El uso de la política para lograr objetivos económicos y controlar recursos marcará la agenda europea, pero la Unión no debería olvidarse de cuestiones vitales como la gobernanza global.

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La crisis financiera y de la deuda se ha convertido en un desafío existencial para el euro y el proprio proyecto europeo. Parece que el pozo no tiene fondo. El orden mundial ha cambiado y Europa, despojada de la credibilidad y el poder de antaño, ha perdido peso e influencia en el mundo. Se han invertido los papeles. Ahora, los países desarrollados son los países en riesgo, que ven cómo día tras día sus mercados son sacudidos y las agencias crediticias bajan sus ratings, mientras los países en desarrollo registran crecimiento. Con la disminución del comercio interno en la Unión Europea, se ha empezado a mirar hacia los países emergentes y el potencial que representan para sacar al Viejo Continente de la crisis.

En 2012, la geoeconomía, un concepto que había caído en el olvido, estará cada vez más presente en las acciones e iniciativas de algunos países europeos. El uso de las habilidades políticas para lograr fines económicos, controlar los recursos y ejercer influencia ha vuelto a estar de moda. Afinar su visión geoeconómica es clave para el futuro de la Unión.

¿Pero qué tipo de política geoeconómica deberían seguir los Gobiernos europeos? ¿Cuál será el precio a pagar por salvar el euro y la posición internacional de Europa? ¿Hasta qué punto podemos inclinar la balanza hacia el mercantilismo sin mermar el papel histórico europeo como baluarte de la democracia en el mundo?

Muchos gobiernos ya han dicho que su prioridad ahora son las exportaciones, las inversiones y sus intereses nacionales. Recientemente, Alemania no ha tenido más remedio que tomar las riendas en la crisis del euro. Pero muchos alemanes no están dispuestos a pagar el precio de la solidaridad y rescatar a una Europa que ya no consideran como un modelo político sino como una carga económica. Alemania parece estar más interesado en contener la inflación y mantener el euro débil para favorecer sus exportaciones y asegurar así sus intereses nacionales, sin tener en cuenta el posible impacto sobre sus competidores internacionales y las divisiones que eso pueda producir en la Unión. La austeridad se ha convertido en el motor de Berlín para sacar a Europa de la crisis, pero hasta ahora, no ha conducido al crecimiento o a la creación de empleo.

Ese eje neomercantilista no se aplica solo a Alemania. Otros países europeos como España, Francia y el Reino Unido también han empezado a emplear políticas más geoeconómicas, sobre todo en sus relaciones con los BRICS o los países del Golfo, a menudo sacrificando la Unión y la eficacia de la UE para lograr resultados económicos muy limitados. Mientras la primavera árabe empuja Oriente Medio hacia la mayor ola de cambio de su historia, los europeos se muestran más interesados en las oportunidades económicas que pueden suponer países como China, India, Qatar o los Emiratos Árabes Unidos.

Pero en Oriente Medio, Bruselas tendrá que prestar más atención a los factores políticos que condicionan las oportunidades económicas y energéticas y los riesgos en la zona. Las revueltas árabes han aumentado la brecha entre los países de la región. Mientras que en el norte de África caen los niveles de consumo y de las exportaciones, en el Golfo los altos precios del petróleo han reactivado la economía y la demanda está en alza. Además del crudo, la creciente importancia del gas natural pesará cada vez más y los Gobiernos europeos ya luchan por hacerse con la energía del Caspio.

Mientras los Estados miembros compiten entre sí para lograr acceso comercial a los nuevos mercados, no ha habido el mismo nivel de coordinación en el ámbito de la Unión Europea. En Asia, la UE solo ha firmado un acuerdo de libre comercio con Corea del Sur. La región está experimentando su propia reintegración y pronto Europa se verá obligada a competir por ella con la propia Asia.

Otra zona desaprovechada es América Latina. El área está en ascenso, pero la presencia europea está disminuyendo. El comercio europeo ha caído un 10% aproximadamente en los últimos 20 años, los flujos de inversión extranjera directa han bajado y, desde 2010, China se ha hecho con las inversiones en Brasil. Lo mismo ha pasado con África. Las relaciones entre la UE y el continente africano han estado marcadas por la cooperación al desarrollo, en detrimento de otros asuntos fundamentales como el comercio. Mientras África registra impresionantes tasas de crecimiento –en torno al 5% durante la última década–, la Unión pierde terreno para otros actores globales como China.

En 2012, la UE tendrá que analizar si el amplio despliegue de iniciativas que tiene previsto, ya sea en Asia, América Latina, el Caspio, el sur del Mediterráneo o el continente africano, alcanza resultados tangibles y significativos.

En cualquier caso, la economía no puede desviar la atención de las cuestiones de gobernanza política y la cooperación multilateral. El coste sería demasiado elevado. Hace falta una mayor coordinación en el ámbito europeo para asegurar la búsqueda de logros comerciales para salir de la crisis sin causar un debilitamiento excesivo de las normas, la solidaridad y la unión europea. Al fin y al cabo, la UE se ha creado con ese fin.

 

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