La suerte de Mauricio Macri está echada. El hombre que soñó con enterrar la hegemonía del peronismo en la política argentina deberá concentrarse en los próximos meses en un objetivo mucho menos ambicioso: ser el primer mandatario no peronista en concluir su mandato desde 1928. La contundente derrota sufrida en las elecciones primarias del 11 de agosto a manos del candidato peronista, Alberto Fernández, le ha dejado ya prácticamente sin posibilidades de revertir el resultado en los comicios presidenciales de octubre. El peronismo ya huele de nuevo el poder, su hábitat natural, en una Argentina sumida en su enésima recesión económica.

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Una publicación argentina con Mauricio Macri en la portada, Buenos Aires. Ricardo Ceppi/Getty Images

Cuando llegó al poder hace cuatro años al frente de la coalición conservadora Cambiemos, Macri presumió de haber armado “el mejor equipo de los últimos 50 años”, una bravuconada de la que ahora se mofan sus adversarios políticos. Ese equipo, que ha sufrido varias deserciones en el área económica, tiene por delante una tarea titánica hasta el 10 de diciembre, fecha del traspaso de poderes si finalmente se impone el peronismo. Con una economía en cuarentena, Macri deberá afrontar una renegociación del acuerdo firmado el año pasado con el Fondo Monetario Internacional (FMI), el chaleco salvavidas al que el líder conservador se aferró cuando se le cerró el grifo de la financiación exterior. El reto es evitar el temido default (suspensión de pagos de la deuda) y garantizar la estabilidad del tipo de cambio.

Las elecciones primarias en Argentina son de carácter abierto, simultáneo y obligatorio (PASO). Creadas por ley en 2009, constituyen una de esas rarezas argentinas cuya finalidad no se entiende muy bien. En teoría, se crearon para que cada partido o coalición electoral dirimiera al mismo tiempo qué precandidatos salían elegidos para la postulación presidencial. Pero en algunas ocasiones, como ha ocurrido este año, no hay competencia interna. Las dos grandes formaciones políticas, la oficialista Juntos por el Cambio (antigua Cambiemos) y la opositora Frente de Todos (kirchneristas y peronistas moderados) llegaron a las primarias con sus fórmulas cerradas. Pero la ley obliga de todas formas a la celebración de esos comicios que también dejan fuera de la carrera electoral a aquellos candidatos que no superen el 1,5% de los votos válidos. Al ser una votación abierta y obligatoria (el voto es obligatorio por ley en Argentina), las PASO, convocadas en agosto, se convierten en un ensayo general de las elecciones presidenciales de octubre. Nadie resulta elegido pero el recuento puede dejar bastante allanado el camino hacia las presidenciales. Y llevan veneno en su recuento, como también ha sucedido en esta ocasión. La amplia victoria de la oposición provocó una gran devaluación del peso y ha dejado ya a un candidato, el peronista Alberto Fernández, como virtual presidente electo. El Frente de Todos, la coalición peronista armada con gran astucia política por la ex mandataria Cristina Fernández de Kirchner, obtuvo una comodísima victoria, con el 47,5% de los votos, 17 puntos por encima de Juntos por el Cambio, la fórmula presidencial de Macri (32%). No hay un solo consultor demoscópico en Argentina que piense en una posible remontada del macrismo en las elecciones presidenciales del 27 de octubre. Alberto Fernández (y la propia Cristina Kirchner como candidata a la vicepresidencia) acarician el triunfo sin necesidad de ir a una segunda vuelta en noviembre (el umbral para evitar esa posibilidad es el obtener el 45% de los votos o bien el 40% y una diferencia de al menos 10 puntos con la segunda fuerza política).

La reacción de los mercados al día siguiente de la votación evidencia la relevancia de las elecciones primarias. La bolsa se derrumbó un 38% y el peso se devaluó frente al dólar un 30% en una sola jornada. Un Macri todavía cariacontecido por la inesperada debacle electoral agitó aún más las aguas al achacar el lunes negro al triunfo de la oposición y advertirle a la sociedad que su errático voto, como lo definió en un primer momento, provocaría más lunes negros si el peronismo regresaba al poder. “Es una muestra de lo que vendrá”, llegó a decir. Una amenaza que pocos creen ya. Un ex gobernador del Banco Central de Argentina, Martín Redrado, reveló que el presidente había dado órdenes al organismo emisor para que no interviniera en el mercado y dejara el peso a la deriva. La Casa Rosada desmintió categóricamente esa acusación pero Macri cambió enseguida el tono de su discurso.

La prueba de que Alberto Fernández (un peronista moderado que fue jefe del gabinete de ministros en los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner) es visto ya como un virtual presidente electo de Argentina es la manera en que gira todo a su alrededor. Pese a las medidas de urgencia aprobadas por Macri tras su derrota (rebajas en el IRPF, reducción del IVA a los alimentos básicos y congelación del precio de la gasolina, entre otras), los mercados están más atentos a los movimientos del virtual próximo mandatario que a los anuncios de ese pato cojo en que se ha convertido Macri de la noche a la mañana (a la manera de los presidentes estadounidenses en el tramo final de su segundo mandato). Mientras las elecciones primarias se cobraban la primera víctima política (con la dimisión del ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, gran valedor del acuerdo con el FMI), varios enviados de Alberto Fernández tejían los primeros contactos en Estados Unidos para tranquilizar a esos mercados que ven con temor la vuelta del kirchnerismo al poder (aunque sea en una versión edulcorada). El Citibank felicitó al candidato peronista y le invitó a una reunión “lo antes posible” en Nueva York para “dar un mensaje personal y presencial a los mercados globales”.

Macri ni siquiera felicitó a Fernández por su victoria pero días más tarde, cuando asimiló por fin el meridiano mensaje de la ciudadanía, le pidió por teléfono que le ayudara a renegociar el acuerdo con el FMI (un paquete de préstamos por valor de 57.000 millones de dólares). Una petición que fue aprovechada por el avezado Fernández para criticar ese pacto y mostrar al mismo tiempo su perfil de hombre de Estado. En una entrevista con el diario Clarín resumió así su postura: “Creo que el presidente tiene que asumir que él ha sido el que incumplió el pacto con el Fondo. El firmó un pacto muy nocivo para Argentina, que además nunca cumplió (…) Porque en verdad, el país no cumplió ni con la meta inflacionaria, ni con la meta de crecimiento, ni con la meta fiscal”. Fernández le prometió a Macri que se reuniría con el Fondo una vez que el presidente hiciera su trabajo y reconociera sus errores. El candidato peronista ha dado señales de que no aplicará una política económica tan intervencionista y cerrada como la del último gobierno kirchnerista (2011-2015). Si llega a la Casa Rosada, tratará de renegociar la deuda y postergar las fechas de pago acordadas en su día entre Macri y Christine Lagarde. Ese pacto parece ya papel mojado, como asegura el analista político Carlos Pagni, del oficialista diario La Nación: “Las medidas que anunció (Macri tras la derrota electoral) fueron una demostración de esta nueva realidad: significaron la cancelación, de facto, del programa pactado con el FMI”.

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Una mujer camina al lado de unos carteles en contra del presidente argentino, Mauricio Macri.JUAN MABROMATA/AFP/Getty Images

La economía siempre ha estado en el centro del debate político en Argentina. No en vano, el país ha sufrido 15 recesiones desde 1950, según datos del Banco Mundial. La elevada inflación, el derrumbe del peso, los ajustes del gobierno y la recesión económica son los factores que han alejado a las clases medias de Macri. El ex alcalde de Buenos Aires prometió que le daría la vuelta a la “pesada herencia” que recibió de Cristina Kirchner y se comprometió a reducir la inflación a un dígito al final de su mandato. La hemeroteca juega en su contra. Declaró a bombo y platillo que se haría responsable de esa promesa. En diciembre dejará el país con una inflación prevista de alrededor del 50%, prácticamente el doble de la que heredó.

Los sectores más desfavorecidos que en 2015 abandonaron el barco peronista hartos de la corrupción y le dieron una oportunidad a Macri han visto ahora cómo su situación ha empeorado sensiblemente. “Con Cristina vivíamos mejor”, era el susurro más escuchado en los últimos tiempos. Los expertos en mercadotecnia del macrismo no lo percibieron pero solo hacía falta caminar por el conurbano bonaerense, ese inmenso bolsón humano con estándares de vida centroamericanos, para darse cuenta de ese creciente descontento. Allí, en los populosos y empobrecidos municipios que rodean la capital argentina, retornaron los comedores populares, como en los años posteriores al derrumbe de 2001. Volvió la desocupación y el cierre de pequeños comercios. La pobreza cero, otra de las grandes promesas de Macri, se tornó un boomerang incontrolado hacia la residencia presidencial de Olivos. En lugar de reducirse, la pobreza aumentó del 30% al 32% en cuatro años (según el Indec, el instituto nacional de estadística).

Alberto Fernández, que ya se ve con un pie en la Casa Rosada, es el menos interesado en recibir un país en llamas. Le interesa pactar con Macri una transición ordenada. Si gana las elecciones en octubre, su principal reto será el mismo del actual presidente: reducir una inflación que pulveriza los salarios y genera más pobreza. Para aliviar a la clase media, revisará algunos de los ajustes decretados por el líder conservador. Las subidas estratosféricas (alrededor del 400%) en las tarifas domésticas (luz y gas,  principalmente) han mermado el poder adquisitivo de la población y han provocado el cierre de miles de pequeñas y medianas empresas. El “mejor equipo de los últimos 50 años”, extraído del mundo de la empresa y las finanzas, minimizó el malestar de esa clase media (entre la que había muchos votantes de Macri). La mala marcha de la economía fue decisiva en el voto de rechazo al oficialismo.

“No está claro si el presidente ya cayó en la cuenta de que su tiempo se agotó, que no hay octubre ni noviembre para él, como no se cansan de repetir calificadoras de riesgo, bancos de inversión, publicaciones especializadas en Buenos Aires, Nueva York y Londres”, escribió el veterano periodista Horacio Verbitsky, azote de Macri, en su revista digital, El cohete a la luna.

 

La gran decisión de Kirchner

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Una mujer pasa al lado de unos carteles de la formación peronista Frente de Todos, Buenos Aires. JUAN MABROMATA/AFP/Getty Images

Camaleónico e indefinible ideológicamente, el peronismo se ha jactado siempre de ser la única fuerza con capacidad de gobernar en Argentina. Macri trató de desafiar esa tesis cuando llegó al poder en 2015. Su partido, el PRO (Propuesta Republicana), ha sido una máquina de ganar elecciones desde que asaltó con éxito la alcaldía de Buenos Aires en 2007. Liberales, conservadores y hasta peronistas reciclados conformaron un partido moderno que sustituyó la política tradicional por el marketing y las redes sociales. El invento funcionó hasta el 11 de agosto pasado. Macri estaba construyendo su propia hegemonía con un único pilar ideológico: el antiperonismo. Hace tan solo dos años Macri dejó a la oposición mordiendo el polvo en unas elecciones legislativas en las que Cambiemos arrasó en todo el país. La demonización de Cristina Kirchner por los diversos casos de corrupción en los que está procesada parecía hasta hace poco suficiente arsenal político contra una eventual resurrección del  peronismo. Para Macri, la mejor noticia era la postulación de Cristina a la presidencia, una candidata perseguida por la justicia.

Pero la ex presidenta y actual senadora removió el tablero político en mayo con una jugada maestra. Hizo las paces con Alberto Fernández, su antiguo jefe de ministros, enfrentada a ella desde que salió del gobierno en 2008 durante la denominada “crisis del campo”. Y le convenció para que encabezara una coalición en la que ella asumiría un papel secundario (la vicepresidencia tiene un peso simbólico en Argentina). Kirchner era consciente de que su popularidad tenía un techo. Conservaba un 30% de respaldo, un nivel nada despreciable pero insuficiente para batir a Macri en una hipotética segunda vuelta electoral. Con la fórmula Fernández & Fernández pretendía atraer a los sectores más moderados del peronismo, como así ha ocurrido. Al Frente de Todos se sumaron varios gobernadores peronistas que se habían alejado del kirchnerismo. La adhesión de Sergio Massa -otro ex jefe de ministros de Cristina-, con su gran caudal de votos del denominado peronismo federal, fue decisiva. La fragmentación del peronismo tocaba a su fin. Solo hizo falta un poco de pegamento para que esa fuerza política que ha sido trascendental en la historia reciente de Argentina se perfilara de nuevo como el espacio hegemónico del sistema. Hasta el propio Macri trató a última hora de peronizar su fórmula electoral al fichar como candidato a vicepresidente a un curtido dirigente peronista, Miguel Ángel Pichetto, otrora aliado de los Kirchner.

Si se cumplen los pronósticos y Alberto Fernández se impone en las elecciones de octubre, el kirchnerismo le habrá ganado la partida a Macri. Pero lo habrá hecho reconociendo sus propias limitaciones. En un sistema presidencialista como el argentino, el jefe del Estado hace y deshace a su antojo. Fernández, que sin la llamada de Cristina Kirchner en mayo se habría jubilado como profesor universitario, pronto tomará decisiones por sí mismo. Tiene personalidad y experiencia para ello. A sus 60 años ha estado presente en la política argentina desde los tiempos de Raúl Alfonsín. Cristina y otros dirigentes kirchneristas volverán a los cónclaves del poder, pero tendrán que compartirlos con otros actores más moderados. No habrá una reedición de la era K (2003-2015). El peronismo sabe cambiar de piel.