Después de más de sesenta años de la asombrosa victoria de Israel en la guerra de 1948 que dio origen al Estado judío, el final del conflicto más exasperante del mundo parece, si cabe, aún más lejano. El presidente Obama está intentando arrastrar a las dos partes –que se resisten como pueden– a la mesa de negociación tras más de diez años de estancamiento. ¿Pero sigue habiendo algún motivo para la esperanza? Hemos pedido a destacados estadounidenses, israelíes y palestinos que han tratado en vano de lograr la paz que respondan a tres preguntas cruciales: ¿Qué ha aprendido?; ¿quién es el principal culpable?; ¿qué idea heterodoxa se le ocurre para resolver el conflicto? He aquí algunos extractos de sus respuestas.

 

Zbigniew Brzezinski
Consejero de Seguridad Nacional del presidente Jimmy Carter entre 1977 y 1981.

Quién tiene la culpa: Estados Unidos. En más de una ocasión ha prometido entregarse seriamente a la tarea de lograr la paz, pero ese compromiso ha sido más teórico que real, porque le ha faltado la voluntad de usar la clara dependencia que tienen tanto israelíes como palestinos de la ayuda estadounidense.

Idea innovadora: anunciar al mundo el compromiso de EE UU de hacer respetar un marco de paz basado en cuatro puntos: 1) no al derecho de retorno de refugiados palestinos a Israel; 2) que Jerusalén Oeste sea la capital de Israel, y Jerusalén Este la de Palestina, con un acuerdo internacional de uso compartido de la Ciudad Vieja; 3) el trazado de las fronteras entre los dos Estados con arreglo a las líneas de 1967 –e intercambios de tierras estudiados caso por caso–; y 4) un Estado palestino en esencia desmilitarizado, con presencia de fuerzas de EE UU o la OTAN en Cisjordania.

 

Saeb Erekat
Responsable del Comité de Dirección y Supervisión de la Organización para la Liberación de Palestina y negociador jefe de la organización.

Qué he aprendido: al iniciar el proceso de paz, pensaba sinceramente que conocía mejor Israel. Creía que los miedos y las preocupaciones de los israelíes estaban relacionados con la seguridad y el reconocimiento. Pero cuando los países árabes e islámicos ofrecieron a Israel el reconocimiento a cambio de la retirada a las fronteras de 1967, en la Iniciativa Árabe de Paz de 2002, empecé a pensar que los objetivos de Israel eran otros.

Quién tiene la culpa: si me preguntan como palestino, respondo que la ocupación israelí. Pero es importante añadir que nadie ha presionado a Israel para que interrumpiera sus políticas ilegales contra los pueblos de la región. Por consiguiente, también echo la culpa a terceros países, que han hecho la vista gorda ante las acciones israelíes y han consolidado una cultura de impunidad que permite que Israel siga con la política de hechos consumados. Sin este apoyo ciego, Israel nunca habría podido asentar a más de medio millón de colonos en los territorios palestinos ocupados.

 

Daniel Kurtzer
Embajador de EE UU en Israel con el presidente George W. Bush y en Egipto con el presidente Bill Clinton; catedrático de Estudios sobre Oriente Medio en la Universidad de Princeton.

Qué he aprendido: casi todo lo que Estados Unidos trata de conseguir en Oriente Medio depende de lo que logramos o no en el proceso de paz. Cuando nos mostramos activos en el ámbito diplomático, los Estados árabes están más dispuestos a cooperar en otros problemas; cuando no, nuestras opciones disminuyen. El conflicto árabe-israelí no es una mera disputa entre tribus por unas tierras; se ha convertido en un tema fundamental de las relaciones internacionales, que abarca aspectos de territorio, seguridad, derechos históricos y religión. Lograr la paz entre árabes e israelíes beneficia a los intereses nacionales de EE UU.

Idea innovadora: han pasado casi 43 años desde la guerra de 1967 y es asombroso que EE UU no haya definido su visión de cuál debería ser el acuerdo definitivo sobre las fronteras, los territorios, los asentamientos, Jerusalén, los refugiados o la seguridad. Hoy tenemos unas líneas directrices gastadas sobre algunos de estos aspectos –en esencia, sobre las cosas a las que nos oponemos–, pero no tenemos claro qué apoyamos. En otras palabras, ya es hora de que actuemos como una gran potencia para resolver uno de los conflictos más enconados y peligrosos del mundo.

 

General Anthony Zinni
Antiguo jefe del Mando Central estadounidense y enviado especial al proceso de paz de Oriente Medio en 2001 y 2002.

Qué he aprendido: a estas alturas deberíamos saber qué no funciona: las cumbres, los acuerdos de principio, los enviados especiales, los planes diseñados por EE UU y prácticamente todas las propuestas hasta ahora han fracasado. Así que, ¿por qué insistimos en repetirlas?

 

Gamal Helal
Jefe de los intérpretes estadounidenses durante más de dos decenios para las negociaciones de paz árabe-israelíes.

Qué he aprendido: muchos diplomáticos consideran que la ambigüedad constructiva es una herramienta viable, pero yo creo que eso no existe; la ambigüedad sólo puede ser destructiva.

Idea innovadora: creo que hay que decir a árabes e israelíes: “Yo no voy a querer ni necesitar esto más que vosotros”. Uno de los mayores errores de la diplomacia estadounidense es tener más ganas de llegar a un acuerdo que las partes.

 

Yossi Beilin
Antiguo miembro de la Knesset [Parlamento] israelí y coautor de los Acuerdos de Ginebra de 2003, un tratado modelo para una solución de dos Estados.

Qué he aprendido: que en ambos lados hay unas mayorías dispuestas a apoyar cualquier tratado de paz, pero eso no basta. No supe valorar la importancia de unas pequeñas minorías que estaban dispuestas a pagar un precio muy alto con tal de torpedear cualquier proceso de paz.

Quién tiene la culpa: las direcciones de los dos bandos, que no tuvieron el valor suficiente para llegar al momento de la verdad. En ambos lados había siempre la sensación de que tenían margen de maniobra: vamos a esperar al próximo presidente de Estados Unidos; vamos a esperar al próximo Gobierno del otro bando. También fue muy problemática la combinación de Yasir Arafat y Benjamín Netanyahu tras el asesinato del líder israelí Isaac Rabin. Creo que, si no hubieran asesinado a Rabin, ya podríamos haber logrado la paz.

 

James Wolfensohn
Enviado especial para la retirada de Gaza durante la presidencia de George W. Bush; ex presidente del Banco Mundial.

Qué he aprendido: al principio, abordé el proceso de paz pensando que era posible solucionarlo; que, si se nos ocurría un plan razonable, las dos partes pensarían que les convenía adherirse a él. Pensé que la razón prevalecería. Pero, para mi desolación, la idea de un plan de paz perfecto es inexistente. Para ser francos, lo que se necesita como sea es una intervención de nuestro país y de nuestro presidente. Sin ella, me parece improbable que veamos una solución a corto plazo.

Idea innovadora: si EE UU adoptara una postura clara y sin compromisos, ayudaría al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu a llegar a un acuerdo y, desde luego, ayudaría a los árabes a unirse. Pero esa idea no es nueva.

 

Robert Malley
Asesor especial del presidente Bill Clinton para asuntos árabe-israelíes de 1998 a 2001.

Qué he aprendido: no existen las buenas ideas, sólo las que funcionan en un momento dado. Los palestinos se opusieron a la solución de los dos Estados hasta finales de los 80; después de que la aceptaran, Israel rechazó la idea de un Estado palestino hasta principios de este siglo. Hoy, parece más una prioridad israelí que una prioridad palestina.

Quién tiene la culpa: estadounidenses, palestinos e israelíes fueron responsables por igual del fracaso de las negociaciones de Camp David en 2000. Y esa conclusión puede extenderse a los esfuerzos de paz en general. Ni los israelíes ni los palestinos han estado dispuestos a reconocer por completo los temores y las necesidades de la otra parte. En cuanto a EE UU, siempre ha sido demasiado sensible a la política israelí y ha ignorado en exceso la palestina. No ha sabido conciliar sus múltiples papeles, a menudo contradictorios: partera de un acuerdo, mediador sincero y principal aliado de Israel.

 

Michael Oren
Embajador de Israel en Estados Unidos; historiador de Oriente Medio.

Qué he aprendido: llamar hoy a este conflicto “árabe-israelí” no es muy acertado. Hay dos Estados árabes que tienen acuerdos de paz con Israel. El mayor enemigo es Irán, que no es un país árabe. Pero llevo mucho tiempo estudiando la relación entre Estados Unidos e Israel, desde la guerra de 1967, cuando sí era más un conflicto árabe-israelí, y una cosa que me llama la atención es la profunda relación entre los dos países. Es mucho más profunda y compleja de lo que siempre había pensado.

Quién tiene la culpa: no creo que señalar culpables sirva de nada, pero me parece que el principal obstáculo es conseguir que la Autoridad Nacional Palestina regrese a la mesa de negociaciones. Es increíble: estamos en una situación que ya se dio antes de Oslo en 1993 y antes de Madrid en 1991; no logramos que los palestinos se sienten cara a cara con nosotros para discutir los problemas.

Idea innovadora: los embajadores no solemos recurrir a ideas innovadoras. Si me pregunta cuál es la clave para avanzar, creo que los palestinos, y los árabes en general, deben darse cuenta de que tienen más que ganar si participan en las negociaciones que si no. Si creen que manteniéndose al margen pueden obtener concesiones sobre temas como Jerusalén Este, ¿para qué van a participar en un proceso que puede ser prolongado e incierto?

 

Dov Weisglass
Principal asesor del ex primer ministro israelí Ariel Sharon.

Quién tiene la culpa: en el último año, EE UU e Israel prácticamente cambiaron de baraja, de forma que todo es de nuevo materia de debate; todo está sobre la mesa. Por eso el conflicto es mucho más complicado que hace cuatro años, e incluso dos.

Idea innovadora: no estoy seguro de que se pueda hacer retroceder al mundo. Pero si es posible, les diría a los dirigentes actuales que se atuvieran a la Hoja de Ruta. Nunca habrá una solución definitiva al conflicto mientras no haya seguridad. El Gobierno palestino de Salam Fayyad ha mejorado muchísimo las cosas con su forma de actuar contra el terrorismo. No es todo, pero nada comparable a la situación de hace cinco años. Un motivo de duda e incluso de resentimiento respecto a la Hoja de Ruta era la opinión de que esa sucesión de “primero la seguridad, luego la política” era poco práctica; los palestinos nunca iban a acatar esas obligaciones. Lo que sucede hoy demuestra que, si quieren, pueden.