El sangriento conflicto de RDC amenaza con transformar el mapa de África.

 

Una de las mayores ciudades del este de Congo ha caído en manos de una poderosa fuerza rebelde, en una guerra que quizá redefina la región pero que ha provocado escasas reacciones políticas por parte de la ONU, Estados Unidos y las potencias internacionales que tanto apoyo dan a algunos gobiernos vecinos -en particular Ruanda, la niña mimada de Occidente y receptora de ayuda- que respaldan la violencia, según expertos de Naciones Unidas. Los combates han desplazado casi a un millón de personas desde el verano y la batalla por la ciudad de Goma no es más que el episodio más reciente en una larga lucha de los rebeldes sostenidos por los ruandeses para controlar una parte de la República Democrática del Congo (RDC), un conflicto en el que están ganando, sin la menor duda. La guerra ha puesto de relieve asimismo la ineptitud de la misión onusiana encargada de mantener la paz. Una de las mayores y más costosas del mundo.

 

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AFP/Getty Images
Rebeldes del M23 celebran su acercamiento a la ciudad de Goma.

 

El secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, llamó el sábado al presidente ruandés, Paul Kagame, “para pedir que utilice su influencia con [los rebeldes] el M23 para tranquilizar la situación e impedir que continúen su ofensiva”, según dijo el jefe de las fuerzas de paz de Naciones Unidas. Y el ministro francés de Exteriores, Laurent Fabius, afirmó que la rebelión contaba con el apoyo de Ruanda y expresó su “grave preocupación”. Sin embargo, desde entonces, la violencia no ha hecho más que empeorar. El Consejo de Seguridad de la ONU convocó una sesión de urgencia, pero su condena de la violencia, su demanda de que los rebeldes detengan su avance hacia Goma y su insistencia en que los países extranjeros dejen de financiar a los miembros del M23 han sido ignoradas. El Consejo anunció que iba a sancionar al M23 pero no hizo ni siquiera mención de Ruanda, la principal potencia que ayuda a la rebelión. Y mientras los combates se intensifican, la misión de la ONU en el Congo se dedica a hacer declaraciones públicas contando que los habitantes de la parte oriental del país tienen ya agua potable a su alcance. Una combinación que produce una imagen de guerra totalmente surrealista.

Los combatientes del M23, profesionales y bien equipados, tal vez mejor preparados y organizados que cualquier otra unidad rebelde del último decenio en el país, hicieron una extraordinaria demostración de fuerza para avanzar hasta escasos kilómetros de la capital de la provincia, Goma. Los rebeldes no solo aguantaron fuertes bombardeos de los helicópteros de combate de la ONU, sino que ganaron terreno al mismo tiempo que obligaban a retroceder al Ejército nacional congoleño en otros dos frentes, según las informaciones disponibles. A partir de ese momento, los soldados y las fuerzas de paz de Naciones Unidas se apartaron del camino de los rebeldes, lo que permitió al M23 capturar grandes zonas de Goma prácticamente sin encontrar resistencia. A la hora de la verdad, unos 3.000 soldados congoleños, apoyados por cientos de militares de las fuerzas de paz onusianas con su poder aéreo, fueron incapaces de contener a unos cuantos centenares de miembros del M23.

Esta capacidad militar sin precedentes de los rebeldes del M23 en un país de milicias desorganizadas ha llevado a muchos a opinar, con lógica -respaldada por las conclusiones de los expertos de la ONU-, que Ruanda está proporcionando armas, soldados y dirección militar a los rebeldes y que las órdenes emanan directamente del ministro de Defensa ruandés, el general James Kabarebe. Human Rights Watch dice que posee amplias pruebas documentales del paso de tropas ruandesas al Congo para ayudar a los combatientes del M23. También se acusa a Uganda de suministrar una base política a los rebeldes, aunque, a petición del Gobierno de Congo, hace poco cerró un paso fronterizo que había servido para suministrarles dinero. Tanto Ruanda como Uganda son países relativamente ordenados -en agudo contraste con Congo-, con unos Ejecutivos autoritarios consolidados, que reciben importante ayuda militar y económica de Estados Unidos y Occidente.

Esos apoyos tan poderosos hacen que los rebeldes puedan cumplir sus ambiciosas amenazas. Cuando cayó Goma, el portavoz del M23, teniente coronel Vianney Kazarama, señaló que los rebeldes tienen intención de “capturar una buena parte del este de Congo”, incluida su otra gran ciudad oriental, Bukavu. Los rebeldes han exigido que el Gobierno negocie con ellos, sin especificar qué es lo que quieren. Pero la Administración ha dicho que solo está dispuesta a hablar con Ruanda, “el verdadero agresor”, y no con un grupo “ficticio” que sirve de tapadera. Por ahora, los miembros del M23 están reagrupándose en Goma. Y es posible que haya un interludio de calma en la guerra, mientras las partes tratan de negociar. Ahora bien, dada la historia de los rebeldes, en el fondo, a lo que aspiran es a un viejo sueño -un lugar propio en Congo oriental- que se ha vuelto mucho más real con la captura de la ciudad.

Ruanda ha ganado cientos de millones de dólares apoyando a grupos rebeldes que controlan las lucrativas minas congoleñas

La situación se parece muchísimo a otro ataque contra Goma que llevó a cabo hace cuatro años Laurent Nkunda, un rebelde también apoyado por Ruanda que dirigía el grupo predecesor del M23 y que dijo que esperaba crear un país nuevo en Congo oriental, llamado la República de los Volcanes. En aquella ocasión hubo unas 200.000 personas desplazadas, mientras los combates se acercaban a la ciudad. Al final, Nkunda decidió no capturar Goma y, durante las negociaciones subsiguientes, sus fuerzas aceptaron disolverse y unirse al Ejército nacional congoleño. Sin embargo, en la primavera pasada, algunos de aquellos combatientes declararon que el Gobierno había incumplido sus promesas y formaron el grupo rebelde M23.

Tanto a las fuerzas del M23 como a las de Nkunda se las ha acusado de graves atropellos de los derechos humanos, con violaciones en masa (en un caso, de alrededor de 16.000 mujeres durante un fin de semana en Bukavu), matanzas y el reclutamiento de niños soldados. Bosco Ntaganda, un jefe del M23, es objeto de una orden de busca y captura del Tribunal Penal Internacional por reclutar niños. Congo emitió en 2005 una orden de detención contra Nkunda por crímenes de guerra, pero permanece encarcelado en un lugar secreto de Ruanda, que se niega a entregarlo.

El apoyo de Ruanda a la rebelión nace de una mezcla de simpatías históricas e intereses económicos. El M23 está compuesto en su mayor parte por combatientes tutsis, que representan a un grupo étnico históricamente marginal en el este de Congo. Varios líderes del M23 y el grupo que le precedió habían luchado junto al hoy presidente de Ruanda, Kagame, que, como muchos de sus más estrechos colaboradores, también es tutsi.

Luego está la inmensa riqueza mineral de la zona, de la que Ruanda se ha beneficiado de forma ilegal desde que invadió Congo en 1996. Ruanda ha ganado cientos de millones de dólares -probablemente mucho más- apoyando a grupos rebeldes que controlan las lucrativas minas congoleñas e introduciendo los minerales en territorio ruandés de contrabando para exportarlos a los mercados mundiales.

También hay que tener en cuenta la historia. Muchos ruandeses, incluidos funcionarios del Gobierno, opinan que el este de Congo es una parte legal de Ruanda, que se perdió cuando las potencias coloniales europeas dividieron el continente en 1885 e incorporaron esas ricas y fértiles tierras a Congo. Creen que lo que hace el M23 es remediar esta injusticia histórica, a pesar de que las leyes internacionales estén en su contra.

La ministra ruandesa de Exteriores, Louise Mushikiwabo, subrayó esas simpatías el verano pasado, al iniciar una reunión diplomática privada sobre la rebelión del M23 mostrando un mapa de la antigua Ruanda que abarcaba gran parte del este de Congo, según cuentan varios diplomáticos que asistieron al encuentro. El argumento que pretendía dejar claro era que la historia de la región es compleja, pero de ahí a afirmar que Ruanda tiene cierto derecho sobre las tierras de Congo no hay más que un paso lógico. Kagame, por su parte, ha permanecido curiosamente callado desde el nuevo brote de violencia en su frontera, aunque antes había rechazado todas las acusaciones de que su país apoya a los rebeldes. Y hasta ahora, a pesar de los llamamientos internacionales, se ha negado a condenar la rebelión del M23.

No obstante, los rebeldes insisten en que su movimiento es puramente congoleño. Kazarama, el portavoz del M23, señaló que su movimiento está luchando contra “años de mal gobierno, la falta de servicios públicos y una inseguridad constante”. Cuando le pregunté dónde había obtenido el grupo su sofisticado material militar -la ONU ha señalado que tiene morteros de 120 milímetros e incluso gafas de visión nocturna-, Kazarama respondió que lo había comprado él en “el mercado negro en Dubai” y repitió que las armas “no procedían de Ruanda”.

A pesar de que recibe enormes cantidades de ayuda de los países occidentales, Ruanda está desempeñando un papel decisivo en la desestabilización de Congo. La mayor parte del territorio congoleño, pese a ser muy rico en minerales y ser vulnerable al saqueo de otros países, vive en una paz relativa. Pero la frontera  entre ambos países es una zona caliente.

La comunidad internacional prefiere aceptar las negativas de Ruanda sobre su injerencia en Congo y ha seguido enviando cerca de 1.000 millones de dólares cada año al Gobierno ruandés

Aunque los hechos le contradicen, Ruanda ha negado siempre cualquier intervención en Congo. Cuando lo invadió, en los 90, rechazó las acusaciones de que tenía una presencia en territorio congoleño incluso cuando aparecieron fotografías de Kabarebe -el actual ministro ruandés de Defensa y jefe supremo de aquella operación- en Kinshasha junto al entonces presidente de Congo, Laurent Kabila, a quien su pequeño vecino había aupado al poder. Durante años, Ruanda también negó que respaldase a las fuerzas rebeldes de Nkunda, y posteriormente le llamó y le detuvo en secreto en territorio ruandés, donde permanece hasta día de hoy. Ahora, el presidente Kagame continúa negando -incluso con indignación- la ayuda de su Gobierno al M23.

El martes pasado, mientras los rebeldes se hacían con el control de la frontera entre Congo y Ruanda -un hecho que debería haber levantado preocupación-, las agencias de noticias informaban de que los soldados y policías ruandeses “no parecían especialmente nerviosos y no había grandes refuerzos visibles”.

La comunidad internacional, históricamente, ha preferido aceptar las vehementes negativas de Ruanda sobre su injerencia en Congo y ha seguido enviando cerca de 1.000 millones de dólares cada año al Gobierno ruandés, que cubre casi la mitad de su presupuesto con la ayuda externa.

En julio, sin embargo, varios Gobiernos occidentales suspendieron la ayuda exterior a Ruanda después de que se dieran a conocer informaciones de que proporcionaba armas a la rebelión en Congo. Estados Unidos tomó la iniciativa y suspendió 200.000 dólares de ayuda militar (una cantidad simbólica, puesto que es una mínima parte de su verdadera ayuda). Pero varios de los principales financiadores del país -como la Unión Europea, el Banco Mundial y el Banco Africano de Desarrollo, que en muchos casos envían su dinero directamente al Tesoro ruandés- han seguido donando y prestando dinero al Ejecutivo y se han negado a condenar públicamente el apoyo de Ruanda a los rebeldes, a pesar de que existen cada vez más pruebas.

En septiembre, Gran Bretaña, que había suspendido sus pagos, volvió a asignar 16 millones de libras de ayuda al Gobierno de Ruanda. Varios miembros del Parlamento criticaron al ex ministro británico de Desarrollo Internacional, Andrew Mitchell, que tiene una estrecha relación con Kagame y cuya labor benéfica en el país ha recibido los elogios del presidente, y le calificaron de “ministro deshonesto”, por haber autorizado esa ayuda en su última tarde en el cargo. Otros países, entre ellos Estados Unidos, han insinuado que se van a limitar a no prometer ninguna “nueva” ayuda a Ruanda, pero que seguirán cumpliendo las cantidades ya comprometidas, que se elevan a varios cientos de millones de dólares.

En pocas palabras, la comunidad internacional parece reacia a presionar a Ruanda para contribuir a poner fin a la enorme crisis humana que está produciéndose en Congo. Los países occidentales aseguran que presionar a Kagali podría aumentar la inestabilidad en la región, pese a que este es un argumento intrínsecamente absurdo, dada la influencia desestabilizadora ruandesa en su vecino, no solo hoy, sino durante toda su historia.

Los donantes, además, tienen miedo de perder el que consideran un país modelo para el desarrollo en África, aunque con una concepción del desarrollo estrictamente económica. Si bien Ruanda ha experimentado un crecimiento económico impresionante desde el genocidio de 1994, su Gobierno ejerce una grave represión y tiene escaso respeto por los derechos humanos.

La última ofensiva contra Goma pone asimismo de relieve que la fuerza de paz de la ONU, con 17.000 miembros, es insuficiente, formada en su mayoría por soldados procedentes de países pobres -en el este de Congo, son sobre todo de India, Pakistán y Bangladesh- que parten destinados a ese tipo de misiones como recompensa por los buenos servicios en su país. Para muchos soldados, las dietas de Naciones Unidas representan el cuádruple de sus salarios habituales. Muchos de ellos están ahorrando lo que ganaban con su misión en Congo para comprar una casa o para la educación de sus hijos; “no habían ido a Congo a morir”.

La ONU ha dicho que, cuando el Ejército congoleño abandonó Goma, no detuvo a los rebeldes del M23 por temor a causar bajas civiles. Por su parte, el ministro francés de Exteriores, Fabius, ha pedido que se revise la misión de Naciones Unidas en el país y ha dicho que es “absurdo” que los rebeldes hayan podido pasearse por delante de unas fuerzas de paz inmóviles. Mientras tanto, parece ser que los soldados de Congo y de Ruanda han empezado a bombardearse entre sí, las primeras hostilidades abiertas entre los dos países desde hace años.

La reanudación de los combates la primavera pasada acabó con varios años de progreso gradual en Congo oriental, que disfrutaba de una estabilidad relativa en las zonas cercanas a Goma por primera vez desde 1996. El famoso Parque Nacional de Virunga tenía cada vez más turistas internacionales, deseosos de ver una especie en peligro de extinción, el gorila de montaña, en su hábitat natural. Y Goma disfrutaba de un frenesí constructor, sobre todo de hoteles de muchos pisos.

Lo que parece ya claro es que los rebeldes del M23 han hecho un avance decisivo en su campaña para hacerse con una parte del este de Congo. También el Estado ruandés está actuando con convicción, sin retirar su apoyo a la rebelión a pesar de los repetidos llamamientos internacionales. Y el Gobierno se siente más envalentonado después de que haya tenido éxito su candidatura a obtener un puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU, pese a las pruebas creíbles de que estaba apoyando a los rebeldes. En la región está empezando a hablarse del nacimiento de un nuevo cuasi país, una anexión al estilo de Sudán del sur de toda una zona rica en minerales perteneciente a Congo.

Resulta ya difícil imaginar un final pacífico para este conflicto y la que más sufrirá será la población civil congoleña, como siempre. Es muy poco probable que los miembros del M23 puedan volver a integrarse en el Ejército nacional de Congo; la guerra ha destruido la confianza. Pero si el M23 cae derrotado, los sentimientos contra las minorías de habla ruandesa en el Congo se envenenarán todavía más y quizá desemboquen en más violencia. No hay duda de que tanto los rebeldes como Ruanda son conscientes del órdago que han lanzado.

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