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Un tranvía en Belgrado, Serbia. OLIVER BUNIC/AFP/Getty Images

La región como termómetro de las algunas dinámicas globales.

Existen las profecías balcánicas, como una especie de Nostradamus del sureste europeo. Se dice que Mitar Tarabić, un campesino analfabeto de un pueblo serbio, Kremna, era capaz de predecir el futuro. Entre sus profecías –murió en 1899– se encuentra haber acertado la secuencia de eventos que llevarían a la Primera y a la Segunda Guerra Mundial. Algunas voces escépticas cuestionan que acertara realmente, por habérsele atribuido estas predicciones cuando los episodios históricos ya habían sucedido. Invita, en cualquier caso, a hacernos volar la imaginación.

Controlar el futuro ha sido la larga y frustrante aspiración de cualquier poder político. No dejan de publicarse noticias, y con cada vez más recurrencia, que anticipan graves desenlaces tanto a nivel interno como geopolítico en los Balcanes occidentales. Más que cualquier otra zona europea, los Balcanes parecen estar sobre un alambre más fino, pero ante los ciclos informativos de recorrido cada vez más corto, las previsiones desacertadas, simplemente, se esfuman de nuestra memoria sin rendirles cumplidas cuentas a los que rentabilizaron en popularidad ese alarmismo. Predecir el futuro no es posible, pero sí identificar ciertas dinámicas que tal vez nos informen de lo que está por venir.

El liberalismo democrático está en crisis, y no solo en los Balcanes, pero en la zona es donde se hace más evidente por la fragilidad de sus instituciones y unas sociedades civiles cansadas y, generalmente, desmotivadas. En 2014, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, anunció que no iba a haber más ampliaciones hacia el sureste europeo durante su mandato. Desde entonces hasta la actualidad han visto incrementarse o asentarse en los países de la región las inercias autoritarias, una mayor incomunicación entre ejecutivo y oposición y unas relaciones regionales más bien problemáticas –a excepción del caso de Macedonia del Norte y su acuerdo con Grecia–. No todos los países han manifestado idénticos indicadores, pero nada hace presagiar que vaya a ver grandes vuelcos democráticos que desconcentren el poder político atesorado en esta última etapa, hoy bastante patrimonializado por los liderazgos fuertes y que han servido durante este periplo a la UE para mantener la perspectiva europea, aunque privilegiando la contención y la seguridad hasta el extremo de llegar a blanquear gobiernos de dudoso compromiso con los valores europeos.

Nada hace pensar que la situación vaya a mejorar después de que el Presidente francés, Emmanuel Macron, echara un jarrón de agua fría en junio pasado sobre las aspiraciones europeas de la región, en particular de Macedonia del Norte y Albania. La condicionalidad europea como acicate para la reforma política surtirá menos efecto, porque las promesas de ampliación cada vez seducen menos al votante local. Sucesivas investigaciones han demostrado dos cosas: los partidos políticos rara vez cumplen con los requisitos impuestos por la UE si estos amenazan su poder político. Y la europeización si bien ha impulsado reformas democráticas que son cruciales, también ha asentado las condiciones para la liberalización de las unidades estatales, en favor de las redes informales, la mercantilización política y la captura del estado. Se puede presumir, a corto plazo, que los líderes locales afianzarán todavía más su poder político, pero sobre la base del incremento de la ruptura social y de un panorama más autoritario pero desvirtuado y legitimado por los medios de comunicación, en una seria crisis de credibilidad. En Albania o Serbia la opción del boicot parlamentario y electoral por parte de la oposición es una realidad vigente, pero la sociedad civil no tiene capacidad de imponerse a las actuales estructuras de dominación política ni a corto ni a medio plazo, a excepción de pequeñas conquistas en temas de justicia social y legal y… de sentido común.

Parece que la candidatura de Laszlo Trocsanyi como comisario de Ampliación va en esa dirección. Un perfil de político poco comprometido con las transformaciones democráticas, los valores europeos o el Estado de derecho, después de su trayectoria como ministro húngaro de Justicia en el gobierno de Viktor Orban. Su orientación, de ser finalmente nombrado, sería: discurso de la ampliación bajo la lógica conservadora del Grupo de Visegrado, relaciones intergubernamentales a partir de los liderazgos políticos y sobre la base de acuerdos en materias puntuales, y una consolidación de la estabilocracia, que es lo que parece interesar en esta coyuntura de incertidumbre a los Estados miembros. En el horizonte se trata de hacer un muro geopolítico frente a la inmigración y la influencia creciente de otros actores como Rusia, Turquía o China, a la par que profundizar en los lazos de naturaleza conservadora que se extienden de norte a sur en el Este europeo, desde Polonia hasta Grecia, a través de Hungría.

Lo cierto es que la fatiga europea coincide con la influencia creciente de Rusia, China, Emiratos Árabes Unidos y Turquía, que ofrecen una diplomacia política y económica sin condiciones políticas ni barreras burocráticas, vehiculada a través de una agenda de vínculos personales. No tienen que ser necesariamente relaciones con resultados negativos. Esta lógica puede llevar a la sincronización de la inversión extranjera y el proyecto europeo, como puede ocurrir en materia de infraestructuras, haciendo que las sociedades locales se beneficien de la conectividad económica y tecnológica, que, en su origen, era la idea con la que se concibió el Proceso de Berlín y sus cumbres intergubernamentales.

Más de la mitad de la inversión de China en la iniciativa 17+1, una suma que asciende a más de 9.000 millones de euros, fue a parar a los países candidatos de la UE. Los Estados miembros seguirán siendo el socio principal de la región; ahora concentra el 73% del intercambio económico, mientras que China casi el 6%. La UE es el mayor inversor, con más del 60%. El gigante asiático no llega al 3%. El problema estará en el control de la deuda con China, demasiado golosa para los gobiernos locales, y que se prevé en aumento durante los próximos años. Y en las tensiones geopolíticas a gran escala, entre EE UU y China, que tendrán un impacto inevitable sobre la región, como ha ocurrido históricamente, como quien dice, desde tiempos de la emperatriz Catalina II de Rusia.

La influencia rusa irá en aumento, pero la perspectiva del tiempo nos permitirá valorar su justa influencia, muy limitada al sector energético, el poder blando eslavo o la cooperación e intercambio militar, principalmente con la entidad bosnia de la Republika Srpska y Serbia, como también Bulgaria, aunque sin un futuro previsible de desestabilización, sino de mera instrumentalización geopolítica a un lado y otro del Mar Negro. Lo explicó hace unos meses el comisario de Ampliación, Johannes Hahn: “a lo mejor hemos sobredimensionado a Rusia, e infravalorado a China”. Moscú ha perdido las dos grandes batallas que ha tenido en la región: Macedonia del Norte y Montenegro están bajo el paraguas de la OTAN, pero no dejará de ser un actor fundamental que recurra a un estado de tensión controlada fuera de sus fronteras y que ayude a desterritorializar la confrontación de su esfera de influencia (Ucrania, Georgia) o que le permita negociar en una posición más ventajosa (limitación de las sanciones internacionales y acuerdos energéticos con la UE). Debería tener un papel constructivo para resolver temas a escala regional como son las negociaciones entre Serbia y Kosovo.

Estados Unidos ha nombrado a Matthew Palmer como enviado especial para los Balcanes occidentales. Los miembros del Quint Balkan Group, donde se incluyen Reino Unido, Francia, Italia, Alemania, parecen decididos a resolver el litigio sobre el reconocimiento entre Serbia y Kosovo. Parece que Donald Trump quiere apuntarse el tanto de la normalización de relaciones entre ambos países antes de las elecciones de 2020 y el status quo puede cambiar a partir de diciembre, después de que Kosovo logre formar gobierno tras las elecciones del 6 de octubre, pero son fechas demasiado precipitadas para la magnitud de un problema del que los gobiernos en Kosovo y Serbia podrían sacar mayor tajada a largo plazo como protagonistas del tablero internacional. En cualquier caso, se presume una solución fronteriza, articulada bajo un profundo secretismo, que no pase por las divisiones étnicas entre serbios y albaneses, y que sea vendible a la opinión pública en Pristina y Belgrado.

Los principales problemas de la región no solo no se resolverán, sino que se agravarán: el autoritarismo, la corrupción y el descenso de la población por la emigración y el envejecimiento, pero no se aventura hasta niveles que desequilibren la región, una vez ninguna de las potencias internacionales en la tesitura actual quiere verse involucrado en una zona sobre la que no tienen un especial interés estratégico, pero pueden obtener algún beneficio sin demasiados esfuerzos. La UE, la más afectada por los estados de ánimos en la zona, no dejará de ver la región como un problema irresoluble, especialmente en lo que se refiere a Bosnia y Herzegovina, pero tampoco renunciará a mantener viva la llama de la ampliación.

Las profecías de Kremna se diferenciaban de Nostradamus por ir más al grano, sin grandes metáforas ni dobles significados. Tal vez porque se ajusta más a la parquedad de la sabiduría balcánica, reacia a las divagaciones insustanciales que le distraen a uno de lo importante. Tarabić predijo que Tito llegaría al poder y que perdería una pierna debido a las heridas producidas tras caer de un caballo. En realidad, efectivamente, perdió una pierna, pero le fue amputada por la diabetes. Como en cualquier otra parte del mundo, no es posible acertar el futuro, pero sí ser previsores y acertar, aunque sea, a medias. Nadie pensaba hace un año que Serbia pudiera colocar 200 cámaras de reconocimiento facial con tecnología Huawei en las calles de Belgrado y en esas estamos: policías chinos patrullando las calles de la capital serbia. El futuro no espera.

Se puede ser pesimista si la UE renuncia a tener un papel constructivo y protagonista en la región, si renuncia a su espacio geográfico natural. No es una falsa predicción. Los años que van de 1991 a 1995 y de 2014 a 2018 deberían habernos enseñado dos cosas: las soluciones para la región dependen del acuerdo entre las potencias internacionales y la renuncia a la ampliación europea no puede sino ponernos en aviso de un futuro poco halagüeño. No es necesario ser Mitar Tarabić para saber que no hay que desatender lo que ocurra en los Balcanes. Si no es el mejor, sí es un buen termómetro de por dónde van las relaciones internacionales.