Más de un tercio de la población mundial no tiene
acceso a medicinas
esenciales. La avaricia de las compañías farmacéuticas,
la burocracia de los gobiernos y la apatía lo impiden. Algunos científicos
valientes se han hartado de los altos costes y del papeleo. Frustrados y enfadados
por la situación, ahora están encontrando formas de rebelarse
contra un sistema que priva
de medicamentos a quienes más los necesitan.

Al doctor Peter Hotez siempre le han fascinado las afecciones truculentas
que atacan al estómago de la mayoría de los seres humanos. Cuando
tenía 13 años, pasaba largas horas estudiando el Manson’s
Tropical Diseases
, un tomo sobre enfermedades tropicales de gran autoridad,
y siempre lo tenía en su mesilla de noche. Hotez eligió dedicar
su carrera a estudiar los anquilostomas, unos parásitos diminutos (1,
27 centímetros) que horadan el cuerpo de sus víctimas y literalmente
les chupan la vida. A mediados de los 90, sus investigaciones habían
logrado un avance de gran relevancia: una idea de una vacuna para combatir
esta repugnante dolencia.

Hotez recorrió las compañías farmacéuticas, buscando
una empresa que probara su vacuna. Le dieron con la puerta en las narices.
Habló con empresas de salud animal, que fabrican collares antipulgas
y desinfectantes para ovejas, porque el anquilostoma también ataca al
ganado. También le rechazaron. Habiendo agotado las opciones tradicionales,
se preguntó si había llegado al final del camino. "Fue
patético", suspira. "Realmente desalentador".

Hotez no estaba solo en su frustración. Pese al hecho de que las llamadas "enfermedades
olvidadas" como la anquilostomiasis afectan a millones de personas, hace
largo tiempo que han sido abandonadas por la medicina moderna. La razón
es simple: la víctima típica es demasiado pobre para pagar el
tratamiento. Al igual que cualquier entidad comercial, una empresa farmacéutica
funciona con la promesa de beneficios. Si gasta tiempo y dinero en desarrollar
un fármaco nuevo, espera obtener una compensación financiera
por el producto final. Pero si se quita el beneficio, la maquinaria se para.
Un estudio aparecido en mayo en la revista médica The
Lancet
concluyó que
tan sólo un 1% de las 1.556 medicinas desarrolladas entre 1975 y 2004
fueron tratamientos para enfermedades olvidadas o para la tuberculosis (TB).
Hace 16 años, un informe de la Comisión sobre Investigación
Científica para el Desarrollo —una iniciativa internacional independiente
patrocinada por donantes de 16 países— definió el problema
como la "brecha 10/90″: sólo el 10% de los dólares
destinados a investigación en todo el planeta se gastan en los problemas
que afectan al 90% de la población mundial.

Durante décadas resultó improbable que esta desesperada situación
pudiera solucionarse. Las grandes compañías farmacéuticas
tienen que contentar a sus accionistas, los gobiernos se mueven lentamente
por naturaleza y pasan años antes de que la investigación científica
arroje resultados positivos. Estos obstáculos han tenido estancados
a quienes buscan curar las enfermedades del mundo. Pero han aparecido señales
de esperanza. Médicos, investigadores y empresarios empiezan a encontrar
formas creativas de reducir la burocracia y de hallar soluciones donde antes
pocos se habían molestado en mirar. Puede que no sea una revolución,
pero existe un creciente número de inconformistas innovadores, valientes
y generosos que están haciendo progresos para llevar medicinas a aquéllos
que más las necesitan.

ASESINOS SILENCIOSOS
Numerosos azotes desconocidos han mutilado o matado silenciosamente a los habitantes
de Asia, África y Latinoamérica desde tiempos bíblicos.
Según la OMS, millones de personas en los países en vías
de desarrollo están aquejadas de enfermedades olvidadas, que incluyen
la anquilostomiasis, la filariasis linfática y el gusano de Guinea.
Estas afecciones matan a más de 530.000 personas cada año.
Otros 460 millones están aquejados por las "tres grandes" —el
VIH, la tuberculosis y la malaria— que se cobran 5,6 millones de vidas
al año. Se dice que, cada 30 segundos, el paludismo acaba con la vida
de un niño.

Unas buenas condiciones de salubridad, unos sistemas limpios de suministro
de agua y el acceso a una sanidad básica impiden a los habitantes de
los países más ricos ser víctimas de estas dolencias.
Las enfermedades olvidadas afectan, sobre todo, a los pobres, y con frecuencia
acentúan su condición. Véase el ejemplo del anquilostoma.
Estos parásitos se alimentan de la sangre de los intestinos del huésped
humano donde se alojan, dejando a los pacientes débiles y anémicos,
sin la energía necesaria para prestar atención en el colegio
o acudir al trabajo. Aunque existen fármacos antiparasitarios, estas
medicinas no protegen contra una reinfección. Esto deja a 740 millones
de víctimas del anquilostoma en todo el mundo atrapadas en un ciclo
crónico de pobreza e infección.

Otra enfermedad omnipresente, pero muy ignorada, es la ceguera
de los ríos
u oncocercosis. Está causada por gusanos que pueden vivir durante una
década en el interior de una víctima humana, criando una progenie
de miles de pequeños gusanos que se aglomeran bajo la piel. Si infectan
la delicada superficie del ojo pueden provocar la pérdida total de la
visión. Esta dolencia afecta a la friolera de 17,7 millones de personas,
ha dejado ciegas a 270.000 y ha dañado la vista de otras 500.000. Hay
200 millones infectados con otro parásito: el gusano que causa la esquistosomiasis. Éste
se introduce bajo la piel humana escarbando, luego se atiborra de sangre para,
a continuación, poner miles de huevos.

Manos que curan: (de izq. a dcha.) el doctor Peter Hotez y su equipo están ensayando una vacuna en Brasil. La doctora Victoria Hale, de OneWorld Health, visita a pacientes en India. Trabajadores de Médicos Sin Fronteras protegen a los angoleños de la tuberculosis.
Manos que curan: (de izq. a dcha.) el doctor Peter
Hotez y su equipo están
ensayando una vacuna en Brasil. La doctora Victoria Hale, de OneWorld Health,
visita a pacientes en India. Trabajadores de Médicos Sin Fronteras
protegen a los angoleños de la tuberculosis.

La tragedia es que estas enfermedades no tienen que permanecer olvidadas.
El sida es un buen ejemplo. Durante años fue un mal mortal del que nadie
había oído hablar. A finales de los 90, las compañías
farmacéuticas habían desarrollado nuevos medicamentos que permitieron
a muchos pacientes vivir vidas relativamente largas. Pero el sida ya había
iniciado su despiadada expansión en todo el mundo. La mayoría
de los enfermos —9 de cada 10 viven en África, Asia y Latinoamérica— no
podrían permitirse las nuevas y caras medicinas. La disparidad de las
ayudas era chocante. A finales del siglo pasado, EE UU gastaba 10.000 millones
de dólares al año (unos 8.000 millones de euros) en combatir
el VIH/sida dentro de sus fronteras, mientras que la comunidad internacional
se gastaba tan sólo 2.000 millones en el mundo en vías de desarrollo.
Los activistas occidentales exigían que las farmacéuticas recortaran
los precios, o al menos que permitieran a las compañías de los
países pobres hacer copias baratas de las medicinas. Pero aquellas se
cerraron en banda, argumentando que vender los fármacos con descuento
las obligaría a cerrar.

La disputa saltó a la palestra mundial en 1998, cuando una coalición
de compañías farmacéuticas demandó al Gobierno
de Suráfrica para impedirle importar o vender medicinas baratas contra
el sida. La demanda desató una protesta internacional y se transformó en
un desastre de relaciones públicas. En 2001 retiraron la demanda. "El
caso del tribunal surafricano marcó un hito", señala Mary
Moran, médico del Instituto George para la Salud Mundial de la ciudad
australiana de Sydney. "Hasta entonces, las farmacéuticas habían
podido contener este movimiento".

Se obligó a estas compañías a adoptar precios más
baratos, a donar medicinas o a permitir a los países pobres fabricar
genéricos. Los activistas saborearon la victoria. Y dicha victoria despertó a
Occidente sobre el hecho de que había graves problemas de salud en los
países pobres que se estaban enconando y que tenían escasa esperanza
de remediarse.

ARMADOS CON ‘MOXI’
Por desgracia, otras enfermedades olvidadas no han logrado atraer la atención
de Hollywood —ni, lo que es aún más importante, el dinero— de
la misma manera que el sida. Pero ahora algunos médicos frustrados están
encontrando formas creativas de traer la medicina a estos males. Su primer
desafío es conseguir que las compañías farmacéuticas
aflojen el control que ejercen sobre tratamientos potenciales que ya tienen
en las estanterías. Podría parecer contra natura que tras invertir
millones de dólares para llevar un fármaco nuevo desde el tubo
de ensayo hasta la farmacia, una compañía intentara esconder
en un armario los frutos de su trabajo. Como el doctor Richard Chaisson tuvo
ocasión de comprobar, así es la vida en la tierra de las enfermedades
olvidadas, donde el libre mercado funciona de forma misteriosa.

Chaisson, un médico de 52 años dedicado a la investigación
de enfermedades infecciosas en la Escuela Bloomberg de Salud Pública
de la Universidad Johns Hopkins en Baltimore (Estados Unidos), lleva más
de veinte años estudiando la tuberculosis. En la mayor parte del mundo
industrializado moderno, esta palabra conjura imágenes de los victorianos
del siglo xix tosiendo sangre en sus pañuelos. En realidad esta enfermedad
no debería existir en el siglo xxi. Está causada por bacterias
y tiene cura desde el descubrimiento de los antibióticos hace 60 años.
Pero en el mundo en vías de desarrollo, la TB es un problema de grandes
proporciones y que sigue en aumento. Esta dolencia aflige en la actualidad
a más de 14,5 millones de personas en todo el planeta. La tuberculosis
también lleva a las farmacéuticas a refugiarse en las colinas.
Chaisson lo aprendió de forma dura hace ocho años, cuando uno
de sus colegas de la Johns Hopkins, el doctor William Bishai, asistió a
una reunión internacional sobre enfermedades infecciosas en la que el
gigante farmacéutico alemán Bayer estaba ofreciendo ansiosamente
un nuevo antibiótico, el moxifloxacin, para combatir la neumonía.
Bishai estaba intrigado y pidió a Bayer que le enviara una muestra de
moxi para realizar ensayos en su laboratorio. Deseosa de que científicos
como Bishai validaran el poder de su nuevo fármaco, Bayer accedió gustosa.

Bishai puso el moxi en un plato Petri (placa de cultivo) donde nadaban bacterias
de la tuberculosis. Descubrió con asombro que la medicina acababa con
ellas. A continuación, lo probó en ratones infectados con una
enfermedad similar. De nuevo el fármaco les limpió los pulmones
casi por completo. Bishai y Chaisson empezaron a preguntarse si el moxifloxacin
podría ser la poderosa medicina que buscaban.

Para averiguarlo, Chaisson necesitaría experimentar el moxifloxacin
en pacientes humanos aquejados de TB. Llamó a Bayer para proponer la
idea. Pero la compañía no le devolvía las llamadas. Chaisson
insistió durante más de año y medio, sin éxito. "La
empresa ni siquiera quería hablar conmigo", dice. "Estaba
bastante claro que no querían que este fármaco se desarrollara
para combatir la tuberculosis". En respuesta, Bayer dice que el moxi tiene que emplearse en combinación con otras medicinas para el tratamiento
contra la TB, y la compañía necesitaba las garantías de
la seguridad y eficacia de un estudio a largo plazo antes de seguir adelante.
Pero Chaisson cree que a Bayer le preocupaba que si al moxi se le colgaba la
etiqueta de fármaco contra la tuberculosis, los médicos dejarían
de usarla para combatir enfermedades más lucrativas como la neumonía.
Y su nueva y brillante medicina quedaría relegada al segundo plano del
tratamiento de la TB, que no genera beneficios.

Como las enfermedades desatendidas
sólo alcanzan a los más pobres, no hay razón para
que las empresas farmaceúticas inviertan dinero

Chaisson no se desalentó. Fue directamente a la Agencia del Medicamento
estadounidense (FDA, en sus siglas en inglés) y le pidió que
autorizara la realización de un estudio del moxifloxacin contra la tuberculosis.
La desenvuelta iniciativa de Chaisson no era habitual. Normalmente son las
compañías farmacéuticas las que presentan las solicitudes,
porque la FDA exige ingente información sobre la química, la
seguridad y la producción de una medicina antes de autorizar un estudio.
Y en general sólo la compañía conoce todos estos detalles,
que compila en un documento llamado package insert. Pero Bayer ya lo había
remitido cuando solicitó a la FDA autorización del moxi para
la neumonía en 1998. Así, Chaisson no tenía más
que fotocopiar el documento, graparlo a su propuesta de estudio y remitirlo
a la FDA. La agencia no sólo autorizó la propuesta de Chaisson,
sino que le otorgó una ayuda de 1,3 millones de dólares para
llevar a cabo los ensayos en Brasil en torno a una enfermedad que mata a menos
de 1.500 estadounidenses cada año.

 


Receta para la corrupción

Montones de medicinas descansan
intactas en almacenes en todo el mundo. ¿Por qué permanecen
fuera del alcance de los pacientes? La respuesta es simple: sobornos y
fraude.
Maureen
Lewis
El hijo de María Concepción tenía fiebre. Aunque la
clínica más cercana no estaba lejos, ella no tenía
coche. Tardaron dos horas en llegar a pie a la Unidad de Salud de Belén
Guijat en El Salvador, y aguardaron durante varias horas más. El
médico diagnosticó al niño, pero no pudo darle ninguna
medicación. No había existencias. Concepción tuvo
que comprar lo que pudo permitirse fuera de la clínica.

Esperando ayuda: los enfermos sufren las consecuencias de la corrupción.
Esperando ayuda: los
enfermos sufren las consecuencias de la corrupción.

Por fortuna, su hijo sobrevivió. Pero otros no tienen tanta
suerte. En el mundo en vías de desarrollo, acudir a las
clínicas de salud pública significa largas esperas,
visitas repetidas y grandes intervalos entre el diagnóstico
y el tratamiento. Los presupuestos de los ministerios de Salud
desaparecen misteriosamente. El equipamiento médico se rompe,
pero no hay dinero para reemplazarlo; los médicos se quedan
en casa porque están mal pagados. Las medicinas descansan
en los almacenes porque los conductores de los camiones que hacen
las entregas no pueden permitirse llenar el depósito de
gasolina.

¿Por qué es tan difícil para los pacientes
obtener acceso a las medicinas que necesitan? No se trata meramente
de una mala gestión; se trata de corrupción. La línea
que separa la corrupción de la mala gestión con frecuencia
es muy delgada. Pero algunas prácticas son simple y llanamente
extorsión. En casi la mitad de los 23 países en vías
de desarrollo estudiados por el Banco Mundial, una mayoría
de representantes gubernamentales, líderes empresariales
y ciudadanos entrevistados consideraron la corrupción en
el sector de la salud un problema de primer orden. Muchos incluso
lo identificaron como el más corrupto, por delante de las
aduanas y la policía. Tres cuartos de los representantes
del Gobierno entrevistados en Bosnia Herzegovina dicen que conseguir
un empleo o un ascenso en el sector de la salud pública
exige un soborno. En Ghana, el 25% de los puestos de trabajo del ámbito
sanitario están "a la venta".

La transferencia de fondos dentro del Gobierno representa otra
dificultad. La información es tan pobre que seguir la trayectoria
del dinero es imposible en muchos países. En aquéllos
donde existe información, sólo entre el 20% y el
60% de los fondos presupuestados llegan a los proveedores de salud
a los que se dirigen; el resto nunca sale de las arcas del Gobierno
central, o desaparece por el camino. En Uganda, sólo el
30% de los presupuestos que no son salarios llegaron a las clínicas
de salud. Parte de la solución es hacer cumplir las normas
y exigir un mayor rendimiento de cuentas a los gestores. Pero eso
no es suficiente. Las auditorías sistemáticas, unas
normas de contratación claras, una supervisión adecuada
y las organizaciones comunitarias pueden ayudar a atajar la corrupción
y a impulsar una buena gestión.

Maureen Lewis es miembro no
residente del Centro para el Desarrollo Global y consejera del
Banco Mundial.

 

Los ejecutivos de Bayer estaban atónitos ante las tácticas de
Chaisson. Enfrentados a los hechos consumados, se vieron obligados a dar marcha
atrás. A cambio de la promesa de que Chaisson les informaría
con antelación de los resultados del ensayo, Bayer no sólo le
permitió llevar a cabo su estudio, sino que también decidió donar
el moxi necesario para realizar los ensayos. En la actualidad, el estudio está desarrollándose
en Brasil y debería estar finalizado para finales de año, gracias
al ingenio de Chaisson. "Esto no habría ocurrido si no hubiéramos
acudido a ellos en primer término", dice. En cierto modo, tuvo
suerte. Sucedió que ya había un tratamiento potencial para la
TB merodeando por el almacén de alguna compañía farmacéutica. Él
no tuvo más que soltarlo. Pero para los investigadores que trabajan
en la mayoría de las enfermedades olvidadas, no es así. No hay
tratamientos escondidos en el cajón de las medicinas. Para estas enfermedades,
los investigadores tienen que llenar los huecos desarrollando fármacos
por sí mismos.

EL HOMBRE MARCA
Hace seis años, ésta era la situación que afrontaba Peter
Hotez. Después de 25 años estudiando el anquilostoma, había
creado una vacuna para sacar a los pacientes del tiovivo de los repetidos tratamientos
antiparasitarios. Ya había hecho lo más difícil; tras
décadas de investigación, había identificado los ingredientes
más prometedores para la vacuna. Lo único que necesitaba era
una compañía que patrocinara los ensayos, y pronto tendría
el producto en sus manos, listo para la venta. Pero nadie estaba interesado.
Una vacuna semejante sólo podría venderse a los países
pobres, y nunca generaría mucho dinero.

Decidió hacer un último intento antes de dejarlo. Si ninguna
empresa estaba dispuesta a unirse a él en la búsqueda, quizás
podría hacerlo solo. Hotez sabía que el multimillonario presidente
de Microsoft, Bill Gates, había creado una fundación que apoyaba
proyectos sobre salud global. También sabía que Gates ya había
dado dinero a un trabajo para encontrar una vacuna contra la malaria, que,
al igual que el anquilostoma, es una enfermedad desatendida causada por un
parásito. Así que Hotez envió la solicitud a la Fundación
Bill y Melinda Gates, proponiendo convertir su laboratorio en la Universidad
George Washington en una minifábrica de vacunas.

La idea era una locura. Ningún científico había hecho
nada semejante hasta entonces, porque los laboratorios académicos no
poseen el dinero o los conocimientos necesarios para fabricar fármacos
nuevos, probarlos en ensayos de gran tamaño y conducirlos a través
del laberinto de papeleo que se exige para obtener la autorización gubernamental.
Pero milagrosamente, Gates dijo sí. En 2000, la fundación entregó a
Hotez 18 millones de dólares (seguidos de otros 21,8 millones de dólares
el año pasado) para crear lo que él llama su "empresa con
garantía de pérdidas", un fabricante de vacunas que nunca
generará beneficios porque ése no es su objetivo. Hotez sólo
espera probar que la vacuna contra el anquilostoma funciona. Si es así,
se la entregará al Instituto Butantan, un centro de investigación
biomédica en la ciudad brasileña de São Paulo, que la
fabricará y la venderá en el mundo en vías de desarrollo.

 


Impuestos mortales

Los países en vías de desarrollo
aseguran que Occidente les engaña con medicinas baratas. Pero erigen
barreras contra la salud de sus ciudadanos.
Roger Bate
En los últimos años, la ayuda a los países en vías
de desarrollo ha aumentado, y el precio de muchos fármacos ha caído.
Entonces, ¿por qué un tercio de la población mundial
carece aún de acceso a un adecuado cuidado de la salud? En gran
medida, la culpa es de los propios países pobres. Muchos cobran
unos aranceles altos en medicinas y equipamiento que salvan vidas, y en
ocasiones gravan productos que son donaciones gratuitas. Los fabricantes
extranjeros de medicinas tienen que saltar con frecuencia a través
de numerosos aros burocráticos para hacer llegar sus productos a
quienes más los necesitan.Estas restricciones regulatorias se imponen sobre una amplia variedad
de productos médicos esenciales, desde tiritas a mosquiteros,
pasando por insecticidas y materiales básicos para la fabricación
de medicinas. Los aranceles pueden llegar a ser del 16% en India, del
18,3% en Marruecos y de más del 50% en Irán. En un estudio
de 53 países en vías de desarrollo, mi equipo de investigación
concluyó que cuando se suman todos los impuestos y gravámenes,
el coste medio de las medicinas y el equipo médico está inflado
de forma habitual en más de un 20%.

Todo país está en su derecho de obtener ingresos como
lo considere oportuno. Pero las propias políticas de los gobiernos
están restringiendo la capacidad de su pueblo de comprar fármacos.
Por ejemplo, en Nigeria, donde menos del 20% de la población tiene
acceso a medicinas básicas, los costes legales, las comisiones
portuarias y de cambio de moneda, y las exigencias de sobornos suman
un incremento significativo del precio de unos fármacos ya de
por sí demasiado caros. Si se redujeran estos impuestos, se incrementaría
de forma muy significativa el acceso a las medicinas. Ésta es
una perspectiva importante para países donde se cobran altas tasas,
como Brasil, China, India y Nigeria, que en conjunto acogen a casi la
mitad de la población mundial.

Incluso en países donde se renuncia a los aranceles, otras barreras
permanecen. Suráfrica, por ejemplo, no exige impuestos a las farmacéuticas,
pero sigue cobrando un impuesto de venta del 14% sobre todas las medicinas.
Para un paciente surafricano de sida desnutrido que esté pagando
una terapia antirretroviral, esto se traduce en una pérdida mensual
de en torno a 14 dólares, que podría haber gastado en comida.

Roger Bate es profesor
en el American Enterprise Institute y consejero del grupo de defensa
de la salud Africa Fighting Malaria (África en lucha contra
la malaria).

 

Hasta ahora, Hotez se las ha arreglado para hacer lo que antaño parecía
imposible. Obtuvo un lote de vacunas y las probó en 36 voluntarios estadounidenses
sanos para asegurarse de que cumple las exigencias de seguridad. Ahora lleva
sus medicinas caseras a las calles. Este otoño comenzará en Brasil
la siguiente fase de los primeros ensayos clínicos realizados de una
vacuna contra el anquilostoma. Sólo el hecho de que se estén
realizando es un evento histórico, emblemático del cambio que
podría revolucionar el mundo de la salud global. En el pasado, médicos
como Chaisson y Hotez probablemente habrían librado la batalla del bien
durante años, y habrían perdido.

Pero el largo y lento cambio en las conciencias que comenzó con la
crisis del sida está espoleando una nueva forma de pensar y de financiar
la investigación de enfermedades olvidadas.

EL MULTIMILLONARIO ALTRUISTA

Al hablar con cualquiera que trabaje en el campo de las enfermedades olvidadas,
la conversación acaba derivando inevitablemente hacia Bill Gates, quien
en los últimos años ha hecho de la salud global su raison
d’être
. "El
mundo le está fallando a miles de millones de personas", dijo
el presidente de Microsoft el año pasado en la Asamblea Mundial de la
Salud en Ginebra (Suiza). "Los gobiernos ricos no combaten algunas de
las enfermedades más letales del mundo porque los países ricos
no las sufren". En tan sólo una década, Gates ha utilizado
sus fundaciones para gastar 6.000 millones de dólares en investigación
de enfermedades olvidadas, más que el gasto conjunto de todos los gobiernos
del mundo durante ese mismo periodo.

El impacto de este gasto es sin lugar a dudas enorme; la fundación
puede ya asegurar que ha salvado millones de vidas. En 1999, por ejemplo, Gates
donó 325 millones de dólares para poner en marcha una organización
llamada la Alianza Global para Vacunas e Inmunización. Este organismo
vacuna a bebés y niños de países pobres contra enfermedades
fáciles de prevenir como la hepatitis B, la fiebre amarilla y la polio.
En sólo seis años, Gates ha donado 908,5 millones de dólares
a la alianza, que estima que ha evitado 1,7 millones de muertes futuras. Los
gobiernos del mundo han aportado en conjunto 791,5 millones de dólares.

En 10 años, la Fundación
Gates ha destinado 6.000 millones de dólares a enfermedades desatendidas,
más que el gasto conjunto de los gobiernos del mundo

Gates también ha invertido en los tipos de investigación en
salud global que la industria farmacéutica tradicional ha rehuido. El
trabajo de Chaisson con el moxifloxacin, por ejemplo, lo financiará en
parte la Alianza Global para el Desarrollo de Fármacos contra la TB,
un grupo que se dedica a buscar tratamientos nuevos, y que obtiene dinero de
Gates. Los ensayos de Hotez sobre la vacuna contra el anquilostoma también
están financiados por él. La fundación invierte en proyectos
que abordan una serie de otros problemas de salud global, incluyendo la malaria
y enfermedades infantiles como la diarrea severa. Este gasto hace algo más
que contribuir a la búsqueda de curas nuevas. Los representantes de
la salud pública, que llevan décadas trabajando sobre las enfermedades
olvidadas, atribuyen a Gates el mérito de haber creado posibilidades
en este campo, que antaño carecía de esperanzas. Y esto, a cambio,
está convenciendo a algunos donantes reticentes y gobiernos cautelosos
a volver a la mesa. "Lo que Gates ha hecho es arrojar luz sobre muchos
de estos problemas", dice Helene Gayle, ex representante de la Fundación
Gates y ahora directora general de la organización humanitaria CARE.

No obstante, el dinero por sí solo no es una solución completa.
Un nuevo modelo de asociación público-privada ha surgido. Estas
nuevas entidades aceptan el hecho de que las compañías farmacéuticas
no van a gastarse el dinero en encontrar, probar y vender tratamientos para
enfermedades olvidadas. De modo que tensan la cuerda empleando financiación
gubernamental o privada de organizaciones como la Fundación Gates para
absorber los costes de los ensayos clínicos.

Estas asociaciones están ya colocando un lote de candidatos a convertirse
en fármacos nuevos en lo que antaño era una cartera vacía.
Según un estudio publicado en 2005 por Mary Moran y su equipo, al menos
63 proyectos nuevos de medicinas contra enfermedades olvidadas están
en curso, frente a los tan sólo 13 fármacos autorizados entre
1975 y 2000. Para 2010, estos proyectos deberían ofrecer al menos ocho
o nueve medicinas nuevas para pacientes, casi tantas como en los 25 años
previos y en menos de la mitad de tiempo. Y las asociaciones público-privadas
están desarrollando casi tres cuartos de estas medicinas. "Se
ha producido un cambio muy fuerte desde 2000″, dice Moran, cuyo estudio,
que contó con 92 asociaciones público-privadas en la investigación
de enfermedades olvidadas, concluyó que casi todas ellas tienen algo
en común: Bill Gates. Su fundación proporciona el 60% de la financiación
para estos grupos.

¿UN MUNDO, UNA SALUD?
Una de las asociaciones que recibe asistencia de Gates, OneWorld Health (Instituto
para Una Salud Mundial), está en la senda correcta para obtener la
primera victoria del nuevo modelo de negocio. La compañía farmacéutica
sin ánimo de lucro fue creada en 2000 por la doctora Victoria Hale,
que había trabajado con anterioridad en la FDA y en la gran empresa
de biotecnología Genentech.

El primer proyecto de Hale fue una misión de rescate. Miembros de Médicos
Sin Fronteras habían descubierto que un fármaco antiguo llamado
paromomicina parecía funcionar contra la enfermedad mortal llamada leismaniasis
visceral, también conocida como fiebre negra o kala
azar
. La afección
aqueja a 500.000 personas en todo el mundo cada año, y provoca una dolorosa
hinchazón del bazo y el hígado. Igual que la enfermedad del sueño,
la kala azar puede tratarse, pero sólo mediante un largo y doloroso
proceso de administración de medicinas.

En los 80, Pharmacia, la compañía que fabricaba la paromomicina,
transfirió los derechos del fármaco a la OMS. Raramente se usa
en los países ricos, de modo que sus exiguos beneficios no justificaban
sus costes de producción. La OMS estuvo a punto de retirar la medicina
en 2001, cuando Hale organizó una misión de rescate, utilizando
las últimas existencias del medicamento y diseñando un ensayo
clínico para los pacientes de kala azar en India. En abril de 2005,
OneWorld Health informó de que el fármaco funcionaba, curando
a más del 94% de los pacientes. La paromomicina es tan antigua que ya
no la cubre ninguna patente. De modo que Hale encontró Gland Pharma,
una empresa de Hyderabad (India) que podía fabricar la medicina a un
coste bajo.

Pero los enfermos pobres no siempre tendrán tanta fortuna y por ello
Hale cree que los grupos como OneWorld Health siempre serán necesarios.
Alguien tiene que crear nuevos tipos de medicinas que volverán obsoletas
las enfermedades olvidadas, pero estas innovaciones no provendrán de
las compañías comerciales. "No pueden mantener el kala
azar en su cartera cuando el siguiente gran fármaco que viene es contra
la hipertensión", dice Hale. "Estas enfermedades no tienen
hogar, y nosotros tenemos que encontrarles un hogar".

Hale ya está pensando en cómo OneWorld Health podría
convertirse en ese tipo de hogar estable. La fundación siempre necesitará de
la filantropía, la financiación gubernamental y la ayuda de la
industria farmacéutica. Pero a diferencia de otras asociaciones público-privadas,
OneWorld Health también solicita derechos de patente sobre nuevos tratamientos
desarrollados bajo su paraguas. Si funciona, podría ser el nuevo prototipo
de un motor de investigación de éxito y sostenible para las enfermedades
olvidadas.

La cuestión de si estas asociaciones público-privadas tendrán éxito
tiene unas implicaciones cruciales, no sólo para los millones de personas
en países pobres con una salud delicada. La equidad de los mercados
globales también está en juego. Algunos grupos como OneWorld
Health están poniendo a prueba estos mercados. ¿Serán
vindicados finalmente? No sin ayuda. "Los gobiernos necesitan empezar
a financiar estas cosas pronto [también] o van a ser responsables de
que estos fármacos se vayan por el desagüe", dice Moran.
Si no se apoya a gente como Chaisson, Hotez y Hale, habrá que acusar
al propio sistema. Tanto si su ciencia acaba en éxito como si no, esto
debería decirnos algo sobre la salud moral colectiva del mundo.

 

¿Algo más?
Para obtener más información
sobre enfermedades olvidadas, visite la página web de la
Organización Mundial de la Salud (OMS), que puso este asunto
en el primer lugar de su agenda de prioridades durante la Asamblea
Mundial de la Salud en Ginebra el pasado mayo. Erika Check analiza
qué tiene que hacer la OMS para aumentar el acceso del mundo
en vías de desarrollo a las medicinas en ‘Are Rich
Nations up for Drug Reform?’ (Nature, 11 de mayo
de 2006). En un proyecto sin precedentes, la doctora Mary Moran
examinó 30 años de políticas de investigación
y desarrollo de enfermedades olviadadas en The New
Landscape of Neglected Disease Drug Development
(The
Wellcome Trust y la London School of Economics, Londres, septiembre
2005).

Hace siete años, Médicos Sin Fronteras lanzó su
Campaña para el Acceso a Medicinas Esenciales para presionar
a los gobiernos y a las compañías farmacéuticas
para que incrementen la financiación. Su página web
es www.accessmed-msf.org.
La organización sin ánimo de lucro del ex presidente
de Estados Unidos Jimmy Carter, el Centro Carter, ofrece abundante
información sobre el gusano de Guinea, la ceguera de
los ríos,
la esquistosomiasis, la filariasis linfática
y otras enfermedades que afectan a los habitantes de los países
pobres.

 

 

Más de un tercio de la población mundial no tiene
acceso a medicinas
esenciales. La avaricia de las compañías farmacéuticas,
la burocracia de los gobiernos y la apatía lo impiden. Algunos científicos
valientes se han hartado de los altos costes y del papeleo. Frustrados y enfadados
por la situación, ahora están encontrando formas de rebelarse
contra un sistema que priva
de medicamentos a quienes más los necesitan.
Erika Check

Al doctor Peter Hotez siempre le han fascinado las afecciones truculentas
que atacan al estómago de la mayoría de los seres humanos. Cuando
tenía 13 años, pasaba largas horas estudiando el Manson’s
Tropical Diseases
, un tomo sobre enfermedades tropicales de gran autoridad,
y siempre lo tenía en su mesilla de noche. Hotez eligió dedicar
su carrera a estudiar los anquilostomas, unos parásitos diminutos (1,
27 centímetros) que horadan el cuerpo de sus víctimas y literalmente
les chupan la vida. A mediados de los 90, sus investigaciones habían
logrado un avance de gran relevancia: una idea de una vacuna para combatir
esta repugnante dolencia.

Hotez recorrió las compañías farmacéuticas, buscando
una empresa que probara su vacuna. Le dieron con la puerta en las narices.
Habló con empresas de salud animal, que fabrican collares antipulgas
y desinfectantes para ovejas, porque el anquilostoma también ataca al
ganado. También le rechazaron. Habiendo agotado las opciones tradicionales,
se preguntó si había llegado al final del camino. "Fue
patético", suspira. "Realmente desalentador".

Hotez no estaba solo en su frustración. Pese al hecho de que las llamadas "enfermedades
olvidadas" como la anquilostomiasis afectan a millones de personas, hace
largo tiempo que han sido abandonadas por la medicina moderna. La razón
es simple: la víctima típica es demasiado pobre para pagar el
tratamiento. Al igual que cualquier entidad comercial, una empresa farmacéutica
funciona con la promesa de beneficios. Si gasta tiempo y dinero en desarrollar
un fármaco nuevo, espera obtener una compensación financiera
por el producto final. Pero si se quita el beneficio, la maquinaria se para.
Un estudio aparecido en mayo en la revista médica The
Lancet
concluyó que
tan sólo un 1% de las 1.556 medicinas desarrolladas entre 1975 y 2004
fueron tratamientos para enfermedades olvidadas o para la tuberculosis (TB).
Hace 16 años, un informe de la Comisión sobre Investigación
Científica para el Desarrollo —una iniciativa internacional independiente
patrocinada por donantes de 16 países— definió el problema
como la "brecha 10/90″: sólo el 10% de los dólares
destinados a investigación en todo el planeta se gastan en los problemas
que afectan al 90% de la población mundial.

Durante décadas resultó improbable que esta desesperada situación
pudiera solucionarse. Las grandes compañías farmacéuticas
tienen que contentar a sus accionistas, los gobiernos se mueven lentamente
por naturaleza y pasan años antes de que la investigación científica
arroje resultados positivos. Estos obstáculos han tenido estancados
a quienes buscan curar las enfermedades del mundo. Pero han aparecido señales
de esperanza. Médicos, investigadores y empresarios empiezan a encontrar
formas creativas de reducir la burocracia y de hallar soluciones donde antes
pocos se habían molestado en mirar. Puede que no sea una revolución,
pero existe un creciente número de inconformistas innovadores, valientes
y generosos que están haciendo progresos para llevar medicinas a aquéllos
que más las necesitan.

ASESINOS SILENCIOSOS
Numerosos azotes desconocidos han mutilado o matado silenciosamente a los habitantes
de Asia, África y Latinoamérica desde tiempos bíblicos.
Según la OMS, millones de personas en los países en vías
de desarrollo están aquejadas de enfermedades olvidadas, que incluyen
la anquilostomiasis, la filariasis linfática y el gusano de Guinea.
Estas afecciones matan a más de 530.000 personas cada año.
Otros 460 millones están aquejados por las "tres grandes" —el
VIH, la tuberculosis y la malaria— que se cobran 5,6 millones de vidas
al año. Se dice que, cada 30 segundos, el paludismo acaba con la vida
de un niño.

Unas buenas condiciones de salubridad, unos sistemas limpios de suministro
de agua y el acceso a una sanidad básica impiden a los habitantes de
los países más ricos ser víctimas de estas dolencias.
Las enfermedades olvidadas afectan, sobre todo, a los pobres, y con frecuencia
acentúan su condición. Véase el ejemplo del anquilostoma.
Estos parásitos se alimentan de la sangre de los intestinos del huésped
humano donde se alojan, dejando a los pacientes débiles y anémicos,
sin la energía necesaria para prestar atención en el colegio
o acudir al trabajo. Aunque existen fármacos antiparasitarios, estas
medicinas no protegen contra una reinfección. Esto deja a 740 millones
de víctimas del anquilostoma en todo el mundo atrapadas en un ciclo
crónico de pobreza e infección.

Otra enfermedad omnipresente, pero muy ignorada, es la ceguera
de los ríos
u oncocercosis. Está causada por gusanos que pueden vivir durante una
década en el interior de una víctima humana, criando una progenie
de miles de pequeños gusanos que se aglomeran bajo la piel. Si infectan
la delicada superficie del ojo pueden provocar la pérdida total de la
visión. Esta dolencia afecta a la friolera de 17,7 millones de personas,
ha dejado ciegas a 270.000 y ha dañado la vista de otras 500.000. Hay
200 millones infectados con otro parásito: el gusano que causa la esquistosomiasis. Éste
se introduce bajo la piel humana escarbando, luego se atiborra de sangre para,
a continuación, poner miles de huevos.

Manos que curan: (de izq. a dcha.) el doctor Peter Hotez y su equipo están ensayando una vacuna en Brasil. La doctora Victoria Hale, de OneWorld Health, visita a pacientes en India. Trabajadores de Médicos Sin Fronteras protegen a los angoleños de la tuberculosis.
Manos que curan: (de izq. a dcha.) el doctor Peter
Hotez y su equipo están
ensayando una vacuna en Brasil. La doctora Victoria Hale, de OneWorld Health,
visita a pacientes en India. Trabajadores de Médicos Sin Fronteras
protegen a los angoleños de la tuberculosis.

La tragedia es que estas enfermedades no tienen que permanecer olvidadas.
El sida es un buen ejemplo. Durante años fue un mal mortal del que nadie
había oído hablar. A finales de los 90, las compañías
farmacéuticas habían desarrollado nuevos medicamentos que permitieron
a muchos pacientes vivir vidas relativamente largas. Pero el sida ya había
iniciado su despiadada expansión en todo el mundo. La mayoría
de los enfermos —9 de cada 10 viven en África, Asia y Latinoamérica— no
podrían permitirse las nuevas y caras medicinas. La disparidad de las
ayudas era chocante. A finales del siglo pasado, EE UU gastaba 10.000 millones
de dólares al año (unos 8.000 millones de euros) en combatir
el VIH/sida dentro de sus fronteras, mientras que la comunidad internacional
se gastaba tan sólo 2.000 millones en el mundo en vías de desarrollo.
Los activistas occidentales exigían que las farmacéuticas recortaran
los precios, o al menos que permitieran a las compañías de los
países pobres hacer copias baratas de las medicinas. Pero aquellas se
cerraron en banda, argumentando que vender los fármacos con descuento
las obligaría a cerrar.

La disputa saltó a la palestra mundial en 1998, cuando una coalición
de compañías farmacéuticas demandó al Gobierno
de Suráfrica para impedirle importar o vender medicinas baratas contra
el sida. La demanda desató una protesta internacional y se transformó en
un desastre de relaciones públicas. En 2001 retiraron la demanda. "El
caso del tribunal surafricano marcó un hito", señala Mary
Moran, médico del Instituto George para la Salud Mundial de la ciudad
australiana de Sydney. "Hasta entonces, las farmacéuticas habían
podido contener este movimiento".

Se obligó a estas compañías a adoptar precios más
baratos, a donar medicinas o a permitir a los países pobres fabricar
genéricos. Los activistas saborearon la victoria. Y dicha victoria despertó a
Occidente sobre el hecho de que había graves problemas de salud en los
países pobres que se estaban enconando y que tenían escasa esperanza
de remediarse.

ARMADOS CON ‘MOXI’
Por desgracia, otras enfermedades olvidadas no han logrado atraer la atención
de Hollywood —ni, lo que es aún más importante, el dinero— de
la misma manera que el sida. Pero ahora algunos médicos frustrados están
encontrando formas creativas de traer la medicina a estos males. Su primer
desafío es conseguir que las compañías farmacéuticas
aflojen el control que ejercen sobre tratamientos potenciales que ya tienen
en las estanterías. Podría parecer contra natura que tras invertir
millones de dólares para llevar un fármaco nuevo desde el tubo
de ensayo hasta la farmacia, una compañía intentara esconder
en un armario los frutos de su trabajo. Como el doctor Richard Chaisson tuvo
ocasión de comprobar, así es la vida en la tierra de las enfermedades
olvidadas, donde el libre mercado funciona de forma misteriosa.

Chaisson, un médico de 52 años dedicado a la investigación
de enfermedades infecciosas en la Escuela Bloomberg de Salud Pública
de la Universidad Johns Hopkins en Baltimore (Estados Unidos), lleva más
de veinte años estudiando la tuberculosis. En la mayor parte del mundo
industrializado moderno, esta palabra conjura imágenes de los victorianos
del siglo xix tosiendo sangre en sus pañuelos. En realidad esta enfermedad
no debería existir en el siglo xxi. Está causada por bacterias
y tiene cura desde el descubrimiento de los antibióticos hace 60 años.
Pero en el mundo en vías de desarrollo, la TB es un problema de grandes
proporciones y que sigue en aumento. Esta dolencia aflige en la actualidad
a más de 14,5 millones de personas en todo el planeta. La tuberculosis
también lleva a las farmacéuticas a refugiarse en las colinas.
Chaisson lo aprendió de forma dura hace ocho años, cuando uno
de sus colegas de la Johns Hopkins, el doctor William Bishai, asistió a
una reunión internacional sobre enfermedades infecciosas en la que el
gigante farmacéutico alemán Bayer estaba ofreciendo ansiosamente
un nuevo antibiótico, el moxifloxacin, para combatir la neumonía.
Bishai estaba intrigado y pidió a Bayer que le enviara una muestra de
moxi para realizar ensayos en su laboratorio. Deseosa de que científicos
como Bishai validaran el poder de su nuevo fármaco, Bayer accedió gustosa.

Bishai puso el moxi en un plato Petri (placa de cultivo) donde nadaban bacterias
de la tuberculosis. Descubrió con asombro que la medicina acababa con
ellas. A continuación, lo probó en ratones infectados con una
enfermedad similar. De nuevo el fármaco les limpió los pulmones
casi por completo. Bishai y Chaisson empezaron a preguntarse si el moxifloxacin
podría ser la poderosa medicina que buscaban.

Para averiguarlo, Chaisson necesitaría experimentar el moxifloxacin
en pacientes humanos aquejados de TB. Llamó a Bayer para proponer la
idea. Pero la compañía no le devolvía las llamadas. Chaisson
insistió durante más de año y medio, sin éxito. "La
empresa ni siquiera quería hablar conmigo", dice. "Estaba
bastante claro que no querían que este fármaco se desarrollara
para combatir la tuberculosis". En respuesta, Bayer dice que el moxi tiene que emplearse en combinación con otras medicinas para el tratamiento
contra la TB, y la compañía necesitaba las garantías de
la seguridad y eficacia de un estudio a largo plazo antes de seguir adelante.
Pero Chaisson cree que a Bayer le preocupaba que si al moxi se le colgaba la
etiqueta de fármaco contra la tuberculosis, los médicos dejarían
de usarla para combatir enfermedades más lucrativas como la neumonía.
Y su nueva y brillante medicina quedaría relegada al segundo plano del
tratamiento de la TB, que no genera beneficios.

Como las enfermedades desatendidas
sólo alcanzan a los más pobres, no hay razón para
que las empresas farmaceúticas inviertan dinero

Chaisson no se desalentó. Fue directamente a la Agencia del Medicamento
estadounidense (FDA, en sus siglas en inglés) y le pidió que
autorizara la realización de un estudio del moxifloxacin contra la tuberculosis.
La desenvuelta iniciativa de Chaisson no era habitual. Normalmente son las
compañías farmacéuticas las que presentan las solicitudes,
porque la FDA exige ingente información sobre la química, la
seguridad y la producción de una medicina antes de autorizar un estudio.
Y en general sólo la compañía conoce todos estos detalles,
que compila en un documento llamado package insert. Pero Bayer ya lo había
remitido cuando solicitó a la FDA autorización del moxi para
la neumonía en 1998. Así, Chaisson no tenía más
que fotocopiar el documento, graparlo a su propuesta de estudio y remitirlo
a la FDA. La agencia no sólo autorizó la propuesta de Chaisson,
sino que le otorgó una ayuda de 1,3 millones de dólares para
llevar a cabo los ensayos en Brasil en torno a una enfermedad que mata a menos
de 1.500 estadounidenses cada año.

 


Receta para la corrupción

Montones de medicinas descansan
intactas en almacenes en todo el mundo. ¿Por qué permanecen
fuera del alcance de los pacientes? La respuesta es simple: sobornos y
fraude.
Maureen
Lewis
El hijo de María Concepción tenía fiebre. Aunque la
clínica más cercana no estaba lejos, ella no tenía
coche. Tardaron dos horas en llegar a pie a la Unidad de Salud de Belén
Guijat en El Salvador, y aguardaron durante varias horas más. El
médico diagnosticó al niño, pero no pudo darle ninguna
medicación. No había existencias. Concepción tuvo
que comprar lo que pudo permitirse fuera de la clínica.

Esperando ayuda: los enfermos sufren las consecuencias de la corrupción.
Esperando ayuda: los
enfermos sufren las consecuencias de la corrupción.

Por fortuna, su hijo sobrevivió. Pero otros no tienen tanta
suerte. En el mundo en vías de desarrollo, acudir a las
clínicas de salud pública significa largas esperas,
visitas repetidas y grandes intervalos entre el diagnóstico
y el tratamiento. Los presupuestos de los ministerios de Salud
desaparecen misteriosamente. El equipamiento médico se rompe,
pero no hay dinero para reemplazarlo; los médicos se quedan
en casa porque están mal pagados. Las medicinas descansan
en los almacenes porque los conductores de los camiones que hacen
las entregas no pueden permitirse llenar el depósito de
gasolina.

¿Por qué es tan difícil para los pacientes
obtener acceso a las medicinas que necesitan? No se trata meramente
de una mala gestión; se trata de corrupción. La línea
que separa la corrupción de la mala gestión con frecuencia
es muy delgada. Pero algunas prácticas son simple y llanamente
extorsión. En casi la mitad de los 23 países en vías
de desarrollo estudiados por el Banco Mundial, una mayoría
de representantes gubernamentales, líderes empresariales
y ciudadanos entrevistados consideraron la corrupción en
el sector de la salud un problema de primer orden. Muchos incluso
lo identificaron como el más corrupto, por delante de las
aduanas y la policía. Tres cuartos de los representantes
del Gobierno entrevistados en Bosnia Herzegovina dicen que conseguir
un empleo o un ascenso en el sector de la salud pública
exige un soborno. En Ghana, el 25% de los puestos de trabajo del ámbito
sanitario están "a la venta".

La transferencia de fondos dentro del Gobierno representa otra
dificultad. La información es tan pobre que seguir la trayectoria
del dinero es imposible en muchos países. En aquéllos
donde existe información, sólo entre el 20% y el
60% de los fondos presupuestados llegan a los proveedores de salud
a los que se dirigen; el resto nunca sale de las arcas del Gobierno
central, o desaparece por el camino. En Uganda, sólo el
30% de los presupuestos que no son salarios llegaron a las clínicas
de salud. Parte de la solución es hacer cumplir las normas
y exigir un mayor rendimiento de cuentas a los gestores. Pero eso
no es suficiente. Las auditorías sistemáticas, unas
normas de contratación claras, una supervisión adecuada
y las organizaciones comunitarias pueden ayudar a atajar la corrupción
y a impulsar una buena gestión.

Maureen Lewis es miembro no
residente del Centro para el Desarrollo Global y consejera del
Banco Mundial.

 

Los ejecutivos de Bayer estaban atónitos ante las tácticas de
Chaisson. Enfrentados a los hechos consumados, se vieron obligados a dar marcha
atrás. A cambio de la promesa de que Chaisson les informaría
con antelación de los resultados del ensayo, Bayer no sólo le
permitió llevar a cabo su estudio, sino que también decidió donar
el moxi necesario para realizar los ensayos. En la actualidad, el estudio está desarrollándose
en Brasil y debería estar finalizado para finales de año, gracias
al ingenio de Chaisson. "Esto no habría ocurrido si no hubiéramos
acudido a ellos en primer término", dice. En cierto modo, tuvo
suerte. Sucedió que ya había un tratamiento potencial para la
TB merodeando por el almacén de alguna compañía farmacéutica. Él
no tuvo más que soltarlo. Pero para los investigadores que trabajan
en la mayoría de las enfermedades olvidadas, no es así. No hay
tratamientos escondidos en el cajón de las medicinas. Para estas enfermedades,
los investigadores tienen que llenar los huecos desarrollando fármacos
por sí mismos.

EL HOMBRE MARCA
Hace seis años, ésta era la situación que afrontaba Peter
Hotez. Después de 25 años estudiando el anquilostoma, había
creado una vacuna para sacar a los pacientes del tiovivo de los repetidos tratamientos
antiparasitarios. Ya había hecho lo más difícil; tras
décadas de investigación, había identificado los ingredientes
más prometedores para la vacuna. Lo único que necesitaba era
una compañía que patrocinara los ensayos, y pronto tendría
el producto en sus manos, listo para la venta. Pero nadie estaba interesado.
Una vacuna semejante sólo podría venderse a los países
pobres, y nunca generaría mucho dinero.

Decidió hacer un último intento antes de dejarlo. Si ninguna
empresa estaba dispuesta a unirse a él en la búsqueda, quizás
podría hacerlo solo. Hotez sabía que el multimillonario presidente
de Microsoft, Bill Gates, había creado una fundación que apoyaba
proyectos sobre salud global. También sabía que Gates ya había
dado dinero a un trabajo para encontrar una vacuna contra la malaria, que,
al igual que el anquilostoma, es una enfermedad desatendida causada por un
parásito. Así que Hotez envió la solicitud a la Fundación
Bill y Melinda Gates, proponiendo convertir su laboratorio en la Universidad
George Washington en una minifábrica de vacunas.

La idea era una locura. Ningún científico había hecho
nada semejante hasta entonces, porque los laboratorios académicos no
poseen el dinero o los conocimientos necesarios para fabricar fármacos
nuevos, probarlos en ensayos de gran tamaño y conducirlos a través
del laberinto de papeleo que se exige para obtener la autorización gubernamental.
Pero milagrosamente, Gates dijo sí. En 2000, la fundación entregó a
Hotez 18 millones de dólares (seguidos de otros 21,8 millones de dólares
el año pasado) para crear lo que él llama su "empresa con
garantía de pérdidas", un fabricante de vacunas que nunca
generará beneficios porque ése no es su objetivo. Hotez sólo
espera probar que la vacuna contra el anquilostoma funciona. Si es así,
se la entregará al Instituto Butantan, un centro de investigación
biomédica en la ciudad brasileña de São Paulo, que la
fabricará y la venderá en el mundo en vías de desarrollo.

 


Impuestos mortales

Los países en vías de desarrollo
aseguran que Occidente les engaña con medicinas baratas. Pero erigen
barreras contra la salud de sus ciudadanos.
Roger Bate
En los últimos años, la ayuda a los países en vías
de desarrollo ha aumentado, y el precio de muchos fármacos ha caído.
Entonces, ¿por qué un tercio de la población mundial
carece aún de acceso a un adecuado cuidado de la salud? En gran
medida, la culpa es de los propios países pobres. Muchos cobran
unos aranceles altos en medicinas y equipamiento que salvan vidas, y en
ocasiones gravan productos que son donaciones gratuitas. Los fabricantes
extranjeros de medicinas tienen que saltar con frecuencia a través
de numerosos aros burocráticos para hacer llegar sus productos a
quienes más los necesitan.Estas restricciones regulatorias se imponen sobre una amplia variedad
de productos médicos esenciales, desde tiritas a mosquiteros,
pasando por insecticidas y materiales básicos para la fabricación
de medicinas. Los aranceles pueden llegar a ser del 16% en India, del
18,3% en Marruecos y de más del 50% en Irán. En un estudio
de 53 países en vías de desarrollo, mi equipo de investigación
concluyó que cuando se suman todos los impuestos y gravámenes,
el coste medio de las medicinas y el equipo médico está inflado
de forma habitual en más de un 20%.

Todo país está en su derecho de obtener ingresos como
lo considere oportuno. Pero las propias políticas de los gobiernos
están restringiendo la capacidad de su pueblo de comprar fármacos.
Por ejemplo, en Nigeria, donde menos del 20% de la población tiene
acceso a medicinas básicas, los costes legales, las comisiones
portuarias y de cambio de moneda, y las exigencias de sobornos suman
un incremento significativo del precio de unos fármacos ya de
por sí demasiado caros. Si se redujeran estos impuestos, se incrementaría
de forma muy significativa el acceso a las medicinas. Ésta es
una perspectiva importante para países donde se cobran altas tasas,
como Brasil, China, India y Nigeria, que en conjunto acogen a casi la
mitad de la población mundial.

Incluso en países donde se renuncia a los aranceles, otras barreras
permanecen. Suráfrica, por ejemplo, no exige impuestos a las farmacéuticas,
pero sigue cobrando un impuesto de venta del 14% sobre todas las medicinas.
Para un paciente surafricano de sida desnutrido que esté pagando
una terapia antirretroviral, esto se traduce en una pérdida mensual
de en torno a 14 dólares, que podría haber gastado en comida.

Roger Bate es profesor
en el American Enterprise Institute y consejero del grupo de defensa
de la salud Africa Fighting Malaria (África en lucha contra
la malaria).

 

Hasta ahora, Hotez se las ha arreglado para hacer lo que antaño parecía
imposible. Obtuvo un lote de vacunas y las probó en 36 voluntarios estadounidenses
sanos para asegurarse de que cumple las exigencias de seguridad. Ahora lleva
sus medicinas caseras a las calles. Este otoño comenzará en Brasil
la siguiente fase de los primeros ensayos clínicos realizados de una
vacuna contra el anquilostoma. Sólo el hecho de que se estén
realizando es un evento histórico, emblemático del cambio que
podría revolucionar el mundo de la salud global. En el pasado, médicos
como Chaisson y Hotez probablemente habrían librado la batalla del bien
durante años, y habrían perdido.

Pero el largo y lento cambio en las conciencias que comenzó con la
crisis del sida está espoleando una nueva forma de pensar y de financiar
la investigación de enfermedades olvidadas.

EL MULTIMILLONARIO ALTRUISTA

Al hablar con cualquiera que trabaje en el campo de las enfermedades olvidadas,
la conversación acaba derivando inevitablemente hacia Bill Gates, quien
en los últimos años ha hecho de la salud global su raison
d’être
. "El
mundo le está fallando a miles de millones de personas", dijo
el presidente de Microsoft el año pasado en la Asamblea Mundial de la
Salud en Ginebra (Suiza). "Los gobiernos ricos no combaten algunas de
las enfermedades más letales del mundo porque los países ricos
no las sufren". En tan sólo una década, Gates ha utilizado
sus fundaciones para gastar 6.000 millones de dólares en investigación
de enfermedades olvidadas, más que el gasto conjunto de todos los gobiernos
del mundo durante ese mismo periodo.

El impacto de este gasto es sin lugar a dudas enorme; la fundación
puede ya asegurar que ha salvado millones de vidas. En 1999, por ejemplo, Gates
donó 325 millones de dólares para poner en marcha una organización
llamada la Alianza Global para Vacunas e Inmunización. Este organismo
vacuna a bebés y niños de países pobres contra enfermedades
fáciles de prevenir como la hepatitis B, la fiebre amarilla y la polio.
En sólo seis años, Gates ha donado 908,5 millones de dólares
a la alianza, que estima que ha evitado 1,7 millones de muertes futuras. Los
gobiernos del mundo han aportado en conjunto 791,5 millones de dólares.

En 10 años, la Fundación
Gates ha destinado 6.000 millones de dólares a enfermedades desatendidas,
más que el gasto conjunto de los gobiernos del mundo

Gates también ha invertido en los tipos de investigación en
salud global que la industria farmacéutica tradicional ha rehuido. El
trabajo de Chaisson con el moxifloxacin, por ejemplo, lo financiará en
parte la Alianza Global para el Desarrollo de Fármacos contra la TB,
un grupo que se dedica a buscar tratamientos nuevos, y que obtiene dinero de
Gates. Los ensayos de Hotez sobre la vacuna contra el anquilostoma también
están financiados por él. La fundación invierte en proyectos
que abordan una serie de otros problemas de salud global, incluyendo la malaria
y enfermedades infantiles como la diarrea severa. Este gasto hace algo más
que contribuir a la búsqueda de curas nuevas. Los representantes de
la salud pública, que llevan décadas trabajando sobre las enfermedades
olvidadas, atribuyen a Gates el mérito de haber creado posibilidades
en este campo, que antaño carecía de esperanzas. Y esto, a cambio,
está convenciendo a algunos donantes reticentes y gobiernos cautelosos
a volver a la mesa. "Lo que Gates ha hecho es arrojar luz sobre muchos
de estos problemas", dice Helene Gayle, ex representante de la Fundación
Gates y ahora directora general de la organización humanitaria CARE.

No obstante, el dinero por sí solo no es una solución completa.
Un nuevo modelo de asociación público-privada ha surgido. Estas
nuevas entidades aceptan el hecho de que las compañías farmacéuticas
no van a gastarse el dinero en encontrar, probar y vender tratamientos para
enfermedades olvidadas. De modo que tensan la cuerda empleando financiación
gubernamental o privada de organizaciones como la Fundación Gates para
absorber los costes de los ensayos clínicos.

Estas asociaciones están ya colocando un lote de candidatos a convertirse
en fármacos nuevos en lo que antaño era una cartera vacía.
Según un estudio publicado en 2005 por Mary Moran y su equipo, al menos
63 proyectos nuevos de medicinas contra enfermedades olvidadas están
en curso, frente a los tan sólo 13 fármacos autorizados entre
1975 y 2000. Para 2010, estos proyectos deberían ofrecer al menos ocho
o nueve medicinas nuevas para pacientes, casi tantas como en los 25 años
previos y en menos de la mitad de tiempo. Y las asociaciones público-privadas
están desarrollando casi tres cuartos de estas medicinas. "Se
ha producido un cambio muy fuerte desde 2000″, dice Moran, cuyo estudio,
que contó con 92 asociaciones público-privadas en la investigación
de enfermedades olvidadas, concluyó que casi todas ellas tienen algo
en común: Bill Gates. Su fundación proporciona el 60% de la financiación
para estos grupos.

¿UN MUNDO, UNA SALUD?
Una de las asociaciones que recibe asistencia de Gates, OneWorld Health (Instituto
para Una Salud Mundial), está en la senda correcta para obtener la
primera victoria del nuevo modelo de negocio. La compañía farmacéutica
sin ánimo de lucro fue creada en 2000 por la doctora Victoria Hale,
que había trabajado con anterioridad en la FDA y en la gran empresa
de biotecnología Genentech.

El primer proyecto de Hale fue una misión de rescate. Miembros de Médicos
Sin Fronteras habían descubierto que un fármaco antiguo llamado
paromomicina parecía funcionar contra la enfermedad mortal llamada leismaniasis
visceral, también conocida como fiebre negra o kala
azar
. La afección
aqueja a 500.000 personas en todo el mundo cada año, y provoca una dolorosa
hinchazón del bazo y el hígado. Igual que la enfermedad del sueño,
la kala azar puede tratarse, pero sólo mediante un largo y doloroso
proceso de administración de medicinas.

En los 80, Pharmacia, la compañía que fabricaba la paromomicina,
transfirió los derechos del fármaco a la OMS. Raramente se usa
en los países ricos, de modo que sus exiguos beneficios no justificaban
sus costes de producción. La OMS estuvo a punto de retirar la medicina
en 2001, cuando Hale organizó una misión de rescate, utilizando
las últimas existencias del medicamento y diseñando un ensayo
clínico para los pacientes de kala azar en India. En abril de 2005,
OneWorld Health informó de que el fármaco funcionaba, curando
a más del 94% de los pacientes. La paromomicina es tan antigua que ya
no la cubre ninguna patente. De modo que Hale encontró Gland Pharma,
una empresa de Hyderabad (India) que podía fabricar la medicina a un
coste bajo.

Pero los enfermos pobres no siempre tendrán tanta fortuna y por ello
Hale cree que los grupos como OneWorld Health siempre serán necesarios.
Alguien tiene que crear nuevos tipos de medicinas que volverán obsoletas
las enfermedades olvidadas, pero estas innovaciones no provendrán de
las compañías comerciales. "No pueden mantener el kala
azar en su cartera cuando el siguiente gran fármaco que viene es contra
la hipertensión", dice Hale. "Estas enfermedades no tienen
hogar, y nosotros tenemos que encontrarles un hogar".

Hale ya está pensando en cómo OneWorld Health podría
convertirse en ese tipo de hogar estable. La fundación siempre necesitará de
la filantropía, la financiación gubernamental y la ayuda de la
industria farmacéutica. Pero a diferencia de otras asociaciones público-privadas,
OneWorld Health también solicita derechos de patente sobre nuevos tratamientos
desarrollados bajo su paraguas. Si funciona, podría ser el nuevo prototipo
de un motor de investigación de éxito y sostenible para las enfermedades
olvidadas.

La cuestión de si estas asociaciones público-privadas tendrán éxito
tiene unas implicaciones cruciales, no sólo para los millones de personas
en países pobres con una salud delicada. La equidad de los mercados
globales también está en juego. Algunos grupos como OneWorld
Health están poniendo a prueba estos mercados. ¿Serán
vindicados finalmente? No sin ayuda. "Los gobiernos necesitan empezar
a financiar estas cosas pronto [también] o van a ser responsables de
que estos fármacos se vayan por el desagüe", dice Moran.
Si no se apoya a gente como Chaisson, Hotez y Hale, habrá que acusar
al propio sistema. Tanto si su ciencia acaba en éxito como si no, esto
debería decirnos algo sobre la salud moral colectiva del mundo.

 

¿Algo más?
Para obtener más información
sobre enfermedades olvidadas, visite la página web de la
Organización Mundial de la Salud (OMS), que puso este asunto
en el primer lugar de su agenda de prioridades durante la Asamblea
Mundial de la Salud en Ginebra el pasado mayo. Erika Check analiza
qué tiene que hacer la OMS para aumentar el acceso del mundo
en vías de desarrollo a las medicinas en ‘Are Rich
Nations up for Drug Reform?’ (Nature, 11 de mayo
de 2006). En un proyecto sin precedentes, la doctora Mary Moran
examinó 30 años de políticas de investigación
y desarrollo de enfermedades olviadadas en The New
Landscape of Neglected Disease Drug Development
(The
Wellcome Trust y la London School of Economics, Londres, septiembre
2005).

Hace siete años, Médicos Sin Fronteras lanzó su
Campaña para el Acceso a Medicinas Esenciales para presionar
a los gobiernos y a las compañías farmacéuticas
para que incrementen la financiación. Su página web
es www.accessmed-msf.org.
La organización sin ánimo de lucro del ex presidente
de Estados Unidos Jimmy Carter, el Centro Carter, ofrece abundante
información sobre el gusano de Guinea, la ceguera de
los ríos,
la esquistosomiasis, la filariasis linfática
y otras enfermedades que afectan a los habitantes de los países
pobres.

 

 

Erika Check es reportera en la revista Nature.