En ‘La ideología del desarrollo’, (julio/agosto, 2007), William Easterly compara el desarrollismo con el comunismo y el fascismo, explicando que es una ideología que busca responder a todos los problemas de la sociedad, tolera poca disidencia y favorece lo colectivo por encima del individualismo. A los partidarios del desarrollo, la analogía no les parece verdadera. El desarrollismo ha evolucionado bastante. La intelligentsia del desarrollo que Easterly describe no es el monolito que imagina, y se ha abierto a incluir ONG responsables e, incluso, estrellas del rock. Dentro del Banco Mundial las cosas también han cambiado. Ya no hay un único modelo para todo.

El autor tiene razón al señalar que el desarrollo no es un camino lineal y sus recetas no son científicas. Sin embargo, no puede ignorar el hecho de que se ha logrado aumentar el nivel de vida en todo el mundo. (…) Es válida la observación de que el incremento de la renta no es el único modo de medir el éxito, pero para alguien que vive con menos de un dólar al día parece un punto de partida razonable. La política de desarrollo tampoco es, como se dice, enemiga del mercado. Es “el uso pragmático de ideas económicas probadas en el tiempo” el que subyace en el desarrollismo que Easterly denuncia. Más que echar por tierra el desarrollismo deberíamos continuar aprendiendo, de modo que los que toman las decisiones puedan llevar a cabo elecciones más inteligentes.

  • Danny Leipziger
    Vicepresidente del Banco Mundial.
    Washington, Estados Unidos

 

Tengo un tremendo respeto por el trabajo de William Easterly, pero su último artículo se acerca demasiado a una caricatura, y se pierde en exageraciones y distorsiones. Easterly acusa al desarrollismo de muchos de los males del mundo, desde el autoritarismo de Zimbabue al caldo de cultivo para el fundamentalismo islámico. Pero los archivos cuentan una historia diferente. El desarrollismo se puede rastrear desde el Plan Marshall y los primeros préstamos del Banco Mundial a Francia en 1947, y desde su concepción la pobreza se ha reducido enormemente. El Informe de la ONU sobre el Desarrollo Humano 1997 indica que la pobreza global se ha reducido más en estos 50 años que en los anteriores 500. La esperanza de vida en los países en desarrollo ha aumentado más del 50% durante los pasados 50 años. En cuanto a libertades, ha habido también una mejoría. (…) Si se han conseguido esos logros a pesar de él, entonces es demasiado endeble para ganarse la etiqueta de mortífero y estatalista. Después de todo, el desarrollismo no tiene ejército ni territorio. Y su poder económico –la ayuda al desarrollo– sólo alcanza en torno al 0,2% del PIB global.

  • Olivier Rubin
    Departamento de Ciencia Política,
    Universidad de Copenhague,
    Dinamarca

 

William Easterly responde:

La mayoría de las cartas dan validez a mis críticas del desarrollo como ideología. Olivier Rubin desea que a los expertos del desarrollo se les reconozca alguna responsabilidad por los éxitos económicos del mundo, como el chamán quiere creer que él tiene algo que ver con que el sol salga cada mañana. Danny Leipziger personifica al experto en desarrollo que utiliza un plural mayestático y que da soluciones distintas constantemente para huir de los defectos del desarrollismo. Si la respuesta continúa cambiando (Leipziger cita el viejo lema de “estabilizar, liberalizar, privatizar”), es difícil sostener que las respuestas están funcionando. Las naciones prósperas, desde los tigres del sureste asiático hasta China, India y Vietnam hoy, son con más frecuencia las que menos atención prestan a las alternativas del desarrollismo imperante.

Antes de descartar los peligros del desarrollismo, Rubin debería tener en cuenta la reacción que se está generando al obligar a los países a adoptar un bloque de medidas jerárquico, exhaustivo y demasiado prometedor, que defraudó a quienes se tomaron más en serio a los expertos. América Latina y África se alzan como ejemplos. El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, predicando las virtudes del ajuste estructural, y personas como Thomas Friedman, que enseña a los países que no tienen otra alternativa que globalizarse “a nuestra manera”, han perjudicado las estrategias económicas responsables. En vez de experimentar con el libre mercado desde una perspectiva local, la gente se ha acercado a ideologías más peligrosas, como el nacionalismo, el populismo o el estatalismo. Sólo hay que mirar a Bolivia, Rusia, Venezuela y Zimbabue para constatarlo. Cuando somos libres para decidir nuestro propio camino y soportar los costes y beneficios de nuestras elecciones, es más probable que encontremos las respuestas que funcionan.