio peso: matrimonios de conveniencia con los países de la región balcánica sin que haya una estrategia común que reconfirme los principios rectores de la UE. El problema ya viene manifestándose sobre el terreno desde hace demasiados años: la voz crítica de las sociedades balcánicas se eleva a través de los flujos migratorios de trabajadores cualificados que abandonan de forma incontenible la región, para servir de mano de obra barata en los países de la UE, o la disrupción social con una deslegitimación total del sistema democrático y una lejanía escéptica cada vez mayor respecto a lo que Bruselas tenga que decir u opinar. En su último discurso, la presidenta de la Comisión Europea señaló sobre la crisis sanitaria: "esta es la peor crisis que han sufrido los europeos desde la Segunda Guerra Mundial". Para sociedades que han vivido las guerras ex yugoslavas o el colapso tras la Guerra Fría estos mensajes los alejan de esa cosmovisión europeísta.

Record Number Of Migrants Flowing Into Hungary Across Its Borders With Serbia
Mujer migrante con su hijo cruzando la frontera de Serbia a Hungría. Matt Cardy/Getty Images.

La crisis del coronavirus no solo está reafirmando las tendencias autoritarias que hemos visto estos días en Hungría o Serbia, países fundamentales en la geopolítica del sureste europeo, sino también pondrá en el escaparate, en los Balcanes occidentales, sistemas sanitarios sometidos a corruptelas y con recursos muy escasos, una población envejecida y la falta de un colchón social que proteja a la ciudadanía del embate de la crisis. Hace unos días la Comisión Europea anunciaba 38 millones de euros de ayuda a los Balcanes occidentales y 374 millones para la recuperación económica. Estas ayudas a nivel local, sin embargo, no tienen el eco social que puede tener la ayuda de Rusia o China, cuya participación en la realidad económica es mucho menor, pero generan un aura de solidez y determinación política que no tiene la UE a pesar de todo su peso específico.

Los datos de apoyo a la UE en la región balcánica, aunque sostenidos, van a la baja, y conflictos por resolver, como un acuerdo entre Belgrado y Pristina sobre la independencia de Kosovo, necesitan de una UE que no solo sea proactiva, sino también coherente con el discurso que lleva defendiendo para la región desde hace dos décadas. Las ayudas económicas son importantes, pero también lo es un discurso crítico que aliente al espíritu de los muchos europeístas locales que se quedan huérfanos. Cualquier indicador no puede maquillar que el futuro de la UE dependerá, como cualquier proyecto supranacional, de su capacidad de bregar con sus contradicciones. En estos momentos más que nunca. Es entre las grietas de las contradicciones por donde entran los enemigos de los proyectos colectivos. La crisis del coronavirus en los Balcanes occidentales es una oportunidad para la UE de rendir en la región de la manera que no pudo ni supo hacerlo en los 90: protegiendo a todos los ciudadanos europeos.