Pese a ciertas similitudes superficiales, las banlieues francesas,
cuyos habitantes más jóvenes protagonizaron hace un año una espectacular revuelta que atrajo la atención del mundo, son muy diferentes a los
históricos guetos estadounidenses. La Courneuve, suburbio obrero a las afueras de París, no es el Bronx.

Mundos distintos: de izq. a dcha. y de arriba abajo, suburbio de Los Ángeles (California) en 1992; calle de Brooklyn en Nueva York; operación policial en La Courneuve parisina en 2006 y niños jugando en la piscina del mismo barrio en julio pasado.
Mundos distintos: de izq. a dcha. y de arriba abajo, suburbio de Los Ángeles (California) en 1992; calle de Brooklyn en Nueva York; operación policial en La Courneuve parisina en 2006 y niños jugando en la piscina del mismo barrio en julio pasado.

La comparación entre las dos orillas transatlánticas muestra que el discurso que intenta equiparar banlieue y gueto no responde a la realidad, excepto débiles parecidos. Ambos tienen en común que son enclaves con una fuerte concentración de minorías (negros en el caso de EE UU, inmigrantes poscoloniales y sus descendientes en Francia). La proporción de no franceses en los asentamientos del llamado cinturón rojo parisino como La Courneuve, situada al noroeste de la capital y una de las zonas más desfavorecidas del país, se ha duplicado desde los 60 y alcanzó el 25% a finales de los 90. En cambio, los afroamericanos tienen desde el principio el monopolio sobre el perímetro del cinturón negro y en los sectores limítrofes de éste hay cada vez menos familias blancas a medida que van consolidándose las zonas tampón, habitadas sobre todo por hispanos.

También a un lado y a otro del Atlántico, suburbios y guetos se han despoblado en los últimos decenios. El núcleo de Las Cuatro Mil (así llamado por el número de viviendas construidas allí) en La Courneuve perdió el 15% de sus habitantes entre 1975 y 1982, mientras que la población total del municipio disminuyó un quinto entre 1968 y 1988. Fenómenos comparables se observan en muchas cités obreras (grandes conjuntos de viviendas sociales) del cinturón rojo parisino o en antiguas villas industriales de provincias. Los guetos han visto hundirse sus efectivos al mismo tiempo que se ensanchaban sus fronteras. Por ejemplo, después de doblar su población entre 1930 y 1950, hasta el punto de alcanzar al final de la
guerra tasas de ocupación más propias del Tercer Mundo, el centro histórico del South Side de Chicago se vació en las tres décadas siguientes: de casi 200.000 habitantes en los años 50 en los tres distritos (Grand Boulevard, Oakland y Fuller Park) se pasó 30 años después a 100.000 y en 1990 a menos de 70.000.

La mortalidad infantil en el South Side de Chicago está en alza y sobrepasa los 30 muertos por cada mil habitantes, tres veces la cifra del Estado de Illinois

La pirámide de edad y la composición de las viviendas de los suburbios obreros franceses y de los guetos están distorsionadas en el mismo sentido con relación a su entorno inmediato. En el South Side, hay a la vez más menores de 20 años y más personas mayores que en el conjunto urbano. Lo mismo ocurre en Las Cuatro Mil, donde los jóvenes son el 46% (frente al 30% en todo el municipio). Además de un número elevado de niños por hogar, hay una cifra desproporcionada de familias monoparentales en las dos orillas del Atlántico. La hemorragia demográfica se explica porque estos barrios se han vaciado de actividades económicas y han sufrido la subida del paro ligada a la desindustrialización de los países avanzados. Entre 1968 y 1984, La Courneuve perdió más de 10.000 de sus 18.000 empleos obreros, mientras que el número de los trabajos industriales en la aglomeración parisina disminuyó en 280.000 (menos de un 20%). Este antiguo feudo comunista ostenta desde hace años una de las tasas de demandantes de empleo más fuertes del país: superaba el 16% en 1986, es decir, casi el doble de la media de la región de Île de France. Asimismo, el porcentaje oficial de paro en South Side oscilaba, dependiendo de los sectores, entre el 25% y el 45% en 1990, esto es, de cinco a nueve veces la media municipal. La terciarización de la economía y la deslocalización industrial golpeó con más fuerza a Chicago que a la región parisina, ya que la capital del Medio Oeste registró una pérdida de 269.000 empleos industriales y de otros 111.000 en la distribución entre 1963 y 1982. Estos recortes drásticos en el tejido industrial supusieron el hundimiento del empleo en el sector secundario en el corazón del gueto: el número de obreros del cinturón negro del South Side cayó de 36.000 personas en 1950 a 5.000 en 1980.

El último ejemplo común es la atmósfera triste y opresiva que reina tanto en el gueto como en la banlieue y el fuerte estigma de vivir en un espacio considerado como un lugar de confinamiento y que se ha convertido en sinónimo de fracaso, miseria y delincuencia. Los habitantes de La Courneuve tienden a interiorizar las representaciones mediáticas que describen Las Cuatro Mil como la "cité del miedo", " el basurero de París" o "una reserva". Para muchos jóvenes, sobre todo, es un universo odiado que impregna toda su existencia de una especie de fatalidad omnipresente que no es fácil ignorar y perpetúa el desprecio que rodea a la cité.

El mismo sentimiento de inferioridad e indignidad colectivas se encuentra en el lado estadounidense. Desde el éxodo de las clases medias y obreras estables hacia los barrios limítrofes abandonados por los blancos, en el cinturón negro sólo viven las capas más desfavorecidas de la comunidad afroamericana. El sentimiento ambivalente de pertenencia, ligado al orgullo de tener un territorio e instituciones propias que ofrecían una protección y posibilidades de ascenso en la jerarquía interna del gueto que se vivía en los años 40, se ha borrado para dejar hueco al rechazo y el distanciamiento amargo. Hoy, el primer indicador y símbolo del éxito es abandonar el barrio y el deseo más codiciado por las madres del South Side es ver a sus hijos escapar cuanto antes. Muchas no dudan en exiliar a su prole a casa de sus abuelos en los suburbios o en las barriadas rurales para protegerlos de los peligros cotidianos de la calle. La similitud de las reacciones en ambos espacios se explica porque pertenecen a categorías dominadas, relegadas a los puestos más bajos de la jerarquía simbólica de los barrios y porque son portadores de un potente estigma residencial.

PEQUEÑOS CONTINENTES
Estos puntos comunes esconden, sin embargo, diferencias estructurales y funcionales que permiten afirmar que se trata de dos modelos urbanos distintos. Son cinco las diferencias que lo prueban. El tamaño, por ejemplo. Asimilar gueto americano y cités hexagonales es como comparar un buey y una rana. A pesar de su despoblamiento, el de Chicago tiene hoy unos 400.000 habitantes y centenas de kilómetros cuadrados; los de Nueva York (Harlem, Brownsville y East New York en Brooklyn y South Bronx), casi un millón de afroamericanos; y South Central y Watts en Los Ángeles (incluso Compton al sur), varios centenares de miles. En comparación, las mayores cités francesas, las de la pequeña corona parisina, la periferia de Lyon o el norte de Marsella son más bien modestas: ninguna alcanza la décima parte del tamaño de aquellos.

Los sospechosos de siempre: agentes de policía estadounidenses detienen a dos presuntos delincuentes en South Side, en Chicago.
Los sospechosos de siempre: agentes de policía estadounidenses detienen a dos presuntos delincuentes en South Side, en Chicago.

 

Podría objetarse que esta diferencia no expresa sino la distinta escala entre las ciudades francesas y las megalópolis de EE UU. ¿No es América un continente aquejado de gigantismo? No sólo. También expresa diferencias funcionales y ecológicas. Por encerradas que estén, las cités hexagonales no son conjuntos multifuncionales dotados de una división del trabajo que les permite reproducirse sin intercambios constantes con su entorno. Lejos de ser centros de producción económica y cultural autónomos, son islas residenciales, bosques de viviendas públicas u oficiales que salpican la periferia de un paisaje urbano e industrial con el que mantienen relaciones regulares y que tienden a mezclar los usos sociales del espacio y, por tanto, a mezclar las poblaciones (de ahí, las fricciones entre ellas). La mayoría de los habitantes de Las Cuatro Mil trabajan y consumen fuera de la cité. Sus vecinos son propietarios obreros o pequeñoburgueses y les basta con caminar un poco para entrar en contacto con otros segmentos de la población y para escapar, aunque sea momentáneamente, de la atmósfera claustrofóbica de sus viviendas de alquiler reducido (HLM, en sus siglas en francés). No han desarrollado una red de instituciones paralelas propias que les permitan suplir las carencias de los organismos externos de los que han sido expulsados. A la inversa, el gueto estadounidense no es sólo una simple concentración residencial de familias pobres relegadas a un hábitat vetusto y aislado, sino un continente dotado de una división del trabajo social propia y de una (relativa) autonomía institucional que le permite funcionar de manera aislada. Como una especie de ciudad negra dentro de la ciudad, el South Side posee toda una maraña de organizaciones propias (comercios y oficinas de crédito, consultorios médicos, grupos políticos…) paralelas a las que históricamente han excluido a los negros. Aunque muy inferiores a los de la sociedad blanca, y algunos en fase terminal, estos organismos permiten que el gueto encierre dentro de sus fronteras las actividades cotidianas esenciales para sus habitantes. La mayoría tiene escaso contacto con el exterior. Muchos jóvenes viven en un completo aislamiento étnico y social: no sólo no conocen a ningún blanco, sino que no salen de su barrio y únicamente tienen contactos lejanos y esporádicos con las instituciones dominantes, con excepción de las agencias de control (asuntos sociales, policía, justicia y prisiones).

Hamburguesas halal: restaurante de comida rápida en Clichy-sous-Bois, a las afueras de París.
Hamburguesas halal: restaurante de comida rápida en Clichy-sous-Bois, a las afueras de París.

 

La cerrazón espacial y la homogeneidad racial se refuerzan con una endogamia rígida que regula el matrimonio dentro de la comunidad afroamericana: la práctica totalidad (el 97%) de las mujeres de esta raza se casan con negros, al contrario de lo que ocurre con los hijos de los inmigrantes magrebíes en Francia. Otra característica específicamente negra es la uniformidad racial. Mientras que las barriadas populares galas son zonas multiétnicas donde se concentran numerosas nacionalidades, el gueto es un caso diametralmente opuesto. El criterio primordial de rechazo en ese territorio maldito, la barrera que le separa del exterior y que prohíbe a sus habitantes fundirse con el resto de la sociedad es la descendencia de un linaje de esclavos, cuyo signo distintivo es el color de la piel. Legado histórico y producto de la inscripción en el entorno físico de la división fundacional del espacio social americano (blancos/negros), el gueto es ante todo un mecanismo de cierre racial, un dispositivo que busca encerrar a un grupo estigmatizado en un lugar físico y social reservado para impedir que se mezcle con otros y, por tanto, que los "contamine". De ahí su ambición de envolver a los dominados y la separación casi total de las comunidades, presentadas de forma ficticia como filiaciones sanguíneas excluyentes, muy cerca de lo que sería un régimen de apartheid legal en Chicago, ya que el índice de segregación alcanza el 91 (sobre 100) y no se ha movido en los últimos 50 años.

EL DISCURSO DEL MIEDO
En las antípodas se sitúa la periferia francesa que se caracteriza por la fluidez y la sorprendente diversidad de su composición étnica. Paradójicamente, uno de los efectos del discurso del miedo sobre la americanización (o guetización) ha sido borrar el hecho de que, salvo raras excepciones, las banlieues son heterogéneas social y étnicamente. A finales de los 80 en la gran corona parisina, el cabeza de familia en un tercio de los HLM era empleado por cuenta ajena frente a la quinta parte para el conjunto de los alojamientos de esa zona. En la pequeña corona, los asalariados constituían el 22% del total y el 28% de los HLM. Lo que quiere decir que la periferia está lejos de ser uniformemente proletaria.

En el plano étnico, las concentraciones francesas son aún más abigarradas: es fácil encontrar de 15 a 30 nacionalidades. Y contrariamente a la visión estereotipada de los medios, no son monopolio de familias extranjeras. En La Courneuve, casi el 80% de los habitantes de los HLM tienen nacionalidad francesa e incluso en el sur de Las Cuatro Mil, donde el 40% de sus habitantes son inmigrantes, los nacionales siguen teniendo la mayoría. Lo mismo ocurre en zonas generalmente percibidas como territorio de inmigrantes como Las Minguettes en Lyon. De hecho, salvo bolsas muy localizadas y centradas en ciertos edificios del HLM, casi no existen en territorio francés zonas ocupadas en exclusiva por una comunidad étnica o nacional extranjera.

Tres razones explican este fenómeno. En primer lugar, las poblaciones foráneas están muy dispersas. En segundo, las agencias HLM se han esforzado por prevenir la formación de esos famosos "guetos de inmigrantes". Por fin, la concentración de éstos en las cités desheredadas del extrarradio se debe, sobre todo, a su predominio en los segmentos más bajos de la clase obrera y al hecho de que la mejora de su hábitat sólo se efectúa gracias al acceso a la vivienda social. Por contra, la marginación de los negros en EE UU es la expresión de un dualismo racial que no cambia apenas cuando se asciende en la escala social. En el espacio urbano francés, la discriminación étnica en el acceso a la vivienda es real, pero se atenúa cuando los miembros de las familias de color mejoran su estatus. La prueba es la ausencia de barrios de clase media magrebí o negra en el país.

El carácter racial de la exclusión que sufren, reforzado por la estrechez de la cobertura social que ofrece el semiEstado de bienestar americano, explica que los habitantes de los guetos sufran tasas de pobreza e indigencia desconocidos en el territorio francés. Si se relaciona la población activa con el número total de habitantes, se percibe que, a pesar de la subida imparable del paro, casi la mitad de los habitantes de La Courneuve estaban ocupados en los años 90; en Las Cuatro Mil, la tasa de empleo era del 48% en el norte y casi del 40% en el sur. La mayor parte de las familias participan en la vida económica y social, lo que no
ocurre en el caso americano. En Grand Boulevard (Chicago) apenas el 16% de sus habitantes estaban empleados en 1990 y casi la mitad de las familias vivían del subsidio oficial de pobreza y los ingresos medios familiares alcanzaban a duras penas la mitad de la media municipal. Si se considera el conjunto de la población adulta del South Side y del West Side, se observa que el 57% vivía sobre todo de la asistencia pública y que el 60% debía recurrir a los cupones alimentarios estatales (food stamps) para dar de comer a sus familias. Miles de ellas además —y un número creciente de madres solas con niños de corta edad— no tienen domicilio fijo, aunque hay muchos apartamentos vacíos de protección oficial.

Dos estadísticas muestran a las claras el impacto de esta ausencia de colchón estatal en Estados Unidos y el foso que separa las barriadas marginales de ambos lados del Atlántico: la cantidad de familias sin padre y la mortalidad infantil. Hay un 6% de familias monoparentales en La Courneuve contra 60%-80% en Chicago, según los sectores, donde la mayoría viven por debajo del umbral de pobreza. La mortalidad infantil en las ciudades de la pequeña corona es apenas superior a la de la región de Île de France (8 por cada 1.000) y su tasa ha caído a la mitad en 20 años. En South Side, está en alza y sobrepasa los 30 por cada 1.000, tres veces la cifra de los niños blancos en el Estado de Illinois.

Asimilar gueto americano y ‘cité’ hexagonal es como comparar un buey y una rana. Entre ellos hay diferencias estructurales y funcionales

Los defensores de la tesis de la guetización de Francia esgrimen la inseguridad que reina en las cités como el mayor indicador de su convergencia con la inner city (centro segregado) americana. De creer a ciertos medios, los grandes núcleos obreros en declive serían nidos de vicio y de violencia, "criaderos de delincuentes" que escapan de facto al orden republicano hasta el punto de constituir una amenaza para la paz civil. Una vez más, los hechos muestran que hay un abismo entre la realidad cotidiana y su representación mediática, sin mencionar la criminalidad que alcanza niveles de pandemia en EE UU dignos de una guerra civil larvada sin equivalente en Europa. Lo que la prensa describe como violencia pública en la banlieue gala son, en esencia, comportamientos agresivos en el límite de la ley, robos, destrozos en los edificios, tráficos ilegales en ciertos bloques y broncas entre adolescentes. Por ejemplo, la sensación de inseguridad en Las Cuatro Mil se debe, sobre todo, al aislamiento de sus habitantes, a la ecología degradada del barrio y a esa pequeña delincuencia que convierte a los jóvenes en chivos expiatorios de todos los males. Los atracos a mano armada son raros (unos 20 en un año normal) y los crímenes más graves no acaban en asesinato más que en contadas ocasiones.

MALAS CALLES
En el gueto, la violencia física es una realidad palpable que trastorna la vida diaria. Es inimaginable coger el metro y pasear por el South Side para charlar con la gente como se puede hacer en cualquier ciudad de la periferia parisina: la frecuencia de los homicidios, violaciones, robos y agresiones es tan grande que supone la práctica desaparición del espacio público. Sus habitantes organizan su rutina laboral de forma que evitan salir de sus casas siempre que pueden, huyen de los transportes públicos comunitarios y de atravesar ciertos lugares. Las ventanas y las puertas de las habitaciones están protegidas por pesadas rejas de metal, iguales a las de los comercios que emplean, sobre todo, a vigilantes privados para filtrar la clientela. En el centro del South Side, los constantes enfrentamientos entre bandas callejeras y narcotraficantes han dado lugar a una verdadera y mortífera guerrilla urbana a causa de la proliferación de armas de fuego. En 1990, los homicidios alcanzaban la astronómica cifra de 100 por cada 100.000 personas, 10 veces la media estadounidense y 75 la francesa. El asesinato es la primera causa de muerte de los jóvenes afroamericanos. En Harlem, la esperanza de vida de un negro de 35 años es inferior a la de un habitante de Bangladesh. Los tiroteos son tan comunes que los niños aprenden desde pequeños a tirarse al suelo y a reptar para evitar las balas. El último contraste es el estado de ruina de las viviendas, las infraestructuras públicas y del marco vital en el corazón segregado de las ciudades estadounidenses. Los barrios afroamericanos pobres de Nueva York, Chicago, Baltimore o Detroit parecen zonas de guerra —así las llaman sus habitantes— que hubieran sido bombardeadas de forma intensiva dejando milles de edificios abandonados o hundidos, esqueletos de almacenes quemados, de fábricas enmohecidas y de casas condenadas que bordean calles cortadas por terrenos baldíos cubiertos de basuras y de grava, con aceras desconchadas, escasamente iluminadas por la noche y sin rastro de vida. Carreteras, puentes, túneles, cloacas, líneas ferroviarias, pero también parques de bomberos, estaciones de policía, hospitales y escuelas presentan el mismo estado avanzado de decrepitud, cuando no han sido abandonadas por la llamada política de planned shrinkage (reducción planeada) de los años 70 como respuesta a la crisis fiscal de las grandes ciudades que hizo recaer en los guetos gran parte de los recortes presupuestarios.

Uno de los efectos del discurso sobre la ‘americanización’ de Francia es borrar el hecho de que las ‘banlieues’ son heterogéneas social y étnicamente

La formación de barbechos urbanos es impensable en Francia (o en cualquier otro lugar de Europa occidental), donde la gestión del espacio y las poblaciones son objeto de un encuadre político administrativo que moviliza una vasta red de actores locales, regionales y nacionales. Además, desde inicios de los 90, las barriadas obreras degradadas, rebautizadas como "islotes sensibles" son objetivo de un plan concertado de renovación llamado "desarrollo social de los barrios" (DSQ, en sus siglas en francés) que ha comenzado a hacer recular el hábitat insalubre y que logra, en ciertos lugares, detener la huida de las clases medias fuera de los HLM. Cierto es que estas medidas, no son más que un último recurso en la medida que no atacan la raíz del mal: el paro crónico y la precariedad generalizada. Pero demuestran una voluntad y una toma de responsabilidad colectivas que son lo opuesto a la actitud de benign neglet (olvido benigno) de los poderes públicos estadounidenses. El programa de DSQ y la renta mínima de inserción (RMI), que es su equivalente social, contrastan con la política de abandono urbano de Washington que, combinada con la persistencia de una rígida segregación racial, constituye una de las causas mayores de desmembración en el gueto.

SIN ‘APARTHEID’ EN FRANCIA
Al contrario de lo que ocurre en Estados Unidos, la banlieue francesa no es una formación social homogénea, portadora de una identidad cultural unitaria, que disfruta de una autonomía y de una duplicación institucional avanzadas, fundada sobre una dicotomía entre razas, oficialmente reconocida o tolerada por el Estado. No ha tenido jamás y tampoco hoy vocación de compartimentarse como grupo particular, al revés de lo que ocurre en los cinturones negros de las metrópolis estadounidenses que han sido siempre una especie de contenedor urbano antes de ser una reserva de mano de obra o un depósito de detritus sociales.

Hablar de gueto en Francia, dentro de la importación de conceptos americanos tanto más expandidos cuando menos comprendidos, dificulta un diagnóstico riguroso de la situación de la comunidad negra de EE UU y de la trayectoria de las poblaciones marginadas de las zonas urbanas periféricas del hexágono francés y más allá de la evolución de los barrios populares de otras ciudades de Europa golpeadas por la desregulación económica y la dualización espacial. Es, en principio, desconocer la especifidad histórica de la división racial de la sociedad estadounidense, inscrita tanto en el espacio como en lo más profundo de las instituciones y los cerebros y que, al no admitir término medio, encuentra su prolongación en estas estrategias sociales y programas estáticos racialmente polarizados y polarizantes. Es, además, borrar todas las diferencias entre Washington y París legadas por la historia urbana y continuamente reactivadas por las estructuras y las políticas públicas profundamente dispares de ambos países. Es, al final, amalgamar inmigración y desmembramiento de las cités, mientras todo indica que esos dos problemas obedecen a lógicas sociales que, aunque no pueden separarse, no deben confundirse.

Libertad, igualdad y seguridad: manifestantes contra la violencia en los suburbios en el Muro de la Paz, París, en noviembre de 2005.
Libertad, igualdad y seguridad: manifestantes contra la violencia en los suburbios en el Muro de la Paz, París, en noviembre de 2005.

 

El gueto no es un simple barrio étnico, basado en la afinidad cultural o un enclave de miseria y violencia, sino un instrumento de encierro socioespacial de una categoría estigmatizada. Así como ocurrió con los judíos en la Europa renacentista, esos cinturones negros contienen sólo gente de color y tiende a envolver al grupo bajo los efectos de una coacción que se impone a todos sus miembros, ricos o pobres. Es una ciudad negra dentro de la blanca, dotada de una densa red de instituciones llevadas por y para los negros que les sirven de escudo protector contra la dominación blanca. Al revés del reagrupamiento étnico, su vocación no es servir de lugar de adaptación a la sociedad circundante sino apartarla de forma permanente. En ese sentido, no existe gueto de los inmigrantes o árabe en Francia, como tampoco existe uno antillano en Inglaterra, surinamés en los Países Bajos, turco en Alemania o marroquí en España. Sus habitantes, cualquiera que sea su origen y a pesar de la discriminación del apellido y del color de la piel, escapan de estas ciudades desheredadas en cuanto acumulan capital económico y cultural necesario para ascender de clase social. El filósofo Ludwig Wittgenstein recomendaba "desconfiar del poder que posee el lenguaje de hacer que todo se parezca". Esta advertencia se aplica con particular pertinencia al término gueto, cuyo uso incontrolado —científicamente dudoso y políticamente irresponsable— en el debate europeo sobre la ciudad ha tenido hasta ahora como efecto principal obscurecer el proceso de descomposición de los territorios obreros y reforzar la espiral de estigmatización que tiende a convertir a las banlieues en guetos simbólicos.

 

¿Algo más?
Loïc Wacquant, sociólogo formado en Francia y en Estados Unidos, alumno y colaborador de Pierre Bourdieu, es especialista en materias como la desigualdad urbana, la dominación racial, la política penitenciaria, la violencia y la teoría sociológica. Además de Parias urbains. Ghetto, banlieues, État (Ed. La Decouverte, París, 2006), libro del que se ha adaptado este artículo, ha publicado, entre otros: Las cárceles de la miseria (Alianza Editorial, Madrid, 2001); Repensar los Estados Unidos: para una sociología del hiperpoder (Anthropos, Editorial del Hombre, Madrid, 2005), Entre las cuerdas: cuadernos etnográficos de un aprendiz de boxeador (Alianza Editorial, Madrid, 2004), El misterio del ministerio: Pierre Bourdieu y la política democrática (Ed. Gedisa, Barcelona, 2005) y, en colaboración con el propio Bourdieu, Una invitación a la sociología reflexiva (Siglo XXI editores, Madrid, 2005).

Para un estudio general sobre los guetos negros en Estados Unidos hay que destacar el ya clásico Black Metropolis , de S. C. Drake y H. Cayton (Chicago University Press, Chicago, 1993) y The Truly Disadvantaged , de W. J. Wilson (Chicago University Press, Chicago, 1987). Para estudiar casos concretos y su evolución en los distintos países de Europa occidental son muy útiles An den Rändern der Städte, Armut und Ausgrenzung , de H. Haüsserman et al. (Suhrkampf, Frankfurt, 2004), Un Nanterre algérien, terre de bidonvilles , de Abdelmalek Sayad (Autrement, París, 1998), ‘Does Britain Have Ghettos?’ (Transactions of the Institute of British Geographers, vol. 21: 216-235, 1996) de Ceri Peach y Europe at the Margins: New Mosaic of Inequality (J.Wiley, Nueva York, 1995) de Costis Hadjimichalis y David Sadler (dir).

 

 

Pese a ciertas similitudes superficiales, las banlieues francesas,
cuyos habitantes más jóvenes protagonizaron hace un año una espectacular revuelta que atrajo la atención del mundo, son muy diferentes a los
históricos guetos estadounidenses. La Courneuve, suburbio obrero a las afueras de París, no es el Bronx.
Loïc Wacquant

Mundos distintos: de izq. a dcha. y de arriba abajo, suburbio de Los Ángeles (California) en 1992; calle de Brooklyn en Nueva York; operación policial en La Courneuve parisina en 2006 y niños jugando en la piscina del mismo barrio en julio pasado.
Mundos distintos: de izq. a dcha. y de arriba abajo, suburbio de Los Ángeles (California) en 1992; calle de Brooklyn en Nueva York; operación policial en La Courneuve parisina en 2006 y niños jugando en la piscina del mismo barrio en julio pasado.

La comparación entre las dos orillas transatlánticas muestra que el discurso que intenta equiparar banlieue y gueto no responde a la realidad, excepto débiles parecidos. Ambos tienen en común que son enclaves con una fuerte concentración de minorías (negros en el caso de EE UU, inmigrantes poscoloniales y sus descendientes en Francia). La proporción de no franceses en los asentamientos del llamado cinturón rojo parisino como La Courneuve, situada al noroeste de la capital y una de las zonas más desfavorecidas del país, se ha duplicado desde los 60 y alcanzó el 25% a finales de los 90. En cambio, los afroamericanos tienen desde el principio el monopolio sobre el perímetro del cinturón negro y en los sectores limítrofes de éste hay cada vez menos familias blancas a medida que van consolidándose las zonas tampón, habitadas sobre todo por hispanos.

También a un lado y a otro del Atlántico, suburbios y guetos se han despoblado en los últimos decenios. El núcleo de Las Cuatro Mil (así llamado por el número de viviendas construidas allí) en La Courneuve perdió el 15% de sus habitantes entre 1975 y 1982, mientras que la población total del municipio disminuyó un quinto entre 1968 y 1988. Fenómenos comparables se observan en muchas cités obreras (grandes conjuntos de viviendas sociales) del cinturón rojo parisino o en antiguas villas industriales de provincias. Los guetos han visto hundirse sus efectivos al mismo tiempo que se ensanchaban sus fronteras. Por ejemplo, después de doblar su población entre 1930 y 1950, hasta el punto de alcanzar al final de la
guerra tasas de ocupación más propias del Tercer Mundo, el centro histórico del South Side de Chicago se vació en las tres décadas siguientes: de casi 200.000 habitantes en los años 50 en los tres distritos (Grand Boulevard, Oakland y Fuller Park) se pasó 30 años después a 100.000 y en 1990 a menos de 70.000.

La mortalidad infantil en el South Side de Chicago está en alza y sobrepasa los 30 muertos por cada mil habitantes, tres veces la cifra del Estado de Illinois

La pirámide de edad y la composición de las viviendas de los suburbios obreros franceses y de los guetos están distorsionadas en el mismo sentido con relación a su entorno inmediato. En el South Side, hay a la vez más menores de 20 años y más personas mayores que en el conjunto urbano. Lo mismo ocurre en Las Cuatro Mil, donde los jóvenes son el 46% (frente al 30% en todo el municipio). Además de un número elevado de niños por hogar, hay una cifra desproporcionada de familias monoparentales en las dos orillas del Atlántico. La hemorragia demográfica se explica porque estos barrios se han vaciado de actividades económicas y han sufrido la subida del paro ligada a la desindustrialización de los países avanzados. Entre 1968 y 1984, La Courneuve perdió más de 10.000 de sus 18.000 empleos obreros, mientras que el número de los trabajos industriales en la aglomeración parisina disminuyó en 280.000 (menos de un 20%). Este antiguo feudo comunista ostenta desde hace años una de las tasas de demandantes de empleo más fuertes del país: superaba el 16% en 1986, es decir, casi el doble de la media de la región de Île de France. Asimismo, el porcentaje oficial de paro en South Side oscilaba, dependiendo de los sectores, entre el 25% y el 45% en 1990, esto es, de cinco a nueve veces la media municipal. La terciarización de la economía y la deslocalización industrial golpeó con más fuerza a Chicago que a la región parisina, ya que la capital del Medio Oeste registró una pérdida de 269.000 empleos industriales y de otros 111.000 en la distribución entre 1963 y 1982. Estos recortes drásticos en el tejido industrial supusieron el hundimiento del empleo en el sector secundario en el corazón del gueto: el número de obreros del cinturón negro del South Side cayó de 36.000 personas en 1950 a 5.000 en 1980.

El último ejemplo común es la atmósfera triste y opresiva que reina tanto en el gueto como en la banlieue y el fuerte estigma de vivir en un espacio considerado como un lugar de confinamiento y que se ha convertido en sinónimo de fracaso, miseria y delincuencia. Los habitantes de La Courneuve tienden a interiorizar las representaciones mediáticas que describen Las Cuatro Mil como la "cité del miedo", " el basurero de París" o "una reserva". Para muchos jóvenes, sobre todo, es un universo odiado que impregna toda su existencia de una especie de fatalidad omnipresente que no es fácil ignorar y perpetúa el desprecio que rodea a la cité.

El mismo sentimiento de inferioridad e indignidad colectivas se encuentra en el lado estadounidense. Desde el éxodo de las clases medias y obreras estables hacia los barrios limítrofes abandonados por los blancos, en el cinturón negro sólo viven las capas más desfavorecidas de la comunidad afroamericana. El sentimiento ambivalente de pertenencia, ligado al orgullo de tener un territorio e instituciones propias que ofrecían una protección y posibilidades de ascenso en la jerarquía interna del gueto que se vivía en los años 40, se ha borrado para dejar hueco al rechazo y el distanciamiento amargo. Hoy, el primer indicador y símbolo del éxito es abandonar el barrio y el deseo más codiciado por las madres del South Side es ver a sus hijos escapar cuanto antes. Muchas no dudan en exiliar a su prole a casa de sus abuelos en los suburbios o en las barriadas rurales para protegerlos de los peligros cotidianos de la calle. La similitud de las reacciones en ambos espacios se explica porque pertenecen a categorías dominadas, relegadas a los puestos más bajos de la jerarquía simbólica de los barrios y porque son portadores de un potente estigma residencial.

PEQUEÑOS CONTINENTES
Estos puntos comunes esconden, sin embargo, diferencias estructurales y funcionales que permiten afirmar que se trata de dos modelos urbanos distintos. Son cinco las diferencias que lo prueban. El tamaño, por ejemplo. Asimilar gueto americano y cités hexagonales es como comparar un buey y una rana. A pesar de su despoblamiento, el de Chicago tiene hoy unos 400.000 habitantes y centenas de kilómetros cuadrados; los de Nueva York (Harlem, Brownsville y East New York en Brooklyn y South Bronx), casi un millón de afroamericanos; y South Central y Watts en Los Ángeles (incluso Compton al sur), varios centenares de miles. En comparación, las mayores cités francesas, las de la pequeña corona parisina, la periferia de Lyon o el norte de Marsella son más bien modestas: ninguna alcanza la décima parte del tamaño de aquellos.

Los sospechosos de siempre: agentes de policía estadounidenses detienen a dos presuntos delincuentes en South Side, en Chicago.
Los sospechosos de siempre: agentes de policía estadounidenses detienen a dos presuntos delincuentes en South Side, en Chicago.

 

Podría objetarse que esta diferencia no expresa sino la distinta escala entre las ciudades francesas y las megalópolis de EE UU. ¿No es América un continente aquejado de gigantismo? No sólo. También expresa diferencias funcionales y ecológicas. Por encerradas que estén, las cités hexagonales no son conjuntos multifuncionales dotados de una división del trabajo que les permite reproducirse sin intercambios constantes con su entorno. Lejos de ser centros de producción económica y cultural autónomos, son islas residenciales, bosques de viviendas públicas u oficiales que salpican la periferia de un paisaje urbano e industrial con el que mantienen relaciones regulares y que tienden a mezclar los usos sociales del espacio y, por tanto, a mezclar las poblaciones (de ahí, las fricciones entre ellas). La mayoría de los habitantes de Las Cuatro Mil trabajan y consumen fuera de la cité. Sus vecinos son propietarios obreros o pequeñoburgueses y les basta con caminar un poco para entrar en contacto con otros segmentos de la población y para escapar, aunque sea momentáneamente, de la atmósfera claustrofóbica de sus viviendas de alquiler reducido (HLM, en sus siglas en francés). No han desarrollado una red de instituciones paralelas propias que les permitan suplir las carencias de los organismos externos de los que han sido expulsados. A la inversa, el gueto estadounidense no es sólo una simple concentración residencial de familias pobres relegadas a un hábitat vetusto y aislado, sino un continente dotado de una división del trabajo social propia y de una (relativa) autonomía institucional que le permite funcionar de manera aislada. Como una especie de ciudad negra dentro de la ciudad, el South Side posee toda una maraña de organizaciones propias (comercios y oficinas de crédito, consultorios médicos, grupos políticos…) paralelas a las que históricamente han excluido a los negros. Aunque muy inferiores a los de la sociedad blanca, y algunos en fase terminal, estos organismos permiten que el gueto encierre dentro de sus fronteras las actividades cotidianas esenciales para sus habitantes. La mayoría tiene escaso contacto con el exterior. Muchos jóvenes viven en un completo aislamiento étnico y social: no sólo no conocen a ningún blanco, sino que no salen de su barrio y únicamente tienen contactos lejanos y esporádicos con las instituciones dominantes, con excepción de las agencias de control (asuntos sociales, policía, justicia y prisiones).

Hamburguesas halal: restaurante de comida rápida en Clichy-sous-Bois, a las afueras de París.
Hamburguesas halal: restaurante de comida rápida en Clichy-sous-Bois, a las afueras de París.

 

La cerrazón espacial y la homogeneidad racial se refuerzan con una endogamia rígida que regula el matrimonio dentro de la comunidad afroamericana: la práctica totalidad (el 97%) de las mujeres de esta raza se casan con negros, al contrario de lo que ocurre con los hijos de los inmigrantes magrebíes en Francia. Otra característica específicamente negra es la uniformidad racial. Mientras que las barriadas populares galas son zonas multiétnicas donde se concentran numerosas nacionalidades, el gueto es un caso diametralmente opuesto. El criterio primordial de rechazo en ese territorio maldito, la barrera que le separa del exterior y que prohíbe a sus habitantes fundirse con el resto de la sociedad es la descendencia de un linaje de esclavos, cuyo signo distintivo es el color de la piel. Legado histórico y producto de la inscripción en el entorno físico de la división fundacional del espacio social americano (blancos/negros), el gueto es ante todo un mecanismo de cierre racial, un dispositivo que busca encerrar a un grupo estigmatizado en un lugar físico y social reservado para impedir que se mezcle con otros y, por tanto, que los "contamine". De ahí su ambición de envolver a los dominados y la separación casi total de las comunidades, presentadas de forma ficticia como filiaciones sanguíneas excluyentes, muy cerca de lo que sería un régimen de apartheid legal en Chicago, ya que el índice de segregación alcanza el 91 (sobre 100) y no se ha movido en los últimos 50 años.

EL DISCURSO DEL MIEDO
En las antípodas se sitúa la periferia francesa que se caracteriza por la fluidez y la sorprendente diversidad de su composición étnica. Paradójicamente, uno de los efectos del discurso del miedo sobre la americanización (o guetización) ha sido borrar el hecho de que, salvo raras excepciones, las banlieues son heterogéneas social y étnicamente. A finales de los 80 en la gran corona parisina, el cabeza de familia en un tercio de los HLM era empleado por cuenta ajena frente a la quinta parte para el conjunto de los alojamientos de esa zona. En la pequeña corona, los asalariados constituían el 22% del total y el 28% de los HLM. Lo que quiere decir que la periferia está lejos de ser uniformemente proletaria.

En el plano étnico, las concentraciones francesas son aún más abigarradas: es fácil encontrar de 15 a 30 nacionalidades. Y contrariamente a la visión estereotipada de los medios, no son monopolio de familias extranjeras. En La Courneuve, casi el 80% de los habitantes de los HLM tienen nacionalidad francesa e incluso en el sur de Las Cuatro Mil, donde el 40% de sus habitantes son inmigrantes, los nacionales siguen teniendo la mayoría. Lo mismo ocurre en zonas generalmente percibidas como territorio de inmigrantes como Las Minguettes en Lyon. De hecho, salvo bolsas muy localizadas y centradas en ciertos edificios del HLM, casi no existen en territorio francés zonas ocupadas en exclusiva por una comunidad étnica o nacional extranjera.

Tres razones explican este fenómeno. En primer lugar, las poblaciones foráneas están muy dispersas. En segundo, las agencias HLM se han esforzado por prevenir la formación de esos famosos "guetos de inmigrantes". Por fin, la concentración de éstos en las cités desheredadas del extrarradio se debe, sobre todo, a su predominio en los segmentos más bajos de la clase obrera y al hecho de que la mejora de su hábitat sólo se efectúa gracias al acceso a la vivienda social. Por contra, la marginación de los negros en EE UU es la expresión de un dualismo racial que no cambia apenas cuando se asciende en la escala social. En el espacio urbano francés, la discriminación étnica en el acceso a la vivienda es real, pero se atenúa cuando los miembros de las familias de color mejoran su estatus. La prueba es la ausencia de barrios de clase media magrebí o negra en el país.

El carácter racial de la exclusión que sufren, reforzado por la estrechez de la cobertura social que ofrece el semiEstado de bienestar americano, explica que los habitantes de los guetos sufran tasas de pobreza e indigencia desconocidos en el territorio francés. Si se relaciona la población activa con el número total de habitantes, se percibe que, a pesar de la subida imparable del paro, casi la mitad de los habitantes de La Courneuve estaban ocupados en los años 90; en Las Cuatro Mil, la tasa de empleo era del 48% en el norte y casi del 40% en el sur. La mayor parte de las familias participan en la vida económica y social, lo que no
ocurre en el caso americano. En Grand Boulevard (Chicago) apenas el 16% de sus habitantes estaban empleados en 1990 y casi la mitad de las familias vivían del subsidio oficial de pobreza y los ingresos medios familiares alcanzaban a duras penas la mitad de la media municipal. Si se considera el conjunto de la población adulta del South Side y del West Side, se observa que el 57% vivía sobre todo de la asistencia pública y que el 60% debía recurrir a los cupones alimentarios estatales (food stamps) para dar de comer a sus familias. Miles de ellas además —y un número creciente de madres solas con niños de corta edad— no tienen domicilio fijo, aunque hay muchos apartamentos vacíos de protección oficial.

Dos estadísticas muestran a las claras el impacto de esta ausencia de colchón estatal en Estados Unidos y el foso que separa las barriadas marginales de ambos lados del Atlántico: la cantidad de familias sin padre y la mortalidad infantil. Hay un 6% de familias monoparentales en La Courneuve contra 60%-80% en Chicago, según los sectores, donde la mayoría viven por debajo del umbral de pobreza. La mortalidad infantil en las ciudades de la pequeña corona es apenas superior a la de la región de Île de France (8 por cada 1.000) y su tasa ha caído a la mitad en 20 años. En South Side, está en alza y sobrepasa los 30 por cada 1.000, tres veces la cifra de los niños blancos en el Estado de Illinois.

Asimilar gueto americano y ‘cité’ hexagonal es como comparar un buey y una rana. Entre ellos hay diferencias estructurales y funcionales

Los defensores de la tesis de la guetización de Francia esgrimen la inseguridad que reina en las cités como el mayor indicador de su convergencia con la inner city (centro segregado) americana. De creer a ciertos medios, los grandes núcleos obreros en declive serían nidos de vicio y de violencia, "criaderos de delincuentes" que escapan de facto al orden republicano hasta el punto de constituir una amenaza para la paz civil. Una vez más, los hechos muestran que hay un abismo entre la realidad cotidiana y su representación mediática, sin mencionar la criminalidad que alcanza niveles de pandemia en EE UU dignos de una guerra civil larvada sin equivalente en Europa. Lo que la prensa describe como violencia pública en la banlieue gala son, en esencia, comportamientos agresivos en el límite de la ley, robos, destrozos en los edificios, tráficos ilegales en ciertos bloques y broncas entre adolescentes. Por ejemplo, la sensación de inseguridad en Las Cuatro Mil se debe, sobre todo, al aislamiento de sus habitantes, a la ecología degradada del barrio y a esa pequeña delincuencia que convierte a los jóvenes en chivos expiatorios de todos los males. Los atracos a mano armada son raros (unos 20 en un año normal) y los crímenes más graves no acaban en asesinato más que en contadas ocasiones.

MALAS CALLES
En el gueto, la violencia física es una realidad palpable que trastorna la vida diaria. Es inimaginable coger el metro y pasear por el South Side para charlar con la gente como se puede hacer en cualquier ciudad de la periferia parisina: la frecuencia de los homicidios, violaciones, robos y agresiones es tan grande que supone la práctica desaparición del espacio público. Sus habitantes organizan su rutina laboral de forma que evitan salir de sus casas siempre que pueden, huyen de los transportes públicos comunitarios y de atravesar ciertos lugares. Las ventanas y las puertas de las habitaciones están protegidas por pesadas rejas de metal, iguales a las de los comercios que emplean, sobre todo, a vigilantes privados para filtrar la clientela. En el centro del South Side, los constantes enfrentamientos entre bandas callejeras y narcotraficantes han dado lugar a una verdadera y mortífera guerrilla urbana a causa de la proliferación de armas de fuego. En 1990, los homicidios alcanzaban la astronómica cifra de 100 por cada 100.000 personas, 10 veces la media estadounidense y 75 la francesa. El asesinato es la primera causa de muerte de los jóvenes afroamericanos. En Harlem, la esperanza de vida de un negro de 35 años es inferior a la de un habitante de Bangladesh. Los tiroteos son tan comunes que los niños aprenden desde pequeños a tirarse al suelo y a reptar para evitar las balas. El último contraste es el estado de ruina de las viviendas, las infraestructuras públicas y del marco vital en el corazón segregado de las ciudades estadounidenses. Los barrios afroamericanos pobres de Nueva York, Chicago, Baltimore o Detroit parecen zonas de guerra —así las llaman sus habitantes— que hubieran sido bombardeadas de forma intensiva dejando milles de edificios abandonados o hundidos, esqueletos de almacenes quemados, de fábricas enmohecidas y de casas condenadas que bordean calles cortadas por terrenos baldíos cubiertos de basuras y de grava, con aceras desconchadas, escasamente iluminadas por la noche y sin rastro de vida. Carreteras, puentes, túneles, cloacas, líneas ferroviarias, pero también parques de bomberos, estaciones de policía, hospitales y escuelas presentan el mismo estado avanzado de decrepitud, cuando no han sido abandonadas por la llamada política de planned shrinkage (reducción planeada) de los años 70 como respuesta a la crisis fiscal de las grandes ciudades que hizo recaer en los guetos gran parte de los recortes presupuestarios.

Uno de los efectos del discurso sobre la ‘americanización’ de Francia es borrar el hecho de que las ‘banlieues’ son heterogéneas social y étnicamente

La formación de barbechos urbanos es impensable en Francia (o en cualquier otro lugar de Europa occidental), donde la gestión del espacio y las poblaciones son objeto de un encuadre político administrativo que moviliza una vasta red de actores locales, regionales y nacionales. Además, desde inicios de los 90, las barriadas obreras degradadas, rebautizadas como "islotes sensibles" son objetivo de un plan concertado de renovación llamado "desarrollo social de los barrios" (DSQ, en sus siglas en francés) que ha comenzado a hacer recular el hábitat insalubre y que logra, en ciertos lugares, detener la huida de las clases medias fuera de los HLM. Cierto es que estas medidas, no son más que un último recurso en la medida que no atacan la raíz del mal: el paro crónico y la precariedad generalizada. Pero demuestran una voluntad y una toma de responsabilidad colectivas que son lo opuesto a la actitud de benign neglet (olvido benigno) de los poderes públicos estadounidenses. El programa de DSQ y la renta mínima de inserción (RMI), que es su equivalente social, contrastan con la política de abandono urbano de Washington que, combinada con la persistencia de una rígida segregación racial, constituye una de las causas mayores de desmembración en el gueto.

SIN ‘APARTHEID’ EN FRANCIA
Al contrario de lo que ocurre en Estados Unidos, la banlieue francesa no es una formación social homogénea, portadora de una identidad cultural unitaria, que disfruta de una autonomía y de una duplicación institucional avanzadas, fundada sobre una dicotomía entre razas, oficialmente reconocida o tolerada por el Estado. No ha tenido jamás y tampoco hoy vocación de compartimentarse como grupo particular, al revés de lo que ocurre en los cinturones negros de las metrópolis estadounidenses que han sido siempre una especie de contenedor urbano antes de ser una reserva de mano de obra o un depósito de detritus sociales.

Hablar de gueto en Francia, dentro de la importación de conceptos americanos tanto más expandidos cuando menos comprendidos, dificulta un diagnóstico riguroso de la situación de la comunidad negra de EE UU y de la trayectoria de las poblaciones marginadas de las zonas urbanas periféricas del hexágono francés y más allá de la evolución de los barrios populares de otras ciudades de Europa golpeadas por la desregulación económica y la dualización espacial. Es, en principio, desconocer la especifidad histórica de la división racial de la sociedad estadounidense, inscrita tanto en el espacio como en lo más profundo de las instituciones y los cerebros y que, al no admitir término medio, encuentra su prolongación en estas estrategias sociales y programas estáticos racialmente polarizados y polarizantes. Es, además, borrar todas las diferencias entre Washington y París legadas por la historia urbana y continuamente reactivadas por las estructuras y las políticas públicas profundamente dispares de ambos países. Es, al final, amalgamar inmigración y desmembramiento de las cités, mientras todo indica que esos dos problemas obedecen a lógicas sociales que, aunque no pueden separarse, no deben confundirse.

Libertad, igualdad y seguridad: manifestantes contra la violencia en los suburbios en el Muro de la Paz, París, en noviembre de 2005.
Libertad, igualdad y seguridad: manifestantes contra la violencia en los suburbios en el Muro de la Paz, París, en noviembre de 2005.

 

El gueto no es un simple barrio étnico, basado en la afinidad cultural o un enclave de miseria y violencia, sino un instrumento de encierro socioespacial de una categoría estigmatizada. Así como ocurrió con los judíos en la Europa renacentista, esos cinturones negros contienen sólo gente de color y tiende a envolver al grupo bajo los efectos de una coacción que se impone a todos sus miembros, ricos o pobres. Es una ciudad negra dentro de la blanca, dotada de una densa red de instituciones llevadas por y para los negros que les sirven de escudo protector contra la dominación blanca. Al revés del reagrupamiento étnico, su vocación no es servir de lugar de adaptación a la sociedad circundante sino apartarla de forma permanente. En ese sentido, no existe gueto de los inmigrantes o árabe en Francia, como tampoco existe uno antillano en Inglaterra, surinamés en los Países Bajos, turco en Alemania o marroquí en España. Sus habitantes, cualquiera que sea su origen y a pesar de la discriminación del apellido y del color de la piel, escapan de estas ciudades desheredadas en cuanto acumulan capital económico y cultural necesario para ascender de clase social. El filósofo Ludwig Wittgenstein recomendaba "desconfiar del poder que posee el lenguaje de hacer que todo se parezca". Esta advertencia se aplica con particular pertinencia al término gueto, cuyo uso incontrolado —científicamente dudoso y políticamente irresponsable— en el debate europeo sobre la ciudad ha tenido hasta ahora como efecto principal obscurecer el proceso de descomposición de los territorios obreros y reforzar la espiral de estigmatización que tiende a convertir a las banlieues en guetos simbólicos.

 

¿Algo más?
Loïc Wacquant, sociólogo formado en Francia y en Estados Unidos, alumno y colaborador de Pierre Bourdieu, es especialista en materias como la desigualdad urbana, la dominación racial, la política penitenciaria, la violencia y la teoría sociológica. Además de Parias urbains. Ghetto, banlieues, État (Ed. La Decouverte, París, 2006), libro del que se ha adaptado este artículo, ha publicado, entre otros: Las cárceles de la miseria (Alianza Editorial, Madrid, 2001); Repensar los Estados Unidos: para una sociología del hiperpoder (Anthropos, Editorial del Hombre, Madrid, 2005), Entre las cuerdas: cuadernos etnográficos de un aprendiz de boxeador (Alianza Editorial, Madrid, 2004), El misterio del ministerio: Pierre Bourdieu y la política democrática (Ed. Gedisa, Barcelona, 2005) y, en colaboración con el propio Bourdieu, Una invitación a la sociología reflexiva (Siglo XXI editores, Madrid, 2005).

Para un estudio general sobre los guetos negros en Estados Unidos hay que destacar el ya clásico Black Metropolis , de S. C. Drake y H. Cayton (Chicago University Press, Chicago, 1993) y The Truly Disadvantaged , de W. J. Wilson (Chicago University Press, Chicago, 1987). Para estudiar casos concretos y su evolución en los distintos países de Europa occidental son muy útiles An den Rändern der Städte, Armut und Ausgrenzung , de H. Haüsserman et al. (Suhrkampf, Frankfurt, 2004), Un Nanterre algérien, terre de bidonvilles , de Abdelmalek Sayad (Autrement, París, 1998), ‘Does Britain Have Ghettos?’ (Transactions of the Institute of British Geographers, vol. 21: 216-235, 1996) de Ceri Peach y Europe at the Margins: New Mosaic of Inequality (J.Wiley, Nueva York, 1995) de Costis Hadjimichalis y David Sadler (dir).

 

 

Loïc Wacquant es profesor de la Universidad de Berkeley (California, EE UU) e investigador del Centro de Sociología Europea en París (Francia). Sus próximos libros en castellano serán Castigar a los pobres (Ed. Gedisa) y Las dos caras de un gueto y otros ensayos (Ed. Siglo XXI). Este artículo es una adaptación de su obra Parias urbains (Ed. La Decouverte, París, 2006).