La maltrecha economía, los recortes y la falta de expectativas ponen al pueblo luso contra las cuerdas.
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AFP/Getty Images |
Este 25 de abril, cuando se cumplían los 39 años de la Revolución de los Claveles que derrumbó a la larga dictadura portuguesa, ha sido muy distinto al de otros años. Esta vez, a diferencia de lo que ocurría en el pasado, el aniversario no ha pasado en balde y han sido millares, por no decir centenares de miles, los portugueses que se han echado a la calle para celebrar esta epopeya cívico-militar que se llevó para siempre a uno de los regímenes más oprobiosos del continente y que cambió la historia -para bien, claro está- de los portugueses.
La Revolución quedó en el imaginario colectivo para siempre, los portugueses tomaron las calles, se subieron a los tanques y colocaron claveles, en lugar de balas, en los fusiles de los soldados y oficiales que habían sacado de sus vidas al dictador. Hoy el motivo de la movilización es bien distinto. Los lusos se echaron a la calle para protestar contra los recortes sociales, la política de austeridad que práctica el gobierno -al igual que otros de Europa, como el español- y, sobre todo, para decirle a las instituciones financieras internacionales "que se lixe a Troika" ("que se joda la Troika").
Y es que parece que hay un vaso comunicante entre aquellos hombres que hace ya cuatro décadas se levantaron contra la dictadura, hoy muchos de ellos ancianos, otros incluso han desaparecido, y estos jóvenes emocionados, muchos barbilampiños, que cantan al final de las manifestaciones y en sus protestas el himno que sacó a los tanques a la calle y señaló el nuevo rumbo. Se trata, cómo no, del Grândola, Vila Morena, ese viejo canto, que hoy los jóvenes se aprenden de memoria, que sirvió de contraseña para que los Capitanes de Abril sacaran a los tanques de los cuarteles en esa madrugada del 25 de abril y que en una de sus estrofas dice que "el pueblo es quien más ordena". Pero no es realmente así: el Gobierno conservador de Pedro Passos Coelho ha anunciado el mayor recorte social de la historia de Portugal: más de 1.300 millones de euros.
Un panorama desolador
Al margen del romanticismo que impregna a aquellas jornadas gloriosas, que pusieron fin a décadas de aislacionismo, atraso social y político y unas guerras coloniales en África que gangrenaban a la endeble economía portuguesa, hoy la cotidianidad del país es terrible, ya no se puede maquillar por unas instituciones ineficaces a la hora de afrontar la crisis y una casta política absolutamente desautorizada y corrompida. La calle marcha por un lado, al fragor de la reivindicación, mientras los políticos hablan de austeridad y más recortes sociales.
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