Abú Musab Al Zarqaui es el hombre más buscado de
Irak. ¿Cómo pudo un jordano que no acabó
el bachillerato maniatar a EE UU en su conflicto más sangriento desde
Vietnam? De los barrios pobres de Jordania hasta la batalla de Faluya,
así es cómo ocurrió.

Foto de Abú Musab Al Zarqaui

La primera vez que el mundo oyó hablar de Abú Musab Al Zarqaui
fue el 5 de febrero de 2003. Ese día el secretario de Estado de EE UU,
Colin Powell, acudió a Naciones Unidas a explicar las razones para justificar
la invasión de Irak. "Este país alberga en la actualidad
una red terrorista letal, encabezada por Abú Musab Al Zarqaui, un asociado
y colaborador de Osama Bin Laden y sus lugartenientes de Al Qaeda", dijo
ante el Consejo de Seguridad. Ahora sabemos que esa información era
falsa, pero sirvió para crear uno de los mitos más poderosos
y duraderos de la guerra contra el terrorismo.

Foto de Abú Musab Al Zarqaui

El hecho de que los nombres de Al Zarqaui y Bin Laden se mencionaran en el
mismo contexto, y que además lo hiciera un miembro de tan alto rango
de la Administración, probablemente sorprendió al jordano más
que a nadie. Al fin y al cabo, hay cientos de hombres como él en el
mundo árabe, yihadistas comprometidos y con cierta inclinación
a dirigir a otros. Nada parecía sugerir que se vería catapultado
a los primeros puestos de los rankings de los terroristas más peligrosos
del mundo. Sin formación universitaria y proveniente de una familia
pobre de clase trabajadora, carecía del pedigrí, los contactos
y la financiación que distinguían a Bin Laden y otros líderes
de Al Qaeda.

Pero, por supuesto, Al Zarqaui ha dejado de ser un mero soldado. Desde Nueva
York a Londres, de París a Tokio, se ha convertido en el nuevo rostro
del terror islámico. Ha sustituido a Sadam como la encarnación
del mal en el mundo árabe. Dirige un cuadro de insurgentes iraquíes
que supuestamente han cometido muchos de los bárbaros ataques terroristas
perpetrados en el país desde el derrocamiento del dictador. Con una
recompensa de 25 millones de dólares (unos 20 millones de euros) por
su captura pesando sobre su cabeza, este hombre, que no acabó el bachillerato
y que creció en un barrio desfavorecido de Jordania, ha maniatado a
EE UU en el conflicto más sangriento desde la guerra de Vietnam.

Pero ¿cómo se convirtió el mito en una realidad? Antes
del 11-S la Administración estadounidense jamás había
oído el nombre de Al Zarqaui. La primera vez que los funcionarios estadounidenses
tuvieron noticia de su existencia fue a finales de 2001, a través del
servicio secreto kurdo. Washington apenas sabía nada acerca de este
jordano de 35 años, pero tenía mucho que ganar con la creación
de un mito en torno a su persona. En aquel momento se acusaba al régimen
de Sadam de poseer armas de destrucción masiva y de apoyar a grupos
terroristas. Al no tener pruebas sólidas de lo primero, el apoyo del
dictador iraquí al terrorismo era la única opción que
poseía la Administración Bush para convencer al mundo de que
el tirano iraquí tenía que marcharse. Para jugar esa carta, la
Casa Blanca necesitaba demostrar la existencia de un vínculo entre Sadam
y Al Qaeda. Y su vínculo era Al Zarqaui.

Hoy las palabras de Powell ante el Consejo de Seguridad de la ONU parecen
una profecía. Mientras que antaño Al Zarqaui era un joven islamista
radical frustrado, la insurgencia que dirige ahora amenaza con sumir a Irak
en la guerra civil. Sus victorias en las líneas del frente iraquí condujeron
al establecimiento de un vínculo entre Irak y Al Qaeda, pero no el que
la Administración Bush había imaginado. El 27 de diciembre de
2004, casi dos años después del discurso de Powell, Bin Laden
nombró a Al Zarqaui emir de Al Qaeda en Irak. La trayectoria del jordano
hasta alcanzar esta elevada posición en la poco rígida jerarquía
de los terroristas no sólo revela la aceptación que el islamismo
radical tiene entre los pobres del mundo árabe, sino también
sugiere que la manera en que los terroristas hacen la guerra podría
haber cambiado para siempre.

Durante su estancia en
prisión, y quizá a causa de ella, comenzó la transición
de Al Zarqaui de delincuente común a algo más siniestro

EL FORASTERO
Abú Musab Al Zarqaui nació Ahmed Fadil Al Jalailé en Zarqa,
una ciudad jordana al norte de Ammán, en octubre de 1966, cuyos habitantes
la han bautizado como "el Chicago de Oriente Medio" por la pobreza
y la delincuencia que reinan en ella. Su familia pertenecía a una rama
de los Bani Hassan, una gran tribu de beduinos leales a la familia real hachemí de
Jordania. Al Zarqaui creció en un barrio pobre donde los valores tradicionales
y tribales casaban mal con el consumismo y la rápida modernización
de Occidente a finales de los 60. Sus profesores le recuerdan como un alumno
rebelde e indisciplinado.

En casa, Al Zarqaui era respetuoso y muy querido. "Era la niña
de los ojos de mi padre", recuerda una de sus hermanas. Su padre murió en
1984 y, a medida que la familia se hundía aún más en la
pobreza, un Ahmed Fadil de 18 años empezó a dar rienda suelta
a sus frustraciones. Abandonó el instituto, se unió a una pandilla
del barrio, empezó a beber y se convirtió en un matón.
Poco después fue arrestado por posesión de drogas y agresión
sexual. La sentencia fue condenatoria y le encarcelaron.

En Zarqa, al igual que en todo Oriente Medio, los mundos de la delincuencia
común y el islam revolucionario se entrecruzaban en los márgenes
de la sociedad, sobre todo en la cárcel. Y fue en cautividad cuando
Al Zarqaui recibió su primer adoctrinamiento yihadista. Cuando fue puesto
en libertad, se casó y comenzó a frecuentar la mezquita de Hussein
Ben Alí, un hervidero de radicalismo situado en las afueras de su ciudad.
Fascinado por las historias de los muyahidines (luchadores) que frecuentaban
la mezquita, fue fácil que le reclutara un representante de la Oficina Árabe-Afgana,
la organización islámica acusada de suministrar combatientes árabes
para participar en la yihad antisoviética. Para Al Zarqaui esto representaba
subir un peldaño en la escala social. En Oriente Medio nadie quiere
a un matón borracho, pero todo el mundo respeta a los muyahidines.

Sin embargo, sus esperanzas de unirse a esa hermandad resultaron ser otra
amarga decepción. Llegó a Afganistán en la primavera de
1989, demasiado tarde para luchar contra el Ejército soviético,
que había comenzado a retirarse hacía un año. Sin contactos
ni nadie que respondiera de él, se sintió marginado entre los
guerreros árabes. Es más, al lado de los combatientes endurecidos
por la batalla, parecía un alma sensible. Como manifestación
de su malestar, cambió temporalmente su nombre por el de Al Gharib (expresión árabe
que significa "el forastero"). "Era una persona muy sencilla,
normal, que buscaba la verdad a su manera", recuerda Hamdi Murad, un
antiguo líder espiritual muyahidin y en la actualidad catedrático
de Estudios Islámicos en la Universidad de Al-Balqa, en Jordania. "Jamás
habría pensado que algún día podría convertirse
en un dirigente militar".

Poco a poco, el jordano comenzó a tener sus propios contactos. Durante
un periodo en el que trabajó como empleado de bajo rango en la Oficina Árabe-Afgana,
cruzando la frontera en Peshawar, conoció e intimó con un distinguido
pensador salafista radical, conocido como Abú Mohamed Al Maqdisi, un
palestino que creció en Kuwait, donde estudió teología.
Se había trasladado a Afganistán en los 80 y, dado que pertenecía
a la organización de los combatientes, comprendía su compleja
política. Los dos hombres trabaron rápidamente una estrecha amistad
que se prolongaría durante una década. Formaban una extraña
pareja, recuerda un antiguo compañero de lucha. Maqdisi era alto, con
el pelo claro y los ojos azules, un hombre que destacaba por su belleza. Al
Zarqaui poseía todas las características físicas de su
sangre beduina: era de estatura baja y tenía el pelo negro. El palestino
le enseñó al jordano el pensamiento fundamentalista. "La
ideología salafista es primordialmente un movimiento de ruptura violenta
con el entorno", explica Nadine Picaudou, catedrática del Instituto
Nacional de Lenguas y Civilizaciones Orientales en París. Y Al Zarqaui -un
beduino de clase obrera, muyahidin fracasado e inadaptado social- era
un hombre enfrentado a su entorno. A finales de 1993, ambos regresaron a Zarqa
y comenzaron a predicar un credo revolucionario contra el régimen jordano.
Algunos meses después, en marzo de 1994, fueron arrestados y condenados
a 15 años de prisión por crear un grupo yihadista clandestino
llamado Bayaat al Imam (traducido como "Jura de Lealtad").

Pequeñas victorias y grandes fracasos: marines de EE UU pasan frente a una pintada contra Al Zauahiri en Faluya, en 2005.
Pequeñas victorias y
grandes fracasos:
marines
de EE UU pasan frente a una pintada contra Al Zarqaui
en Faluya, en
2005.

EL PRÍNCIPE DE LOS PRISIONEROS
Este segundo periodo de cautividad liberó el potencial interno de Al
Zarqaui como no lo había hecho su estancia en Afganistán. En
la cárcel, soportó torturas físicas y mentales. Pasó más
de ocho meses incomunicado en el calor abrasador del desierto jordano dentro
de una celda similar a una caseta de perro.

Su metamorfosis fue tanto física como mental. Los internos que cumplieron
sentencia a la vez que él le recuerdan haciendo ejercicio constantemente,
levantando cualquier cosa que pudiera utilizar como pesas, incluyendo cubos
llenos de piedras. Perdió su delgada figura y adquirió un gran
volumen. Este físico acompañaba a una fortaleza mental. "Quería
aprenderse el sagrado Corán de memoria", recuerda Faiq al Shawish,
un antiguo compañero de celda. "Yo le ayudaba. Me recitaba al
menos 10 versículos al día. Era implacable cuando se trataba
de la yihad y de aprender (…). Tenía paciencia para quedarse
despierto toda la noche estudiando un solo asunto".

A diferencia de Al Maqdisi, que era un intelectual sofisticado, Al Zarqaui
actuaba por instinto. Durante su estancia en prisión, y quizá a
causa de ella, comenzó la transición de delincuente común
a algo más siniestro. Puede ser que los demás internos le respetaran
porque sus orígenes también eran modestos. O quizá se
debiera a la entereza que mostraba ante sus captores. Al igual que el jefe
de una manada de lobos, era agresivo y bordeaba constantemente la confrontación
física. "Era duro y difícil de manejar", admite Sami
Al Majaali, antiguo jefe de la autoridad penitenciaria de Jordania. "Siempre
teníamos mucho cuidado cuando nos aproximábamos a él,
sobre todo porque era todo un líder, un príncipe, como le llamaban
los internos. Cualquier negociación con los convictos tenía que
hacerse a través suyo. Si él cooperaba, los otros le secundaban".

En la primavera de 1999, una amnistía nacional puso fin al encarcelamiento
de Al Zarqaui y Al Maqdisi. Según el cuñado del jordano, Salé Al
Hami, "cuando salió de la cárcel no estaba contento. De
algún modo, la vida en la prisión era mejor que la vida rutinaria,
fácil y sin nada que hacer (…). Se moría por marcharse
de su país". Meses después, abandonó Jordania rumbo
a Pakistán, con la intención de entablar lazos con los yihadistas
en Chechenia.

Mapa de los Viajes de un terrorista
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LA CITA DE AL ZARQAUI Y BIN LADEN
Nunca llegó a Chechenia. Tras ser arrestado en Pakistán por tener
un visado caducado, cruzó con reticencia hacia Afganistán, donde
los talibanes se adentraban en el sexto año de lucha para arrebatar
el control total del país a la Alianza del Norte.

En algún momento en 2000, en la ciudad meridional de Kandahar, Al Zarqaui
conoció a Osama Bin Laden. Los dos hombres provenían de extremos
opuestos: uno era rico y poderoso, el otro era un inadaptado social pobre.
Sin embargo, compartían un objetivo común: la liberación
de los musulmanes. El problema radicaba en lograr un acuerdo sobre la estrategia
para conseguirlo. Bin Laden había estado toda su vida en contacto con
la élite política de Arabia Saudí y tenía una visión
global y antiimperialista de la yihad. Se concentraba en "el enemigo
lejano", Estados Unidos, que respaldaba a regímenes musulmanes
que él consideraba corruptos e ilegítimos. Al Zarqaui, un yihadista
de clase trabajadora curtido en las cárceles jordanas, era un fuera
de la ley
revolucionario. Su noción de la yihad se acercaba mucho más
al terrorismo de los 70 y 80, personificado en grupos locales como el Ejército
Republicano Irlandés o los Tigres de Liberación de la Tierra
Tamil (LTTE) de Sri Lanka.

Ésta es una razón por la que, en contra de la creencia popular,
Al Zarqaui no juró lealtad a Bin Laden en aquella reunión, pese
a que fue invitado a unirse a la red internacional de Al Qaeda. Su horizonte
se limitaba a lo que él veía como regímenes árabes
corruptos, sobre todo en su país natal. Algunos expertos encuentran
poco plausible que alguien de tan bajo rango y sin respaldo financiero rechazara
la oferta del saudí. Pero quienes le conocen dicen que encaja perfectamente
con su personalidad. "Nunca acataba las órdenes de otros",
dice un antiguo miembro de su campamento en Herat. "Nunca le oí elogiar
a nadie aparte del Profeta [Mahoma], ése era el carácter de Abú Musab.
Nunca seguía a nadie".

El jordano no era el único que discrepaba de la visión antiamericana
de la yihad de Bin Laden. Algunos líderes de Al Qaeda compartían
sus preocupaciones, incluido Saif Al Adel, el jefe de las operaciones militares
de la organización, quien alentó a Al Zarqaui para que estableciera
un campo de entrenamiento terrorista independiente. Siguiendo sus consejos, éste
se trasladó al noroeste de Afganistán, a Herat, cerca de la frontera
iraní. En las colinas creó sus propias instalaciones con la financiación
de los talibanes. Quería que en ese campamento se entrenara a hombres
para realizar misiones suicidas en Jordania. El campamento se promocionó boca
a boca. Muchos oyeron hablar de él en Jordania, conocían a gente
que había contactado con Al Zarqaui y se incorporaron. A comienzos de
2002, después de la caída de los talibanes, huyó al Kurdistán
iraquí, donde estableció más campos. Estaba anticipándose
a una invasión estadounidense, y en el verano de 2002 dejó a
un amigo de la infancia a cargo de los campamentos, viajó en secreto
a Bagdad y comenzó a prepararse para la guerra.

Casi de la noche a la mañana,
Al Zarqaui pasó de ser un desconocido en el mundo del terrorismo
internacional a que su huella apareciera en atentados con bomba en todo
el mundo

EL MITO DE AL ZARQAUI
En el otoño de 2001, los servicios secretos kurdos fueron los primeros
en dirigir la atención de los americanos hacia Al Zarqaui. Las autoridades
estadounidenses no reconocían su nombre, pero se pusieron en contacto
inmediatamente con las autoridades jordanas para hacer más averiguaciones.

Su lista de delitos se multiplicó de golpe. En noviembre de 2001, investigaciones
conjuntas de Estados Unidos y Jordania le acusaron de ser parte del complot
frustrado en este último país durante las celebraciones del milenio
en 2000. En febrero de 2002 fue condenado por ello in
absentia
a 15 años
de prisión. También se le acusó de tener responsabilidad
en los asesinatos de Yitzhak Snir, un ciudadano israelí, en 2001, y
del diplomático estadounidense Laurence Foley, tiroteado en Ammán
en 2002. Al no presentarse pruebas contundentes de estas acusaciones, muchos
periodistas y observadores de Oriente Medio creyeron que al jordano le estaban
tendiendo una trampa para incriminarle como un nuevo líder del terrorismo
internacional: todo el mundo tenía mucho que ganar con el mito de Al
Zarqaui. Los kurdos podían utilizarle para convencer a Washington de
que bombardeara los campamentos yihadistas en el norte de
Irak. Ammán
podían utilizarle para resolver una serie de ataques terroristas llevados
a cabo por militantes locales. Y los estadounidenses, que pretendían
justificar un ataque a Irak, podían utilizar la sombría figura
de Al Zarqaui para vincular al régimen de Sadam con la amenaza que representaba
Al Qaeda.

El discurso de Powell en febrero de 2003 ante el Consejo de Seguridad puso
por primera vez su nombre en el candelero. Prácticamente de la noche
a la mañana, el militante jordano pasó de ser un desconocido
en el mundo del terrorismo internacional a que su huella apareciera en atentados
con bomba en todo el mundo. Se le vinculó a todos los grandes ataques
terroristas posteriores al 11-S, incluida la planificación del establecimiento
de células de Al Qaeda en España, Alemania y Turquía.
Se le ha acusado de participar en los de Casablanca, Madrid, Ammán y
otros similares.

Al margen de si participó en cualquiera de estos crímenes, una
cosa es cierta: se estaba preparando para la batalla. "Es ingenuo pensar
que mientras EE UU iniciaba sus preparativos para la guerra contra Irak, alguien
como Al Zarqaui no estaba haciendo lo mismo para hacerles frente", señala
el miembro de su campamento en Herat. "Había estado planeando
esto desde hacía mucho tiempo". La planificación parece
ser una de las mejores aptitudes de Al Zarqaui. Se abstuvo de llevar a cabo
ataques en Irak hasta finales del verano de 2003, meses después de que
hubiera comenzado la insurgencia chií. Según personas cercanas
a Al Zarqaui, éste no quería involucrarse ni tampoco quería
matar a estadounidenses durante la guerra. No podía competir con los
aviones de combate, misiles y armas de alta tecnología de Washington.
De modo que esperó hasta que comenzó la ocupación y hasta
que su red de apoyo entre la resistencia suní estuvo perfectamente establecida.

Su espera tocó a su fin con dos ataques en agosto de 2003: un camión
que explotó en las oficinas de la ONU en Bagdad, y, días después,
el padre de la segunda esposa del terrorista estampó un coche cargado
de explosivos contra la mezquita del imam Alí. Al principio, los analistas
occidentales no lograban establecer la conexión entre ambos ataques.
Se creía que el conflicto en Irak era una lucha entre las fuerzas estadounidenses
y sus aliados por una parte, y las milicias chiíes del clérigo
Múqtada al Sáder y los leales a Sadam por otra. Pero los yihadistas
comprendieron muy bien el simbolismo de los ataques. Para el jordano, el conflicto
de Irak tenía dos frentes: uno era contra las fuerzas de la coalición,
y el otro era contra los chiíes. Finalmente había logrado captar
la definición de Bin Laden del enemigo lejano, EE UU. Su presencia en
Irak como una potencia de ocupación le dejó claro que Washington
era un objetivo tan importante como los regímenes árabes que
había llegado a odiar.

La batalla por los corazones y la razón: carteles contra Al Zarqaui en las calles de Bagdad (2005).
La batalla por los corazones
y la razón:
carteles
contra Al Zarqaui en las calles de Bagdad (2005).

LA ‘BENDICIÓN’ DE BIN LADEN
Entre agosto de 2003 y diciembre de 2004, Bin Laden y Al Zarqaui se escribieron
con frecuencia. El intercambio de correspondencia se centró en los
fundamentos de la yihad, según las cartas cuyo contenido se ha conocido
en los últimos meses. Al Zarqaui estaba intentando obtener la bendición
del líder de Al Qaeda para sus acciones en Irak. ¿Por qué,
si antes había desdeñado la red, tenía ahora tanto interés
en conseguir la aprobación de su líder? Al contrario que el
retrato del jordano que había hecho Powell ante el Consejo de Seguridad, éste
era un actor secundario en el más amplio movimiento yihadista. Siendo
un beduino pobre de Zarqa, carecía de la autoridad religiosa necesaria
para aglutinar a su alrededor a la población suní de Irak.
Necesitaba legitimidad desesperadamente. Y Bin Laden era el único
que podía ayudarle.

Al Zarqaui ansiaba abrir una brecha entre los suníes y los chiíes.
Temía que la insurgencia pudiera convertirse en una fuerza de resistencia
nacional en la que ambas sectas harían causa común. Sus temores
se confirmaron en la primavera de 2004, cuando la revuelta de Al Sáder
suscitó admiración entre los insurgentes suníes. Se pegaron
carteles con la efigie del predicador en las paredes de sus barrios. En sus
cartas con Bin Laden, Al Zarqaui recalcaba sin descanso la necesidad de impedir
que ambos grupos se unieran en torno a un auténtico nacionalismo: en
ese caso los yihadistas serían apartados porque eran extranjeros
y la insurgencia se convertiría en una empresa nacional.

Puede resultar difícil creer que un hombre sencillo de Zarqa pudiera
realizar un análisis político tan sofisticado del nuevo Irak.
Numerosos expertos creen que yihadistas con una formación
mucho más
sólida se han unido a él desde la creación del mito Al
Zarqaui. O quizá su instinto le sigue guiando. En cualquier caso, el
mito construido en torno a su persona se encuentra en la raíz de su
transformación en un líder político. Al estar Bin Laden
atrapado en la frontera entre Afganistán y Pakistán, el jordano
no tardó en convertirse en el nuevo líder simbólico de
la lucha contra EE UU y en un imán para cualquiera que estuviera buscando
entrar a formar parte de dicha lucha.

El 5 de abril de 2004 escribió a Bin Laden diciéndole que tenía
dos opciones: quedarse en Irak y enfrentarse a la oposición a sus métodos
por parte de algunos iraquíes, o marcharse y buscar otro país
en el que hacer la yihad. Cuatro días después, secuestró y
decapitó al ciudadano estadounidense Nicholas Berg. Ésta fue
la primera de varias brutales ejecuciones retransmitidas a través de
Internet que se produjeron entre abril y noviembre de ese año. Estos
actos eran parte de su respuesta a la entrada de los militares estadounidenses
en el triángulo suní y, sobre todo, en Faluya. Eran una clara
señal a Bin Laden de que había decidido quedarse, con o sin la
aprobación del saudí.

En un comunicado transmitido el 27 de diciembre de 2004 por la cadena de televisión
Al Yazira, un mes después de la caída de Faluya, Bin Laden finalmente
aceptó a Al Zarqaui y accedió a apoyar su lucha en Irak. "El
emir muyahidin, el noble hermano Abú Musab Al Zarqaui y los grupos que
se han unido a él son los mejores [de la comunidad de creyentes](…).
Nosotros en Al Qaeda nos congratulamos de que os hayáis unido a nosotros
(…) y para que se sepa (…) Al Zarqaui es el emir de la organización
Al Qaeda en la tierra del Tigris y el Éufrates, y los hermanos del grupo
deben jurarle lealtad y obediencia".

La cruzada antiamericana del millonario saudí y la yihad revolucionaria
del beduino jordano de clase trabajadora finalmente se habían fusionado.
Desde los barrios desfavorecidos de Zarqa hasta la batalla de Faluya, la vida
de Al Zarqaui culminaba en su mayor logro: no su incorporación a Al
Qaeda, sino el haber dado a la yihad iraquí un nuevo significado revolucionario
y antiimperialista.

En cierto sentido, las mismas cosas que le hacen parecer una persona de lo
más normal -sus orígenes humildes, su juventud malgastada
y sus fracasos al principio de su vida adulta- le convierten en un ser
de lo más terrorífico. Porque, aunque pueda tener algunas dotes
para dirigir a un grupo de hombres, también es probable que haya muchos
más Al Zarqauis capaces de ocupar su lugar. Su ascensión es un
indicio de que el movimiento yihadista se está expandiendo y democratizando
en la sangre y la violencia de Irak.

Los antiguos líderes de Al Qaeda, en la actualidad atrapados dentro
del cinturón tribal entre Pakistán y Afganistán, aparentemente
han aceptado y abrazado este cambio: la transformación desde una vanguardia
pequeña y elitista a un movimiento de masas. Lo más probable
es que este cambio para Bin Laden y Al Qaeda obedezca más a la necesidad
que a un deseo de cambiar de estrategia. En cualquier caso, con seguridad significa
que el campo de batalla se expandirá aún más.

¿Algo más?
Una serie de documentales ofrecen alguna de la
información biográfica más detallada que hay
disponible sobre Al Zarqaui. Al Yazira produjo una miniserie en
tres partes titulada Zarqawi’s life, Ander the
Microscope
(2005). Otros filmes incluyen Zarkaoui,
la Question Terroriste
(2005), producido por Article
Z, Firehorse Films y Arte France, y Abu Musab al Zarqawi:
From Herat to Bagdad
(2005), producido por LBC Television
en Beirut. También pueden leerse algunos de sus textos en Al
Qaida dans le texte,
presentado
por Gilles Kepel (PUF, París, 2005).

Para obtener mayor
información sobre el movimiento salafista jordano, léase
la serie en tres partes ‘The City of Zarqa in Jordan: Breeding
Ground of Jordan’s Salafi Jihad Movement’ (Al
Hayat,
diciembre de 2004). Pueden encontrarse análisis
de las batallas ideológicas que tuvieron lugar dentro de
Al Qaeda después del 11-S en los extractos de ‘The
Story of the Arab Afghans from the Time of Arrival in Afganistán
until their Departure with the Taliban’ (Al-Sharq al-Awsat, diciembre
de 2004), de Abu Walid.

 

Abú Musab Al Zarqaui es el hombre más buscado de
Irak. ¿Cómo pudo un jordano que no acabó
el bachillerato maniatar a EE UU en su conflicto más sangriento desde
Vietnam? De los barrios pobres de Jordania hasta la batalla de Faluya,
así es cómo ocurrió.
Loretta Napoleoni

Foto de Abú Musab Al Zarqaui

La primera vez que el mundo oyó hablar de Abú Musab Al Zarqaui
fue el 5 de febrero de 2003. Ese día el secretario de Estado de EE UU,
Colin Powell, acudió a Naciones Unidas a explicar las razones para justificar
la invasión de Irak. "Este país alberga en la actualidad
una red terrorista letal, encabezada por Abú Musab Al Zarqaui, un asociado
y colaborador de Osama Bin Laden y sus lugartenientes de Al Qaeda", dijo
ante el Consejo de Seguridad. Ahora sabemos que esa información era
falsa, pero sirvió para crear uno de los mitos más poderosos
y duraderos de la guerra contra el terrorismo.

Foto de Abú Musab Al Zarqaui

El hecho de que los nombres de Al Zarqaui y Bin Laden se mencionaran en el
mismo contexto, y que además lo hiciera un miembro de tan alto rango
de la Administración, probablemente sorprendió al jordano más
que a nadie. Al fin y al cabo, hay cientos de hombres como él en el
mundo árabe, yihadistas comprometidos y con cierta inclinación
a dirigir a otros. Nada parecía sugerir que se vería catapultado
a los primeros puestos de los rankings de los terroristas más peligrosos
del mundo. Sin formación universitaria y proveniente de una familia
pobre de clase trabajadora, carecía del pedigrí, los contactos
y la financiación que distinguían a Bin Laden y otros líderes
de Al Qaeda.

Pero, por supuesto, Al Zarqaui ha dejado de ser un mero soldado. Desde Nueva
York a Londres, de París a Tokio, se ha convertido en el nuevo rostro
del terror islámico. Ha sustituido a Sadam como la encarnación
del mal en el mundo árabe. Dirige un cuadro de insurgentes iraquíes
que supuestamente han cometido muchos de los bárbaros ataques terroristas
perpetrados en el país desde el derrocamiento del dictador. Con una
recompensa de 25 millones de dólares (unos 20 millones de euros) por
su captura pesando sobre su cabeza, este hombre, que no acabó el bachillerato
y que creció en un barrio desfavorecido de Jordania, ha maniatado a
EE UU en el conflicto más sangriento desde la guerra de Vietnam.

Pero ¿cómo se convirtió el mito en una realidad? Antes
del 11-S la Administración estadounidense jamás había
oído el nombre de Al Zarqaui. La primera vez que los funcionarios estadounidenses
tuvieron noticia de su existencia fue a finales de 2001, a través del
servicio secreto kurdo. Washington apenas sabía nada acerca de este
jordano de 35 años, pero tenía mucho que ganar con la creación
de un mito en torno a su persona. En aquel momento se acusaba al régimen
de Sadam de poseer armas de destrucción masiva y de apoyar a grupos
terroristas. Al no tener pruebas sólidas de lo primero, el apoyo del
dictador iraquí al terrorismo era la única opción que
poseía la Administración Bush para convencer al mundo de que
el tirano iraquí tenía que marcharse. Para jugar esa carta, la
Casa Blanca necesitaba demostrar la existencia de un vínculo entre Sadam
y Al Qaeda. Y su vínculo era Al Zarqaui.

Hoy las palabras de Powell ante el Consejo de Seguridad de la ONU parecen
una profecía. Mientras que antaño Al Zarqaui era un joven islamista
radical frustrado, la insurgencia que dirige ahora amenaza con sumir a Irak
en la guerra civil. Sus victorias en las líneas del frente iraquí condujeron
al establecimiento de un vínculo entre Irak y Al Qaeda, pero no el que
la Administración Bush había imaginado. El 27 de diciembre de
2004, casi dos años después del discurso de Powell, Bin Laden
nombró a Al Zarqaui emir de Al Qaeda en Irak. La trayectoria del jordano
hasta alcanzar esta elevada posición en la poco rígida jerarquía
de los terroristas no sólo revela la aceptación que el islamismo
radical tiene entre los pobres del mundo árabe, sino también
sugiere que la manera en que los terroristas hacen la guerra podría
haber cambiado para siempre.

Durante su estancia en
prisión, y quizá a causa de ella, comenzó la transición
de Al Zarqaui de delincuente común a algo más siniestro

EL FORASTERO
Abú Musab Al Zarqaui nació Ahmed Fadil Al Jalailé en Zarqa,
una ciudad jordana al norte de Ammán, en octubre de 1966, cuyos habitantes
la han bautizado como "el Chicago de Oriente Medio" por la pobreza
y la delincuencia que reinan en ella. Su familia pertenecía a una rama
de los Bani Hassan, una gran tribu de beduinos leales a la familia real hachemí de
Jordania. Al Zarqaui creció en un barrio pobre donde los valores tradicionales
y tribales casaban mal con el consumismo y la rápida modernización
de Occidente a finales de los 60. Sus profesores le recuerdan como un alumno
rebelde e indisciplinado.

En casa, Al Zarqaui era respetuoso y muy querido. "Era la niña
de los ojos de mi padre", recuerda una de sus hermanas. Su padre murió en
1984 y, a medida que la familia se hundía aún más en la
pobreza, un Ahmed Fadil de 18 años empezó a dar rienda suelta
a sus frustraciones. Abandonó el instituto, se unió a una pandilla
del barrio, empezó a beber y se convirtió en un matón.
Poco después fue arrestado por posesión de drogas y agresión
sexual. La sentencia fue condenatoria y le encarcelaron.

En Zarqa, al igual que en todo Oriente Medio, los mundos de la delincuencia
común y el islam revolucionario se entrecruzaban en los márgenes
de la sociedad, sobre todo en la cárcel. Y fue en cautividad cuando
Al Zarqaui recibió su primer adoctrinamiento yihadista. Cuando fue puesto
en libertad, se casó y comenzó a frecuentar la mezquita de Hussein
Ben Alí, un hervidero de radicalismo situado en las afueras de su ciudad.
Fascinado por las historias de los muyahidines (luchadores) que frecuentaban
la mezquita, fue fácil que le reclutara un representante de la Oficina Árabe-Afgana,
la organización islámica acusada de suministrar combatientes árabes
para participar en la yihad antisoviética. Para Al Zarqaui esto representaba
subir un peldaño en la escala social. En Oriente Medio nadie quiere
a un matón borracho, pero todo el mundo respeta a los muyahidines.

Sin embargo, sus esperanzas de unirse a esa hermandad resultaron ser otra
amarga decepción. Llegó a Afganistán en la primavera de
1989, demasiado tarde para luchar contra el Ejército soviético,
que había comenzado a retirarse hacía un año. Sin contactos
ni nadie que respondiera de él, se sintió marginado entre los
guerreros árabes. Es más, al lado de los combatientes endurecidos
por la batalla, parecía un alma sensible. Como manifestación
de su malestar, cambió temporalmente su nombre por el de Al Gharib (expresión árabe
que significa "el forastero"). "Era una persona muy sencilla,
normal, que buscaba la verdad a su manera", recuerda Hamdi Murad, un
antiguo líder espiritual muyahidin y en la actualidad catedrático
de Estudios Islámicos en la Universidad de Al-Balqa, en Jordania. "Jamás
habría pensado que algún día podría convertirse
en un dirigente militar".

Poco a poco, el jordano comenzó a tener sus propios contactos. Durante
un periodo en el que trabajó como empleado de bajo rango en la Oficina Árabe-Afgana,
cruzando la frontera en Peshawar, conoció e intimó con un distinguido
pensador salafista radical, conocido como Abú Mohamed Al Maqdisi, un
palestino que creció en Kuwait, donde estudió teología.
Se había trasladado a Afganistán en los 80 y, dado que pertenecía
a la organización de los combatientes, comprendía su compleja
política. Los dos hombres trabaron rápidamente una estrecha amistad
que se prolongaría durante una década. Formaban una extraña
pareja, recuerda un antiguo compañero de lucha. Maqdisi era alto, con
el pelo claro y los ojos azules, un hombre que destacaba por su belleza. Al
Zarqaui poseía todas las características físicas de su
sangre beduina: era de estatura baja y tenía el pelo negro. El palestino
le enseñó al jordano el pensamiento fundamentalista. "La
ideología salafista es primordialmente un movimiento de ruptura violenta
con el entorno", explica Nadine Picaudou, catedrática del Instituto
Nacional de Lenguas y Civilizaciones Orientales en París. Y Al Zarqaui -un
beduino de clase obrera, muyahidin fracasado e inadaptado social- era
un hombre enfrentado a su entorno. A finales de 1993, ambos regresaron a Zarqa
y comenzaron a predicar un credo revolucionario contra el régimen jordano.
Algunos meses después, en marzo de 1994, fueron arrestados y condenados
a 15 años de prisión por crear un grupo yihadista clandestino
llamado Bayaat al Imam (traducido como "Jura de Lealtad").

Pequeñas victorias y grandes fracasos: marines de EE UU pasan frente a una pintada contra Al Zauahiri en Faluya, en 2005.
Pequeñas victorias y
grandes fracasos:
marines
de EE UU pasan frente a una pintada contra Al Zarqaui
en Faluya, en
2005.

EL PRÍNCIPE DE LOS PRISIONEROS
Este segundo periodo de cautividad liberó el potencial interno de Al
Zarqaui como no lo había hecho su estancia en Afganistán. En
la cárcel, soportó torturas físicas y mentales. Pasó más
de ocho meses incomunicado en el calor abrasador del desierto jordano dentro
de una celda similar a una caseta de perro.

Su metamorfosis fue tanto física como mental. Los internos que cumplieron
sentencia a la vez que él le recuerdan haciendo ejercicio constantemente,
levantando cualquier cosa que pudiera utilizar como pesas, incluyendo cubos
llenos de piedras. Perdió su delgada figura y adquirió un gran
volumen. Este físico acompañaba a una fortaleza mental. "Quería
aprenderse el sagrado Corán de memoria", recuerda Faiq al Shawish,
un antiguo compañero de celda. "Yo le ayudaba. Me recitaba al
menos 10 versículos al día. Era implacable cuando se trataba
de la yihad y de aprender (…). Tenía paciencia para quedarse
despierto toda la noche estudiando un solo asunto".

A diferencia de Al Maqdisi, que era un intelectual sofisticado, Al Zarqaui
actuaba por instinto. Durante su estancia en prisión, y quizá a
causa de ella, comenzó la transición de delincuente común
a algo más siniestro. Puede ser que los demás internos le respetaran
porque sus orígenes también eran modestos. O quizá se
debiera a la entereza que mostraba ante sus captores. Al igual que el jefe
de una manada de lobos, era agresivo y bordeaba constantemente la confrontación
física. "Era duro y difícil de manejar", admite Sami
Al Majaali, antiguo jefe de la autoridad penitenciaria de Jordania. "Siempre
teníamos mucho cuidado cuando nos aproximábamos a él,
sobre todo porque era todo un líder, un príncipe, como le llamaban
los internos. Cualquier negociación con los convictos tenía que
hacerse a través suyo. Si él cooperaba, los otros le secundaban".

En la primavera de 1999, una amnistía nacional puso fin al encarcelamiento
de Al Zarqaui y Al Maqdisi. Según el cuñado del jordano, Salé Al
Hami, "cuando salió de la cárcel no estaba contento. De
algún modo, la vida en la prisión era mejor que la vida rutinaria,
fácil y sin nada que hacer (…). Se moría por marcharse
de su país". Meses después, abandonó Jordania rumbo
a Pakistán, con la intención de entablar lazos con los yihadistas
en Chechenia.

Mapa de los Viajes de un terrorista
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LA CITA DE AL ZARQAUI Y BIN LADEN
Nunca llegó a Chechenia. Tras ser arrestado en Pakistán por tener
un visado caducado, cruzó con reticencia hacia Afganistán, donde
los talibanes se adentraban en el sexto año de lucha para arrebatar
el control total del país a la Alianza del Norte.

En algún momento en 2000, en la ciudad meridional de Kandahar, Al Zarqaui
conoció a Osama Bin Laden. Los dos hombres provenían de extremos
opuestos: uno era rico y poderoso, el otro era un inadaptado social pobre.
Sin embargo, compartían un objetivo común: la liberación
de los musulmanes. El problema radicaba en lograr un acuerdo sobre la estrategia
para conseguirlo. Bin Laden había estado toda su vida en contacto con
la élite política de Arabia Saudí y tenía una visión
global y antiimperialista de la yihad. Se concentraba en "el enemigo
lejano", Estados Unidos, que respaldaba a regímenes musulmanes
que él consideraba corruptos e ilegítimos. Al Zarqaui, un yihadista
de clase trabajadora curtido en las cárceles jordanas, era un fuera
de la ley
revolucionario. Su noción de la yihad se acercaba mucho más
al terrorismo de los 70 y 80, personificado en grupos locales como el Ejército
Republicano Irlandés o los Tigres de Liberación de la Tierra
Tamil (LTTE) de Sri Lanka.

Ésta es una razón por la que, en contra de la creencia popular,
Al Zarqaui no juró lealtad a Bin Laden en aquella reunión, pese
a que fue invitado a unirse a la red internacional de Al Qaeda. Su horizonte
se limitaba a lo que él veía como regímenes árabes
corruptos, sobre todo en su país natal. Algunos expertos encuentran
poco plausible que alguien de tan bajo rango y sin respaldo financiero rechazara
la oferta del saudí. Pero quienes le conocen dicen que encaja perfectamente
con su personalidad. "Nunca acataba las órdenes de otros",
dice un antiguo miembro de su campamento en Herat. "Nunca le oí elogiar
a nadie aparte del Profeta [Mahoma], ése era el carácter de Abú Musab.
Nunca seguía a nadie".

El jordano no era el único que discrepaba de la visión antiamericana
de la yihad de Bin Laden. Algunos líderes de Al Qaeda compartían
sus preocupaciones, incluido Saif Al Adel, el jefe de las operaciones militares
de la organización, quien alentó a Al Zarqaui para que estableciera
un campo de entrenamiento terrorista independiente. Siguiendo sus consejos, éste
se trasladó al noroeste de Afganistán, a Herat, cerca de la frontera
iraní. En las colinas creó sus propias instalaciones con la financiación
de los talibanes. Quería que en ese campamento se entrenara a hombres
para realizar misiones suicidas en Jordania. El campamento se promocionó boca
a boca. Muchos oyeron hablar de él en Jordania, conocían a gente
que había contactado con Al Zarqaui y se incorporaron. A comienzos de
2002, después de la caída de los talibanes, huyó al Kurdistán
iraquí, donde estableció más campos. Estaba anticipándose
a una invasión estadounidense, y en el verano de 2002 dejó a
un amigo de la infancia a cargo de los campamentos, viajó en secreto
a Bagdad y comenzó a prepararse para la guerra.

Casi de la noche a la mañana,
Al Zarqaui pasó de ser un desconocido en el mundo del terrorismo
internacional a que su huella apareciera en atentados con bomba en todo
el mundo

EL MITO DE AL ZARQAUI
En el otoño de 2001, los servicios secretos kurdos fueron los primeros
en dirigir la atención de los americanos hacia Al Zarqaui. Las autoridades
estadounidenses no reconocían su nombre, pero se pusieron en contacto
inmediatamente con las autoridades jordanas para hacer más averiguaciones.

Su lista de delitos se multiplicó de golpe. En noviembre de 2001, investigaciones
conjuntas de Estados Unidos y Jordania le acusaron de ser parte del complot
frustrado en este último país durante las celebraciones del milenio
en 2000. En febrero de 2002 fue condenado por ello in
absentia
a 15 años
de prisión. También se le acusó de tener responsabilidad
en los asesinatos de Yitzhak Snir, un ciudadano israelí, en 2001, y
del diplomático estadounidense Laurence Foley, tiroteado en Ammán
en 2002. Al no presentarse pruebas contundentes de estas acusaciones, muchos
periodistas y observadores de Oriente Medio creyeron que al jordano le estaban
tendiendo una trampa para incriminarle como un nuevo líder del terrorismo
internacional: todo el mundo tenía mucho que ganar con el mito de Al
Zarqaui. Los kurdos podían utilizarle para convencer a Washington de
que bombardeara los campamentos yihadistas en el norte de
Irak. Ammán
podían utilizarle para resolver una serie de ataques terroristas llevados
a cabo por militantes locales. Y los estadounidenses, que pretendían
justificar un ataque a Irak, podían utilizar la sombría figura
de Al Zarqaui para vincular al régimen de Sadam con la amenaza que representaba
Al Qaeda.

El discurso de Powell en febrero de 2003 ante el Consejo de Seguridad puso
por primera vez su nombre en el candelero. Prácticamente de la noche
a la mañana, el militante jordano pasó de ser un desconocido
en el mundo del terrorismo internacional a que su huella apareciera en atentados
con bomba en todo el mundo. Se le vinculó a todos los grandes ataques
terroristas posteriores al 11-S, incluida la planificación del establecimiento
de células de Al Qaeda en España, Alemania y Turquía.
Se le ha acusado de participar en los de Casablanca, Madrid, Ammán y
otros similares.

Al margen de si participó en cualquiera de estos crímenes, una
cosa es cierta: se estaba preparando para la batalla. "Es ingenuo pensar
que mientras EE UU iniciaba sus preparativos para la guerra contra Irak, alguien
como Al Zarqaui no estaba haciendo lo mismo para hacerles frente", señala
el miembro de su campamento en Herat. "Había estado planeando
esto desde hacía mucho tiempo". La planificación parece
ser una de las mejores aptitudes de Al Zarqaui. Se abstuvo de llevar a cabo
ataques en Irak hasta finales del verano de 2003, meses después de que
hubiera comenzado la insurgencia chií. Según personas cercanas
a Al Zarqaui, éste no quería involucrarse ni tampoco quería
matar a estadounidenses durante la guerra. No podía competir con los
aviones de combate, misiles y armas de alta tecnología de Washington.
De modo que esperó hasta que comenzó la ocupación y hasta
que su red de apoyo entre la resistencia suní estuvo perfectamente establecida.

Su espera tocó a su fin con dos ataques en agosto de 2003: un camión
que explotó en las oficinas de la ONU en Bagdad, y, días después,
el padre de la segunda esposa del terrorista estampó un coche cargado
de explosivos contra la mezquita del imam Alí. Al principio, los analistas
occidentales no lograban establecer la conexión entre ambos ataques.
Se creía que el conflicto en Irak era una lucha entre las fuerzas estadounidenses
y sus aliados por una parte, y las milicias chiíes del clérigo
Múqtada al Sáder y los leales a Sadam por otra. Pero los yihadistas
comprendieron muy bien el simbolismo de los ataques. Para el jordano, el conflicto
de Irak tenía dos frentes: uno era contra las fuerzas de la coalición,
y el otro era contra los chiíes. Finalmente había logrado captar
la definición de Bin Laden del enemigo lejano, EE UU. Su presencia en
Irak como una potencia de ocupación le dejó claro que Washington
era un objetivo tan importante como los regímenes árabes que
había llegado a odiar.

La batalla por los corazones y la razón: carteles contra Al Zarqaui en las calles de Bagdad (2005).
La batalla por los corazones
y la razón:
carteles
contra Al Zarqaui en las calles de Bagdad (2005).

LA ‘BENDICIÓN’ DE BIN LADEN
Entre agosto de 2003 y diciembre de 2004, Bin Laden y Al Zarqaui se escribieron
con frecuencia. El intercambio de correspondencia se centró en los
fundamentos de la yihad, según las cartas cuyo contenido se ha conocido
en los últimos meses. Al Zarqaui estaba intentando obtener la bendición
del líder de Al Qaeda para sus acciones en Irak. ¿Por qué,
si antes había desdeñado la red, tenía ahora tanto interés
en conseguir la aprobación de su líder? Al contrario que el
retrato del jordano que había hecho Powell ante el Consejo de Seguridad, éste
era un actor secundario en el más amplio movimiento yihadista. Siendo
un beduino pobre de Zarqa, carecía de la autoridad religiosa necesaria
para aglutinar a su alrededor a la población suní de Irak.
Necesitaba legitimidad desesperadamente. Y Bin Laden era el único
que podía ayudarle.

Al Zarqaui ansiaba abrir una brecha entre los suníes y los chiíes.
Temía que la insurgencia pudiera convertirse en una fuerza de resistencia
nacional en la que ambas sectas harían causa común. Sus temores
se confirmaron en la primavera de 2004, cuando la revuelta de Al Sáder
suscitó admiración entre los insurgentes suníes. Se pegaron
carteles con la efigie del predicador en las paredes de sus barrios. En sus
cartas con Bin Laden, Al Zarqaui recalcaba sin descanso la necesidad de impedir
que ambos grupos se unieran en torno a un auténtico nacionalismo: en
ese caso los yihadistas serían apartados porque eran extranjeros
y la insurgencia se convertiría en una empresa nacional.

Puede resultar difícil creer que un hombre sencillo de Zarqa pudiera
realizar un análisis político tan sofisticado del nuevo Irak.
Numerosos expertos creen que yihadistas con una formación
mucho más
sólida se han unido a él desde la creación del mito Al
Zarqaui. O quizá su instinto le sigue guiando. En cualquier caso, el
mito construido en torno a su persona se encuentra en la raíz de su
transformación en un líder político. Al estar Bin Laden
atrapado en la frontera entre Afganistán y Pakistán, el jordano
no tardó en convertirse en el nuevo líder simbólico de
la lucha contra EE UU y en un imán para cualquiera que estuviera buscando
entrar a formar parte de dicha lucha.

El 5 de abril de 2004 escribió a Bin Laden diciéndole que tenía
dos opciones: quedarse en Irak y enfrentarse a la oposición a sus métodos
por parte de algunos iraquíes, o marcharse y buscar otro país
en el que hacer la yihad. Cuatro días después, secuestró y
decapitó al ciudadano estadounidense Nicholas Berg. Ésta fue
la primera de varias brutales ejecuciones retransmitidas a través de
Internet que se produjeron entre abril y noviembre de ese año. Estos
actos eran parte de su respuesta a la entrada de los militares estadounidenses
en el triángulo suní y, sobre todo, en Faluya. Eran una clara
señal a Bin Laden de que había decidido quedarse, con o sin la
aprobación del saudí.

En un comunicado transmitido el 27 de diciembre de 2004 por la cadena de televisión
Al Yazira, un mes después de la caída de Faluya, Bin Laden finalmente
aceptó a Al Zarqaui y accedió a apoyar su lucha en Irak. "El
emir muyahidin, el noble hermano Abú Musab Al Zarqaui y los grupos que
se han unido a él son los mejores [de la comunidad de creyentes](…).
Nosotros en Al Qaeda nos congratulamos de que os hayáis unido a nosotros
(…) y para que se sepa (…) Al Zarqaui es el emir de la organización
Al Qaeda en la tierra del Tigris y el Éufrates, y los hermanos del grupo
deben jurarle lealtad y obediencia".

La cruzada antiamericana del millonario saudí y la yihad revolucionaria
del beduino jordano de clase trabajadora finalmente se habían fusionado.
Desde los barrios desfavorecidos de Zarqa hasta la batalla de Faluya, la vida
de Al Zarqaui culminaba en su mayor logro: no su incorporación a Al
Qaeda, sino el haber dado a la yihad iraquí un nuevo significado revolucionario
y antiimperialista.

En cierto sentido, las mismas cosas que le hacen parecer una persona de lo
más normal -sus orígenes humildes, su juventud malgastada
y sus fracasos al principio de su vida adulta- le convierten en un ser
de lo más terrorífico. Porque, aunque pueda tener algunas dotes
para dirigir a un grupo de hombres, también es probable que haya muchos
más Al Zarqauis capaces de ocupar su lugar. Su ascensión es un
indicio de que el movimiento yihadista se está expandiendo y democratizando
en la sangre y la violencia de Irak.

Los antiguos líderes de Al Qaeda, en la actualidad atrapados dentro
del cinturón tribal entre Pakistán y Afganistán, aparentemente
han aceptado y abrazado este cambio: la transformación desde una vanguardia
pequeña y elitista a un movimiento de masas. Lo más probable
es que este cambio para Bin Laden y Al Qaeda obedezca más a la necesidad
que a un deseo de cambiar de estrategia. En cualquier caso, con seguridad significa
que el campo de batalla se expandirá aún más.

¿Algo más?
Una serie de documentales ofrecen alguna de la
información biográfica más detallada que hay
disponible sobre Al Zarqaui. Al Yazira produjo una miniserie en
tres partes titulada Zarqawi’s life, Ander the
Microscope
(2005). Otros filmes incluyen Zarkaoui,
la Question Terroriste
(2005), producido por Article
Z, Firehorse Films y Arte France, y Abu Musab al Zarqawi:
From Herat to Bagdad
(2005), producido por LBC Television
en Beirut. También pueden leerse algunos de sus textos en Al
Qaida dans le texte,
presentado
por Gilles Kepel (PUF, París, 2005).

Para obtener mayor
información sobre el movimiento salafista jordano, léase
la serie en tres partes ‘The City of Zarqa in Jordan: Breeding
Ground of Jordan’s Salafi Jihad Movement’ (Al
Hayat,
diciembre de 2004). Pueden encontrarse análisis
de las batallas ideológicas que tuvieron lugar dentro de
Al Qaeda después del 11-S en los extractos de ‘The
Story of the Arab Afghans from the Time of Arrival in Afganistán
until their Departure with the Taliban’ (Al-Sharq al-Awsat, diciembre
de 2004), de Abu Walid.

 

 

Loretta Napoleoni, economista experta
en terrorismo, es autora de
Insurgent Iraq: Al-Zarqawi and the New Generation,
del que se ha extraído este artículo;
Terror Incorporated:
Tracing the Dollars Behind the Terror Networks
(ambos,
Seven Stories Press, Nueva York, 2005); y
Yihad:
cómo se financia el terrorismo en la nueva economía
(Urano,
Barcelona, 2004).