En lo nuclear no está la solución de los problemas energéticos y ecológicos del planeta,
que necesita con urgencia un cambio radical en el modelo de consumo de energía.

El problema más importante que tiene la humanidad es el energético y sus consecuencias. Todo el mundo quiere consumir más, pero las leyes físicas muestran que eso no será posible de manera indefinida. Se gasta más energía de la necesaria para llevar una vida cómoda. A ello se añade el hecho de que el rendimiento total del sistema energético es muy bajo: no llega al 3%. Es decir, más del 97% de la energía primaria (con la que se inicia y se
alimenta el proceso energético) empleada se pierde al transformarla en la energía final que pretendemos conseguir, ya sea calor, luz, sonido o cualquier efecto que hace la vida más agradable. La razón fundamental es que los dispositivos que se utilizan para generar las energías intermedias —electricidad y combustibles— son muy ineficientes. A esto se une el mal uso —y abuso— de estas formas energéticas que muchos tienen a su disposición a precios irrisorios.

Un tercio de la humanidad no puede utilizar las energías intermedias comerciales, tiene que cocinar con restos biomásicos —leña, sobre todo— y sólo goza de luz natural o, como mucho, de lámparas alimentadas con algún combustible natural. En definitiva, a un tercio de la población mundial le sobra energía, otro no tiene nada y el resto se las apaña como puede. ¿Qué pasará cuando los dos tercios que hoy no gastan como el tercio privilegiado lleguen a sus mismos niveles? No hay recursos naturales suficientes para mantener durante mucho tiempo el ritmo que se alcanzará si los cerca de 7.000 millones de seres humanos consumieran lo mismo que los europeos, y no digamos si la referencia fuesen los estadounidenses.

Algunos se empeñan en resolver parte del problema con la energía nuclear, pero esto no es posible. ¿Por qué? El consumo de electricidad es de unos 1.175 millones de toneladas equivalentes de petróleo (Mtep), mientras que el de combustibles es seis veces superior. La electricidad es una energía de mayor calidad que los combustibles, pero a diferencia de éstos no se almacena. Si el 80% de esta electricidad se genera, como ahora, en centrales termoeléctricas (de carbón, nucleares, de gas natural o de derivados del petróleo), tienen que emplearse 2.820 Mtep de energía primaria al año repartida entre los combustibles citados para obtener la cantidad necesaria.

Si, como pretenden algunos, pudiéramos prescindir de los combustibles fósiles para evitar los gases de efecto invernadero y los sustituyéramos por energía nuclear tendríamos que emplear 1.458,5 toneladas de uranio 235 cada año (equivalentes a esos 2.820 Mtep). Para obtener esa cantidad se necesitan 208.565 toneladas de uranio natural, cuyas reservas, a precio inferior a 100 euros el kilo, según todas las fuentes, alcanzan los tres millones de toneladas, lo que implica que sólo quedaría uranio para 16 años como máximo. Menos aún: 13 años es el resultado si se tienen en cuenta las pérdidas que se producen en el proceso real de generación de electricidad a partir del uranio.

Pero si los que consumen muy poca o ninguna electricidad en el mundo lo hicieran de un modo similar a la de los españoles, por ejemplo, y los demás siguieran gastando igual que ahora, sólo quedaría uranio para seis años; y si alcanzaran el nivel de consumo de los estadounidenses —algo disparatado e improbable—, tan sólo habría para unos tres años.

Más allá de las carencias de uranio natural, sustituyendo los combustibles fósiles para generar electricidad no se resolvería el problema del cambio climático, ya que si el consumo de los derivados del petróleo que se utilizan para el transporte sigue creciendo como lo está haciendo, el asunto no tiene arreglo. Ni siquiera si se mantuviera en los niveles individuales actuales, puesto que los países en vías de desarrollo están aumentando mucho su demanda.

Algunos dirán que se pueden mejorar los procesos de conversión de energía nuclear a electricidad, pero no lo creo posible; desde luego, no de manera inmediata ni contundente. Otros, los más optimistas, dirán que la fusión es la solución. Siento desilusionarles, pero no parece que vayamos a tener centrales eléctricas que utilicen reactores nucleares de fusión como fuente de calor para generar electricidad. En el caso de que tuvieran razón los engañabobos que lo prometen para dentro de 50 años, para entonces ya no habría uranio ni petróleo ni gas natural ni casi nada. Sorprende que esos visionarios de la fusión den por hecho que ese posible método no tendrá impacto ambiental ni riesgos para el medioambiente.

En definitiva, con la energía nuclear no va a poder solucionarse el problema del cambio climático, ni ningún otro. Más bien podemos empeorarlo. En el caso de España, aumentaría aún más su dependencia energética, que ya es superior al 90%. No es para alegrarse. Más bien lo contrario. Pero es imprescindible que los seres humanos seamos conscientes de nuestras limitaciones y de las de nuestro entorno. Confiando en falsas promesas nunca empezaremos a hacer lo que ya es urgente: cambiar las pautas de consumo de energía para adaptarlas a los recursos existentes de la manera más eficiente posible. Aún así, el futuro es problemático.

 

Valeriano Ruiz es catedrático de Termodinámica en la Universidad de Sevilla (España).