Órdenes sagradas
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Lo único que tiene de perverso la guerra contra el terrorismo es la retórica religiosa de EE UU.
Hace unos años paseaba por la ciudad iraní de Isfahán cuando me encontré con un grupo de adolescentes de pic-nic a orillas del río Zayandeh. Me senté con ellos a compartir un té y una pipa de agua. Al oír que hablaba persa con acento, uno me preguntó dónde vivía.
“Vivo en América”, respondí. Se hizo el silencio. Una chica de unos diecisiete años se inclinó y me preguntó en un susurro: “¿Cómo se vive en un Estado teocrático?”
Que una persona joven que vive en el único país del mundo en el que los líderes religiosos son, al mismo tiempo, las autoridades políticas pudiera creer que EE UU se ha convertido en una teocracia debería ser prueba suficiente para que los estadounidenses comprendan que la llamada guerra contra el terrorismo ha corrompido su imagen en el extranjero. Desde el instante en el que el presidente George W. Bush lanzó lo que llamó “una cruzada” contra los “malvados”, existe cada vez más la sensación –no sólo en el mundo musulmán sino incluso entre los más estrechos aliados de Washington– de que la política exterior de Estados Unidos pasa por el tamiz de una combinación de ideología religiosa y política sin precedentes.
Aunque podría perdonárseles a los políticos que utilicen un lenguaje con tintes religiosos para apelar al sentido innato de rectitud moral de los estadounidenses, no hay que olvidar que el país está envuelto en un conflicto planetario con un enemigo cuyo objetivo principal es convence...
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