A 40 años de los acuerdos de Camp David, las relaciones entre ambos países avanzan a buen ritmo en el plano diplomático y el de seguridad, a pesar del conflicto palestino-israelí y el generalizado rechazo de la sociedad egipcia al Estado hebreo. He aquí las claves para entender por qué la relación entre Al Sisi y Netanyahu parece hecha a prueba de crisis.

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El Presidente estadounidense Jimmy Carter felicita al Presidente egipcio Anwar al Sadat y al Primer Ministro israelí Menachem Begin en Washignton después de queambos países firmaran los Acuerdos de Camp David en 1978. AFP/Getty Images

Flanqueado por la siempre presente bandera de Israel y con una sonrisa de satisfacción, el Primer Ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, revelaba a principios de este año desde su residencia en Jerusalén un “acuerdo histórico” por el que su país exportaría a Egipto un total de 15.000 millones de dólares en gas natural durante los próximos 10 años. “Mucha gente no creía en la idea del gas”, aseguraba el mandatario, pero “nosotros lo encabezamos conscientes de que iba a fortalecer nuestra seguridad, nuestra economía y las relaciones regionales”. “Este es un día feliz”, concluía complacido.

A escasos 400 kilómetros de la calle Balfour, el Presidente de Egipto, Abdel Fatah al Sisi, también anunciaba desde El Cairo que su país había “marcado un gran gol” con el acuerdo, que, según él mismo apuntó sin demasiada precisión, “tiene muchas ventajas” para los egipcios, ya que debería contribuir al objetivo del Gobierno de convertir el país en un centro regional de distribución de energía.

Aunque no se trate del primer acuerdo de estas características (Egipto exportó gas a Israel durante años en otro polémico acuerdo firmado en 2005) y aunque no se sepa del todo qué piensa hacer Egipto con el gas, el multimillonario acuerdo, calificado por el Ministro de Energía israelí como el más importante desde el tratado de paz entre ambos Estados, ha sido solo la última evidencia del buen ritmo con el que estos países están estrechando sus vínculos.

Egipto e Israel firmaron hace cuatro décadas los históricos Acuerdos de Camp David que allanarían el camino para el tratado de paz que contrajeron un año después, pero a pesar de la envergadura de los pactos, que cementaron la decadencia de El Cairo como líder del mundo árabe, el fuerte recelo entre las partes ha dificultado la normalización de sus relaciones. Así, la fricción que ha generado tradicionalmente la expansión y perpetuación del régimen de ocupación en Palestina y las agresiones activas y pasivas que ha protagonizado Israel contra refugiados palestinos y países árabes como Líbano e Irak han provocado que su relación se haya conocido hasta ahora como la “paz fría”.

La llegada de Al Sisi a la cumbre del poder en Egipto tras el golpe de Estado ejecutado en 2013, sin embargo, ha cambiado las reglas del juego con Israel debido a la obsesión del régimen egipcio por asegurar su supervivencia, el carácter ferozmente antislamista y nacionalista de ambos líderes, su política exterior conservadora y un realineamiento regional que acerca Tel Aviv al resto de capitales árabes en su oposición conjunta a Irán. Un nuevo escenario que ha abierto un abanico de posibilidades para explorar y ampliar las relaciones entre los dos Estados.

 

Sisi y Bibi: la paz desde arriba

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El Primer Ministro israelí, Benjamin Natanyahu, saluda el embajador egipcio en Israel, Hazem Khairat, 2016. Kobi Gideon/GPO via Getty Images

El acercamiento más evidente entre las partes se ha producido en el terreno diplomático, yendo desde la reapertura de la Embajada israelí en Egipto y la designación de un nuevo embajador egipcio en Tel Aviv, hasta la celebración del Día de la Independencia de Israel en El Cairo el pasado mayo por primera vez desde 2011. Un avance también evidente al más alto nivel, con encuentros informales y reuniones de máximo orden entre sus líderes.

En esta línea, la reacción de El Cairo ante el polémico traslado de la Embajada de Estados Unidos a Jerusalén pone de relieve que la relación con Israel está hecha a prueba de crisis. Así, a pesar de que Egipto presentó una resolución en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas denunciando esta decisión (a sabiendas de que sería vetada por Washington), sus servicios de inteligencia contactaron a algunos de los presentadores de televisión más populares del país para no solo evitar criticar el traslado de la embajada sino también para convencer a la audiencia de que Ramala podría acabar siendo la capital de Palestina.

Igualmente importante ha sido el estrechamiento de vínculos en seguridad, considerado por algunos como uno de los secretos peores guardados de Oriente Medio. Ya en 2014, cuando Al Sisi ni tan siquiera había teatralizado su paso por las urnas, Tel Aviv presionó a Washington para que entregase una decena de helicópteros Apache a Egipto, y desde entonces la cooperación solo ha ido en aumento: Israel ha llevado a cabo más de 100 ataques aéreos en el Sinaí desde 2015 para ayudar a Egipto en su brutal lucha contra la insurgencia islamista en la península, donde los efectivos del Ejército egipcio se han doblado este año con el beneplácito de las autoridades israelíes, que tampoco han terciado hasta ahora en nuevos y significativos acuerdos militares entre Washington y El Cairo.

Como contrapartida, Al Sisi se ha mostrado mucho más contundente que sus predecesores Mohamed Morsi y Hosni Mubarak en su aproximación a la Franja de Gaza, uno de los puntos calientes para Israel que el rais ha aislado y cerrado a cal y canto hasta que Hamás, ahogado por el bloqueo, se ha visto obligado a ceder y a acceder a negociar con El Cairo.

Esta estrecha relación diplomática y centrada en la seguridad provoca que el centro de las discusiones en lo que respecta a los vínculos entre Egipto e Israel no se sitúe ya en torno a potenciales conflictos diplomáticos o bélicos, sino en cómo de rápido puede avanzar ahora la normalización de sus relaciones, especialmente en el terreno económico.

A mediados de abril de 2016, y por primera vez en 10 años, una delegación comercial de Israel aterrizó en El Cairo para discutir cómo mejorar su cooperación económica, al centro de la cual se encuentran las llamadas Zonas Industriales Calificadas (QIZ). Trazadas a finales de 2004 bajo los auspicios de Washington, las QIZ engloban parques industriales por todo Egipto donde se fabrican productos con una parte de los materiales importados desde Israel que luego se exportan a Estados Unidos libres de impuestos.

Los beneficios de estas zonas industriales para Egipto fueron inicialmente estratosféricos, y para 2015 se habían creado unos 280.000 puestos de trabajo, el número de empresas operando en ellas alcanzaba las 700 y sus productos constituían el 45% del total de exportaciones egipcias a EE UU, por un valor de casi 1.000 millones de dólares.

A pesar de que en 2016 no se decidió cómo expandir el acuerdo, la visita demostró la voluntad de las partes de ahondar en sus relaciones económicas en el futuro, también en proyectos de agricultura, irrigación o desalinización, lo que supondría toda una bombona de aire para la mermada economía egipcia y seguiría la lógica regional de despolitizar algunos conflictos situando la economía en el centro.

Fruto de esta creciente cooperación y confianza entre los dos países, Egipto también ha podido situarse de nuevo como un mediador destacado tanto en las negociaciones intrapalestinas, con sus intentos –de momento fallidos– de alcanzar una reconciliación entre Hamás y Fatah, como entre Israel y Palestina, sea en relación a una tregua entre Tel Aviv y Hamás o en relación al más ambicioso plan de alcanzar algún tipo de acuerdo de paz.

 

¿Es posible ir más allá? La paz sin el pueblo

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Un hombre egipcio protesta por la decisión de EE UU de trasladar su embajada a Jerusalén, El Cairo, 2017. Mohamed el Shahed/AFP/Getty Images

A pesar de este acercamiento del Egipto de Al Sisi y el Israel de Netanyahu, este se reduce casi exclusivamente a sus élites, que en el caso egipcio en particular mantienen el doble rasero de estrechar relaciones y negarlo al mismo tiempo, conscientes de que lo primero es muy impopular entre sus ciudadanos, en parte debido al discurso del odio que ellos mismos atizan.

La animadversión de la sociedad egipcia hacia Israel es uno de los pocos consensos que parecen mantenerse a día de hoy, y las muestras de rechazo hacia el Estado hebreo afectan transversalmente política, academia, cultura, deporte, medios o economía.

Tanto es así que en 2013 un 63% de los egipcios defendía abiertamente anular el tratado de paz con Israel. En la misma dirección, solo el 3% de los encuestados priorizaba tener buenas relaciones con sus vecinos y un 88% opinaba que no era relevante que ambos países se llevaran bien. Otro dato interesante revelado en 2011 por Pew Research fue que las clases bajas y menos educadas eran más propensas a querer anular el tratado, un factor que a largo plazo podría erosionar aún más la escasa popularidad de éste si la rápida pauperización del país se mantiene.

En el caso israelí, por el contrario, el tratado de paz con Egipto goza de un amplio apoyo, a pesar de que inicialmente topó con el rechazo de los colonos que ocupaban el Sinaí.

Uno de los indicadores que mejor pone de relieve esta fuerte reticencia de los egipcios hacia todo lo que suene a Israel es el número de turistas que lo visitan, y que en 2017, según cifras del Ministerio de Turismo israelí, solo fueron 7.000. En sentido inverso, son más los turistas israelíes que viajan a Egipto, pero aun así no figuran tampoco entre los 10 primeros del ranking, se concentran mayoritariamente en las cercanas ciudades costeras y poco habitadas del sur del Sinaí, y raramente van más allá de la península.

Por este motivo, insistir en la resolución del conflicto palestino es una necesidad para las autoridades egipcias si aspiran a llevar más allá sus vínculos con Israel, puesto que la ausencia de una salida digna para Palestina compromete no solo la legitimidad de dichas autoridades, sino que supone también una amenaza latente para su supervivencia: muchos activistas que lideraron la revolución de 2011 provenían de movimientos propalestinos, y toda muestra de apoyo a la causa puede transformarse en una protesta contra el régimen.

Aun así, es difícil de prever si incluso una solución entre Israel y Palestina sería suficiente para acabar con este resentimiento, pero mientras esta no llegue más allá de una mayor cooperación entre las élites es no solo improbable sino también contraproducente. Y es que la impopularidad de Israel en Egipto y la creciente impopularidad de Al Sisi son dos factores que se retroalimentan entre amplios sectores de la sociedad, de tal forma que la percepción de que el rais flirtea con la entidad sionista mina su aceptación, al igual que la percepción de que Israel hace lo propio con la dictadura militar merma su imagen.