Las milicias kurdas asientan el proyecto autónomo en el noreste sirio a golpe de avances militares contra los yihadistas, mientras flaquean los apoyos dentro y fuera del Kurdistán.

 

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Encaminada hacia su tercer año, la guerra siria ha quedado a merced del creciente protagonismo de Jabhat al Nusra y el Estado Islámico de Irak y el Levante (ISI-S, en sus siglas en inglés), ambos afiliados a Al Qaeda. La participación de estos grupos ha puesto de manifiesto el abismo que separa a las diferentes fuerzas rebeldes, desmontando al Ejército Libre Sirio en su intento de derrocar a Bachar al Assad y evidenciando la complejidad del conflicto, lejos ya de la simple dicotomía entre opositores y régimen baazista.

En ese maremágnum en que se ha convertido el norte de Siria, los alrededor de dos millones de kurdos (en torno a un 10% de la población, la mayor minoría siria) han mantenido  una estrategia (la tercera vía, ni con Assad ni con los rebeldes) encaminada a progresar en la consecución de su propia autonomía. El cambio en la naturaleza del conflicto sirio, abre nuevas posibilidades, con la resistencia frente a Al Qaeda como motor principal.

Desde este verano, las milicias kurdas han protagonizado importantes avances militares en toda la región del Kurdistán oriental, en el área de Al Yazira (Rojava, en kurdo), una de las más ricas en hidrocarburos del país. La población kurda ha visto cómo sus propias milicias y órganos políticos tomaban las riendas de la situación, encaminándose hacia la creación del Gobierno Regional de Transición, anunciado a mediados de noviembre por el  Partido Democrático Kurdo (PYD, en kurdo, cercano al PKK, Partido de los Trabajadores del Kurdistán de Turquía).

A estas alturas, el nivel de organización social, militar y, en última instancia, política de las fuerzas kurdas se sitúa a años luz de cualquier otra experiencia promovida por la oposición siria al régimen, al menos en la práctica. Mientras en importantes núcleos estratégicos como Alepo o Raqqa los radicales han arrebatado el control a los Consejos Civiles dependientes de la oposición reconocida a nivel internacional -imponiendo su ley con tribunales islámicos, implantado escuelas coránicas y abandonando el orden en manos de hombres enmascarados-, en Rojava funcionan las escuelas en las que ondea la bandera kurda, un cuerpo de policía propio -la Asayish– controla cada uno de los no pocos checkpoints en las carreteras de la región y vigila los puestos fronterizos con Irak bajo control kurdo y, además, se han instalado instituciones como los comités de defensa de la mujer o la oficina de prensa libre, que expide certificados a los periodistas que trabajan en la zona.

No ha sido, ni mucho menos, un camino de rosas. Los años de represión por parte del clan Assad dejaron un balance traumático. En 2012 el régimen, entonces acorralado por los rebeldes en el norte del país, empezó a abrir la mano: concedió la nacionalidad siria a miles de ciudadanos kurdos que hasta entonces vivían como ilegales, liberó a decenas de presos políticos, muchos de los cuales pasaron a las filas del PYD y el YPG, y en un claro desafío a Turquía permitió la entrada en el país al actual líder del PYD, exiliado por sus vínculos por el PKK. Hasta entonces, los kurdos sirios han vivido bajo prohibiciones de exaltación de su lengua y su cultura, y han sido desplazados por un proceso de arabización de la región orquestado desde el Gobierno, con la recolocación de miles de residentes árabes en el Kurdistán oriental. El brutal aplastamiento en 2004 de un conato de revuelta en Qamishli se saldó con 36 muertos.

Los rebeldes, por su parte, les acusan de colaboracionismo con el régimen, que aún tiene presencia en ciudades como Qamishli, la capital del Kurdistán sirio, lo que ha provocado constantes enfrentamientos entre el YPG (brigadas Kurdas de Protección Popular, principal milicia en sus siglas en kurdo) y otras facciones rebeldes desde 2012. Una tregua (ya entonces Al Nusra se desligó del pacto) puso fin a las hostilidades entre ambos tras la retirada del Ejército sirio en Ras el Ain (Serekaniye, en kurdo). La ciudad, con un 70% aproximado de kurdos y un 30% de árabes, sigue siendo epicentro de la intraguerra que enfrenta al YPG con los frentes yihadistas, que consideran a los kurdos aliados del régimen.

Sí es cierto que los avances en el autogobierno se deben, en gran parte, a esa tercera vía enunciada casi al inicio del conflicto por Saleh Muslim, líder del PYD. Los kurdos se beneficiaron de la retirada estratégica del Ejército sirio de la región en 2012, cuando la inminente batalla de Alepo requería la atención de las tropas leales a Assad. Por otra parte, cierta permisividad con el Gobierno de Damasco ha permitido, por ejemplo, asegurar el suministro de alimentos y bienes de primera necesidad, según aseguran vecinos en Ras el Ain.

La situación en Qamishli es paradigma de la tibia postura del PYD. Además del aeropuerto y el paso fronterizo con Turquía, en la ciudad las tropas de Al Assad aún mantienen la llamada “plaza seguridad”. Es el eufemismo con el que se reconocen los escasos metros cuadrados en el centro urbano por donde pasean guardias de tráfico con el uniforme de la policía del régimen. El área está delimitada por la sede aún funcional de la muhabarat, el servicio de inteligencia de Assad, ante cuya puerta aún se alza una estatua de Hafez, el patriarca de la saga alauí.

Esa política ha ahondado también las propias divergencias entre las fuerzas políticas kurdas. Mientras el PYD, como líder del Consejo Supremo Kurdo, se resiste a integrarse en el conglomerado de la Coalición de Fuerzas de la Oposición y la Revolución Siria (CFORS), otro frente, el Consejo Nacional Kurdo (CNK, alineado con el Gobierno autónomo kurdo en Irak y aglutinante de casi una veintena de partidos), sí forma parte de la oposición siria con sede en Estambul.  El primero ha conseguido imponerse en el territorio; el segundo, se ha granjeado más apoyos diplomáticos, entre ellos, los de Turquía, que juega un papel fundamental en el tejido de alianzas de ambos bloques kurdos. En primer lugar, Ankara, que apoya sin fisuras a la CFORS, acusa al PYD de ser el brazo del PKK en Siria. Al mismo tiempo, las conversaciones entre el Ejecutivo de Recep Tayyip Erdogan y el Gobierno autónomo de Irak a cuenta de un nuevo oleoducto han llevado a que los propios kurdos iraquíes cierren literalmente las puertas a sus vecinos sirios.

El disenso entre las fuerzas kurdas en Siria lo ilustra el paso de Semalka, en el límite entre el Kurdistán iraquí y el sirio. Allí, un puente sobre el Tigris ahora clausurado pretendía escenificar el hermanamiento de ambas regiones. La rivalidad política ha provocado un giro en la estrategia militar del PYD y el YPG, cuya propaganda se remitía hasta ahora a garantizar la protección de la población kurda ante amenazas a su seguridad, ya proviniesen de Al Asad o de los combatientes rebeldes.

Precisamente, la reciente toma de Tel Kochar (Al Yarubiya en árabe), base logística de Nusra e ISI-S en la frontera con Irak (donde esperan abrir una nueva vía de suministro tras el cierre de Semalka), marca ese punto de inflexión. Tres días de batalla han marcado el primer ataque kurdo, concebido como “operación de castigo”, según uno de sus oficiales, que culminó con la expulsión de los extremistas. A esta primera “victoria”, han seguido otros 19 pueblos a lo largo de un frente de 200 kilómetros donde persisten los enfrentamientos.
La acción ha venido a fortalecer (cuando no a legitimar) la consideración del YPG y su facción femenina, el YPJ, como el Ejército kurdo sirio, en una muestra de cómo el PYD se ha ganado la confianza de la población kurda frente a la sensación de inacción que inspiran los rivales del CNK, que ha llegado a desmarcarse del anuncio “unilateral” del Gobierno Regional de Transición, acusando al PYD de tomar una decisión “apresurada”.

El Kurdistán sirio avanza, pero dividido. Antes de seguir andando deberá resolver las luchas intestinas. Una cuarta vía encaminada a favorecer el acercamiento de posturas podría conjugar el apoyo entre la población del PYD (fundamentado en las victorias militares contra Al Qaeda) y las alianzas exteriores del CNK (aprovechando, por ejemplo, el proceso de paz entre Turquía y el PKK). De esta manera, se limpiarían las piedras del camino con la vista puesta en dar un paso más hacia la unión territorial de los cerca de cuarenta millones de kurdos, el mayor pueblo del mundo sin Estado.

 

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