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Un grupo de periodistas cubriendo las protestas contra Nicolás Maduro en Caracas, Venezuela. (Juan Barreto/AFP/Getty Images)

Los asesinatos de periodistas en países como México o Colombia no son el único ataque que afronta la profesión. Las presiones políticas y económicas, unido a los cambios tecnológicos, plantean múltiples frentes en los que toca ser creativo en las formas para ofrecer información objetiva y bien documentada.

El gran problema de la violencia contra periodistas en América Latina hace saltar las alarmas cuando muestra su forma más cruda, pero su alcance va mucho más allá. No se trata sólo de las amenazas, secuestros, asesinatos y ataques por parte de bandas criminales, policías o incluso políticos. Para conseguir tumbar una investigación no siempre hacen falta pistolas. Una simple llamada a la redacción se puede transformar en un recordatorio para la plantilla de quienes ejercen realmente el poder. Sin disparar una bala, se activa así una de las armas más peligrosas para la libertad de expresión: la autocensura, una mordaza que en muchas ocasiones va en contra de la voluntad del periodista.

Aunque la región es muy diversa y hay importantes diferencias entre la situación en Centroamérica, Sudamérica y El Caribe, o la realidad de las grandes ciudades y las zonas rurales, los profesionales de la información de América Latina comparten ciertos desafíos.

“Estamos observando un deterioro lento pero progresivo del nivel de libertad de prensa —explica Emmanuel Colombié, director regional de Reporteros Sin Fronteras (RSF) en América Latina—. Entre los indicadores comunes destacan la violencia contra el gremio, la impunidad de los crímenes cometidos contra la prensa y el altísimo nivel de concentración de medios”.

Además, los marcos jurídicos que pretenden proteger a quienes trabajan para informar se han quedado pequeños y obsoletos. La precariedad laboral o la persecución digital que sufren muchos periodistas son algunas de las nuevas amenazas del sector, como añade Paula Cejas, responsable regional de la Federación Internacional de Periodistas (IFJ, por sus siglas en inglés).

En plena era de cambios tecnológicos, los periodistas llevan años navegando los efectos de la crisis económica, que ha convivido con una crisis del sector. Achicando agua de sus propios barcos, los medios latinoamericanos —ya sean marcas consolidadas en los tiempos de oro del papel o novedosos nativos digitales— deben ejercer su profesión buscando nuevas maneras de comunicar, con los nubarrones de la decreciente financiación sobre sus cabezas.

Una compleja tormenta que arrecia en la esfera global. El último informe de la Unesco sobre Libertad de Expresión reconoce avances, pero señala graves problemas: “Las tendencias muestran que la independencia de los medios se está debilitando, y que las normas profesionales del periodismo están siendo erosionadas por las fuerzas económicas, por un lado, y, por otro, debido a la falta de reconocimiento por parte de los agentes políticos”.

 

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Un grupo de periodistas protestan contra los ataques a sus compañeros en Caracas, Venezuela. (Juan Barreto/AFP/Getty Images)

Asesinatos impunes y censura invisibilizada

Cuando alguien es asesinado, no sólo importa la mano que dispara. Perseguir a quien idea y señala el crimen de un periodista es crucial para garantizar la libertad de prensa. La impunidad, alimentada por la corrupción, anima a los autores intelectuales a repetir su brutal estrategia de silenciamiento. “Si uno mata a un periodista en América latina, lo más probable es que no pase nada”, se lamenta Natalie Southwick, del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés). Una impunidad que trasciende del mundo noticioso y afecta también a otros actores sociales, como defensores de los derechos humanos y, por supuesto, al derecho de la ciudadanía a una información veraz.

México y Colombia aparecen en las listas de los países más peligrosos de la región para profesionales de la información. “En México, la tasa de impunidad roza el 99%”, explica la FIP, que señala que en lo que va de año han sido asesinados ocho periodistas. Además, es el segundo país del mundo más peligroso para ejercer la profesión; el primero es Siria, donde 12 periodistas fueron asesinados en 2017.

Colombia, cerca de dos años después de los acuerdos de paz con las FARC, sigue siendo noticia por el asesinato de periodistas y también defensores de derechos humanos. El secuestro y posterior asesinato de un equipo periodístico en la frontera con Ecuador por parte de un grupo disidente de la guerrilla constató que el país vive un posacuerdo, pero que muchos actores del conflicto aún siguen activos.

La situación tampoco mejora en los países de América Central. Nicaragua se ha convertido en un terreno de riesgo para quienes intentan informar sobre los más de tres meses de protestas contra el Gobierno de Daniel Ortega que ha costado la vida a más de 300 personas. Una de ellas era el periodista Miguel Ángel Gahona, que murió al recibir un disparo en la cabeza mientras retransmitía en directo lo que sucedía en la calle. En países vecinos, como Honduras, El Salvador y Guatemala, el contexto de violencia se agrava por los sistemas judiciales que permiten la impunidad.

En la clasificación general de libertad de prensa de RSF, Costa Rica es el mejor situado y Cuba sigue siendo el peor clasificado de la región (puesto 172) en el ránking de 180 Estados que lidera Noruega y Suecia. Venezuela también tiene que lamentar un desplazamiento de seis posiciones en el ránking mundial de 2018 (puesto 143) por el acoso a los periodistas independientes, opositores y corresponsales por parte de la policía y servicios de inteligencia del Gobierno de Nicolás Maduro. Comparte la clasificación de “situación difícil” junto a México (puesto 147), Honduras (141), Colombia (130) y Guatemala (116).

Hay varios tipos de depredadores de la prensa, señalan en RSF: “Los más visibles, cuando hablamos de asesinatos, son las bandas de crimen organizado: pueden ser grupos paramilitares en Colombia, cárteles en México, bandas criminales o traficantes de drogas y armas en Brasil. Pero uno de los mayores agresores de la prensa son los representantes del Estado, a varios niveles y según la situación de cada país. Algunos gobernadores locales mexicanos totalmente corruptos, grupos antimotines de, por ejemplo, Nicaragua, o la policía política de Venezuela. En numerosos países, el Estado es directamente el agresor”.

Muertes, secuestros, amenazas (ya sea en panfletos o como ciberbullying a través de las redes sociales) recuerdan a los periodistas que tratar temas como la corrupción o las economías ilegales puede costar muy caro. El resultado es que en algunas zonas de la región, la voz de los periodistas se acalla definitivamente. “El Caribe es un claro ejemplo. En La Española, Haití o República Dominicana, apenas hay periodistas independientes porque son lugares muy peligrosos”, señalan en el CPJ.

Las organizaciones hablan de “vacíos de información” o de “agujeros negros de la información”. En Brasil, una de cada cinco personas vive en municipios que no poseen periódicos ni sitios de noticias locales o emisoras de radio y televisión. Ese desierto informativo agudiza otro problema de la región: la sobrerrepresentación de lo que ocurre en las capitales frente a la relativa invisibilidad de las periferias.

El acoso institucional es otra de las aristas de los ataques contra la prensa y adopta distintas formas. En Perú, varios periodistas presentaron hace un mes una demanda constitucional de amparo tras la “continua y agresiva intimidación” para que los reporteros revelaran las fuentes de una investigación que, de momento, ha provocado la dimisión de nueve funcionarios.

En Bolivia, Yadira Peláez, que trabajaba para la cadena pública Canal 7, enfrenta tres procesos penales emprendidos por miembros del Gobierno de Evo Morales y su entorno. Todo empezó cuando Peláez presentó en 2016 una denuncia por acoso sexual contra Carlos Flores Menacho, el entonces director de Canal 7. “En lugar de hostigar aún más a una periodista víctima de acoso, las autoridades bolivianas deberían retomar este caso para abrir un debate sobre el lugar de las mujeres en los medios de comunicación y proporcionar herramientas para protegerlas”, analiza Colombié.

Estos obstáculos, más o menos visibles, afectan a la libertad de prensa y de información. “El periodismo es libre, o una farsa, sin términos medios”, dejó escrito uno de los máximos exponentes de la profesión, el argentino Rodolfo Walsh, antes de que la última dictadura militar en su país lo hiciera “desaparecer”.

 

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Cabeceras de los diferentes periódicos de Brasil. (Nelson Almeida/AFP/Getty Images)

Concentración mediática

La “altísima concentración de medios” es uno de los puntos que destacan tanto en la FIP como en RSF. “En Brasil por ejemplo, estos negocios pertenecen a poquísimas familias. Significa que existen grupos reducidos de personas que tienen tres poderes en las manos: político, económico y mediático. Y sienten que no tienen ninguna obligación de divulgar informaciones objetivas”, explica Colombié, que pone como ejemplo el Grupo Globo, en Brasil. En el CIJ creen que hay “pocos medios realmente independientes”.

Conseguir unos medios públicos que puedan trabajar sin convertirse en cámaras de resonancia del gobierno de turno es un desafío en toda la región, especialmente cuando se acosa a las voces opositoras. En demasiadas ocasiones, la distribución de permisos de emisión o la publicidad conllevan atenerse a unas normas no escritas. Como constata la Unesco, “en grandes zonas de África, Asia y el Pacífico y América Latina y el Caribe falta transparencia en la concesión de licencias a las cadenas de radio y televisión, que sigue realizándose según intereses políticos y comerciales”. Los medios comunitarios y locales son especialmente vulnerables debido a su menores oportunidades de conseguir fondos.

La falta de credibilidad del periodismo se ha visto acrecentada por ataques de varios políticos, que han desacreditado la labor de los medios cuando las investigaciones o las líneas editoriales del sector no les han beneficiado. Ya sean los ataques de Álvaro Uribe a periodistas y otros profesionales o los improperios de Rafael Correa en Ecuador, el gremio acumula descalificativos.

Otros, representantes políticos usan el término “fake news” como muletilla para desacreditar a los medios. En RSF prefieren usar el término “desinformación” en lugar de “fake news” (al considerar que no ha sido claramente definido) y proponen crear un certificado de calidad que premie a los medios rigurosos, en lugar de perseguir penalmente las noticias falsas. Como regla general, no apoyan que se dé la competencia de decretar qué son fake news a las plataformas como Google o Facebook ni a las fuerzas de seguridad del Estado.

Con la intención, real o ficticia, de limitar los “oligopolios informativos” y contribuir a la necesaria pluralidad informativa, nacieron en la región varias leyes que buscaban regular la actividad. “En un primer momento, la Ley de Comunicación de Ecuador nos pareció una iniciativa muy interesante, pero ha sido instrumentalizada para perseguir a la prensa e impedir el trabajo independiente de los periodistas”, señala Colombié. Ahora, el presidente Lenín Moreno, en el cargo desde hace 15 meses, ha planteado su reforma ante las quejas de muchos periodistas.

Para Cejas, “leyes similares, bien aplicadas”, podrían ser una solución, aunque señala que la intervención estatal despierta recelo en el gremio. En todo caso, cree que una autorregulación de los medios es imprescindible: “En América Latina, el periodismo amarillo a menudo desvirtúa y mancha la profesión. Hay que hacer mucho énfasis en la ética periodística”.

En Venezuela, según denuncia RSF, “Maduro ha usado una ley aprobada en 2010 bajo el Gobierno de Hugo Chávez que criminaliza cualquier contenido que ‘cuestione a la autoridad constituida legítimamente’, y se sirve de la escasez de papel para reducir la circulación de la prensa escrita”.

 

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Un grupo de periodistas en Argentina protestan contra el cierre de medios y los despidos masivos. (Eitan Abramovich/AFP/Getty Images)

La ola tecnológica: oportunidades y naufragios

La creciente fragilidad económica de muchos medios les ha hecho más dependientes de las donaciones. “La dependencia cada vez mayor de las subvenciones públicas o privadas está relacionada con los trastornos que se han producido en los modelos empresariales”, señala el informe de la UNESCO.

Los cambios tecnológicos, con todas sus ventajas para el gremio en cuanto a inmediatez y reducción de costes, han zarandeado los medios en todo el mundo. No se trata únicamente de que las nuevas plataformas y dispositivos conlleven una manera de trabajar, organizar y presentar el trabajo distinta; hay otros cambios importantes. “Los índices de precariedad laboral también afectan al ejercicio de la profesión. Hemos visto una ola de despidos, cierres de medios en países como Chile, o el vaciamiento de la agencia de noticias nacional en Argentina. Se han reducido mucho las plantillas permanentes y se obliga a sus trabajadoras a ser multitasking”, explica Cejas.

La falta de recursos es otro problema de la región que afecta directamente a la calidad del periodismo, como señalan en el CPJ: “Es un desafío en Latinoamérica que falten recursos que afectan a la seguridad, como chalecos de protección. Incluso herramientas como el papel para imprimir, como sucede en Venezuela. Es un desafío, sobre todo para los periodistas freelance”.

A fuerza de voluntad y buenas ideas, muchos proyectos latinoamericanos han conseguido despegar precisamente gracias a las nuevas herramientas informativas. “Los mismos periodistas están pensando en las necesidades de la audiencia, planteándose cómo pueden acceder a la información y están respondiendo de una forma muy creativa. No se limitan a los viejos canales, sino que buscan adaptarse a cada realidad, incluso a algunas muy remotas”, apuntan en el CPJ.

Además, las nuevas tecnologías han permitido que el periodismo de datos, hermanado con novedosas herramientas de visualización y representación de información, se desarrollen y reivindiquen su importancia en la configuración de un periodismo acorde a una sociedad cada vez más interconectada.

 

Un futuro por escribir

Conseguir monetizar el uso de las medios digitales es el gran desafío. Algunas cabeceras exploran el modelo de pago por suscripción digital y otras opciones. La crisis de credibilidad que afecta a los medios en todo el mundo (espoleada por poderosos adversarios como el presidente de Estados Unidos, Donald Trump) sumada a la fragmentación de las audiencias, que gozan de una infinidad de opciones, apuntalan un panorama en el que muchas cabeceras han interpretado que se debe apostar por contenidos más livianos o más efectistas: aquello que parece más “compartible” en redes sociales.

Tiempos más apremiantes y presupuestos más ajustados dificultan el periodismo de profundidad. Pero renunciar a ello, creía Gabriel García Márquez, no es asumible: “La investigación no es una especialidad del oficio sino que todo el periodismo debe ser investigativo por definición”.

El futuro pasa por adaptarse a las necesidades de los usuarios sin perder esa función de fiscalización del poder, de radiografía veraz de la sociedad, navegando sin naufragar en el “iceberg de la censura”. Frente a todos los desafíos, ser creativos en las formas mientras se aplican los ya conocidos estándares profesionales y éticos parece una posible hoja de ruta. Pero el derecho a informar y a la información se tambalean si no se adoptan medidas para proteger la vida y las libertades de los profesionales y de la ciudadanía, que ya no es mera espectadora.

“Las iniciativas más interesantes vienen de la sociedad civil, no de los Estados”, señalan desde RSF. Por supuesto, no será un camino fácil. Nunca lo ha sido. No en vano decía García Márquez que el periodismo era “el mejor oficio del mundo”, pero avisaba: “Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente”.