El desarrollo no es un objetivo de poder blando, sino un aspecto vital de la seguridad, según Colin Powell, que explica las lecciones aprendidas en sus cuatro años al frente del Departamento de Estado de EE UU, donde uno de sus últimos cometidos ha sido la ayuda al sureste asiático devastado por el tsunami del 26 de diciembre. La mejor manera de sacar a millones de personas de la pobreza, afirma, no es aumentar la ayuda exterior, sino exigir un cambio en los regímenes corruptos y autocráticos.

En los últimos meses, a medida que se acercaba el final de la primera Administración Bush, mucha gente me pidió que resumiera los logros del presidente en política exterior a lo largo de los últimos cuatro años. De forma casi inevitable, sus preguntas se centraban en el 11-S y la guerra contra el terrorismo, los acontecimientos de Irak y Afganistán, el estado de las relaciones transatlánticas o las dificultades de las tareas de inteligencia. De forma casi inevitable, mis respuestas han intentado dejar clara la distinción entre los temas de este tipo, que suelen ocupar los titulares, y otros aspectos de igual o mayor importancia estratégica a largo plazo, pero que rara vez suscitan tanto interés.

Entre estos últimos, no hay ninguno más importante que el del desarrollo económico en las sociedades más pobres del mundo. Como escribió el presidente Bush en la llamada Estrategia de Seguridad Nacional, en septiembre de 2002, "un mundo en el que algunos viven en la comodidad y la abundancia, mientras que la mitad de la raza humana vive con menos de dos dólares diarios, no es justo ni estable". Ningún problema ha consumido tanta preocupación ni energía del Gobierno como éste.

Y ahora que George W. Bush se enfrenta a un segundo mandato, tiene intención de perseguir sus objetivos de desarrollo económico con el mismo empeño que ha hecho posible la liberación de Irak y Afganistán. El presidente ha dicho que pretende gastar el capital político obtenido gracias a la confianza del pueblo estadounidense, y el mundo puede estar seguro de que gran parte de ese capital lo va a gastar ayudando a sus ciudadanos más pobres.

Con ello, el presidente continúa el legado de John F. Kennedy, que, en 1961, creó en Estados Unidos el Organismo de Ayuda Internacional (USAID). Ayudar a las sociedades pobres a prosperar es uno de nuestros objetivos internacionales desde hace mucho tiempo. Sin embargo, obtener resultados de alcance y duraderos es más difícil de lo que los diplomáticos y economistas, en general, pensaban entonces. Ahora sabemos que la ayuda al desarrollo no sirve de nada cuando se concibe y se lleva a cabo como una actividad estrictamente económica. Cada vez está más claro que las actitudes políticas y las predisposiciones culturales influyen en la conducta económica de las personas, y que la historia ha determinado las instituciones económicas de las sociedades. Los factores externos, incluidas las condiciones de seguridad, también son un factor del progreso económico, sobre todo a medida que la globalización entrelaza cada vez más el destino de las naciones.

Mensaje directo: Colin Powell habla con jóvenes angoleñas desplazadas por la guerra en 2002.
Mensaje directo: Colin Powell habla con jóvenes angoleñas desplazadas por la guerra en 2002.

La primera Administración de George W. Bush tuvo muy en cuenta estas enseñanzas. Hemos visto que el desarrollo, la democracia y la seguridad están inextricablemente unidos. Hemos comprendido que es imposible aliviar la pobreza sin un crecimiento económico sostenido, para lo que es imprescindible que los políticos asuman con seriedad el reto de gobernar bien. Al mismo tiempo, no es posible sostener verdaderamente a las nuevas democracias, muchas veces tan frágiles, ni extender los valores democráticos, si no trabajamos con energía y prudencia para estimular el desarrollo económico. Y ningún país, por poderoso que sea, puede garantizar la seguridad de su población mientras la desesperación económica y la injusticia puedan mezclarse con la tiranía y el fanatismo.

El desarrollo no es un tema de política blanda, sino un aspecto fundamental de la seguridad nacional. Aunque es verdad que existe un vínculo entre el terrorismo y la pobreza, no creemos que la pobreza sea la causa directa del terrorismo. Pocos terroristas son pobres. Los líderes terroristas del
11-S eran hombres educados, muy alejados de las capas bajas de sus sociedades. Sí es cierto que la pobreza alimenta la frustración y el resentimiento y que los empresarios de la ideología pueden convertir esos factores en apoyo o aceptación del terrorismo, sobre todo en países en los que la pobreza va acompañada de falta de derechos políticos y libertades fundamentales.

La relación entre la pobreza y la falta de libertad no es casual. Aunque la existencia de recursos contribuye al desarrollo, no es inevitable que haya pobreza en países que poseen pocos recursos naturales. No hay más que pensar en Países Bajos y Venecia, antiguamente, o Singapur e Israel, en la actualidad: territorios pequeños y sin recursos naturales importantes, pero que no han padecido pobreza ni impotencia.

Las raíces de la pobreza están en la injusticia social y el mal gobierno que la consiente. La pobreza aparece y persiste cuando la corrupción es endémica y el espíritu emprendedor está ahogado, cuando la justicia fundamental que permite el Estado de Derecho está ausente. En esas condiciones, la pobreza es una agresión contra la dignidad humana, y en dicha agresión encontramos la semilla natural del odio.

Estados Unidos no puede ganar la guerra contra el terrorismo si no abordamos las raíces sociales y políticas de la pobreza. Queremos llevar a las personas que cometen actos de terrorismo ante la justicia, pero también queremos llevar la justicia a la gente. Queremos ayudar a otros a tener gobiernos representativos que ofrezcan oportunidades y justicia. Queremos liberar el espíritu humano para que la empresa, la inversión y el comercio puedan florecer. Este objetivo es un requisito social y político indispensable para que haya desarrollo sostenible y, además, el instrumento con el que podemos eliminar las estructuras de apoyo social del terrorismo.

El desarrollo no sólo es una tarea difícil y compleja, sino también muy amplia. La mitad de la población de este planeta, alrededor de 3.000 millones de seres humanos, vive en la indigencia. Más de 1.000 millones de personas carecen de agua potable. Dos mil millones no tienen servicios higiénicos ni electricidad. A pesar de la complejidad y enormidad del reto, lo hemos afrontado sin dudar y, para ello, estamos colaborando con otros países para reformar la política de desarrollo en todo el mundo. La Cumbre para la Financiación del Desarrollo que se celebró en Monterrey, México, en 2002, alcanzó un nuevo consenso sobre el tema. Es un acuerdo que suscribimos por completo y que se apoya en tres pilares: un compromiso común de favorecer el crecimiento económico encabezado por el sector privado, el desarrollo social y la gestión sensata de los recursos naturales, siempre sobre la base de un buen gobierno y el Estado de Derecho.

INCENTIVOS DE MERCADO
Los sistemas económicos funcionan mejor cuando hay igualdad de oportunidades, cuando las personas son libres de emplear sus aptitudes para ayudarse a sí mismos y a otros a prosperar. La ayuda puede ser un catalizador del desarrollo, pero los verdaderos motores del crecimiento son el espíritu emprendedor, la inversión y el comercio. Son lo que genera puestos de trabajo, y un empleo es la red social de seguridad más importante para cualquier familia. Para que la ayuda económica a los países en vías de desarrollo tenga éxito, debe formar parte de un sistema de incentivos al buen gobierno. La ayuda exterior realmente eficaz es la que consigue quedarse obsoleta. Si un país sigue necesitando ayuda año tras año, década tras década, se vuelve dependiente del auxilio de otros.

La ayuda exterior eficaz es la que se queda obsoleta. Si un país sigue necesitando ayuda año tras año, década tras década, se vuelve dependiente

En realidad, la ayuda exterior a regímenes antidemocráticos puede ser contraproducente, porque facilita a los déspotas la posibilidad de mantener contenta a su pequeña camarilla de partidarios y, de esa forma, prolonga la longevidad de la autocracia gobernante. La ayuda exterior no representa ninguna diferencia genuina si los mercados están manipulados por autócratas que controlan el acceso a los créditos, los permisos y los puestos de trabajo. La ayuda exterior no genera crecimiento si no es posible crear instituciones bancarias sólidas, porque la transparencia deja al descubierto el nepotismo y otras formas de corrupción. La ayuda exterior no sirve de nada si la mano de hierro del autoritarismo aplasta la iniciativa individual.

En definitiva, no es posible separar la economía de la política. No podemos esperar que la democracia funcione en lugares en los que es patente la injusticia económica. No podemos esperar logros económicos sostenidos en lugares en los que la vida política está reprimida. Esta simbiosis entre la libertad política y la económica es el fundamento de la Cuenta del Milenio (CM), que ofrece un contrato a imagen del libre mercado; ésa es su peculiaridad. Los receptores del dinero de la CM tienen que cumplir una serie de requisitos para tener derecho a él. Los gobiernos deben practicar políticas que les permitan gobernar con justicia, invertir en su gente y fomentar la libertad económica. Asimismo, tienen que estar de acuerdo en utilizar la ayuda para obtener resultados que se puedan medir a la hora de reducir la pobreza y generar un amplio crecimiento económico. Dicho de otra forma, la CM es un sistema de incentivos que pretende recompensar la extensión de la libertad de palabra y reunión, la generalización del acceso a los créditos para que la gente pueda poner en marcha nuevas empresas y el acatamiento del Estado de Derecho como forma de proteger la propiedad privada y hacer respetar la inviolabilidad de los contratos. Es un sistema de incentivos para que los países proporcionen a sus ciudadanos las herramientas esenciales de su prosperidad.

El poder de la CM quedó claro ya antes de que fuera ley. Por ejemplo, un país aprobó e hizo cumplir cuatro leyes anticorrupción para poder tener derecho al dinero de la cuenta. Ahora que la CM está en funcionamiento y hay 17 países con derecho a recibir sus fondos, su influencia se extenderá rápidamente, a medida que aumente el dinero disponible para el programa. El primer año, el Congreso estadounidense destinó a este fin 1.000 millones de dólares (unos 750 millones de euros). El Gobierno ha solicitado 2.500 millones de dólares para el presente año fiscal, y confiamos en alcanzar los 5.000 millones de dólares anuales para el año fiscal de 2006.

La inmigración ilegal alimenta la criminalidad organizada, que trafica con personas con igual falta de escrúpulos que cuando trafica con armas y droga

Como es natural, no todos los países van a poder recibir el dinero de la CM de aquí a corto plazo. No todos los gobiernos autocráticos van a estar dispuestos a renunciar a parte de su poder para ayudar a su pueblo. Y la persistencia del mal gobierno seguirá engendrando inestabilidad política y las crisis humanas que suelen acompañarla. Nosotros seguiremos ayudando a remediar dichas crisis siempre que podamos. No vamos a castigar a la gente por las acciones de unos gobiernos sobre los que tienen poco o ningún control. A este respecto, es fundamental la labor de USAID. Ahora bien, la ayuda humanitaria no es más que una medida provisional. Nuestro verdadero objetivo es erradicar la pobreza y, para ello, instamos a los dirigentes de los países en vías de desarrollo a que se hagan cargo del futuro de su nación. Son ellos los máximos responsables del éxito o el fracaso de sus propios esfuerzos de desarrollo.

Creemos que ningún país está libre de esta responsabilidad ni de los posibles beneficios que se derivan de ella. Así como el presidente Bush cree que ningún niño debe quedar rezagado en la educación, que todos los niños pueden aprender, también cree que ninguna nación debe quedar atrás en materia de desarrollo, que todos los países pueden mejorar. Poco a poco, país por país, con todo el tiempo que haga falta, Bush pretende incorporar a todas las sociedades pobres, con USAID empujando por un lado y la CM tirando por el otro.

Entre tanto, podemos ayudar a los hombres y mujeres de todo el mundo a tener más capacidad de elección. La comunidad internacional necesita trabajar más para casar a las personas que desean trabajar con los mercados que necesitan su mano de obra. En el mundo, al menos 180 millones de personas no viven en sus países de origen. Algunos son refugiados políticos, pero en su gran mayoría son inmigrantes, legales o ilegales. La gente quiere vivir mejor y, muchas veces, está dispuesta a asumir riesgos temibles para lograr dar un futuro a sus familias.

Esos riesgos tienen su recompensa. Las remesas enviadas por los trabajadores emigrantes a sus países se han convertido en un salvavidas financiero para los países en vías de desarrollo; en 2003 alcanzaron un total aproximado de 93.000 millones de dólares, frente a los 77.000 millones de la ayuda oficial al desarrollo. Habría más personas dispuestas a emigrar a los mercados de trabajo con posibilidades si los obstáculos para hacerlo legalmente disminuyeran. Las remesas podrían duplicarse o incluso triplicarse. Sin embargo, hoy no existe ningún mecanismo multilateral eficaz para hacerse cargo de este asunto, ningún régimen internacional real que permita reducir los costes humanos de la inmigración ilegal.

La iniciativa mundial del presidente Bush sobre el tráfico de personas -que pretende acabar con la prostitución obligada, el trabajo forzoso y los niños soldados– forma parte de nuestro esfuerzo para acabar con la inmigración ilegal. Además, el Gobierno está trabajando para rebajar los costes del envío de remesas desde EE UU. No obstante, la acción más importante en este sentido es la propuesta que hizo Bush, en 2003, para establecer una nueva colaboración con México que incluya un programa de trabajadores temporales capaz de armonizar la mano de obra y los mercados. El presidente propuso una forma de convertir un proceso que, demasiadas veces, es ilegal, ineficaz e inhumano, en otro que respete la ley, tenga sentido desde el punto de vista económico y comprenda que, sobre todo, los trabajadores son seres humanos.

Fuego y azufre: un trabajador forzoso se toma un respiro en el trabajo en una mina de Brasil en 2003.
Fuego y azufre: un trabajador forzoso se toma un respiro en el trabajo en una mina de Brasil en 2003.

Todo eso está muy bien, pero estos principios no tienen por qué limitarse a nuestras fronteras. En cualquier sitio, la inmigración ilegal menoscaba el Estado de Derecho, presenta riesgos de salud pública y seguridad y arruina vidas. Además, la inmigración ilegal alimenta a la criminalidad organizada, que trafica con personas con la misma falta de escrúpulos que cuando trafica con drogas y armas. Las muertes de personas desesperadas en contenedores, camiones sin ventilar y sucias bodegas de buques cargueros dejan bien patente qué es lo que está en juego. La inmigración ilegal es un desafío mundial, así que es preciso abordarla a escala mundial. Debemos duplicar nuestros esfuerzos para establecer relaciones internacionales de colaboración que nos permitan resolver este terrible problema.

Unas instituciones económicas y políticas sólidas no sirven de nada si la gente no tiene la salud y la educación suficientes para disfrutarlas. Por eso luchamos contra el hambre y la malnutrición a través del programa Alimentos para la Paz, que pone donaciones en especie y ayuda alimentaria de emergencia al alcance de los países que sufren crisis de alimentos. Ayudamos a los países más pobres que invierten en sus propios habitantes, especialmente en educación.

También intentamos contribuir al desarrollo empresarial mediante programas como la Iniciativa para la Libertad Digital, que ayuda a poner nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones a disposición de hombres de negocios y pequeñas empresas en los países más pobres. Estamos llevando a cabo proyectos piloto de desarrollo de tecnología de la información en Senegal, Indonesia, Perú y Jordania. Si el resultado de estos proyectos es el que esperamos, pretendemos incorporar, al menos, a 16 países más durante los próximos cuatro años.

Ante todo, creemos que el requisito previo fundamental para el desarrollo es la existencia de unos servicios básicos de salud e higiene y, para ello, lo principal es el agua potable. El aumento de la población y de la actividad económica en muchas zonas del mundo ha hecho que cada vez sea más difícil para millones de personas tener acceso a agua potable. Unicef calcula que cada día mueren 6.000 niños por enfermedades relacionadas con el agua -como la diarrea-, que son consecuencia de las malas condiciones higiénicas. Nuestra Iniciativa de Agua para los Pobres, que ayuda a los países asociados a administrar mejor su suministro de agua y prevenir la contaminación de las preciadas existencias de agua potable, contribuirá a garantizar que cada persona, y en especial cada niño, pueda tener la perspectiva de un mundo en el que el mero hecho de beber un vaso de agua no sea un riesgo mortal. Nuestro capital inicial es de 970 millones de dólares y estamos intentando obtener una financiación mínima de 1.600 millones de dólares en todo el mundo para lograr este objetivo.

Sistema de apoyo: una niña de 11 años ayuda a su madre ciega y a su hermano a recoger agua en Zambia en 2003.
Sistema de apoyo:
una niña de 11 años ayuda a su madre ciega y a su hermano a recoger agua en Zambia en 2003.

Estamos luchando contra la enfermedad en muchos otros frentes. Junto con el G-8 (los ocho países más industrializados más Rusia), estamos empeñados en erradicar la polio de manera definitiva. El G-8, en colaboración con socios públicos y privados, se ha comprometido a aportar 3.480 millones de dólares para ello. Asimismo, estamos combatiendo la malaria y la tuberculosis resistente a los medicamentos. Y estamos decididos a mejorar el sistema público mundial de salud porque, como reveló la epidemia de SARS, las enfermedades infecciosas no respetan fronteras. Por encima de todo, luchamos contra la plaga del VIH/sida. El presidente Bush considera que la lucha contra esta pandemia es un deber moral, pero además ve los estragos que causa el VIH en el desarrollo. Sus víctimas no son sólo los que enferman, sino sociedades enteras cautivas de esta tragedia. El fondo de emergencia para el sida aprobado por el presidente va a dedicar 15.000 millones de dólares, a lo largo de cinco años, a prevenir nuevas infecciones, tratar a millones de personas ya infectadas y cuidar de los huérfanos causados por la enfermedad. Bajo el Gobierno del presidente Bush, Estados Unidos está invirtiendo casi el doble que todo el resto de los gobiernos donantes del mundo en la lucha contra el sida.

Tampoco en este aspecto se puede separar la lucha contra la enfermedad, como parte de nuestra estrategia de desarrollo, de sus dimensiones políticas y de seguridad. La lucha contra el sida no es sólo un problema médico, y el dinero no puede curar por sí solo. Es un problema con raíces sociales, y en algunos países sigue habiendo graves obstáculos políticos. Si fracasamos en esta prueba, nuestro mundo será menos seguro.

‘CONSERVADURISMO COMPASIVO’
Para que el desarrollo sea sostenible, debe ser un proceso que invierta y dé dividendos, que plante y coseche. Creemos firmemente en la administración sensata de los recursos naturales, tal como sugiere la relación entre "conservación" y "conservador". Al fin y al cabo, fue un presidente republicano, Theodore Roosevelt, quien inventó, hace casi un siglo, el concepto moderno de conservación. Nadie debe extrañarse, pues, de que el primer Gobierno de George W. Bush haya puesto en marcha 17 grandes programas para promover el desarrollo sostenible.

El objetivo de EE UU es erradicar la pobreza. Bush posee una visión de cómo lograrlo: expandiendo
sistemas políticos con igualdad de oportunidades

Por ejemplo, en 2002, durante la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible de Johanesburgo, presenté la Alianza para la Selva de la Cuenca del Congo. Este programa o iniciativa es una coalición de 13 gobiernos, tres organizaciones internacionales y 10 grupos de la sociedad civil que se han unido para proteger el segundo bosque tropical más grande del mundo. Queremos protegerlo porque es hermoso e insustituible, pero también porque da de comer a millones de personas, puesto que es una fuente esencial de recursos naturales y turismo. En 2003, el presidente Bush presentó su iniciativa contra la tala ilegal de bosques en todo el mundo. Los furtivos que cortan árboles y venden la madera dañan el medio ambiente, el negocio maderero legal y a los consumidores, porque dificultan el uso razonable de unos recursos escasos. Estamos organizándonos y organizando a nuestros socios para acabar con esta forma de profanación y robo ambiental.

También en la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible de 2002, EE UU se adhirió a la Alianza Energética para la Aldea Global. Esta asociación con miembros públicos y privados comenzó con poco más de 70 entidades y, en la actualidad, abarca más de 300 gobiernos, organizaciones internacionales, grupos empresariales y representantes de la sociedad civil. Su objetivo es elaborar estrategias nacionales y regionales de energía que mantengan el equilibrio entre las necesidades de desarrollo y los recursos, y ya está empezando a producir resultados. En los seis primeros meses de 2004, USAID dedicó más de 11.600 millones de dólares a impulsar formas limpias, rentables y saludables de energía al alcance de más de medio millón de personas, en áreas a las que los actuales sistemas de suministro energético no llegaban o llegaban mal.

También tenemos que dosificar mejor los recursos marinos para mantener el desarrollo sostenible; para ello, la Casa Blanca ha ayudado a poner en marcha la alianza White Water to Blue Water (De aguas blancas a aguas azules). Este proyecto ha empleado ya más de tres millones de dólares en crear o financiar más de un centenar de asociaciones para la gestión del ecosistema marino y costero en la zona del Caribe.

Vivimos en un mundo en el que actuar en beneficio de los demás redunda en el nuestro propio. Los principales objetivos ambientales, como asegurar la biodiversidad, afectan a toda la gente en todos los países. Por eso hemos compartido nuestra experiencia y nuestra tecnología, por eso hemos usado nuestra riqueza para ayudar a otros a crecer y desarrollarse. Porque, al ayudar a los demás, nos ayudamos a nosotros mismos.

UN MANDATO DE ESPERANZA
Nuestro objetivo es erradicar la pobreza. Bush posee una visión de cómo lograrlo: haciendo posible la expansión de sistemas políticos en los que haya igualdad de oportunidades y el respeto a la democracia y el Estado de Derecho dé a las personas libertad para utilizar sus aptitudes innatas con el fin de prosperar. Disponemos de una estrategia que ve la economía, la política y la seguridad como tres elementos de un mismo ente, una estrategia que combina métodos de crecimiento que funcionen con el desarrollo social y una gestión sensata del medio ambiente.

Tenemos un objetivo, una visión y una estrategia, pero además tenemos otra cosa tremendamente importante: fe en la capacidad de los seres humanos de interesarse por los demás. Al fin y al cabo, la mayoría de la gente no trabaja para enriquecerse; su trabajo es un acto de amor. Son personas que trabajan para dar de comer a sus cónyuges, a sus hijos y nietos, a veces a sus padres, a sus abuelos, otros familiares, amigos… Cuando comprendemos esta realidad fundamental, queda patente la dimensión moral de nuestra lucha, y eso nos proporciona nuestra motivación suprema y nuestra máxima esperanza.

Ahora, en el segundo mandato del presidente Bush, nos encontramos con una oportunidad sin precedentes para traducir nuestra esperanza en logros duraderos. EE UU lleva muchos años diciéndole a la gente, en todo el mundo, que el gobierno representativo y la economía de mercado son la mejor manera de dar rienda suelta a la energía capaz de engendrar prosperidad. A través de nuestras palabras y nuestros actos, hemos demostrado que el respeto a la dignidad humana hace más poderosas a las personas, les empuja a soñar y a trabajar para alcanzar sus sueños.

Hoy, 12 años después de que acabara la guerra fría, hay más personas con estas ideas que pueden actuar de acuerdo con sus convicciones. Más dirigentes nacionales que aceptan estos principios. Más sociedades que se incorporan a la libertad.

Pero la labor no es sencilla; los resultados no se producen de la noche a la mañana. El camino hacia la reforma y el desarrollo tiene muchos obstáculos. Estados Unidos tiene un deber moral especial de ayudar a superar dichas dificultades, y lo hacemos mediante unas políticas de desarrollo que son las más creativas desde el nacimiento de USAID y que, si el Congreso estadounidense aprueba todos los fondos propuestos, serán las más generosas desde el Plan Marshall. La ayuda del Gobierno de EE UU ha aumentado en más de un 75% desde 2001 y mantiene una trayectoria ascendente. Si se suman la ayuda oficial al desarrollo, las importaciones de países pobres y los subsidios filantrópicos concedidos voluntariamente por ciudadanos particulares y fundaciones, Estados Unidos representa, por sí solo, más del 65% de todas las actividades de desarrollo económico del G-7.

El desarrollo es una tarea muy amplia, sin duda, pero crucial. Nos jugamos la posibilidad de que la globalización resulte de utilidad para suficientes personas y en suficientes aspectos para producir un mundo próspero y estable. Nosotros creemos que es posible y estamos empeñados en garantizar ese resultado, por nosotros mismos y por los demás.

¿Algo más?
La Estrategia de Seguridad Nacional de la Administración Bush se puede encontrar en inglés en la página web de la Casa Blanca (www.whitehouse.gov). También en esta misma dirección puede encontrar información sobre la Cuenta del Milenio, incluida la lista de los 16 indicadores que se usan para certificar los esfuerzos de un país en asuntos como el buen gobierno, la inversión en el bienestar de la población y los incentivos a la economía de mercado. El segundo ‘Índice Anual de Compromiso con el Desarrollo CGD/FP’ (Foreign Policy edición española, junio/julio 2004) clasifica 21 países ricos según cuáles sean los efectos de sus políticas en el progreso de los países pobres.

Los economistas Devesh Kapur y John McHale examinan el impacto de las remesas de los inmigrantes en las economías de los países en desarrollo en ‘Salvados por las remesas’ (FP EDICIÓN ESPAÑOLA, febrero/marzo 2004). La última edición del ‘Informe sobre el tráfico de personas’ del Departamento de Estado de EE UU (Departamento de Estado, Washington, junio 2004) incluye el análisis de los esfuerzos de 141 países para controlar el tráfico ilegal de seres humanos.

La Organización Mundial de la Salud tiene una página web (Water Sanitation and Health), que incluye información sobre más de veinte enfermedades relacionadas con el agua. El sitio web de The Global Fund to Fight AIDS, Tuberculosis, and Malaria ofrece una panorámica exhaustiva sobre los esfuerzos para luchar contra el sida, la tuberculosis y la malaria, tres enfermedades que matan anualmente a seis millones de seres humanos en todo el planeta.

 

El desarrollo no es un objetivo de poder blando, sino un aspecto vital de la seguridad, según Colin Powell, que explica las lecciones aprendidas en sus cuatro años al frente del Departamento de Estado de EE UU, donde uno de sus últimos cometidos ha sido la ayuda al sureste asiático devastado por el tsunami del 26 de diciembre. La mejor manera de sacar a millones de personas de la pobreza, afirma, no es aumentar la ayuda exterior, sino exigir un cambio en los regímenes corruptos y autocráticos. Colin Powell

En los últimos meses, a medida que se acercaba el final de la primera Administración Bush, mucha gente me pidió que resumiera los logros del presidente en política exterior a lo largo de los últimos cuatro años. De forma casi inevitable, sus preguntas se centraban en el 11-S y la guerra contra el terrorismo, los acontecimientos de Irak y Afganistán, el estado de las relaciones transatlánticas o las dificultades de las tareas de inteligencia. De forma casi inevitable, mis respuestas han intentado dejar clara la distinción entre los temas de este tipo, que suelen ocupar los titulares, y otros aspectos de igual o mayor importancia estratégica a largo plazo, pero que rara vez suscitan tanto interés.

Entre estos últimos, no hay ninguno más importante que el del desarrollo económico en las sociedades más pobres del mundo. Como escribió el presidente Bush en la llamada Estrategia de Seguridad Nacional, en septiembre de 2002, "un mundo en el que algunos viven en la comodidad y la abundancia, mientras que la mitad de la raza humana vive con menos de dos dólares diarios, no es justo ni estable". Ningún problema ha consumido tanta preocupación ni energía del Gobierno como éste.

Y ahora que George W. Bush se enfrenta a un segundo mandato, tiene intención de perseguir sus objetivos de desarrollo económico con el mismo empeño que ha hecho posible la liberación de Irak y Afganistán. El presidente ha dicho que pretende gastar el capital político obtenido gracias a la confianza del pueblo estadounidense, y el mundo puede estar seguro de que gran parte de ese capital lo va a gastar ayudando a sus ciudadanos más pobres.

Con ello, el presidente continúa el legado de John F. Kennedy, que, en 1961, creó en Estados Unidos el Organismo de Ayuda Internacional (USAID). Ayudar a las sociedades pobres a prosperar es uno de nuestros objetivos internacionales desde hace mucho tiempo. Sin embargo, obtener resultados de alcance y duraderos es más difícil de lo que los diplomáticos y economistas, en general, pensaban entonces. Ahora sabemos que la ayuda al desarrollo no sirve de nada cuando se concibe y se lleva a cabo como una actividad estrictamente económica. Cada vez está más claro que las actitudes políticas y las predisposiciones culturales influyen en la conducta económica de las personas, y que la historia ha determinado las instituciones económicas de las sociedades. Los factores externos, incluidas las condiciones de seguridad, también son un factor del progreso económico, sobre todo a medida que la globalización entrelaza cada vez más el destino de las naciones.

Mensaje directo: Colin Powell habla con jóvenes angoleñas desplazadas por la guerra en 2002.
Mensaje directo: Colin Powell habla con jóvenes angoleñas desplazadas por la guerra en 2002.

La primera Administración de George W. Bush tuvo muy en cuenta estas enseñanzas. Hemos visto que el desarrollo, la democracia y la seguridad están inextricablemente unidos. Hemos comprendido que es imposible aliviar la pobreza sin un crecimiento económico sostenido, para lo que es imprescindible que los políticos asuman con seriedad el reto de gobernar bien. Al mismo tiempo, no es posible sostener verdaderamente a las nuevas democracias, muchas veces tan frágiles, ni extender los valores democráticos, si no trabajamos con energía y prudencia para estimular el desarrollo económico. Y ningún país, por poderoso que sea, puede garantizar la seguridad de su población mientras la desesperación económica y la injusticia puedan mezclarse con la tiranía y el fanatismo.

El desarrollo no es un tema de política blanda, sino un aspecto fundamental de la seguridad nacional. Aunque es verdad que existe un vínculo entre el terrorismo y la pobreza, no creemos que la pobreza sea la causa directa del terrorismo. Pocos terroristas son pobres. Los líderes terroristas del
11-S eran hombres educados, muy alejados de las capas bajas de sus sociedades. Sí es cierto que la pobreza alimenta la frustración y el resentimiento y que los empresarios de la ideología pueden convertir esos factores en apoyo o aceptación del terrorismo, sobre todo en países en los que la pobreza va acompañada de falta de derechos políticos y libertades fundamentales.

La relación entre la pobreza y la falta de libertad no es casual. Aunque la existencia de recursos contribuye al desarrollo, no es inevitable que haya pobreza en países que poseen pocos recursos naturales. No hay más que pensar en Países Bajos y Venecia, antiguamente, o Singapur e Israel, en la actualidad: territorios pequeños y sin recursos naturales importantes, pero que no han padecido pobreza ni impotencia.

Las raíces de la pobreza están en la injusticia social y el mal gobierno que la consiente. La pobreza aparece y persiste cuando la corrupción es endémica y el espíritu emprendedor está ahogado, cuando la justicia fundamental que permite el Estado de Derecho está ausente. En esas condiciones, la pobreza es una agresión contra la dignidad humana, y en dicha agresión encontramos la semilla natural del odio.

Estados Unidos no puede ganar la guerra contra el terrorismo si no abordamos las raíces sociales y políticas de la pobreza. Queremos llevar a las personas que cometen actos de terrorismo ante la justicia, pero también queremos llevar la justicia a la gente. Queremos ayudar a otros a tener gobiernos representativos que ofrezcan oportunidades y justicia. Queremos liberar el espíritu humano para que la empresa, la inversión y el comercio puedan florecer. Este objetivo es un requisito social y político indispensable para que haya desarrollo sostenible y, además, el instrumento con el que podemos eliminar las estructuras de apoyo social del terrorismo.

El desarrollo no sólo es una tarea difícil y compleja, sino también muy amplia. La mitad de la población de este planeta, alrededor de 3.000 millones de seres humanos, vive en la indigencia. Más de 1.000 millones de personas carecen de agua potable. Dos mil millones no tienen servicios higiénicos ni electricidad. A pesar de la complejidad y enormidad del reto, lo hemos afrontado sin dudar y, para ello, estamos colaborando con otros países para reformar la política de desarrollo en todo el mundo. La Cumbre para la Financiación del Desarrollo que se celebró en Monterrey, México, en 2002, alcanzó un nuevo consenso sobre el tema. Es un acuerdo que suscribimos por completo y que se apoya en tres pilares: un compromiso común de favorecer el crecimiento económico encabezado por el sector privado, el desarrollo social y la gestión sensata de los recursos naturales, siempre sobre la base de un buen gobierno y el Estado de Derecho.

INCENTIVOS DE MERCADO
Los sistemas económicos funcionan mejor cuando hay igualdad de oportunidades, cuando las personas son libres de emplear sus aptitudes para ayudarse a sí mismos y a otros a prosperar. La ayuda puede ser un catalizador del desarrollo, pero los verdaderos motores del crecimiento son el espíritu emprendedor, la inversión y el comercio. Son lo que genera puestos de trabajo, y un empleo es la red social de seguridad más importante para cualquier familia. Para que la ayuda económica a los países en vías de desarrollo tenga éxito, debe formar parte de un sistema de incentivos al buen gobierno. La ayuda exterior realmente eficaz es la que consigue quedarse obsoleta. Si un país sigue necesitando ayuda año tras año, década tras década, se vuelve dependiente del auxilio de otros.

La ayuda exterior eficaz es la que se queda obsoleta. Si un país sigue necesitando ayuda año tras año, década tras década, se vuelve dependiente

En realidad, la ayuda exterior a regímenes antidemocráticos puede ser contraproducente, porque facilita a los déspotas la posibilidad de mantener contenta a su pequeña camarilla de partidarios y, de esa forma, prolonga la longevidad de la autocracia gobernante. La ayuda exterior no representa ninguna diferencia genuina si los mercados están manipulados por autócratas que controlan el acceso a los créditos, los permisos y los puestos de trabajo. La ayuda exterior no genera crecimiento si no es posible crear instituciones bancarias sólidas, porque la transparencia deja al descubierto el nepotismo y otras formas de corrupción. La ayuda exterior no sirve de nada si la mano de hierro del autoritarismo aplasta la iniciativa individual.

En definitiva, no es posible separar la economía de la política. No podemos esperar que la democracia funcione en lugares en los que es patente la injusticia económica. No podemos esperar logros económicos sostenidos en lugares en los que la vida política está reprimida. Esta simbiosis entre la libertad política y la económica es el fundamento de la Cuenta del Milenio (CM), que ofrece un contrato a imagen del libre mercado; ésa es su peculiaridad. Los receptores del dinero de la CM tienen que cumplir una serie de requisitos para tener derecho a él. Los gobiernos deben practicar políticas que les permitan gobernar con justicia, invertir en su gente y fomentar la libertad económica. Asimismo, tienen que estar de acuerdo en utilizar la ayuda para obtener resultados que se puedan medir a la hora de reducir la pobreza y generar un amplio crecimiento económico. Dicho de otra forma, la CM es un sistema de incentivos que pretende recompensar la extensión de la libertad de palabra y reunión, la generalización del acceso a los créditos para que la gente pueda poner en marcha nuevas empresas y el acatamiento del Estado de Derecho como forma de proteger la propiedad privada y hacer respetar la inviolabilidad de los contratos. Es un sistema de incentivos para que los países proporcionen a sus ciudadanos las herramientas esenciales de su prosperidad.

El poder de la CM quedó claro ya antes de que fuera ley. Por ejemplo, un país aprobó e hizo cumplir cuatro leyes anticorrupción para poder tener derecho al dinero de la cuenta. Ahora que la CM está en funcionamiento y hay 17 países con derecho a recibir sus fondos, su influencia se extenderá rápidamente, a medida que aumente el dinero disponible para el programa. El primer año, el Congreso estadounidense destinó a este fin 1.000 millones de dólares (unos 750 millones de euros). El Gobierno ha solicitado 2.500 millones de dólares para el presente año fiscal, y confiamos en alcanzar los 5.000 millones de dólares anuales para el año fiscal de 2006.

La inmigración ilegal alimenta la criminalidad organizada, que trafica con personas con igual falta de escrúpulos que cuando trafica con armas y droga

Como es natural, no todos los países van a poder recibir el dinero de la CM de aquí a corto plazo. No todos los gobiernos autocráticos van a estar dispuestos a renunciar a parte de su poder para ayudar a su pueblo. Y la persistencia del mal gobierno seguirá engendrando inestabilidad política y las crisis humanas que suelen acompañarla. Nosotros seguiremos ayudando a remediar dichas crisis siempre que podamos. No vamos a castigar a la gente por las acciones de unos gobiernos sobre los que tienen poco o ningún control. A este respecto, es fundamental la labor de USAID. Ahora bien, la ayuda humanitaria no es más que una medida provisional. Nuestro verdadero objetivo es erradicar la pobreza y, para ello, instamos a los dirigentes de los países en vías de desarrollo a que se hagan cargo del futuro de su nación. Son ellos los máximos responsables del éxito o el fracaso de sus propios esfuerzos de desarrollo.

Creemos que ningún país está libre de esta responsabilidad ni de los posibles beneficios que se derivan de ella. Así como el presidente Bush cree que ningún niño debe quedar rezagado en la educación, que todos los niños pueden aprender, también cree que ninguna nación debe quedar atrás en materia de desarrollo, que todos los países pueden mejorar. Poco a poco, país por país, con todo el tiempo que haga falta, Bush pretende incorporar a todas las sociedades pobres, con USAID empujando por un lado y la CM tirando por el otro.

Entre tanto, podemos ayudar a los hombres y mujeres de todo el mundo a tener más capacidad de elección. La comunidad internacional necesita trabajar más para casar a las personas que desean trabajar con los mercados que necesitan su mano de obra. En el mundo, al menos 180 millones de personas no viven en sus países de origen. Algunos son refugiados políticos, pero en su gran mayoría son inmigrantes, legales o ilegales. La gente quiere vivir mejor y, muchas veces, está dispuesta a asumir riesgos temibles para lograr dar un futuro a sus familias.

Esos riesgos tienen su recompensa. Las remesas enviadas por los trabajadores emigrantes a sus países se han convertido en un salvavidas financiero para los países en vías de desarrollo; en 2003 alcanzaron un total aproximado de 93.000 millones de dólares, frente a los 77.000 millones de la ayuda oficial al desarrollo. Habría más personas dispuestas a emigrar a los mercados de trabajo con posibilidades si los obstáculos para hacerlo legalmente disminuyeran. Las remesas podrían duplicarse o incluso triplicarse. Sin embargo, hoy no existe ningún mecanismo multilateral eficaz para hacerse cargo de este asunto, ningún régimen internacional real que permita reducir los costes humanos de la inmigración ilegal.

La iniciativa mundial del presidente Bush sobre el tráfico de personas -que pretende acabar con la prostitución obligada, el trabajo forzoso y los niños soldados– forma parte de nuestro esfuerzo para acabar con la inmigración ilegal. Además, el Gobierno está trabajando para rebajar los costes del envío de remesas desde EE UU. No obstante, la acción más importante en este sentido es la propuesta que hizo Bush, en 2003, para establecer una nueva colaboración con México que incluya un programa de trabajadores temporales capaz de armonizar la mano de obra y los mercados. El presidente propuso una forma de convertir un proceso que, demasiadas veces, es ilegal, ineficaz e inhumano, en otro que respete la ley, tenga sentido desde el punto de vista económico y comprenda que, sobre todo, los trabajadores son seres humanos.

Fuego y azufre: un trabajador forzoso se toma un respiro en el trabajo en una mina de Brasil en 2003.
Fuego y azufre: un trabajador forzoso se toma un respiro en el trabajo en una mina de Brasil en 2003.

Todo eso está muy bien, pero estos principios no tienen por qué limitarse a nuestras fronteras. En cualquier sitio, la inmigración ilegal menoscaba el Estado de Derecho, presenta riesgos de salud pública y seguridad y arruina vidas. Además, la inmigración ilegal alimenta a la criminalidad organizada, que trafica con personas con la misma falta de escrúpulos que cuando trafica con drogas y armas. Las muertes de personas desesperadas en contenedores, camiones sin ventilar y sucias bodegas de buques cargueros dejan bien patente qué es lo que está en juego. La inmigración ilegal es un desafío mundial, así que es preciso abordarla a escala mundial. Debemos duplicar nuestros esfuerzos para establecer relaciones internacionales de colaboración que nos permitan resolver este terrible problema.

Unas instituciones económicas y políticas sólidas no sirven de nada si la gente no tiene la salud y la educación suficientes para disfrutarlas. Por eso luchamos contra el hambre y la malnutrición a través del programa Alimentos para la Paz, que pone donaciones en especie y ayuda alimentaria de emergencia al alcance de los países que sufren crisis de alimentos. Ayudamos a los países más pobres que invierten en sus propios habitantes, especialmente en educación.

También intentamos contribuir al desarrollo empresarial mediante programas como la Iniciativa para la Libertad Digital, que ayuda a poner nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones a disposición de hombres de negocios y pequeñas empresas en los países más pobres. Estamos llevando a cabo proyectos piloto de desarrollo de tecnología de la información en Senegal, Indonesia, Perú y Jordania. Si el resultado de estos proyectos es el que esperamos, pretendemos incorporar, al menos, a 16 países más durante los próximos cuatro años.

Ante todo, creemos que el requisito previo fundamental para el desarrollo es la existencia de unos servicios básicos de salud e higiene y, para ello, lo principal es el agua potable. El aumento de la población y de la actividad económica en muchas zonas del mundo ha hecho que cada vez sea más difícil para millones de personas tener acceso a agua potable. Unicef calcula que cada día mueren 6.000 niños por enfermedades relacionadas con el agua -como la diarrea-, que son consecuencia de las malas condiciones higiénicas. Nuestra Iniciativa de Agua para los Pobres, que ayuda a los países asociados a administrar mejor su suministro de agua y prevenir la contaminación de las preciadas existencias de agua potable, contribuirá a garantizar que cada persona, y en especial cada niño, pueda tener la perspectiva de un mundo en el que el mero hecho de beber un vaso de agua no sea un riesgo mortal. Nuestro capital inicial es de 970 millones de dólares y estamos intentando obtener una financiación mínima de 1.600 millones de dólares en todo el mundo para lograr este objetivo.

Sistema de apoyo: una niña de 11 años ayuda a su madre ciega y a su hermano a recoger agua en Zambia en 2003.
Sistema de apoyo:
una niña de 11 años ayuda a su madre ciega y a su hermano a recoger agua en Zambia en 2003.

Estamos luchando contra la enfermedad en muchos otros frentes. Junto con el G-8 (los ocho países más industrializados más Rusia), estamos empeñados en erradicar la polio de manera definitiva. El G-8, en colaboración con socios públicos y privados, se ha comprometido a aportar 3.480 millones de dólares para ello. Asimismo, estamos combatiendo la malaria y la tuberculosis resistente a los medicamentos. Y estamos decididos a mejorar el sistema público mundial de salud porque, como reveló la epidemia de SARS, las enfermedades infecciosas no respetan fronteras. Por encima de todo, luchamos contra la plaga del VIH/sida. El presidente Bush considera que la lucha contra esta pandemia es un deber moral, pero además ve los estragos que causa el VIH en el desarrollo. Sus víctimas no son sólo los que enferman, sino sociedades enteras cautivas de esta tragedia. El fondo de emergencia para el sida aprobado por el presidente va a dedicar 15.000 millones de dólares, a lo largo de cinco años, a prevenir nuevas infecciones, tratar a millones de personas ya infectadas y cuidar de los huérfanos causados por la enfermedad. Bajo el Gobierno del presidente Bush, Estados Unidos está invirtiendo casi el doble que todo el resto de los gobiernos donantes del mundo en la lucha contra el sida.

Tampoco en este aspecto se puede separar la lucha contra la enfermedad, como parte de nuestra estrategia de desarrollo, de sus dimensiones políticas y de seguridad. La lucha contra el sida no es sólo un problema médico, y el dinero no puede curar por sí solo. Es un problema con raíces sociales, y en algunos países sigue habiendo graves obstáculos políticos. Si fracasamos en esta prueba, nuestro mundo será menos seguro.

‘CONSERVADURISMO COMPASIVO’
Para que el desarrollo sea sostenible, debe ser un proceso que invierta y dé dividendos, que plante y coseche. Creemos firmemente en la administración sensata de los recursos naturales, tal como sugiere la relación entre "conservación" y "conservador". Al fin y al cabo, fue un presidente republicano, Theodore Roosevelt, quien inventó, hace casi un siglo, el concepto moderno de conservación. Nadie debe extrañarse, pues, de que el primer Gobierno de George W. Bush haya puesto en marcha 17 grandes programas para promover el desarrollo sostenible.

El objetivo de EE UU es erradicar la pobreza. Bush posee una visión de cómo lograrlo: expandiendo
sistemas políticos con igualdad de oportunidades

Por ejemplo, en 2002, durante la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible de Johanesburgo, presenté la Alianza para la Selva de la Cuenca del Congo. Este programa o iniciativa es una coalición de 13 gobiernos, tres organizaciones internacionales y 10 grupos de la sociedad civil que se han unido para proteger el segundo bosque tropical más grande del mundo. Queremos protegerlo porque es hermoso e insustituible, pero también porque da de comer a millones de personas, puesto que es una fuente esencial de recursos naturales y turismo. En 2003, el presidente Bush presentó su iniciativa contra la tala ilegal de bosques en todo el mundo. Los furtivos que cortan árboles y venden la madera dañan el medio ambiente, el negocio maderero legal y a los consumidores, porque dificultan el uso razonable de unos recursos escasos. Estamos organizándonos y organizando a nuestros socios para acabar con esta forma de profanación y robo ambiental.

También en la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible de 2002, EE UU se adhirió a la Alianza Energética para la Aldea Global. Esta asociación con miembros públicos y privados comenzó con poco más de 70 entidades y, en la actualidad, abarca más de 300 gobiernos, organizaciones internacionales, grupos empresariales y representantes de la sociedad civil. Su objetivo es elaborar estrategias nacionales y regionales de energía que mantengan el equilibrio entre las necesidades de desarrollo y los recursos, y ya está empezando a producir resultados. En los seis primeros meses de 2004, USAID dedicó más de 11.600 millones de dólares a impulsar formas limpias, rentables y saludables de energía al alcance de más de medio millón de personas, en áreas a las que los actuales sistemas de suministro energético no llegaban o llegaban mal.

También tenemos que dosificar mejor los recursos marinos para mantener el desarrollo sostenible; para ello, la Casa Blanca ha ayudado a poner en marcha la alianza White Water to Blue Water (De aguas blancas a aguas azules). Este proyecto ha empleado ya más de tres millones de dólares en crear o financiar más de un centenar de asociaciones para la gestión del ecosistema marino y costero en la zona del Caribe.

Vivimos en un mundo en el que actuar en beneficio de los demás redunda en el nuestro propio. Los principales objetivos ambientales, como asegurar la biodiversidad, afectan a toda la gente en todos los países. Por eso hemos compartido nuestra experiencia y nuestra tecnología, por eso hemos usado nuestra riqueza para ayudar a otros a crecer y desarrollarse. Porque, al ayudar a los demás, nos ayudamos a nosotros mismos.

UN MANDATO DE ESPERANZA
Nuestro objetivo es erradicar la pobreza. Bush posee una visión de cómo lograrlo: haciendo posible la expansión de sistemas políticos en los que haya igualdad de oportunidades y el respeto a la democracia y el Estado de Derecho dé a las personas libertad para utilizar sus aptitudes innatas con el fin de prosperar. Disponemos de una estrategia que ve la economía, la política y la seguridad como tres elementos de un mismo ente, una estrategia que combina métodos de crecimiento que funcionen con el desarrollo social y una gestión sensata del medio ambiente.

Tenemos un objetivo, una visión y una estrategia, pero además tenemos otra cosa tremendamente importante: fe en la capacidad de los seres humanos de interesarse por los demás. Al fin y al cabo, la mayoría de la gente no trabaja para enriquecerse; su trabajo es un acto de amor. Son personas que trabajan para dar de comer a sus cónyuges, a sus hijos y nietos, a veces a sus padres, a sus abuelos, otros familiares, amigos… Cuando comprendemos esta realidad fundamental, queda patente la dimensión moral de nuestra lucha, y eso nos proporciona nuestra motivación suprema y nuestra máxima esperanza.

Ahora, en el segundo mandato del presidente Bush, nos encontramos con una oportunidad sin precedentes para traducir nuestra esperanza en logros duraderos. EE UU lleva muchos años diciéndole a la gente, en todo el mundo, que el gobierno representativo y la economía de mercado son la mejor manera de dar rienda suelta a la energía capaz de engendrar prosperidad. A través de nuestras palabras y nuestros actos, hemos demostrado que el respeto a la dignidad humana hace más poderosas a las personas, les empuja a soñar y a trabajar para alcanzar sus sueños.

Hoy, 12 años después de que acabara la guerra fría, hay más personas con estas ideas que pueden actuar de acuerdo con sus convicciones. Más dirigentes nacionales que aceptan estos principios. Más sociedades que se incorporan a la libertad.

Pero la labor no es sencilla; los resultados no se producen de la noche a la mañana. El camino hacia la reforma y el desarrollo tiene muchos obstáculos. Estados Unidos tiene un deber moral especial de ayudar a superar dichas dificultades, y lo hacemos mediante unas políticas de desarrollo que son las más creativas desde el nacimiento de USAID y que, si el Congreso estadounidense aprueba todos los fondos propuestos, serán las más generosas desde el Plan Marshall. La ayuda del Gobierno de EE UU ha aumentado en más de un 75% desde 2001 y mantiene una trayectoria ascendente. Si se suman la ayuda oficial al desarrollo, las importaciones de países pobres y los subsidios filantrópicos concedidos voluntariamente por ciudadanos particulares y fundaciones, Estados Unidos representa, por sí solo, más del 65% de todas las actividades de desarrollo económico del G-7.

El desarrollo es una tarea muy amplia, sin duda, pero crucial. Nos jugamos la posibilidad de que la globalización resulte de utilidad para suficientes personas y en suficientes aspectos para producir un mundo próspero y estable. Nosotros creemos que es posible y estamos empeñados en garantizar ese resultado, por nosotros mismos y por los demás.

¿Algo más?
La Estrategia de Seguridad Nacional de la Administración Bush se puede encontrar en inglés en la página web de la Casa Blanca (www.whitehouse.gov). También en esta misma dirección puede encontrar información sobre la Cuenta del Milenio, incluida la lista de los 16 indicadores que se usan para certificar los esfuerzos de un país en asuntos como el buen gobierno, la inversión en el bienestar de la población y los incentivos a la economía de mercado. El segundo ‘Índice Anual de Compromiso con el Desarrollo CGD/FP’ (Foreign Policy edición española, junio/julio 2004) clasifica 21 países ricos según cuáles sean los efectos de sus políticas en el progreso de los países pobres.

Los economistas Devesh Kapur y John McHale examinan el impacto de las remesas de los inmigrantes en las economías de los países en desarrollo en ‘Salvados por las remesas’ (FP EDICIÓN ESPAÑOLA, febrero/marzo 2004). La última edición del ‘Informe sobre el tráfico de personas’ del Departamento de Estado de EE UU (Departamento de Estado, Washington, junio 2004) incluye el análisis de los esfuerzos de 141 países para controlar el tráfico ilegal de seres humanos.

La Organización Mundial de la Salud tiene una página web (Water Sanitation and Health), que incluye información sobre más de veinte enfermedades relacionadas con el agua. El sitio web de The Global Fund to Fight AIDS, Tuberculosis, and Malaria ofrece una panorámica exhaustiva sobre los esfuerzos para luchar contra el sida, la tuberculosis y la malaria, tres enfermedades que matan anualmente a seis millones de seres humanos en todo el planeta.

 


Colin Powell ha sido secretario de Estado durante la primera Administración de George W. Bush.