El reloj de la globalización sigue avanzando. Una vez más, FP y A. T. Kearney evalúan a los países según su nivel de integración económica, personal, tecnológica y política. España cae cuatro puestos respecto al año anterior.
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Nunca han sido las fuerzas de la globalización tan visibles en la vida diaria como ahora. Se calcula que 2.000 millones de personas presenciaron Live Earth, una serie de conciertos celebrados en 11 escenarios de todo el mundo, cuyo propósito era llamar la atención sobre los problemas del medio ambiente. Unos fabricantes chinos decoran juguetes con pintura de plomo, y hay niños en todo el planeta que tienen que devolver sus batmans y sus barbies. Las entidades hipotecarias de Estados Unidos sufren una crisis de liquidez y las bolsas se vuelven locas. Buenos, feos y malos, los efectos del supuesto aplanamiento del mundo son innegables. Pero, ¿hasta qué punto son fuertes esos lazos? Como dijo una vez el ex secretario general de la ONU Kofi Annan, “la globalización es un hecho. Pero creo que hemos menospreciado su fragilidad”.
El inevitable tira y afloja de la mundialización se traduce en el último Índice anual, realizado conjuntamente por Foreign Policy y A. T. Kearney con datos de 2005, que incorpora una serie de indicadores, como el comercio, las inversiones directas extranjeras, la participación en organizaciones internacionales, los viajes y el uso de Internet, para determinar la posición de cada país. Se han añadido 10 Estados a la lista inicial de 62, para ampliar la representación de varias regiones. En total, estas 72 naciones representan el 97% del PIB y el 88% de la población mundial. Además, el Índice mide 12 variables, agrupadas en cuatro cestos: integración económica, contactos personales, tecnología y compromiso político.
Los resultados permiten valorar hasta qué punto los países están abriéndose y relacionándose con los demás. Por ejemplo, el Convenio Internacional para la Represión de la Financiación del Terrorismo acogió a nuevos firmantes, entre ellos Argentina, Brasil, Egipto e Irlanda, que ven así mejoradas sus puntuaciones en compromiso político. Por otra parte, muchos Estados disminuyeron su aportación a las labores de paz de la ONU, tanto en dinero como en personal, lo cual demuestra que incluso a los más globalizados les resulta difícil mantener la actitud de apertura.
Los factores culturales también pueden reducir los beneficios de la integración global. Por ejemplo, el proteccionismo estatal de Francia inclina la balanza en favor de la agricultura del país, y el miedo de Estados Unidos al terrorismo hace que ver a extranjeros gestionando sus puertos se transforme en una perspectiva desagradable; son aspectos que pueden ayudar a explicar por qué ambos tienen una posición económica relativamente baja en el Índice. Quizá la zona del mundo que más paga las consecuencias de los fracasos económicos de la globalización es el África subsahariana. A pesar de los intentos de aumentar el comercio regional –Kenia, Tanzania y Uganda pusieron en marcha una Unión Aduanera del África Oriental, con aranceles externos comunes–, ...
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