Religión_Islam_Mahoma
Un hombre sostiene el Corán, durante una manifestación en Londres contra los dibujos de Mahoma publicados por un diario danés. (BEN STANSALL/AFP/Getty Images)

¿Fue Mahoma un hereje y un impostor o un reformador y un hombre de Estado?

Faces of Muhammad

John Tolan

Princeton University Press, 2019

En la cultura europea, se ha denostado con frecuencia al Profeta del islam por ser un ídolo pagano y, en la Alta Edad Media, se consideraba que el islam era una perversión de las enseñanzas cristianas. No una herejía, cualquiera, sino la suma de todas las herejías. Su fundador era “el discípulo preferido del Diablo”. Como nos recuerda John Tolan en su fascinante libro, ya en el siglo XII, un texto de Pedro el Venerable, un abad que estuaba al frente de la abadía benedictina de Cluny, Borgoña, estaba acompañado de una caricatura de Mahoma. Un dato que hay que situar en el contexto de las cruzadas, las guerras de religión aprobadas por la Iglesia de Roma que comenzaron en 1093 con el propósito de recuperar la Tierra Santa de manos de los musulmanes.

Sin embargo, en el siglo XVIII, los retratos de Mahoma eran, en su mayoría, positivos. En el XVI, los polemicistas de la Reforma habían empezado a explicar la expansión del islam por la corrupción de la Iglesia establecida y, como consecuencia, a presentar al Profeta como un abanderado del reformismo. Por supuesto, Mahoma era un “santo” solo en comparación con el Papa, pero Lutero introduce “una nota de relativismo que señala un cambio importante en el discurso europeo sobre Mahoma y el islam”. Algunos consideran que este último es una “secta” más. Tolan escribe que “los europeos, acosados por la violencia y las luchas religiosas en sus países, consideraban que el Imperio otomano no era meramente una peligrosa potencia militar sino también un modelo de unidad y estabilidad política y de tolerancia hacia la diversidad religiosa. Los escritores cristianos europeos, tanto protestantes como católicos, pensaban que los turcos eran una doble amenaza, capaces de conquistar y seducir a los incautos”. Y añade: “El Estambul otomano era, al mismo tiempo, una capital enemiga y una ciudad bulliciosa y cosmopolita. Los emperadores otomanos parecían haber encontrado unas formas de tolerar la diversidad religiosa y la coexistencia pacífica que Europa, desgarrada por las luchas de religión, no lograba poner en práctica”.

En la Inglaterra revolucionaria, tanto los defensores de la monarquía como los del parlamentarismo veían paralelismos entre Cromwell y Mahoma y se preguntaban si era un rebelde contra la autoridad legítima o el heraldo de un orden nuevo y más justo. En el siglo XVIII, Voltaire, unos años después de haber dicho que Mahoma era el arquetipo del fanático religioso, aseguró que era un enemigo de la superstición. Tras la victoria de Napoleón en Ulm, Goethe le llamó “Mahomet der Welt”, “Mahoma del mundo”, y, cuando se conocieron en Erfurt, dos años después, conversaron sobre la vida del Profeta. Para Napoleón, Mahoma era un ejemplo, un general, orador y líder brillante, y pensaba, cuenta Tolan, que “las grandes reputaciones se forjan solo en Oriente. Europa es demasiado pequeña”. Posteriormente, Mahoma fascinó a Victor Hugo, Thomas Carlyle y otros autores, “en gran parte porque les permitía explorar temas importantes del movimiento romántico —el genio, el heroísmo, la devoción— fuera de los límites de la historia del cristianismo”.

Es decir, Mahoma ha tenido muchos rostros y ha sido un espejo para quienes escribían sobre él. Sus semblanzas revelan más sobre lo que les preocupaba a ellos, sobre todo en la época del cristianismo medieval, que sobre la realidad histórica del fundador del islam. Todo esto lo explica John Tolan en un libro fascinante que deja de lado al Mahoma histórico y las representaciones musulmanas del mensajero de Dios para centrarse en las descripciones de él que han hecho los europeos durante siglos. Tolan nos muestra a un Mahoma hecho de oro, venerado en Jerusalén como el Anticristo, un hombre que engaña a sus seguidores con una serie de artimañas, lujurioso y manchado de sangre. Para Pedro el Venerable, uno de los clérigos más notables de la Iglesia de su época, Mahoma era “detestable”. Tolan explica que “muchos de estos autores estaban interesados, más que en el islam y su Profeta, en extraer de su biografía unas enseñanzas aplicables a sus propias preocupaciones y circunstancias”. Para Pedro el Venerable, era tan urgente arrebatar España a los moros como combatir la herejía en la cristiandad.

Pasemos ahora a 2011 y al director de Charlie Hebdo, heredero de dos siglos de fuerte anticlericalismo francés y de sátira de la religión. Puede que el catolicismo fuera su principal objetivo, pero le encantaba ridiculizar también al islam y a su Profeta. Después de retratarlo a cuatro patas y con los genitales desnudos, el director prometió que las burlas no cesarían hasta que el “islam se considerase tan banal como el catolicismo”. Él creía que así estaba dando un trato igual a los musulmanes; lo malo era que ese trato en pie de igualdad no existía en la sociedad francesa. Ahora bien, como ha señalado Tom Holland, si al director de Charlie Hebdo “le interesaba sobre todo la figura de Mahoma como espejo en el que se reflejaban sus propias preocupaciones, ese espejo ya no es tan lejano como antes”. El asesinato, en 2015, de 12 miembros de la redacción de la revista a manos de dos pistoleros ávidos de venganza demostró que “las ideas occidentales sobre el Profeta del islam” ya no estaban separadas del mundo musulmán. Ya había quedado muy claro en 1989, cuando el ayatolá Jomeini condenó a muerte a Salman Rushdie por blasfemia. El escritor estaba bien informado sobre la larga historia de distorsiones cristianas de la imagen de Mahoma, pero al dirigente iraní no le importó. Hoy, la blogosfera antislámica se basa en lo que se decía de Mahoma en la Edad Media. Se ha cerrado el círculo. Pero Tolan apenas tocas estos temas: se siente más cómodo en compañía de intelectuales. Y, aun así, su libro es más actual de lo que él mismo parece creer.

Hoy en día, el islam desempeña el papel que en otro tiempo se asignaba al comunismo soviético, el de rival y amenaza fundamental contra la democracia y la civilización occidental. Estos modelos tan simplistas no solo nos impiden comprender la variedad y la riqueza de las culturas islámicas sino que son un chivo expiatorio muy conveniente que nos permite (a los europeos y norteamericanos) no examinar con ojo crítico en qué medida somos responsables de las desigualdades, las injusticias y la violencia en el mundo. El contexto globalizado actual, provocado por la colonización, la descolonización y la inmigración, ha hecho que los musulmanes descubran las percepciones negativas del islam y su Profeta en Europa y ha suscitado resentimiento, reproches y violencia. John Tolan concluye este libro tan bien documentado con unas palabras sobre las que muchos políticos y comentaristas occidentales quizá harían bien en reflexionar: “Mahoma y el islam son elementos integrantes de la cultura europea. Nada puede alterar esa verdad histórica”.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia