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Un cartel muestra la deuda pública italiana en la estación de Termini de Roma, Italia. (Filippo Monteforte/AFP/Getty Images)

La situación económica que se presenta ante la coalición nacional-populista en Italia tras los primeros meses en el Gobierno, requiere de acciones que recuperen el vigor económico del país cuanto antes.

Transcurridos los primeros “cien días de gracia” que todo nuevo Ejecutivo suele tener (en Italia y en otros países), las perspectivas que se abren para la coalición nacional-populista que gobierna la tercera economía de la eurozona no son particularmente positivas. Porque en esos cien días, (con los meses de verano incluidos), se han podido vislumbrar las numerosas debilidades del Gobierno número 65 de la Historia de la República italiana.

Comencemos por señalar la profunda división en lo que se refiere al propio Gobierno. Por un lado, tenemos un primer ministro (Giuseppe Conte), que, perteneciente al Movimiento Cinco Estrellas, realmente poco o nada manda en el Ejecutivo, entre otras cosas porque el vencedor en las elecciones no fue él, sino su compañero de partido, el napolitano Luigi Di Maio, y además Conte no tiene ningún peso específico en la formación. Por si faltara poco, su principal colaborador en todo gobierno italiano (el subsecretario de la Presidencia del Consejo de Ministros, lo que en España vendría a ser el ministro de la Presidencia) no es de su partido, sino del otro que forma la coalición (la Liga de Matteo Salvini), el lombardo Giancarlo Giorgetti, con lo que ni siquiera dispone de un auténtico hombre de confianza como Berlusconi sí pudo tener con Gianni Letta o Matteo Renzi con Graziano Delrio.

Por otro lado, el poder se reparte entre dos viceprimeros ministros (Di Maio y Salvini) donde no queda claro quién tiene más fuerza. Debería tenerlo Di Maio porque el pasado 4 de marzo, en las elecciones generales, recibió el doble de votos que Salvini, pero está demostrando tener muy poco liderazgo, y además ha aceptado dos carteras (Trabajo y Desarrollo Económico) con las que apenas tiene visibilidad. Salvini, por su parte, demostró ser más astuto que Di Maio y cogió Interior, lo que durante el verano, con su radical aplicación de puertos cerrados a los barcos repletos de inmigrantes procedentes del Norte de África, le ha permitido tener mucha mayor visibilidad. Hasta el punto de que todas las encuestas de comienzos de septiembre coinciden en señalar no sólo que la Liga ha ganado mucho apoyo entre los italianos, s ino que, en caso de celebrarse nuevas elecciones generales (lo que no va a suceder, en principio, hasta al menos un año), sería la fuerza más votada.

La realidad es que este reparto de poder lleva a una permanente confrontación entre los socios de la coalición. Sólo hubo que ver lo sucedido con la tragedia (14 de agosto) del puente Morandi de Génova, en el que uno de sus tramos se hundió: mientras Di Maio exigía una nacionalización inmediata de las autopistas italianas, Salvini respondía que el asunto debía ser estudiado con detenimiento ante el altísimo coste que podría tener para las arcas italianas la cancelación del contrato con Autostrade per l´Italia (en torno a 20.000 millones de euros). Aún se espera que lleguen a un acuerdo definitivo.

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El primer ministro de Italia, Giuseppe Conte, y el ministro del Interior, Matteo Salvini en el Parlamento italiano. (Filippo Monteforte/AFP/Getty Images)

Y es que la economía italiana está para muy pocas exhibiciones. Con una descomunal deuda pública sobre su PIB del 131,8% (solo superada por la griega, en este momento del 178%), y con el saneamiento de su sector financiero aún a la espera (muchos bancos se encuentran al borde de la quiebra o de la fusión por su incapacidad para recuperar los 350.000 millones de euros concedidos en créditos en los años 2009-11), el Ministerio de Economía y Finanzas, guiado por el independiente Giovanni Tria (hombre puesto ahí por la Liga), está teniendo auténticos quebraderos de cabeza para elaborar unos Presupuestos Generales del Estado (PGE) que sean aceptables para las autoridades comunitarias.

Unos quebraderos de cabeza que mucho tienen que ver con el altísimo coste para las arcas públicas de las dos promesas electorales que, en parte, llevaron en volandas a Cinco Estrellas y Liga al poder: la llamada “renta de ciudadanía” (poco más de 700 euros mensuales para personas sin recursos propios que irían en su mayor parte a la población de la Italia meridional), y la “Flat tax” o “tasa única” impositiva del 15%.  Dos promesas que se calcula elevarían en el gasto público en alrededor de 100.000 millones de euros, lo que supondría un incremento de 10 puntos de la deuda nacional italiana. Algo absolutamente inaceptable para una Unión Europea donde países como Dinamarca o Suecia tienen esa misma deuda nacional por debajo del 80% y donde, de las cuatros principales economías de la eurozona (Alemania, Francia, Italia y España), solo la tercera está, y con mucha claridad, por encima del 100% (la alemana está en torno al 65% mientras la española y la francesa se mueven entre el 95 y el 100%).

Por si no fueran poco los nubarrones que se ciernen sobre la economía italiana, el año que viene se va a quedar sin sus tres principales representantes en las instituciones comunitarias. En efecto, Antonio Tajani, de Forza Italia, cesará como presidente del Parlamento Europeo tras celebrarse los comicios comunitarios en mayo de 2019. A su vez, Federica Moguerini, del Partido Democrático, seguramente dejará de dirigir la política exterior europea. Finalmente, y esto es lo más preocupante con diferencia para los italianos, Mario Draghi dejará la presidencia del Banco Central Europeo (BCE) tras ocho años al frente del mismo. Recordemos que Draghi fue fundamental para salvar a la economía italiana del rescate en 2012 con su programa de compra de bonos del Estado italiano así como con la aplicación de estímulos y de dejar al mínimo los tipos de interés, pero Draghi está ya casi de salida (le queda un año) y no parece que quien le suceda los piense volver a aplicar.

Por otra parte, la presidencia del Eurogrupo está en manos de un portugués (el socialista Mario Centeno) desde hace unos meses, y la Comisión Europea, que ya sabe lo que es tener a un italiano al frente del mismo (Romano Prodi, de 1999 a 2004), tiene en este momento un claro favorito, el alemán Manfred Weber, del Partido Popular Europeo (PPE). Con lo que el Gobierno nacional-populista, muy agresivo y muy crítico en su discurso contra las instituciones europeas, se puede encontrar en graves aprietos y sin apoyos para salir del trance ante una posible crisis económica, si bien cierto es que, ante el avance de la extrema derecha en Europa, el futuro Parlamento Europeo tendrá en la Liga de Salvini a sus principales puntales.

La realidad es que los mercados europeos están reaccionando muy mal ante el populismo de este nuevo Ejecutivo. Recordemos que en el momento de celebrarse las elecciones, la prima de riesgo italiana se situaba en los 138 puntos, pero hace meses que se mueve en el entorno de los 280 puntos, lo que hará cada vez más difícil al Tesoro italiano colocar en el mercado tanto nacional como internacional su deuda. En ese sentido, poco o nada ayudan las previsiones de crecimiento para el país: si en 2017 se logró crecer al 1,5%, dejando definitivamente atrás la devastadora recesión de 2009 y 2012-13, y a pesar de que el gobierno anterior, en el llamado DEF (Documento de Planificación Económica), consideró que el PIB en 2018 crecería de nuevo al 1,5%, los organismos internacionales y las agencias de calificación se muestran bastante menos optimistas: para el Fondo Monetario Internacional (eso sí, auténtico especialista en fallar en sus previsiones) esta previsión debe rebajarse al 1,2%; la Comisión Europea, al 1,3%; y para una de las principales agencias de calificación (Moody´s), al 1,2%. Un Producto Interior Bruto que, de seguir en esta línea, ofrece un 2019 aún peor: 1,4% para el Gobierno italiano; 1% para el FMI; 1,1% para la Comisión Europea; y 1,1%, igualmente, para Moody´s.

Y eso que en este momento la coalición nacional-populista (esto es, la formada por el Movimiento Cinco Estrellas y la Liga) no sólo goza de una amplia mayoría parlamentaria (sólo en el Senado está casi quince votos por encima de la mayoría absoluta), sino que la oposición se halla en auténtico proceso de descomposición.

En efecto, el Partido Democrático (PD), principal formación del centroizquierda, se encuentra con un secretario general interino (Maurizio Martina) a la espera de la celebración de un congreso que alumbre un nuevo liderazgo. Mientras, la formación más importante del centroderecha, Forza Italia (FI), tiene a su jefe de filas (el exprimer ministro Berlusconi) entrando ya en una edad avanzada (cumple en septiembre los ochenta y dos años) y sin un sucesor claro (la “operación Tajani” no funcionó en las generales porque Italia se ha vuelto un país fuertemente antieuropeísta y Tajani ha desarrollado toda su trayectoria política en el Parlamento Europeo). Y los Fratelli d´Italia (FdL) de la romana Giorgia Meloni no son capaces de superar el 5% de los votos a nivel nacional. A la espera de que surja un nuevo líder que agrupe a todo el espacio moderado, sólo queda un Matteo Renzi que, en este momento senador por Toscana, vive sus horas más bajas a la espera de que lleguen tiempos mejores: mantiene el control del PD, pero los dos vapuleos consecutivos a los que le sometieron los italianos (“referéndum” de diciembre de 2016 y elecciones generales de marzo de 2018) aconsejan que, de momento, pase a un segundo plano.

En suma, los números son tan fríos como reales, y, como hemos podido comprobar a lo largo de este artículo, a Italia le esperan tiempos de nuevas dificultades en un país que sigue sin asumir que tendrá que ponerse cuanto antes manos a la obra para recuperar la vitalidad y el vigor económico perdidos hace ya más de veinte años.