Mujer híbrida
Yoko Haruka
238 págs., Kodansha, Tokio, 2003 (en japonés)

Kekkon Shimasen!
(¡No me caso!)
Yoko Haruka
246 págs., Kodansha, Tokio, 2001 (en japonés)


De todos los problemas con que se enfrenta Japón, uno sin duda tendrá
una mayor repercusión en su futuro. No es el plan nuclear de Corea del
Norte ni su débil crecimiento económico ni el envío de
tropas a un Irak convulso, ni siquiera la perspectiva de otro desastre natural
como el terremoto que devastó Kobe, al sur de Japón, en 1995.
Lo que de verdad amenaza su futuro es el descenso de su población y,
sobre todo, el gran vacío que separa a los hombres y las mujeres.

Los problemas demográficos de Japón no son noticia, pero las cifras
son impactantes. La media de hijos por mujer ha descendido casi de forma constante
desde su máximo de cuatro hijos durante el baby boom de la posguerra.
El año pasado había caído a 1,32 –cifra muy inferior
a lo necesario para mantener los actuales índices de población–.
En tres años, su población alcanzará un pico de 127,5 millones
de habitantes, y descenderá lentamente, casi hasta la mitad, en 2100.
Las consecuencias económicas –caída de la producción,
abaratamiento de los terrenos y subida de los impuestos– serán
nefastas.

Más preocupante aún es que los hombres que gobiernan ignoren las
causas del descenso. Nunca les ha interesado saber por qué sus mujeres
no quieren casarse ni tener hijos. Cuando les cuentan las dificultades, no escuchan;
para ellos, son el molesto zumbido de una mosca: no merece su atención.

Este contexto ha conferido dimensión nacional al trabajo de Yoko Haruka
sobre la difícil situación de las mujeres. Haruka, mordaz ensayista
y personalidad mediática de Osaka, que ha superado la treintena, describe
con claridad y ácido humor la indignación de las japonesas en
dos libros recientes: >em>Kekkon shimasen! (¡No me caso!) y Hybrid woman (Mujer
híbrida)
.


Algunas japonesas han comprado espacios
propios en los cementerios para no seguir unidas a sus esposos y a su familia
política para la eternidad


La autora comienza ¡No me caso! describiendo el trato que recibió
durante el funeral de su padre. Le mandaron que se sentara y caminara detrás
de sus cinco hermanos, pequeños y mayores, y le prohibieron situarse
en la fila para recibir el pésame de parientes y amigos. Haruka siente
gran admiración por su cuñada, que soporta las malas palabras
de su hermano mayor y de su madre, que vive con ellos. Su cuñada sonríe
complaciente cuando corretea para atenderles, e incluso cuando le planta en
la mano a su marido una cerveza fresca. Y le irrita una tía suya, a la
que quiere mucho, cuando le cuenta que querría una nuera que fuera una
mujer normal. Con lo de “normal” su tía se refiere a una
mujer que, sin rechistar, se las arregle con los 200.000 yenes al mes (poco
más de 1.500 euros) que su hijo trae a casa, una mujer sin aspiraciones
en la vida.

La autora tampoco soporta a las conformistas de la alta sociedad de Tokio, que
cocinan como un chef francés y viven en casas de ensueño. “Debemos
servirles y atenderles, porque si nos dedicamos por completo a nuestros maridos
y a nuestros hijos, nos escucharán; nuestros esfuerzos serán recompensados”,
le susurra al oído una de ellas con una sonrisa tonta. Para alcanzar
la felicidad, el ama de casa debe renunciar a sus aspiraciones, a sus sueños
y a su comodidad, y someterse a la voluntad de su marido, sus hijos y su familia
política. Aunque sea más inteligente que su marido o pueda ganar
más, no debe demostrarlo.

Ser una mujer trabajadora en Japón, dice Haruka, es como jugar a un videojuego
astutamente diseñado, imposible de ganar. La mujer que intenta seguir
la tradición y hacer con rapidez las tareas domésticas termina
exhausta. Si deja la colada para el fin de semana o sirve una cena frente al
televisor, su marido le dirá: “¿Pero qué clase de
mujer eres tú?”. Además, el marido pretende que ella le
pele la manzana, le alcance sus cigarros, le haga el café, y que le quede
suficiente amor y energía para las relaciones sexuales. ¿Se imagina
cómo sería su vida si tuviera dos o tres hijos?

Las japonesas tienen tres opciones, señala Haruka: renunciar a una carrera
profesional y casarse, abandonar su carrera y casarse o planear su vida sin
hombres. Japón, comenta Haruka, ha perfeccionado la explotación
de la mujer combinando el patriarcado con la extraña variedad de capitalismo
del país. Para una mujer profesional, emancipada, la soltería
es la única vía para lograr la felicidad, si aprende a hacer caso
omiso de los insultos de los hombres y los reproches de otras mujeres por su
opción de vida.

Haruka no es la única que ha retratado la lamentable situación
de las mujeres en Japón. En 1997, el Gobierno encargó un libro
blanco para analizar el fenómeno del shoshika (descenso de nacimientos).
El equipo que lo elaboró, dirigido por Michiko Mukuno, una burócrata
casada, también sin hijos, señalaba que toda la culpa es de los
trasnochados códigos sociales, por los que las mujeres casadas deben
ocuparse del 100% de las tareas domésticas, para que sus maridos puedan
dedicar el 100% de su tiempo y energía al trabajo. Aunque en los setenta
las mujeres jóvenes empezaron a ocupar puestos de responsabilidad, las
reglas del juego no cambiaron.

Hasta el Departamento de Estado de EE UU dedicó en su último informe
sobre derechos humanos tres páginas a la discriminación de las
mujeres japonesas. El informe señalaba que, aunque éstas son un
40% de los trabajadores en Japón, ocupan menos del 9% de los puestos
de responsabilidad y, en promedio, sólo ganan un 65% del sueldo masculino.
El informe critica el sistema de empleo de doble rasero por el que se contrata
a las mujeres como secretarias que sirven café, sin posibilidades de
ascenso. Aunque la legislación reconoce la igualdad de oportunidades
ante el empleo (si bien no incluye ninguna sanción), ese sistema no sólo
sigue vigente, sino que ha empeorado porque las empresas, debido a la recesión,
recortan presupuesto y sustituyen al personal administrativo a tiempo completo
por trabajadores a tiempo parcial.

Foto de un marco de fotografía con familia japonesa.

En política, los datos son igual de desalentadores. Sólo alrededor
de un 10% de los miembros del Legislativo de Japón son mujeres. Aunque
en los últimos años los primeros ministros han incluido mujeres
en sus gabinetes, la mayoría de ellas alcanzaron esos puestos aceptando
las normas políticas de los hombres. Cuando las mujeres tratan de imponer
su voluntad en la poderosa burocracia, y se convierten en elementos subversivos,
como la ex ministra de Asuntos Exteriores Makiko Tanaka, se arriesgan a que
las machaquen. La oscura e interminable dimisión de Tanaka en 2002, después
de sólo nueve meses en el cargo, pudo tener menos que ver con el hecho
de ser mujer y más con su controvertida personalidad, pero muchas japonesas,
como Haruka, están convencidas de que no fue así. Tanaka fue relevada
de su cargo, comenta Haruka, porque se negó a mantener la boca cerrada
para así no insultar el insustancial ego de sus colegas masculinos, y
renunció a las comodidades de la vida de privilegios que disfrutan burócratas
y políticos.

Sin embargo, Haruka ha adoptado una postura defensiva. En Mujer híbrida
aconseja a las mujeres aparentar docilidad en lugar de cuestionar la superioridad
masculina, para lograr que sus maridos piensen que lo que ellas necesitan es
empatía y protección. “Deja que los hombres comprensivos
luchen tus batallas con hostilidad masculina”, sugiere. Una mujer híbrida
sabe cómo utilizar a quienes la rodean para lograr la felicidad. “Los
hombres, la compañía, el matrimonio, etc., son elementos que puedes
usar para alcanzar tu meta, pero si no te son útiles prescinde de ellos”,
escribe Haruka. “No culpes a los hombres ni dependas de ellos. No vivas
para tu marido y mucho menos para tu empresa”. ¿Quién puede
culpar a las japonesas con aspiraciones por hacer lo que deben para conquistar
la felicidad y el éxito en un sistema que les veta ambos?

En los tiempos que corren, los hombres y mujeres en Japón viven vidas
separadas y se entienden menos. Cada vez más chicas jóvenes organizan
sus vidas –labrándose una carrera profesional y comprando preservativos–
en función de un futuro sin matrimonio. Los divorcios entre los veinteañeros
y treintañeros han disminuido, pero esto ocurre en buena medida porque
pocos de esos jóvenes se casan. Por el contrario, choca que los divorcios
entre parejas casadas hace 30 años o más estén llegando
a tasas de dos dígitos. En un país a la cabeza mundial en esperanza
de vida femenina, cada vez más mujeres de mediana edad se niegan a pasar
su larga jubilación con cónyuges egocéntricos. Algunas
han llegado a comprar sepulturas en los cementerios para evitar que las aten
a sus maridos y a su familias políticas por toda la eternidad.

Mientras el primer ministro, Junichiro Koizumi, revisa el sistema fiscal y de
pensiones, las consecuencias sociales del rechazo femenino de la maternidad
se hacen más visibles. La comisión fiscal del Gobierno estudia
cómo reducir los impuestos a las personas físicas a un 50% de
sus rentas durante los próximos 20 años, sin deteriorar los servicios.
El shoshika implica que habrá tan pocos trabajadores en las próximas
dos décadas que los impuestos tendrían que subir al 60% o más
para financiar las pensiones y el nivel actual de atención médica
a los ancianos.

A pesar de todo, los hombres en Japón siguen sin captarlo. En uno de
los foros celebrados en Fukuoka, al sur del país, en junio, el ex primer
ministro Yoshiro Mori afirmó que las mujeres sin hijos no deberían
cobrar pensiones. “El Gobierno protege a aquellas mujeres que han dado
a luz muchos niños en agradecimiento por su sacrificio. No está
bien que las mujeres que no han tenido ninguno soliciten dinero de los contribuyentes
cuando envejecen, después de haber disfrutado de una vida de libertad
y diversión”, aseguró Mori. Sus comentarios recibieron un
amplio respaldo masculino.

Ayako Doi


Mujer híbrida
Yoko Haruka
238 págs., Kodansha, Tokio, 2003 (en japonés)

Kekkon Shimasen!
(¡No me caso!)
Yoko Haruka
246 págs., Kodansha, Tokio, 2001 (en japonés)


De todos los problemas con que se enfrenta Japón, uno sin duda tendrá
una mayor repercusión en su futuro. No es el plan nuclear de Corea del
Norte ni su débil crecimiento económico ni el envío de
tropas a un Irak convulso, ni siquiera la perspectiva de otro desastre natural
como el terremoto que devastó Kobe, al sur de Japón, en 1995.
Lo que de verdad amenaza su futuro es el descenso de su población y,
sobre todo, el gran vacío que separa a los hombres y las mujeres.

Los problemas demográficos de Japón no son noticia, pero las cifras
son impactantes. La media de hijos por mujer ha descendido casi de forma constante
desde su máximo de cuatro hijos durante el baby boom de la posguerra.
El año pasado había caído a 1,32 –cifra muy inferior
a lo necesario para mantener los actuales índices de población–.
En tres años, su población alcanzará un pico de 127,5 millones
de habitantes, y descenderá lentamente, casi hasta la mitad, en 2100.
Las consecuencias económicas –caída de la producción,
abaratamiento de los terrenos y subida de los impuestos– serán
nefastas.

Más preocupante aún es que los hombres que gobiernan ignoren las
causas del descenso. Nunca les ha interesado saber por qué sus mujeres
no quieren casarse ni tener hijos. Cuando les cuentan las dificultades, no escuchan;
para ellos, son el molesto zumbido de una mosca: no merece su atención.

Este contexto ha conferido dimensión nacional al trabajo de Yoko Haruka
sobre la difícil situación de las mujeres. Haruka, mordaz ensayista
y personalidad mediática de Osaka, que ha superado la treintena, describe
con claridad y ácido humor la indignación de las japonesas en
dos libros recientes: Kekkon shimasen! (¡No me caso!) y Hybrid woman (Mujer
híbrida).


Algunas japonesas han comprado espacios
propios en los cementerios para no seguir unidas a sus esposos y a su familia
política para la eternidad


La autora comienza ¡No me caso! describiendo el trato que recibió
durante el funeral de su padre. Le mandaron que se sentara y caminara detrás
de sus cinco hermanos, pequeños y mayores, y le prohibieron situarse
en la fila para recibir el pésame de parientes y amigos. Haruka siente
gran admiración por su cuñada, que soporta las malas palabras
de su hermano mayor y de su madre, que vive con ellos. Su cuñada sonríe
complaciente cuando corretea para atenderles, e incluso cuando le planta en
la mano a su marido una cerveza fresca. Y le irrita una tía suya, a la
que quiere mucho, cuando le cuenta que querría una nuera que fuera una
mujer normal. Con lo de “normal” su tía se refiere a una
mujer que, sin rechistar, se las arregle con los 200.000 yenes al mes (poco
más de 1.500 euros) que su hijo trae a casa, una mujer sin aspiraciones
en la vida.

La autora tampoco soporta a las conformistas de la alta sociedad de Tokio, que
cocinan como un chef francés y viven en casas de ensueño. “Debemos
servirles y atenderles, porque si nos dedicamos por completo a nuestros maridos
y a nuestros hijos, nos escucharán; nuestros esfuerzos serán recompensados”,
le susurra al oído una de ellas con una sonrisa tonta. Para alcanzar
la felicidad, el ama de casa debe renunciar a sus aspiraciones, a sus sueños
y a su comodidad, y someterse a la voluntad de su marido, sus hijos y su familia
política. Aunque sea más inteligente que su marido o pueda ganar
más, no debe demostrarlo.

Ser una mujer trabajadora en Japón, dice Haruka, es como jugar a un videojuego
astutamente diseñado, imposible de ganar. La mujer que intenta seguir
la tradición y hacer con rapidez las tareas domésticas termina
exhausta. Si deja la colada para el fin de semana o sirve una cena frente al
televisor, su marido le dirá: “¿Pero qué clase de
mujer eres tú?”. Además, el marido pretende que ella le
pele la manzana, le alcance sus cigarros, le haga el café, y que le quede
suficiente amor y energía para las relaciones sexuales. ¿Se imagina
cómo sería su vida si tuviera dos o tres hijos?

Las japonesas tienen tres opciones, señala Haruka: renunciar a una carrera
profesional y casarse, abandonar su carrera y casarse o planear su vida sin
hombres. Japón, comenta Haruka, ha perfeccionado la explotación
de la mujer combinando el patriarcado con la extraña variedad de capitalismo
del país. Para una mujer profesional, emancipada, la soltería
es la única vía para lograr la felicidad, si aprende a hacer caso
omiso de los insultos de los hombres y los reproches de otras mujeres por su
opción de vida.

Haruka no es la única que ha retratado la lamentable situación
de las mujeres en Japón. En 1997, el Gobierno encargó un libro
blanco para analizar el fenómeno del shoshika (descenso de nacimientos).
El equipo que lo elaboró, dirigido por Michiko Mukuno, una burócrata
casada, también sin hijos, señalaba que toda la culpa es de los
trasnochados códigos sociales, por los que las mujeres casadas deben
ocuparse del 100% de las tareas domésticas, para que sus maridos puedan
dedicar el 100% de su tiempo y energía al trabajo. Aunque en los setenta
las mujeres jóvenes empezaron a ocupar puestos de responsabilidad, las
reglas del juego no cambiaron.

Hasta el Departamento de Estado de EE UU dedicó en su último informe
sobre derechos humanos tres páginas a la discriminación de las
mujeres japonesas. El informe señalaba que, aunque éstas son un
40% de los trabajadores en Japón, ocupan menos del 9% de los puestos
de responsabilidad y, en promedio, sólo ganan un 65% del sueldo masculino.
El informe critica el sistema de empleo de doble rasero por el que se contrata
a las mujeres como secretarias que sirven café, sin posibilidades de
ascenso. Aunque la legislación reconoce la igualdad de oportunidades
ante el empleo (si bien no incluye ninguna sanción), ese sistema no sólo
sigue vigente, sino que ha empeorado porque las empresas, debido a la recesión,
recortan presupuesto y sustituyen al personal administrativo a tiempo completo
por trabajadores a tiempo parcial.

Foto de un marco de fotografía con familia japonesa.

En política, los datos son igual de desalentadores. Sólo alrededor
de un 10% de los miembros del Legislativo de Japón son mujeres. Aunque
en los últimos años los primeros ministros han incluido mujeres
en sus gabinetes, la mayoría de ellas alcanzaron esos puestos aceptando
las normas políticas de los hombres. Cuando las mujeres tratan de imponer
su voluntad en la poderosa burocracia, y se convierten en elementos subversivos,
como la ex ministra de Asuntos Exteriores Makiko Tanaka, se arriesgan a que
las machaquen. La oscura e interminable dimisión de Tanaka en 2002, después
de sólo nueve meses en el cargo, pudo tener menos que ver con el hecho
de ser mujer y más con su controvertida personalidad, pero muchas japonesas,
como Haruka, están convencidas de que no fue así. Tanaka fue relevada
de su cargo, comenta Haruka, porque se negó a mantener la boca cerrada
para así no insultar el insustancial ego de sus colegas masculinos, y
renunció a las comodidades de la vida de privilegios que disfrutan burócratas
y políticos.

Sin embargo, Haruka ha adoptado una postura defensiva. En Mujer híbrida
aconseja a las mujeres aparentar docilidad en lugar de cuestionar la superioridad
masculina, para lograr que sus maridos piensen que lo que ellas necesitan es
empatía y protección. “Deja que los hombres comprensivos
luchen tus batallas con hostilidad masculina”, sugiere. Una mujer híbrida
sabe cómo utilizar a quienes la rodean para lograr la felicidad. “Los
hombres, la compañía, el matrimonio, etc., son elementos que puedes
usar para alcanzar tu meta, pero si no te son útiles prescinde de ellos”,
escribe Haruka. “No culpes a los hombres ni dependas de ellos. No vivas
para tu marido y mucho menos para tu empresa”. ¿Quién puede
culpar a las japonesas con aspiraciones por hacer lo que deben para conquistar
la felicidad y el éxito en un sistema que les veta ambos?

En los tiempos que corren, los hombres y mujeres en Japón viven vidas
separadas y se entienden menos. Cada vez más chicas jóvenes organizan
sus vidas –labrándose una carrera profesional y comprando preservativos–
en función de un futuro sin matrimonio. Los divorcios entre los veinteañeros
y treintañeros han disminuido, pero esto ocurre en buena medida porque
pocos de esos jóvenes se casan. Por el contrario, choca que los divorcios
entre parejas casadas hace 30 años o más estén llegando
a tasas de dos dígitos. En un país a la cabeza mundial en esperanza
de vida femenina, cada vez más mujeres de mediana edad se niegan a pasar
su larga jubilación con cónyuges egocéntricos. Algunas
han llegado a comprar sepulturas en los cementerios para evitar que las aten
a sus maridos y a su familias políticas por toda la eternidad.

Mientras el primer ministro, Junichiro Koizumi, revisa el sistema fiscal y de
pensiones, las consecuencias sociales del rechazo femenino de la maternidad
se hacen más visibles. La comisión fiscal del Gobierno estudia
cómo reducir los impuestos a las personas físicas a un 50% de
sus rentas durante los próximos 20 años, sin deteriorar los servicios.
El shoshika implica que habrá tan pocos trabajadores en las próximas
dos décadas que los impuestos tendrían que subir al 60% o más
para financiar las pensiones y el nivel actual de atención médica
a los ancianos.

A pesar de todo, los hombres en Japón siguen sin captarlo. En uno de
los foros celebrados en Fukuoka, al sur del país, en junio, el ex primer
ministro Yoshiro Mori afirmó que las mujeres sin hijos no deberían
cobrar pensiones. “El Gobierno protege a aquellas mujeres que han dado
a luz muchos niños en agradecimiento por su sacrificio. No está
bien que las mujeres que no han tenido ninguno soliciten dinero de los contribuyentes
cuando envejecen, después de haber disfrutado de una vida de libertad
y diversión”, aseguró Mori. Sus comentarios recibieron un
amplio respaldo masculino.

Ayako Doi es directora de The Japan
Digest en Japandigest.com