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El Primer Ministro israelí, Benjamin Netanyahu, con su homólogo keniano, President Uhuru, ondean las respectivas banderas nacionales en Kairobi, 2016. Simon Maina/AFP/Getty Images

Israel está llevando a cabo una importante campaña de relaciones públicas por todo África subsahariana con objeto de conquistar el favor de sus gobiernos, en buena parte debido a su alto porcentaje de minorías musulmanas, por lo que tradicionalmente han constituido un bloque de oposición en el seno de la ONU.

El presidente de Israel, Rubén Rivlin, ha realizado recientemente una visita oficial a Addis Abeba por invitación de su homólogo etíope, Mulatu Teshome. Aunque la razón principal de su viaje ha sido la de ayudar a facilitar la aliyá (inmigración a Israel) de la menguante comunidad judía de Etiopía, Rivlin ha aprovechado para abordar otras cuestiones de diferente índole: políticas, de defensa y seguridad, económicas, tecnológicas y medioambientales.

Pocas semanas antes la titular de Justicia, Ayelet Shaked, realizaba otra visita a Etiopía, a pesar de la oposición inicial de su propio ministerio de Asuntos Exteriores, debido a las típicas rencillas sobre quién debe liderar las relaciones internacionales. Representantes de la comunidad judía de Addis Abeba le pidieron que reúna a la comisión interministerial de asuntos legales para hacer efectiva dicha aliyá en un plazo de cinco años. La agenda del viaje de Shaked –que incluyó también estancias en Kenia y Tanzania– añadió el posible traslado a estos países de una parte de los 40.000 inmigrantes sin papeles que continúan en Israel, después de que una sentencia del Tribunal Supremo impidiera su deportación forzosa.

Igualmente, el titular de Agricultura, Uri Ariel (perteneciente al mismo partido ultranacionalista que Shaked, HaBayit HaYehudi) pasó por Addis Abeba hace unos meses para promover la transferencia de tecnología en sistemas de irrigación e inseminación de las nubes. Todas estas visitas forman parte de una nueva iniciativa diplomática para proceder a la apertura de legaciones diplomáticas israelíes en países africanos a cambio de que éstos abran embajadas en Jerusalén, siguiendo la estela del traslado desde Tel Aviv de las de Estados Unidos, Guatemala, Paraguay y otros países centroamericanos que tienen intención de hacerlo próximamente. 

Iniciativa de Netanyahu

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El presidente de Ruanda, Paul Kagame, y el Primer Ministro israelí, Benjamin Netanhayu, se estrechan la mano en Jerusalén, julio 2017. Thomas Coex/AFP/Getty Images

En junio de 2017, el primer ministro, Benjamin Netanyahu, fue el primer líder no africano en participar en una cumbre de la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (ECOWAS, según su acrónimo en inglés). ). En noviembre siguiente, asistió a la ceremonia de toma de posesión del presidente keniano, Uhuru Kenyatta, celebrada en Nairobi, lo que le permitió encontrarse con líderes de otros países africanos y celebrar varias reuniones bilaterales.

En 2016 ya se había convertido en el primer jefe de gobierno israelí en tres décadas en viajar a África, visitando Uganda, Kenia, Ruanda y Etiopía, y marcando así una nueva prioridad en su política exterior. De hecho, el propio Netanyahu sigue ejerciendo como ministro de Asuntos Exteriores, dado que se guardó la cartera a modo de comodín que ofrecer a algún otro partido en caso de crisis de la actual coalición gubernamental.

Con las crecientes inversiones en los países de África, Israel está convirtiéndose en un jugador clave. Su expansión en el continente –al igual que las de China, India y Turquía– se ve facilitada por el relativo retroceso de EE UU y Francia. El trueque se centra en los intereses geoestratégicos y de seguridad, en particular forjando alianzas para apoyar a Israel en los organismos internacionales, a cambio de su ayuda en la lucha contra las organizaciones yihadistas (tales como Boko Haram en Nigeria y Al Shabaab en Somalia), la obtención de nuevos socios comerciales y el acceso a los mercados internacionales.

Aún así, el pasado mes de septiembre, la cumbre Israel-África que estaba programada para celebrarse del 23 al 27 de octubre en Lomé (Togo) fue pospuesta indefinidamente, lo que supuso un jarro de agua fría para el Gobierno israelí. La cancelación fue fruto de la creciente agitación interna que estaba teniendo lugar en Togo en contra del Ejecutivo dirigido por Faure Gnassingbé. La Autoridad Nacional Palestina se jactó de que su campaña de boicot, apoyada por Suráfrica y varios países árabes, también resultó instrumental para la anulación.

La cancelación de esta importante cita supuso un duro golpe para la estrategia diplomática de Netanyahu, que se jacta de que las actuales relaciones exteriores de Israel se ven cada vez menos afectadas por el conflicto con los palestinos. En su opinión, el alcance de su asistencia tecnológica a los países africanos –en cuestiones militares y de seguridad, tecnologías aplicadas a la gestión del agua y la agricultura, la medicina y la lucha contra epidemias como la del Ébola, etcétera– resulta mucho más atractiva para estos países en desarrollo. Así que, a pesar de quedarse sin cumbre, Netanyahu anunció “el regreso de Israel a África”. 

Tradición africanista

En algunos aspectos, Israel nunca abandonó África. En los 60, Israel brindó asistencia técnica a los Estados africanos recién independizados respecto de sus respectivos poderes coloniales, especialmente a Ghana, Sierra Leona, Costa de Marfil y Nigeria. El que fuera primer ministro de Tanzania y líder del Movimiento de los Países no Alineados, Julius Nyerere, apodó metafóricamente a su homóloga israelí, Golda Meir, como la “madre de África”.

Meir dijo identificarse profundamente con el continente –a la vez que a nivel doméstico mantuvo un importante enfrentamiento político con los judíos de origen mizraji (oriental) , algunos de los cuales se organizaron y autobautizaron como Panterim shajorim (Panteras negras)– y sentirse orgullosa del amplio programa de cooperación internacional para el desarrollo que llevó a cabo a través del Instituto Mashav que ella misma creó e impulsó. A lo largo de los años el Mashav, como agencia gubernamental de cooperación de Israel (similar a la AECID española), ha proporcionado formación especializada a miles de ingenieros y otros profesionales procedentes de países en desarrollo.

Así, una treintena de legaciones diplomáticas israelíes operaron en África hasta la Guerra de Yom Kippur acaecida en octubre de 1973. Pero al terminar la contienda, el continente se convirtió en un campo de batalla diplomático entre las naciones árabes e Israel. La mayoría de los países subsaharianos cortaron las relaciones diplomáticas con el Estado hebreo, conformes con las resoluciones de la Organización de la Unidad Africana (predecesora de la actual Unión Africana, que ha cambiado diametralmente hasta el punto que Netanyahu ha solicitado su inclusión como Estado observador) y con la promesa de obtener petróleo barato. Solo Malaui, Lesoto, Suráfrica y Suazilandia mantuvieron relaciones formales.

Sin embargo, la colaboración israelo-africana continuó en algunos campos, incluidos la agricultura y el desarrollo. Israel, temiendo a las fuerzas de la oposición en países como Chad, Togo y el entonces Zaire (actual República Democrática del Congo), llegó a proporcionar asistencia militar a regímenes autoritarios. Pasada esa fase, la mayoría de los países africanos reanudaron relaciones diplomáticas con Israel en los 90. El Estado hebreo actualmente mantiene relaciones con 40 de entre los 48 países del África subsahariana, pero solo una docena cuentan con embajada en Israel.

Contencioso sobre Jerusalén

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Miembros de grupos en defensa de los derechos de los palestinos protestan por el traslado de la Embajada estadounidense a Jesusalén, Johannesburgo, Suráfrica, mayo 2018. Gulshan Khan/AFP/Getty Images

El pasado mes de diciembre el Congreso Nacional Africano (CNA) aprobó por unanimidad ordenar al gobierno de Pretoria que rebajara la embajada de Suráfrica en Tel Aviv al nivel de una mera oficina de enlace como una “expresión de solidaridad con el pueblo oprimido de Palestina”, a raíz de la decisión del presidente estadounidense, Donald Trump, de reconocer a Jerusalén como la capital de Israel. Además, el CNA llamó a los palestinos a revisar la viabilidad de la solución de dos Estados y plantearse la posibilidad de abogar por un solo Estado binacional con igualdad formal de derechos, como es la propia Suráfrica.

Como reacción, Trump amenazó con cortar la ayuda financiera a los países que votaron a favor de la resolución de la ONU que rechaza el reconocimiento de Jerusalén como la capital de Israel. A pesar de que la resolución fue aprobada por 128 votos contra 9, los representantes de Benín, Camerún, Guinea Ecuatorial, Lesoto, Malaui, Ruanda, Sudán del Sur y Uganda se abstuvieron, lo que fue interpretado como una victoria diplomática para Israel.

Apenas dos días antes de la polémica declaración sobre Jerusalén por parte del presidente Trump, Netanyahu firmó un acuerdo con la agencia de cooperación internacional estadounidense USAID, para aumentar el acceso a la energía en África y reducir la deficiencia energética del continente a través de soluciones innovadoras. El proyecto forma parte del programa panafricano Power Africa, inicialmente diseñado para cinco años y dotado con un presupuesto de 54.000 millones de dólares, que fue puesto en marcha por la Administración Obama.

Su objetivo es crear 60 millones de nuevas conexiones eléctricas en África para 2030, incrementando la potencia energética en más de 7.000 megavatios. Embajadores de varios países africanos asistieron a la ceremonia de firma del proyecto en el hotel lujoso King David de Jerusalén, incluyendo los representantes de Zambia, Nigeria, Eritrea, Ghana, Kenia, Camerún, Ruanda, Tanzania, Sudán del Sur y Costa de Marfil.

Al unir sus intereses políticos con intereses comerciales, sea a través del programa Power Africa o de la promesa de donar 1.000 millones de dólares a los 15 países miembros de CEDEAO/ECOWAS para proyectos de energías renovables, el Gobierno israelí intenta congraciarse con los países africanos y mejorar su imagen. En naciones con poblaciones de mayoría musulmana como Senegal, donde es probable que no logre obtener mucha popularidad desde el punto de vista político, al concentrarse en los aspectos económicos y crear oportunidades laborales ayuda a Israel a ganarse el favor de las comunidades locales.

Sin embargo, a finales de 2016, tras la votación en el Consejo de Seguridad de la ONU de la resolución 2334 que define las colonias israelíes en Cisjordania y Jerusalén Oriental como ilegales, Netanyahu dio orden de suspender la ayuda a Senegal por apoyarla. A pesar de la sofisticación de sus políticas, Israel no parece dispuesto a abandonar el enfoque colonialista del palo y la zanahoria.

Siendo un país pequeño con una población que no llega a los 9 millones de personas, Israel presenta el mayor porcentaje de innovaciones tecnológicas per cápita del mundo, tal como quedó reflejado en el conocido ensayo Start-Up Nation. Por su parte, el continente africano incluye seis de las 10 economías de mayor crecimiento a nivel global, y necesita imperiosamente esas tecnologías para transformar sectores que van desde la agricultura y la salud hasta el agua, la educación y la energía. 

Un futuro compartido

A medida que África duplique su población en la próxima generación, sus demandas en las áreas de seguridad alimentaria, suministro de electricidad y gestión logística aumentarán exponencialmente. Existen desafíos climáticos compartidos, dado el vínculo terrestre de Israel con el continente. Y a medida que las ciudades africanas se expandan para albergar a la mayoría de esta creciente población, demandarán respuestas digitales más inteligentes, que incluyan la extracción de big data y la seguridad urbana inteligente.

El beneficio para África podría ser enorme. Por ejemplo, Israel logra una tasa de deterioro del grano de solo 0,5% en comparación con una cifra global al menos veinte veces mayor. Las vacas israelíes producen unos 13.000 litros de leche al año, en comparación con 9.000 en EE UU y 6.000 como media mundial. El éxito empresarial israelí debe convertirse en una lección para África sobre cómo atraer negocios, a través de una combinación de mentes brillantes, subsidios gubernamentales y financiación privada.

Finalmente, Israel debe solucionar sus dilemas morales. No tiene sentido que esté ayudando a África a desarrollarse en todos estos ámbitos de la economía mientras mantiene a la Franja de Gaza al borde del colapso energético, hidrológico y alimentario. De la misma forma que durante los 50 y los 60 apoyó a varios países africanos a soltarse el yugo colonial respecto de sus metrópolis, ahora debería contribuir activamente al desarrollo de un Estado palestino que sea próspero y tecnológicamente avanzado.

Esto luego redundaría en beneficio de la propia economía israelí, tal como aseguran los sucesivos informes que el Banco Mundial presenta en las reuniones bianuales del Ad Hoc Liaison Committee (AHLC, que es el principal órgano de coordinación de los países donantes que apoyan el proceso de paz). A partir de ahí podría plantearse la formación de ese triángulo simbiótico junto a Palestina y a Jordania, a modo de un nuevo Benelux que impulse el desarrollo del conjunto del continente africano, del que Israel también forma parte.