Poor People
(Gente pobre)

William Vollmann
314 págs., HarperCollins,
Nueva York, Estados Unidos,
2007 (en inglés)


Hay otros mundos, pero
están en éste”, sugería
ya Paul Éluard. Pero
muy pocos se acercan para ver en
primer plano ese mundo que no
sale en el Disney Channel. Quien
sí lo hace es William Vollmann
–cuya novela Europa Central ganó
en 2005 el premio al mejor libro
publicado en EE UU–, personaje
polémico, periodista, ensayista y
para algunos uno de los mejores
escritores estadounidenses vivos,
obsesionado en toda su obra por
aquellos que viven en los márgenes
de la miseria, de la esperanza
y de la guerra.

En su nuevo ensayo, Poor people,
Vollmann realiza una peculiar
vuelta al mundo (una más en su
ajetreada carrera que comenzó en
los 80, siguiendo a los muyahidines afganos), que hubiera servido para
llenar decenas de libros. En esta
ocasión, ha preferido escribir sobre
pobres, aunque no teoriza sobre
ellos ni cae en la sensiblería.

Escrito en primera persona y
con más de cien fotografías hechas
por él mismo, el autor nos ofrece
una pincelada de la historia de 128
individuos a los que ha encontrado
en los cinco continentes. A todos, o casi, les pregunta ¿por qué eres
pobre? “En una contradicción
apropiada con los propósitos y las
esperanzas de este libro, las respuestas
son tan pobres como sus
vidas”, afirma Vollmann, que se
aparta de lo obvio y de lo meramente
físico en sus descripciones.
Muy al contrario, su conclusión es
que la pobreza no es cuestión de
propiedades. “Hay quien tiene
mucho menos que yo pero es más
rico”, dice uno.


El primer mensaje es que no es necesario ir a África
para encontrar un pobre y el segundo, que la
condición humana es idéntica allí donde se busque


De modo que el primer mensaje
es que no es necesario ir a África
para encontrar un pobre y el
segundo, que la condición humana
resulta ser idéntica allí dónde se
busque. La constatación de que ese mundo de la pobreza es plano no le
quita la razón a Friedman, que mira hacia una capa opulenta y minoritaria,
liberada de las dimensiones
físicas por la tecnología. En el planeta
que visita Vollmann no existe
tecnología, pero la homogeneidad
es semejante, y también la impotencia.

Su conclusión es que los pobres son los invisibles, los dependientes, los que
han perdido la lucidez y los excluidos. Nada que ver con el saldo bancario.
Ser pobre es un fenómeno social, más que individual, igual en las cuatro esquinas
del planeta. El libro, escrito en un estilo muy personal, es un paisaje sobre
la pobreza, un paisaje moral y social, donde no ocurre nada reseñable. Vollmann
tampoco ofrece soluciones (“no puedo decir a nadie qué hacer y mucho menos cómo
hacerlo”). La obra no sólo es irreverente con las convenciones del género, también
lo es con el lector, al que sólo se ofrecen las declaraciones delirantes de
los entrevistados, como las de la rusa que afirma que sus hijos se suicidaron
en un orfanato, en fechas anteriores a su nacimiento. ¿Se equivoca en la fecha?
¿El suicidio fue real? Nadie ofrece una explicación convincente, por lo que
el relato se va estructurando en líneas argumentales que se fugan hacia el infinito,
un poco como los cuadros de Giacometti. Aparte de estos detalles de estilo,
se trata de un libro importante y de lectura recomendable porque muestra una
parte del mundo que nadie explora voluntariamente. En todo caso, ofrecece una
perspectiva de la línea que separa pobreza y riqueza y que no pasa única o necesariamente
por la cartera.