El entonces príncipe Carlos de Inglaterra se despide tras visitar Canadá como parte de las celebraciones del Año de Jubileo de la Reina Isabel II. (Chris Jackson/Getty Images)

Los tambores de republicanismo suenan desde hace tiempo en algunos países de la mancomunidad de naciones, por lo que el nuevo rey, Carlos III, podría tener que enfrentarse a una monarquía británica que se empequeñece como actor en el mundo.

El fallecimiento de la Reina Isabel II ha supuesto un duro golpe para el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. A sus 96 años, la monarca más longeva de la historia conocida de las islas británicas, los rumores sobre su estado de salud o su posible fallecimiento ya habían protagonizado algunos debates, más de forma tímida que verdaderamente pública. Sin embargo, no por más esperado el momento ha sido menos doloroso para millones de británicos que miran a su monarquía parlamentaria como la esencia misma de la unión entre naciones que conformó el que es hoy su hogar. Incluso para otras monarquías europeas, la británica fue siempre la referencia a la hora de medir su aceptación y popularidad en unas sociedades cada vez más alejadas de lo tradicional y lo ceremonial, siendo también un ejemplo de cómo sobreponerse a multitud de escándalos personales de toda índole.

Sin embargo, aún no está claro si el nuevo rey, Carlos III, tendrá la misma suerte que su madre. De acuerdo con una encuesta realizada por YouGov el pasado mes de mayo con motivo del jubileo de platino de la Reina Isabel II, solo el 54% de los británicos tiene una visión positiva de él, mientras que la valoración de la ahora reina consorte, la Duquesa de Cornualles Camilla Parker-Bowles, ni siquiera llega al 50%. La de la ya difunta reina, en cambio, era de un 81%, y apenas un 12% de la población encuestada tenía una valoración negativa de ella. Por tanto, el nuevo monarca deberá trabajar muy duro para poder ganarse los corazones y las mentes de los británicos, como dice un conocido dicho inglés.

Este cambio en la monarquía británica supone también una onda expansiva global, teniendo en cuenta que el Jefe de Estado del Reino Unido lo es también de otros 14 países de la Mancomunidad de Naciones: Antigua y Barbuda, Australia, Bahamas, Belice, Canadá, Granada, Jamaica, Nueva Zelanda, Papúa Nueva Guinea, San Cristóbal  y Nieves, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, las Islas Salomón y Tuvalu. También lo era de Barbados hasta que este país finalmente se declaró como república el pasado noviembre de 2021 en una ceremonia que contó con la presencia de Carlos III, entonces como Príncipe de Gales

El cambio constitucional que vio a la hasta entonces gobernadora general Sandra Mason, representante máxima de la monarquía en el país, jurar su cargo como nueva Presidenta de la República fue pacífico, plagado de reconocimientos y deseos de futura cooperación mutua. Sin embargo, la decisión se basa en el recuerdo aún de la época colonial británica, durante la cual Barbados fue uno de los primeros enclaves esclavistas dedicados al cultivo y comercio de caña de azúcar. Es por ello que muchos se preguntan si, ahora que la Reina Isabel II ha fallecido, la buena reputación que mantenía unida a la Mancomunidad de Naciones puede disolverse como un azucarillo en manos de Carlos III y provocar que más de estos Estados decidan caminar hacia la república. 

La gente pasa por delante de un tablón de anuncios electrónico que muestra un retrato de la difunta reina Isabel II el 10 de septiembre de 2022 en Melbourne, Australia. (Foto de Diego Fedele/Getty Images)

En el caso de los países más cercanos culturalmente a Reino Unido –Canadá, Australia y Nueva Zelanda– los tambores republicanos llevan sonando desde hace tiempo. El pasado agosto el nuevo primer ministro australiano, el laborista Anthony Albanese, declaró en una de sus primeras intervenciones en el cargo que su gobierno retomaría con fuerza la voluntad de convertirse en una república, debido a que la relación con la monarquía británica “no es la misma que teníamos al comienzo del reinado de Isabel II”. De hecho, el movimiento republicano australiano es uno de los mejores organizados de las naciones de la Mancomunidad, llegando a ser abrazado por uno de los dos principales partidos del sistema político, aunque nunca llegó a materializarse. Aún está por ver si el final de esta era facilitará ese cambio, puesto que, tras la muerte de la Reina Isabel II, el propio Albanese ha admitido que, con su fallecimiento tan reciente, “ahora no es momento de plantearse un debate sobre la república”.

En el caso de Nueva Zelanda, el movimiento republicano también está bien organizado, aunque ha tenido menos acogida entre el establishment político. En 2016, este movimiento obtuvo una de sus principales victorias al asegurar la celebración de un referéndum sobre si el país debía cambiar su bandera para eliminar las referencias al Reino Unido y la Corona. La campaña por un diseño inspirado en la biodiversidad neozelandesa y su tradición maorí estuvo a punto de dar un duro golpe a la monarquía, pero finalmente la opción de mantener la bandera tradicional ganó por la mínima con un 56,6% de los votos. Por su parte, la primera ministra, Jacinda Ardern, ha expresado en varias ocasiones que la relación que tuvo con la Reina Isabel II siempre fue muy cercana y cordial, aunque el pasado mayo de 2021 admitió públicamente que confiaba en que, a lo largo de su vida, Nueva Zelanda se convertirá en una república –sin embargo, también afirmó que no había necesidad de acelerar un proceso que consideraba que llegaría en su momento. De Carlos III dependerá, al menos en parte, si el sueño de una Aotearoa republicana y con nombre maorí comienza a ganar adeptos. 

En Canadá, en cambio, el republicanismo no se ha manifestado con vigor. Algunas de las razones que se suelen esgrimir por parte de expertos en política canadiense tienen que ver con los delicados equilibrios culturales y territoriales del país, que harían que un cambio constitucional de tal calado tuviera difícil solución, al requerir consenso entre el parlamento federal y las provincias canadienses. Además, existe el riesgo de que dicho cambio constitucional abriera de nuevo el melón de la independencia del Quebec, un asunto que, pese a haber perdido apoyos en los últimos años, sigue planeando sobre las cabezas de los líderes políticos canadienses y define, en parte, la vida política del país. 

Por su parte, un riesgo mayor supone la cuestión de los pequeños Estados caribeños y pacíficos, debido a que la historia de colonialismo y esclavitud, en el caso de los primeros, y la lejanía geográfica y cultural, en el caso de los segundos, pesan más que en los ejemplos anteriores. De hecho, una vez que Barbados anunció sus planes para convertirse en una república y los consiguió culminar de forma satisfactoria en 2021, tanto Belice como Bahamas, Jamaica, Granada, Antigua y Barbuda, y San Cristóbal  y Nieves anunciaron también que seguirían ese ejemplo. El creciente sentimiento republicano en el Caribe motivó los dos viajes oficiales que, en abril y mayo, respectivamente, realizaron a la región el Príncipe Eduardo y la Condesa de Wessex y el Príncipe Guillermo y la Duquesa de Cambridge. En ambos viajes, los miembros de la familia real fueron recibidos por manifestantes, y en el caso de Antigua y Barbuda el primer ministro, Gaston Browne, admitió en una reunión que su país se convertiría pronto en una república, y ya ha anunciado un plan para celebrar un referéndum al respecto en los próximos tres años.

En los dos viajes, los miembros de la familia real admitieron en público la responsabilidad del Reino Unido en el pasado colonial y en la tragedia que la esclavitud supuso para estos países. Sin embargo, en ninguno de los casos la monarquía británica ha emitido ningún tipo de petición de disculpas, algo que, según expertos como Verene Shepherd, la presidenta de la Comisión Nacional de Reparaciones de Jamaica y presidenta del Comité de Naciones Unidas para la Eliminación de la Discriminación Racial, está en el centro de las demandas de quienes piden cortar lazos con la corona británica y emprender el camino hacia la república. Por otro lado, en el Pacífico este sentimiento toma un cariz distinto, menos radicado en el pasado y más en la lejanía. Es por ello también que el futuro del republicanismo es más incierto, especialmente después de que, en 2008, los tuvaluanos votaran en casi un 65% mantener la monarquía frente a una posible república. Ningún otro referéndum se ha planteado ni celebrado.

En definitiva, Carlos III se estrena en el trono con una posible crisis geopolítica en ciernes, que podría ver cómo la monarquía británica se empequeñece como actor en el mundo, suponiendo también un nuevo golpe a la línea de flotación de la campaña Global Britain impulsada por el Gobierno británico tras el Brexit. Ese mantra, que intenta hacer ver que el país pueden jugar un papel relevante en la escena internacional más allá de su pertenencia a la Unión Europea, está hoy más en cuestión que nunca. Las experiencias más recientes de la familia real en los Estados de la Mancomunidad de Naciones ya hicieron sonar las alarmas en el Palacio de Buckingham. El cambio en el trono para decir adiós a la que ha sido para la mayoría de británicos la reina eterna puede ser el último golpe para que la monarquía pierda al fin sus territorios de ultramar.